A vueltas con Lustrosa

Amigo lector (o lectora). Antes de comenzar a leer este artículo, te recomiendo que mires primero este otro:

José Luis Espejo - Lustrosa, mi ciudad

En él expongo, con mucho pesar, una serie de reflexiones sobre la ciudad en la que resido. En Lustrosa (nombre ficticio del lugar donde vivo) llevo viviendo 17 años, dos años más que en Sant Boi, donde pasé parte de mi infancia y de mi juventud. Tengo recuerdos ambivalentes de Sant Boi, un lugar dejado de la mano de Dios, sin infraestructuras, equipamientos, o servicios esenciales, y sin ningún atractivo; pero al mismo tiempo una ciudad acogedora, donde encontré numerosos y buenos amigos, con algunos puntos de referencia en los que me encontraba a gusto.

No puedo decir lo mismo de Lustrosa. Sólo llegar, me extrañé de algo ciertamente singular: 1) No conseguía encontrar amigos o personas de confianza; 2) No había ningún lugar agradable y acogedor en el que pudiera pasar ratos entrañables, solo o con unos amigos que por otro lado no tenía. Todo sea dicho, he vivido en muchos sitios, y en todos ellos he hecho amigos. Excepto en Lustrosa.

Cuando abrí mi librería, pensaba que la cosa cambiaría. Pero no fue así. Más bien, me encontré con una buena parte de la clientela desconfiada, malhumorada y mezquina, que me sumió durante un tiempo en la angustia. Quien quiera hacerse una idea de lo que sentí, aconsejo el visionado de la película La librería (2017), una magnífica obra de Isabel Coixet en la que describe a la gente a la que me refiero.

Afortunadamente, esta etapa ha pasado a la historia, pues esa gente despreciable ya ha dejado de venir. Mi clientela actual -mayoritariamente joven- es maravillosa y encantadora. No tengo nada que reprocharles. Desde hace un tiempo me siento muy a gusto en mi trabajo. Pero de vez en cuando aterriza uno de esos personajes execrables. Pondré un ejemplo, que afortunadamente sucedió hace ya bastante tiempo. Una señora me pidió dos libros, que le busqué (sí, le busqué) entre los 15.000 ejemplares de mi librería. Le puse como precio 8 euros, porque a pesar de ser de tapa dura no eran voluminosos. Me preguntó cuál era mi criterio para poner el precio. Le dije que el precio individual de cada libro eran 5 euros, pero como se lleva dos, le hago descuento y se los dejo a 4 cada uno. Entonces me dijo que se llevaba sólo uno. Y yo -como es lógico- le pedí 5 por un solo ejemplar. Entonces me dijo: "¿Sabes qué? Ya me lo pensaré". Mezquina, maleducada y miserable es como se puede llamar a una persona así. Afortunadamente, este tipo de personas ya no vienen. Y no lo hacen porque me he creado "mala fama" entre los suyos: gente generalmente pudiente, cuando no adinerada; pero también extremadamente mezquina y grosera. Eso sí, con una vanidad y una arrogancia fuera de todo límite (sobre eso habría mucho que hablar, pero no lo haré).

Ya me imaginé que como consecuencia de mi artículo anterior sobre Lustrosa (véase más arriba) alguna gente de la "élite" lustrosana dejaría de venir a mi librería; se sentirían ofendidos, y se sumarían a la amplia comunidad de personas que consideran que "insulto" a su (mi) ciudad.

A estas personas (que se miran el dedo, cuando deberían mirar la Luna) va dirigido el presente artículo. 

Continúo. La siguiente circunstancia que me hizo hacerme una idea de las carencias de esta ciudad, poco después de abrir la librería, no la expliqué en el artículo anterior. Y es muy significativa.

Cuando abrí la librería, dos revistas locales (de esas que se reparten en las panaderías) me hicieron sendas entrevistas. Pensé que serviría para promocionarme en Lustrosa. Pero las consecuencias fueron, más que prometedoras, desastrosas (desastrosa rima con Lustrosa). Lejos de incrementar el número de clientes, multipliqué por cien el número de proveedores. Sí, durante al menos diez días vinieron literalmente centenares de personas (a veces se amontonaban en la puerta) no interesándose por mis libros, sino ofreciéndome la venta de los suyos. Fue caótico, y frustrante. No incrementé las ventas, sino todo lo contrario. Todos aquellos a los que dije que no compraba libros a particulares (centenares), contrariados, los perdí como futuros clientes. Ahí empezó mi mala fama. Y eso a pesar de que intenté ser cortés y amable con esa multitud de frustrados proveedores. Desde luego, eso fue un síntoma muy preocupante de que algo no va bien en mi actual ciudad de residencia.

