Américo Vespucio, 500 años después

 

Hace hoy 500 años, un 22 de febrero del 1512, fallecía en la ciudad de Sevilla Amerigo Vespucci (Américo Vespucio en grafía castellana). Un mes más tarde (el 28 de marzo) su viuda, María Cerezo, recibía una pensión de la Corona, heredada por la hermana de ésta (Catalina) a su muerte en 1524. Un sobrino de Amerigo, Giovanni Vespucio, se hizo cargo de sus papeles, cartas y documentos. Por una real cédula de mayo de 1512 fue nombrado “piloto de su Alteza”, en calidad de maestro cartógrafo. Fue cesado de su cargo en marzo de 1525, sin empleo ni sueldo alguno.

Esta reseña post-mortem de Amerigo Vespucci pretende dar idea de la alta consideración que la Corona española tuvo de los méritos y la valía del navegante florentino, los cuales redundaron en beneficio de su familia. Vespucci es considerado un personaje clave de la primera generación de descubridores al servicio de España y Portugal. Sin embargo, su figura está envuelta en la controversia.

Se han escrito centenares de obras sobre él; es sólo superado por Cristóbal Colón en la atención que le han dispensado historiadores y cronistas de la Edad de los Descubrimientos. Y en contradicción con el exquisito trato dado por la Corona española a los allegados más directos de Vespucci, la mayor parte de estas biografías destilan una no disimulada animadversión hacia este personaje.

Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indígenas y de la figura de Colón, lo llama “mentiroso y ladrón”, por haberse apoderado –según afirma- de la gloria del descubrimiento. Muchos otros han considerado que las narraciones de sus viajes son simples fábulas con el fin de ganar notoriedad. Pero estas críticas, a la luz de los hechos, y de una lectura sosegada de los escritos de Amerigo Vespucci, parecen a todas luces desproporcionadas, si no injustas.

Vespucci en el contexto del Renacimiento

Amerigo Vespucci nació en Florencia el 9 de marzo de 1454. Miembro de una familia de notables muy bien posicionados en el entorno de los poderosos Medici, fue compañero de estudios de Piero Soderini, gonfaloniero perpetuo de Florencia (a quien supuestamente habría enviado su Lettera), y alumno de uno de los más reconocidos intelectuales de la Toscana: Giorgio Antonio Vespucci. A través de este último, y de los Medici popolani, habría conocido la obra de humanistas y geógrafos de la talla de Marsilio Ficino, Paolo Toscanelli, Johann Reuchlin y Martin Behaim.

En Florencia estuvo en contacto con personajes relevantes del primer Renacimiento. Con toda seguridad trató a Sandro Botticelli (que pintó en al menos dos ocasiones a la esposa de su primo Marco Vespucci, Simonetta Cattaneo), y quizás a Leonardo Da Vinci (que escribe “El Vespucio me quiere dar un libro de geometría”). Ghirlandaio lo pintó en su juventud (en 1473), en un fresco de la Iglesia de Todos los Santos de Florencia, acompañado de su tío Giorgio Antonio.

A la muerte de su padre Nastagio (en 1483) tomó el relevo del negocio familiar. Ello no obstante, sus obligaciones profesionales no le alejaron de sus intereses intelectuales, que serían los que a la postre le convertirían en un personaje relevante de su época. En 1489 se instaló en Sevilla, ciudad en la cual ejerció como “factor” (o representante) de los negocios de Lorenzo de Pierfrancesco de Medici (primo de Lorenzo el Magnífico). Allí conocería a Juanoto Berardi, y a Cristóbal Colón, en los momentos en que éstos llevaban a cabo la organización del primer viaje a las Indias, que tendría lugar en 1492.

