Mi contacto con los aliens
Creo que ha llegado el momento de revelar el más profundo secreto que albergo en el corazón: mi contacto con los aliens.
Todo comenzó con una experiencia personal que recuerdo perfectamente. La depresión me mantenía postrado, la incertidumbre anidaba en mí. No le encontraba sentido a nada. Intentaba integrarme en un mundo que no entendía. Hacía grandes esfuerzos, pero los resultados eran decepcionantes. Tenía 20 años, más o menos.
Así que un día, en el que la desesperación me embargaba, en el que no encontraba sentido a nada, me estiré en el camastro y comencé a meditar. Recuerdo perfectamente que era mediodía, antes de la hora de comer. Entonces todo cambió.
Fue entonces cuando fui abducido. Sí, fui abducido por una sensación, por un pensamiento. No sé si surgió de mí, o llegó de algún lugar lejano. Desde ese momento, el mundo -mi mundo- se transformó. La incertidumbre se desvaneció. La ansiedad se esfumó. Un hálito de energía y de poder me embargó. De repente me sentía con la necesidad imperiosa de evolucionar, y de intervenir activamente en un mundo extraño y ajeno a mí. Recuerdo perfectamente dicha abducción; no necesito regresiones hipnóticas para rememorarla. Ese momento, ese instante dorado, cambió mi vida.
Y comencé a ver el mundo de otra manera. Dicho evento tuvo dos caras: una positiva, y otra negativa. La abducción antes mencionada me proveyó de una fuerza y de una energía inagotable e inusitada, que me impulsaba a investigar y comprender la realidad, y a trabajar de forma activa por su transformación. Pero al mismo tiempo me alejó de él, contemplándolo como algo ajeno a mí, como un entorno hostil, lejano y foráneo.
En ese preciso momento comenzó mi contacto con los aliens. Éstos no eran diferentes de los habitantes de la Tierra. De hecho, tenían sus mismas características físicas. Eran rubios y morenos, altos y bajos, delgados y gordos, inteligentes y estúpidos. Sin embargo, compartían un mismo rasgo, que los definía: sus valores, sus rutinas, sus anhelos, sus ideas, diferían de los míos. Literalmente vivían en otro planeta, a años luz de distancia.
Los aliens trataron de adoctrinarme, de hacerme entender su forma de pensar. Pero desgraciadamente el aislamiento cósmico me impedía comprenderlos. Ni siquiera el empleo de la telepatía o de la manipulación psicológica lograron su propósito de integrarme en su cultura, que ellos llaman la “moral universal”. Estaba demasiado enraizado en mis propios valores para convertirme en su representante en la Tierra. Había perdido la oportunidad de ser su emisario.
Ahora vivo solo, aislado, en este mundo. Los terrícolas me son ajenos; los aliens también. ¿A quién le importa lo que pueda pensar, lo que pueda decir? Sólo a mí, que es como decir: a nadie.
Tardíamente comprendí que los aliens viven entre nosotros. O dicho más apropiadamente: los aliens somos nosotros.
Sólo albergo una esperanza. Que los otros aliens, los extraterrestres, nos obliguen a ser aquello que dejamos de ser hace millones de años: seres benévolos y racionales. Si no nos hemos extinguido antes.
Volver