A ello he de añadir, por supuesto, el acoso que he recibido de unas pandillas de niños pijos (de un colegio privado de los alrededores), sin causa aparente. A los exclientes que han dejado de venir porque se han "ofendido" por mi anterior artículo, les digo que me están victimizando doblemente; que están echando sal sobre la herida. Y he de decir que ese acoso (o bulliing) de niños pijos no lo he recibido sólo yo, sino también otra persona adulta que me es cercana (a ésta porque la llamaban "maricón"). En el artículo al que me refiero más arriba atribuí estas muestras de acoso gratuito a un clima generalizado de intolerancia contra los que discrepan o son diferentes. Tomen nota los que me acusan de "difamar" su (mi) ciudad.

Bien, voy a ir a lo esencial de este artículo. Hace unos meses hice una visita familiar a Sant Boi. Me sorprendió, después de tantos años, que la ciudad hubiese mejorado tanto. La encontré ordenada, limpia, acogedora, integradora, e incluso bonita. Hoy he tenido la oportunidad de volver, y me he tomado la molestia de caminar por ella de punta a punta. Me pareció alucinante algo tan simple como que ¡no encontré ni una pintada -o graffiti- en todo el paseo, de más de dos kilómetros, desde Ciutat Cooperativa a la estación de FGC! No solo eso. Las calles estaban extraordinariamente limpias.

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Las calles de Sant Boi están limpias y libres de pintadas

 

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No se puede decir lo mismo de las calles de Lustrosa

Mi reflexión es la siguiente: la renta disponible por habitante en Sant Boi supone un 96,5 % con respecto a la media de Cataluña. La renta disponible por habitante en Lustrosa supone un 110,8% con respecto a la media catalana. Es decir, es casi un 15% superior a la de Sant Boi. En definitiva, es una ciudad con mayor nivel de renta, y con mucho menos paro. Sant Boi es una ciudad donde predomina la clase trabajadora; en Lustrosa predomina la clase media.

Así pues, me pregunto: ¿cómo es posible que una ciudad obrera, de clase trabajadora, sea infinitamente más limpia, ordenada, cívica y acogedora que una ciudad donde predomina la pequeña burguesía, como es Lustrosa? Porque a los hechos me remito. En Sant Boi no conté ni una pintada, ni un graffiti. En Lustrosa los hay a miles. En Sant Boi a duras penas vi un papel en el suelo. En Lustrosa hay montones de recipientes de bebidas energéticas (en su mayor parte), bolsas de patatas y ganchitos, o cajetines de tabaco, tirados en el suelo. En su mayor parte parecen haber sido arrojados premeditadamente, por parte de la población juvenil, a escasos metros de las muchas papeleras repartidas por la ciudad. Dichas bandas o pandillas de vándalos, sin ninguna consideración, no ya por su ciudad, sino por cierta gente de su ciudad (gente como yo, que llamamos la atención), no respetan ni siquiera los árboles. Muchos troncos de árboles tienen también pintadas.

Mi respuesta es la siguiente, y aprovecho para ampliar algo que ya dije en el artículo anterior sobre Lustrosa. Esta ciudad está poblada mayoritariamente por la pequeña burguesía. Y la pequeña burguesía tiene todos los defectos de la burguesía y ninguna de sus virtudes. Así se entiende que una ciudad "de posibles" adolezca de una buena parte de su población arrogante, engreída, vanidosa, y al mismo tiempo profundamente inculta. Esa misma población adinerada, pija, es la que malcría a sus criaturas, les educa sin valores (o simplemente no les educa). No por casualidad, mis agresores, y los de la persona que está cerca de mí que también fue acosada gravemente, son pandillas de chavales de 14 a 16 años que van a escuelas privadas o residen en barrios pijos.

Esas pandillas están formadas por auténticos fascistas de los que nos tenemos que guardar. Y son hijos de catalanes, no magrebíes, o rumanos, o latinos. Esta última gente tiene demasiadas preocupaciones (como por ejemplo ganarse la vida) como para malcriar a sus hijos. Son los pequeños burgueses los que alimentan el discurso del odio y el fascismo (siempre lo han sido); y sus hijos son una muestra de ello.

Es por ello que en Sant Boi, ciudad de clase trabajadora, se respeta por lo general las reglas y las personas, e impera el civismo. Y en Lustrosa, de clase pequeño burguesa, campa a sus anchas el incivismo y el abuso a las personas y a las ideas de los que son diferentes.