Sus viajes

En la introducción de la Lettera, carta supuestamente dirigida a Pier Soderini, Amerigo Vespucci expone las razones por las que se puso a “descubrir”: “Decidí abandonar el comercio y poner mi propósito en cosas más laudables y firmes”. De ahí que se dispusiera a “ver parte del mundo y sus maravillas”. La oportunidad le vino con un viaje preparado por Fernando de Castilla (sic.) , el cual había de mandar cuatro naves a descubrir nuevas tierras a Occidente. Esta expedición partiría de Cádiz el 10 de mayo de 1497. Aquí comienza el relato de un despropósito: la “duda metódica”, por parte de no pocos expertos, de todos y cada uno de los viajes de Vespucci.

Su primer viaje, bajo bandera española, que sólo aparece en la Lettera, deja entrever que recorrió el “continente” desde los 10-16º de latitud Norte hasta el cabo Hatteras, en los Estados Unidos. Habría explorado todo el golfo de México, descubierto la boca del Mississipí, y costeado la península de Florida (quince años antes de su supuesto “descubrimiento” por parte de Ponce de León). En el segundo (en 1499), también bajo la enseña de España, habría recorrido la costa norte del Brasil, las Guayanas, y la tierra firme de Paria. En el tercero (de 1501), ya bajo las órdenes de Portugal, habría costeado el litoral atlántico americano desde el paralelo 5 º S hasta 50 º S. Habría descubierto el Río de la Plata, y avistado las islas Malvinas. El cuarto (de 1503), del que sólo se habla en la Lettera (como en el caso del primer viaje), acabaría de forma desastrosa; según Vespucci, por culpa de su capitán portugués (presumiblemente, Gonzalo Coelho).

Si bien en la Lettera Vespucci habla de cuatro viajes (los dos primeros por mandato de Fernando de Castilla [sic.], y los dos últimos por orden de Manuel de Portugal), buena parte de los expertos los reducen a dos: el segundo de España (de 1499) y el primero de Portugal (de 1501). Por lo que se refiere al primer viaje, según se afirma, unos documentos del Libro de Gastos de la Armada parecen indicar que entre los años 1497 y 1498 Vespucci habría estado muy ocupado en los preparativos del tercer viaje de Colón a las Indias, lo que le haría imposible enrolarse en dicha expedición, si es que existió.

Polémicas y contradicciones

Aun en el caso de que la Lettera fuese un documento cuajado de exageraciones y falsedades (en palabras de Martín Fernández de Navarrete), la aceptación del segundo viaje bajo pabellón español, y del primero bajo bandera portuguesa, le haría acreedor de no pocos méritos: daría nombre a Venezuela (por la existencia de palafitos, formando conjuntos que le recordaban a esta ciudad italiana), descubriría la boca del Amazonas, y alcanzaría el Río de la Plata y la Patagonia. Y según algunos, sería el primer europeo en pisar tierra firme de América. Este último es un punto muy problemático: todo indica que Colón y Pedro Álvarez Cabral (según Navarrete), y también Juan Caboto (que desembarcó en Cabo Bretón, actual Canadá, en junio de 1497), le habrían precedido.

Navarrete, en su artículo “Noticias exactas de Américo Vespucio”, aludiendo a los “pleitos colombinos” que tuvieron lugar entre los años 1508 y 1527, da fe de una declaración de Alonso de Ojeda, el cual afirma que en el viaje que tuvo lugar en 1499 “trujo consigo a Juan de la Cosa, piloto, e Amérigo Vespuche e otros pilotos”. Con ello, se le declara “piloto”, es decir, una pieza importante de la expedición.

Navarrete reconoce asimismo que Vespucci navegó bajo pabellón portugués: “De estas declaraciones [se refiere en concreto a las de Nuño García, o a las de Sebastián Caboto] se deduce que Américo navegó por la costa del Brasil..., como invividuo subalterno del equipaje o tripulación de algunas de las naos portuguesas que, desde 1501 a 1504, fueron despachadas desde Lisboa”. De acuerdo a la Lettera, en su tercer viaje Vespucci comandaría por primera –y única- vez una flota, desde febrero de 1502 hasta su regreso a Portugal, en septiembre de ese mismo año.

