ANOMALÍAS HISTÓRICAS (3)

 

UN PAPEL NADA CLARO

 

            En este artículo pretendemos demostrar que la versión oficial acerca del origen de la civilización en América se contradice, no sólo con los resultados de la mitología comparada, sino también con el estudio de las costumbres y de los modos de vida de los pueblos de ambos lados del Pacífico. ¿Por qué nos referimos a este último océano, y no a otro? Porque la mayor parte de las evidencias apuntan a una relación de parentesco (posiblemente muy lejano) de América con los pueblos del Sudeste Asiático.

            Para demostrar esta aseveración efectuaremos un repaso de cinco "marcadores culturales" que caracterizan tanto a los pueblos mesoamericanos como a los habitantes del este del continente asiático: el papel, la cerbatana, el boomerang, el juego conocido como "parchís", y el motivo mitológico denominado "el conejo en la Luna".

            La "sabiduría convencional" establece que el papel fue inventado en el año 105 de nuestra era por un cortesano chino llamado T'sai Lun. Al descubrir trozos de trapos podridos y de corteza de árbol flotando en el agua, los recogió, los secó, y escribió sobre ellos. Posteriormente creó una pulpa remojada a base de trapos, cáñamo, corteza de morera y redes de pescador, la extendió sobre un tamiz, la secó, y la superficie lisa resultante resultó ser el papel. Éste sería "oficialmente" el origen de este útil invento. Pero en realidad, el papel se usaba ya en China desde antiguo (según se dice, dos siglos antes de su supuesto descubrimiento por el observador cortesano chino), sustituyendo a las dos superficies de escritura tradicionales: la madera y la seda.

            Ahora se sabe que los chinos no fueron los primeros en inventar el papel: en las islas Célebes de Indonesia se han encontrado utensilios para su fabricación, y restos de paño y de papel realizados a base de corteza de árbol, con una antigüedad de 4.000 años. En México el papel está datado hacia el 1000 aC.

            Pero eso no es lo más importante. El antropólogo Paul Tolstoy ha revelado, con su estudio comparativo del proceso de fabricación del papel en las islas Célebes y en el antiguo México, que no sólo el procedimiento, sino también los utensilios, tienen abundantes correspondencias: de las 119 características de la fabricación del papel, ambos entornos culturales comparten 92. Es más, de las 59 tradiciones (de diferentes sociedades) que él estudió, sólo las de Célebes y México tienen coincidencias significativas.

            Expondremos varios ejemplos: en ambos lugares los fabricantes de papel hierven la corteza en una mezcla alcalina de agua y de cenizas de madera; ambas culturas utilizan, para el batido, unas raquetas de piedra (atravesadas por unos surcos) con mangos flexibles; asimismo, emplean unos tableros especiales idénticos para batir la corteza, etc.

            Como ya hemos dicho, otra coincidencia significativa entre el entorno cultural indonesio y el amerindio es el uso de la cerbatana. Y en ambos lados del Pacífico su diseño es tan similar, que esta circunstancia no parece en absoluto fruto del azar. Un geógrafo llamado Stephen C. Jett ha estudiado cientos de informes elaborados por exploradores y antropólogos, en relación a este silencioso instrumento de muerte. El citado estudioso averiguó que de 59 características fundamentales que definen su construcción, un 86 por ciento son comunes en Indonesia y Sudamérica. Entre ellas: mirillas para dirigir certeramente el disparo; motivos decorativos, boquillas para encauzar el aire, venenos provenientes de la savia de ciertos árboles, etc.

            No sólo la cerbatana, sino también el boomerang podría demostrar un antiguo vínculo entre ambas orillas del Pacífico (y del Atlántico). Contra lo que se acostumbra a pensar, no sólo en Australia, sino también en Egipto, Dinamarca y América, se han encontrado restos de este antiguo instrumento de caza (y en ciertos casos, también de entretenimiento). En Little Salt Spring (Florida, Estados Unidos) se han exhumado restos de un boomerang de madera de roble datado en torno al 10000 aC. Un modelo idéntico al hallado en Florida ha sido probado con éxito, lo que demostraría que se trataba realmente de un boomerang.