¿Qué pasa con las élites de Lustrosa? ¿Acaso están ciegas? ¿No son conscientes de en qué se está convirtiendo su ciudad? Ya lo dije en el otro artículo: en un erial cultural, en un auténtico semillero de fascistas. Y esta semilla la han sembrado una parte importante de sus habitantes; generalmente, los de clase más pudiente.

Amigos "pijos" que no venís a mi librería, victimizándome y aislándome más de lo que estoy. Reflexionad y os daréis cuenta de que hay que hacer algo para "redreçar" Lustrosa. Mirad el ejemplo de Sant Boi, ciudad en la que crecí en mi juventud, y de la que sus habitantes deberían sentirse orgullosos por la transformación que ha experimentado. ¿Hasta qué nivel de miseria estáis dispuestos a llegar? ¿Cómo de grandes son vuestras tragaderas? Eso lo dice una persona que realmente estima a Lustrosa. Porque realmente se preocupa por ella.

Tomad ejemplo y madurad. Si no es así, continuad ignorándome a mí y a mi librería. Me haréis un favor.

Reacciones

Como era de esperar, este artículo no ha dejado de producir reacciones. Un lector, habitante de Lustrosa (su nombre es Miguel Ángel), me ha enviado el siguiente mensaje (en catalán, pero que transcribo en castellano):

La cuestión del incivismo en la ciudad hiere la vista. Habrá quien después de leer tu artículo niegue lo evidente, pero llevándolo al terreno del reduccionismo, o mejor aún, a una simplificación elemental, habría que preguntar a quien lo niega a quien responsabilizamos entonces de los hechos que describes y por qué ocurre. A menos que estemos ante el autor más prolífico de la historia del gamberrismo pictórico político (de "polis", ciudad, no de "política") habrá que empezar por aceptar que la degradación a la que se somete la ciudad con los grafitis es un problema crónico y únicamente atribuible a la barbarie incívica de diversas tipologías de energúmenos, y sólo a éstos.

Seguramente los perfiles, o como mínimo una parte de ellos, se corresponden con estos niñatos de los que hablas (y que ya has sufrido en alguna ocasión) y que no por ir a colegios concertados debemos considerarlos por tanto educados ni menos bien educados. Conste que no estoy hablando de los colegios concertados en particular; la referencia aquí es únicamente la cita que haces de aquellos energúmenos que en su día fueron identificados, que de forma particular asistían a esta modalidad de centro escolar. Pero creo que en esencia una porción importante de quienes atentan contra las indefensas e inmaculadas paredes lo hacen con una estúpida actitud contestataria y anarcoide, en la cual el mobiliario público y la vía pública (tomada como lienzo) es la superficie en la que se debe ejercer la queja o incluso la disidencia contra la sociedad, la política, la vida, todo.

Lo que quizás no veo tan claro es que se deba a actos perpetrados por conciudadanos de barrios pijos, utilizando la expresión que empleas en el texto. Sí es cierto que la ciudad tiene dos o tres zonas de estrato más alto y con un punto más residencial, pero presumo que los responsables de estas acciones y de estas actitudes están dispersos por toda la ciudad. Yo diría que sin discriminar a ninguna de las zonas. Efectivamente los habitantes de estas zonas residenciales están con seguridad unos escalones por encima de los de la clase trabajadora, pero la impresión que tengo es que fundamentalmente sumando los dos estratos sociales obtenemos una buena muestra de alta calidad del más rancio garrulismo sociocultural, tanto en esta pretendida élite como en el pueblo más llano; y nada de eso achacable a sus rentas ni patrimonios. Desde esa particular característica (el garrulismo transversal), en esta citada ciudad conviven en total armonía.

Presencié una vez en tu tienda (la última vez que te visité) cómo una señora pretendía comprarle una versión infantil de Don Quijote a un nieto al que quería sorprenderle por su cumpleaños, con el anhelo de culturizarlo, y observé cómo se contradecía, porque el precio que le dabas al ejemplar que ella había visto expuesto era (y no exagero) dos euros más caro que otro que le habías ofrecido de peor calidad inicialmente, a lo que la señora se despidió diciéndote que, bueno, que ya vendría con el niño y que él eligiera. No vale la pena hacer ningún juicio al respecto. (Sí, le dejé el libro de más calidad sólo dos euros más caro que el de menos calidad; al final no vino. Esta experiencia es constante en una cierta franja de edad. ¿Desconfianza intrínseca? ¿Lo hubiera comprado si se lo hubiera dejado el doble de caro?)