Navarrete destaca cómo en los archivos del país luso no hay información sobre Amerigo Vespucci, según asegura el archivero mayor del reino, el vizconde de Santarem, en una carta fechada el 15 de julio de 1826. Los escépticos sobre el auténtico protagonismo de Vespucci en los primeros “descubrimientos” de las Indias se fundamentan en detalles como éstos, o en determinados errores o inexactitudes de sus escritos (sus cartas).

A este respecto, cabe hacer dos consideraciones. En primer lugar, estos “errores” no son inusuales en los relatos de los navegantes de su tiempo; si Vespucci los cometió, Cristóbal Colón también, como sabe muy bien quien haya leído sus cuadernos de viajes (se podrían tratar de simples fallos de memoria, o lapsus). En segundo lugar, es bien sabido que el cargo de piloto tenía entre sus principales responsabilidades la de “preservar los secretos” por lo que se refiere a la navegación marítima. Cualquier indiscreción (o filtración) estaba penada con la muerte.

Podemos ver un indicio de este imperativo en un párrafo del Mundus Novus de Vespucci, en el que escribe: “Las otras dos jornadas [los dos viajes que Vespucci realizó para España] para mi fuero interno me las reservo”. Una de las maneras de preservar este secreto es, no sólo ocultar información, sino también alterarla. Ello es ostensible en su trabajo como cartógrafo.

Vespucci, cartógrafo

En el opúsculo conocido como Quattuor Americi navigationes, publicado en 25 de abril de 1507 en Saint Dié (Lorena, Francia), el humanista y cartógrafo alemán Martin Waldseemüller dibuja el retrato de lo que parece un anciano barbudo, sobre el mapa del Nuevo Mundo. Éste es Amerigo Vespucci. Aparentemente no se le conocen más vínculos con la cartografía. No se ha conservado ningún mapa manuscrito que se le pueda atribuir a él (excepto quizás, el Kunstmann II, de 1502, de acuerdo a Roberto Levillier).

Ello no obstante, en su carta del año 1500 (dirigida a Pier Francesco de Medici, alusiva a su segundo viaje con bandera de España), asegura que enviará “dos figuras con la descripción del mundo hechas y preparadas con mis propias manos y saber”. Y Añade: “serán un mapa de figura plana y un mapamundi de cuerpo esférico”. Sobre este último afirma que ya hizo uno para sus Altezas los Reyes Católicos. Sin duda hemos de dar crédito a esta afirmación, pues en la Corte se le consideraba “perito en el arte de navegar”. En una carta a su hijo Diego, fechada el 5 de febrero de 1505, Cristóbal Colón dice que Vespuchy (así lo llama él) ha sido llamado en la Corte para ser consultado sobre temas de navegación.

Si bien no se han conservado cartas náuticas originales de Vespucci, numerosos autores reconocen que los mapas de las Indias de los primeros años del siglo XVI se elaboran a partir de materiales aportados –de forma directa o indirecta- por el navegante florentino. Así, de acuerdo a Roberto Levillier, el portulano portugués de Cantino (de 1502), así como el de Caverio (del mismo año) no se explica sin el viaje de 1497 de Solís-Vespucci. Ello es constatable en la presencia, en el extremo oriental del Golfo de México, de una península que no puede ser otra que Florida (supuestamente recorrida por Vespucci en su primer viaje), diez años antes de su supuesto descubrimiento por parte de Ponce de León.

Los mapas de Cantino y de Caverio plasman a su vez el tercer viaje de Vespucci, lo que es ostensible por la representación de la costa oriental del Brasil. Según algunos autores, el famoso mapa de Piri Reis (de 1513) sería una prueba clara de este trayecto, tal como es descrito en la Lettera. Aquí vemos un archipiélago que tiene semejanza con las islas Malvinas, así como el perfil del río de la Plata, y quizás el angosto paso del Estrecho de Magallanes.

Alberto Magnaghi (Amerigo Vespucci, studio critico, 1924) asegura que, a partir de las cartas de Vespucci correspondientes a los primeros años del siglo XVI, vemos dibujada la costa de Sudamérica en líneas casi netas y exactas. En cambio, para tener una visión aproximada del Golfo de México hemos de esperar a la carta de Weimar de 1527. Ello da idea de su competencia como cartógrafo.

La no presencia del golfo de México en los mapas portugueses de Vespucci se explicaría por su obligación de guardar el secreto de sus expediciones bajo pabellón español (véase más arriba). El mapa de Juan de la Cosa (de 1500), en cambio, sí lo representa. Y no olvidemos que este navegante español fue compañero de Vespucci en su segundo viaje (la expedición de Alonso de Ojeda de 1499).

Su labor como astrónomo

Vespucci es reconocido por sus aportaciones en el campo de la astronomía náutica. No en vano, desarrolló un método útil para determinar con mayor precisión la longitud (la posición en el paralelo) a través del estudio de los ciclos lunares y de las conjunciones planetarias. Así, en la carta de 1501, escribe: “La longitud es cosa más difícil, que por pocos se puede conocer, salvo por quien mucho vela, y observa la conjunción de la Luna con los planetas. Por causa de la dicha longitud he perdido yo mucho sueño, y he abreviado mi vida diez años; y todo lo tengo por bien empleado, porque espero alcanzar fama por largo tiempo, si vuelvo con salud de este viaje”.

Esta competencia como astrónomo resultó ser enormemente útil y productiva. En el Mundus Novus escribe sobre los comienzos de su tercer viaje (de 1501): “Si los compañeros no hubiesen reconocido mi ánimo y que me era conocida la cosmografía, no había piloto o verdadero guía de la navegación, que a 500 leguas supiéramos dónde estábamos. Pues íbamos extraviados y errantes, y los instrumentos únicamente nos señalaban con exactitud la verdad de los altos cuerpos celeste [la latitud]: y éstos eran el cuadrante y el astrolabio como todos sabemos”.

Sus saberes astronómicos los plasmó en un libro de las estrellas australes, que según parece prestó al rey de Portugal. En la carta de 1502 afirma: “El polo del mediodía [austral] estaba arriba de mi horizonte 50 grados... Y navegamos cuatro meses y 27 días que nunca vimos el polo ártico [la estrella polar], ni la Osa Mayor, o Menor; por el contrario, se me descubrieron por la parte del mediodía muchos cuerpos de estrellas muy claras, las cuales están siempre ocultas a los del septentrión”. Entre ellas describe la Cruz del Sur y el Triangulum Australis.

Un Mundo Nuevo

Hasta su tercer viaje Vespucci creía en la tesis de Colón: las Indias por él “descubiertas” no eran más que una prolongación del continente asiático. En su carta de 1500 afirma que su intención, a la salida de su segundo viaje (de 1499), era alcanzar al cabo de Cattegara, unido al Sino Magno descrito por Toscanelli. Ello demuestra que, al menos hasta el año 1500, Vespucci tenía una concepción idéntica a la de Colón por lo que se refiere a las Indias.

Pero tras su tercer viaje todo cambió. Su llegada al grado 50 de latitud Sur le convenció de que las supuestas Indias de Colón eran en realidad un continente nuevo. De ahí que en su Mundus Novus escribiera: “En aquella parte meridional yo he descubierto el continente habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, o Asia, o bien África”.

De este modo, debía existir otro océano, que separase el Nuevo Mundo descrito por Vespucci del auténtico continente asiático. Los mapas entre los años 1502 a 1507 ya plasman este “mar océano” (el actual Océano Pacífico), que anticipara el navegante florentino. En 1505 el rey Fernando de Aragón preparó una expedición, comandada por Vespucci y Vicente Yáñez Pinzón, cuyo objetivo era encontrar un paso meridional para alcanzar la Especiería (Asia). Dicho viaje, que habría de tener lugar en febrero de 1507, finalmente no se realizó.