Tomamos a este no lector de Don Quijote, porque entiendo que nunca se llegó a comprar el libro. Tomémoslo a él como perfecto embrión de un futuro grafitero, de un futuro no lector empedernido, de un futuro ciudadano estándar de esta ciudad y tómalo a él, teniendo como referencia la actitud amorosa de la su propia abuela, dispuesta a no sacrificar dos euros en una edición más recomendable. Si el ejemplo de la mezquindad cultural que atesora la señora no es suficiente me cuesta imaginar que esta misma señora pueda plantearse mayores y más exigentes esfuerzos en la adecuada educación del pequeño. Ya iremos a la biblioteca a ver si encontramos algo. Algo así debería pensar decirle, y así además el niño recordaría que un día su abuela le llevó a una biblioteca.

Nuestra sociedad (empezando por este primer círculo nuestro, el de nuestro entorno inmediato, y así diseñando sucesivamente otros de forma concéntrica, tantos como se quieran, en combinación con otros círculos excéntricos) se ha corrompido. La "descomposición", el moho, lo ha colonizado, extendiéndose por toda la piel de nuestra sociedad, y ya no hay conciencia de su alcance. Sencillamente la sociedad se ha acostumbrado y no percibe su hedor ni su presencia. También es transparente. Y comienza a capilarizarse buscando el tuétano. Lenta. Silenciosa. Imparable. Indolora. Irremediable.

Teóricamente ésta es una ciudad marcadamente de corte socialista resultado de las sucesivas oleadas migratorias y del establecimiento definitivo de los descendientes de aquellos llegados en busca de mejores expectativas. Cuando hablas de fascismo entiendo que estás hablando de esa actitud de desprecio desprovista de humanidad, de radicalismo ciego cargado de odio y de negación de la libertad y del respeto al otro. Yo pienso que se trata de vacío y no de actitudes fascistas. Vacío de espíritu, de intelecto, de sensibilidad, de afectos y emotividades; en definitiva de incompetencia ante la vida. Estos de los que hablas se mueven por estadios diferentes a los motores fascistoides. Se sustancian en una nueva clase emergente inerte, y que si se me permite el término podría calificarse como desidioso-ataráxica: una nueva forma de construcción y visión del mundo donde no hay interacción afectiva, ni emocional, y que se fundamenta en el obsesivo-compulsivo intercambio de datos y mensajes escritos en monosílabos, sin reglas ortográficas ni signos de puntuación, sustituyendo oraciones por dibujitos (emojis), todo de forma virtual y a altísimas velocidades de procesamiento desde dispositivos expresamente facilitados por amorosos y enajenados padres, madres, abuelos y tíos, que por un Quijote de tercera mano no entienden que tengan que esforzar su economía.

Por otra parte, ya no produce extrañeza, porque también está verificada y certificada la irreversible falta de aprecio por la lectura. Esto es un elemento central y consolidado en nuestra "cultura". No me gusta el uso del término pero espero que me aceptes su uso irónico.

De esto hasta cierto punto tan pasivo como es la falta de aprecio se observa que hay quien la ha metabolizado en una categoría ya activa y la convierte en desprecio por la lectura; por tanto por los libros y libreros, y como narras incluso con derivada hostil.

Por último, si en Sant Boi está pasando lo que describes, sólo se me ocurre que se deben haber vuelto todos locos. ¿Por qué jugarse un mal tiro de una cajita de tabaco o una botella de plástico en la cesta imaginaria de una papelera cuando puedes asegurar un ensayo plantándolos en el suelo como un perfecto jugador de rugby?

No deben conocer ni aplicar bien las reglas tal y como las jugamos aquí; este juego tan simple (casi de niños) que se ha dado en llamar civismo ciudadano.

Bien, debo decir que me ha encantado este comentario. Incluso subscribo que me he "pasado", como consecuencia de una "reductio ad absurdum" infinita, al haber atribuido el garrulismo incívico exclusivamente a la clase pequeño-burguesa, cuando técnicamente podría ser más transversal. Sin embargo, hay dos circunstancias incontestables: Lustrosa tiene un nivel de renta apreciablemente más alto que Sant Boi, y por otro lado en Sant Boi -por lo que he podido comprobar- no se aprecia la sobreabundancia de patinetes eléctricos que hay en Lustrosa. Y ese es un hecho evidente, palpable, de "pijismo" sociológico. Pero sí, tal vez, es una cuestión más generacional, y no tan clasista. Aunque considero que -de un modo u otro- en Sant Boi las cosas se están haciendo mucho mejor que en Lustrosa. Gracias, amigo Miguel Ángel. Sí, a ti sí te considero "mi amigo". No puedo presumir de tener muchos amigos así en Lustrosa.

 

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