Éste es el principal mérito de Vespucci: comprender, merced a su larga travesía por la costa oriental de América en su tercer viaje, que había descubierto un nuevo continente, al que él puso –simplemente- el nombre de Nuevo Mundo. Serían otros, en concreto los cartógrafos y sabios del Gymnasium Vosgianum, organizado y financiado por el rey de Provenza Renato II de Anjou, los que en el año 1507 bautizarían el nuevo continente con el nombre de la primera persona que comprendió que no se trataba de una prolongación de Asia, sino de un mundo nuevo: Amerigo Vespucci. Y lo hicieron, en parte, no sólo por la notoriedad del navegante florentino, sino por la “eufonía” del nombre.

Existe una encendida polémica acerca de si Amerigo Vespucci fue responsable de esta denominación, a través de una supuesta carta –no acreditada- a Renato II de Anjou. Esta epístola era en realidad la Lettera de Vespucci enviada a su compañero de estudios Piero Soderini, gonfaloniero de Florencia. Cómo llegó ésta a René II es algo que se ignora. En todo caso, cabe descartar que Vespucci tuviera algo que ver con dicho envío.

El que asumiera el nombre América de buen grado es otro asunto. No en vano, Vicente D. Sierra “denuncia” cómo Vespucci aceptó que las cartas de navegación que la Casa de Contratación de Sevilla entregaba a los navegantes tuviera la leyenda Terra di Ameriques (curiosa mezcla de catalán e italiano). Tal vez sea éste el origen de la usurpación que se le atribuye (pretender otorgarse el mérito del descubrimiento). En todo caso, ello no deja de ser una mera anécdota.

Si bien en la edición de 1513 del mapa de Waldseemüller se sustituye el nombre América por el de Terra Incognita, la semilla plantada por este cartógrafo de Saint Dié, no dejaría de dar fruto. América se añadiría al resto de los continentes –reales o imaginarios- que cumplen la regla no escrita de la doble A: Æuropa (así se llamaba originalmente), Asia, África, Australia, Antártida, o Atlántida.

Un tal Despuche

Stefan Sweig, en su célebre biografía de Amerigo Vespucci, escribe en el primer párrafo del capítulo quinto: “Año 1512... Llevan a enterrar a un funcionario del rey, al piloto mayor de la Casa de Contratación, un tal Despuchy, o Vespuche”. Éste es uno de los grandes enigmas que rodean al navegante florentino. En la colección de Viajes y Descubrimientos de Fernando de Navarrete, éste recoge una serie de documentos “pertenecientes a Américo Vespucio” en el que su nombre aparece repetidamente bajo la forma Despuche: Amérigo De Espuche (cédula de abril del 1505), o Amérigo Despuchi (título de Piloto Mayor de agosto de 1508). Consuelo Varela, en su libro Colón y los florentinos, nos informa de que en el testamento de Vespucci (del 9 de abril de 1511), se lo llama “Americo D’Espuchi, florentín, piloto mayor de España”.

Este hecho no tendría mayor trascendencia, si no fuera porque el escudo de armas de los Despuig catalanes tiene un elemento en común con el de los Vespucci de Florencia: unos insectos que muy bien podrían ser avispas. Y además, éstas vienen acompañadas por la flor de lis, símbolo distintivo de Florencia.

A fines del siglo XVIII el cardenal Antoni Despuig i Dameto era propietario de una carta náutica, de Gabriel de Vallseca, datada en el año 1439. En el reverso encontramos el siguiente mensaje, de puño y letra de Amerigo Vespucci: “Questa amplia pelle de geografia fu pagata di Amerigho Vespucci CXXX ducati di oro di marco”. En 1838 este mapa se enseñaba como reliquia en la biblioteca del conde de Montenegro, en Mallorca, donde fue admirado por George Sand, según hace constar en su libro Un hiver à Majorque. En la actualidad se halla en el Museo Marítimo de Barcelona.

¿Es sólo casualidad que Amerigo Vespucci firmase como Despuchi, que los Despuig de Barcelona tuviesen en su blasón lo que parecen unas avispas, y que una carta náutica adquirida por el florentino fuese a parar al patrimonio de un Despuig? Tal vez sí, pero en cualquier caso sería conveniente averiguar si podría existir un vínculo genealógico entre los Despuig catalanes y los Vespucci italianos.

El mapa perdido de Leonardo da Vinci

En un artículo publicado en Londres, en 1865, por Richard Henry Major, titulado Memoir of a Mappemonde by Leonardo Da Vinci, being the Earliest Map hitherto Known containing the Name of America (Memoria de un mapamundi de Leonardo Da Vinci, el más temprano en el que aparece el nombre de América), el citado autor da a conocer un mapa de la colección Windsor (232 b y 233 a), atribuido a Leonardo da Vinci, del cual se ignoraba su existencia con anterioridad.

Éste no es un documento ajeno a la obra de Leonardo, pues el pintor florentino alude a su mapamundi en dos ocasiones: en un listado de objetos (Br. M. 191 a), en el que escribe “Mappamondo de Benci”; y en el Códice Atlántico (118 a), en el que anota “El mio mappamondo che à Giovanni Benci”. Ello no tendría nada de especial, a no ser por dos motivos: 1) el Nuevo Mundo aparece con la denominación de América; 2) este continente está separado de Asia. Hay otro aspecto que lo hace peculiar: tiene muchos elementos comunes con el mapa de Cantino (datado en 1502), lo que lo convertiría en un ejemplo de cartografía del Nuevo Mundo de los primeros años del siglo XVI.

Ello lo haría anterior al primer mapa con la denominación América: el de Waldseemüller de 1507. Hay sin embargo dos aspectos que parecen desmentir esta posibilidad: encontramos el topónimo “Cananea”, empleado por cartas náuticas de la segunda mitad de la década de los 1510 (Kunstmann III, Maggiolo, Reinel); y asimismo hallamos el nombre de Terra Florida, que supuestamente deriva de la expedición de Ponce de León de 1512. A ello habría que objetar que numerosos mapas de principios del siglo XVI usan la variante Cananor, de la que sin duda derivaría el nombre de Cananea; y que la Tierra Florida de Leonardo podría tratarse, en realidad, de la isla de Flores, en las Azores. Sea como sea, en el año 1515 (fecha en la que se suele datar el mapa de Leonardo) se sabía perfectamente que la Florida es una península, no una isla.

El mapa de Leonardo parece demasiado primitivo para poder ser datado en la segunda década del siglo XVI. Por sus características parece contemporáneo al de Cantino y Caverio, ambos del año 1502. Pero dado que la Florida no aparece como península, sino como isla, se podría afirmar que es incluso anterior a los mapas portugueses antes citados.

¿De qué modo Leonardo pudo conseguir esta información cartográfica de Vespucci? La respuesta la podemos hallar en la segunda edición de las Vidas de Vasari, del año 1568: “De esta suerte [Leonardo] realizó numerosas cabezas de mujer y de hombre, muchos de cuyos dibujos, hechos a pluma de su mano, se hallan en mi poder, en nuestro libro de dibujos, tantas veces citado, como aquella de Américo Vespucio, una bellísima cabeza de anciano, dibujada a cartón”. En el cuadro conocido como la Virgen del Buen Aire, de Alejo Fernández, vemos a Vespucci con una larga barba y un aspecto envejecido que muy bien podría justificar la descripción de Vasari.

El único problema es que en esos tiempos Vespucci residía en España. ¿Cómo pudo haber pintado Leonardo su retrato? Algunos expertos (Jean Paul Richter, Germán Arciniegas, Charles Nichols) consideran, por ello, que el retratado sería, en realidad, el abuelo del navegante florentino, también llamado Amerigo. Pero no podemos descartar que Leonardo pudiera haber conocido a su viejo amigo (el mismo que le regaló un libro de geometría) en España, en algún momento del año 1504. Ello no es imposible: el Anónimo Gaddiano, datado en el año 1540, dice de Leonardo que hizo un viaje “a Francia y a otros lugares” tras su colaboración con César Borgia. Ello tendría lugar hacia 1504, cuando Vespucci volvía de su cuarto viaje.

Una última cosa. Vespucci señala a un Giuliano de Bartolomeo del Giocondo como su contacto con el rey de Portugal en Sevilla. Y a un Iocondus como el traductor de la Lettera al latín. Richard Henry Major, en el artículo antes mencionado, especula con la posibilidad de que ambos Giocondo estén emparentados entre sí, así como con Francesco Bartolomeo del Giocondo, el marido de la Gioconda. ¿Otro vínculo entre los dos ilustres florentinos: Leonardo y Amerigo Vespucci?

Vespucci en España. Crónica de sus últimos años

Vespucci debió de ofrecer un buen servicio a la Corona española. Lo demuestra la carta de naturalización (de ciudadanía) otorgada el 24 de abril al navegante florentino. Así como su grado de capitán (con salario de 30.000 maravedís), mencionado en un libro de gastos del año 1507. Y su nombramiento como Piloto Mayor de Castilla del 22 de marzo del 1508, dependiente de la recientemente creada Casa de Contratación de Sevilla.

Vespucci tenía buena reputación en España porque era experto en cosmografía y náutica; en concreto, en el uso del cuadrante y del astrolabio. En un edicto del 6 de agosto de 1508 se especifica ésta y otras responsabilidades entre sus funciones como Piloto Mayor. Además, tras su paso por Portugal, debió ser una fuente importante de información acerca de los avances del país vecino en materia de navegación (no se puede descartar que, como otros personajes de su tiempo, ejerciera el papel de espía).

Vespucci fue buen amigo de Cristóbal Colón, hasta la muerte de éste en 1506. En la carta de Colón a su hijo Diego aquél dice de Vespucci que “es hombre de bien. La suerte le ha sido esquiva, como a tantos otros. Sus desvelos no le han traído el beneficio que podía esperar, con razón”. Germán Arciniegas, en su libro Amerigo y el Nuevo Mundo, afirma que Colón y Vespucci fueron, desde el año 1492 –en que se conocerían- hasta la muerte del –supuesto- genovés, dos amigos constantes: “Jamás entre ellos existió sombra de rivalidad, ni los herederos directos de Colón nunca hicieron la más leve alusión contra el florentino”.

Vicente D. Sierra, en su obra Amerigo Vespucci, el enigma de la Historia de América, se extraña de que Fernando Colón, hijo de Cristóbal (y su principal biógrafo), que poseía en su biblioteca la Cosmographie de Waldseemüller (de 1507), así como una versión latina de la Lettera, no se hubiera quejado del supuesto “robo” del florentino a su padre. A este respecto, Bartolomé de las Casas escribe: “Maravíllome yo, de don Hernando Colón, hijo del mismo almirante, que siendo persona de muy buen ingenio y prudencia y teniendo en su poder las mismas navegaciones de Amerigo, como lo sé yo, no advirtió este hurto y usurpación que Amerigo Vespucci hizo a su padre”.

En definitiva, después de estas consideraciones, cabe preguntarse: si Vespucci fue un impostor, ¿a qué se deben tantos honores, como le fueron conferidos en la última etapa de su vida, e incluso tras su muerte, por la Corona de España? Si Vespucci usurpó la primacía del descubrimiento colombino, ¿cómo ni Cristóbal Colón, ni su hijo Fernando, ni el resto de su familia, alzaron la voz contra él? Si él no efectuó los viajes que dice que realizó, ¿quién dibujó los mapas que entre los años 1502 y 1513 describen sus supuestas exploraciones, desde la península de Florida hasta la Patagonia argentina?

Tal vez, tras 500 años de reproches, la Historia rehabilite al insigne navegante y cosmógrafo florentino Amerigo Vespucci.

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