            El parchís deriva del juego de la India llamado "pachisi", jugado por cuatro jugadores en un tablero con forma de cruz. Para ello se empleaban dados o conchas, con el fin de determinar cada movimiento. En Birmania, donde también era jugado, llegó a tener un carácter religioso. Lo mismo sucedió en México con el juego conocido como "patolli". Éste, como en la India, consistía en un tablero en forma de cruz. Los participantes utilizaban alubias marcadas a modo de dados para determinar el progreso de seis marcadores coloreados por las casillas del tablero. Entre los aztecas era común hacer fuertes apuestas (joyas, tierras, casas, los hijos y hasta la propia libertad) como expresión de su fe. El resultado del juego, como entre los primitivos hebreos (que hacían uso de unas piezas de adivinación llamadas "umim y tummim"), expresaba el estado de gracia o de desfavor del jugador ante los dioses. El ganador se aseguraba la firme convicción de una vida de prosperidad futura; el perdedor estaba abocado a la desesperación, e incluso a la muerte.

            Por último el motivo de "El conejo en la Luna" es asimismo común en el Nuevo y en el Viejo Mundo. En ambas orillas del Pacífico (tanto en la China y en la India, como entre los mayas y los aztecas) se ve en las manchas de nuestro satélite la figura de un conejo; si se considera con atención, no hay nada más arbitrario que esta creencia. Y no sólo esto, en ambas tradiciones culturales el conejo está asociado a las bebidas intoxicadoras y a las drogas: en China existen imágenes en las que aparecen liebres moliendo setas empleadas como drogas ceremoniales; en India, el dios de la Luna (Soma) era el patrón de los licores y de las drogas; entre los aztecas, la diosa de la Luna (Mayauel) era la patrona de los beodos y, significativamente, presidía sobre el día Tochtli (conejo), el octavo día del mes azteca.

            En definitiva, una vez más todo apunta a la existencia de contactos entre ambos lados del Pacífico. Y dada la gran antigüedad de rasgos culturales amerindios tales como la cerbatana (más de 6.000 años), dichos contactos debieron ser extremadamente lejanos en el tiempo. La "sabiduría convencional" dista mucho de poder resolver este problema histórico.

           

EL RASTRO DEL DINGO

 

Después de la última era glacial, un grupo humano trasladó el dingo a Australia, y posiblemente también una nueva cultura lítica: la cultura de los microlitos. El dingo es un tipo de perro salvaje, aunque claramente identificable como un perro común (es decir, pertenece a la especie Canis familiaris). Sus características físicas no difieren en mucho de las de otras razas caninas, y todo parece indicar que ha conservado algunos de los rasgos que distinguirían al "perro primitivo": tiene una tamaño medio (es más pequeño que el lobo, pero más grande que el chacal), su pelo es generalmente rojizo, tiene las orejas enhiestas, y lleva la cola colgando (aunque en ocasiones también levantada).

            ¿Cómo podemos estar seguros de que el dingo penetró en Australia después de la última glaciación? La evidencia es concluyente: encontramos dingos en todo el continente australiano, pero no en Kangoroo Island ni en Tasmania. Dado que estos territorios estuvieron unidos a la isla-continente durante la última glaciación, de ahí concluimos que el dingo fue introducido en una época posterior: es decir, tiene carácter post-diluviano. El dingo llegó a Australia, con toda seguridad, a bordo de un barco, lo que implica que este animal ya había sido domesticado. Su carácter salvaje debió ser adquirido después, al disponer ante sí de todo un continente lleno de comida abundante, sin estar constreñido por otros competidores naturales.

            Según Frederick E. Zeuner, en "A History of Domesticated Animals" (1963), el dingo, así como el perro "pariah" de la India, serían los ancestros de todos los perros domésticos. El perro "pariah" lo encontramos en buena parte de Eurasia: desde los Balcanes, hasta Java y Japón. Tanto el perro "pariah" como el dingo se caracterizan por ser relativamente constantes en su fisonomía y carácter, a pesar de las numerosas oportunidades que han tenido de cruzarse con otras razas de perros o de lobos. Esta característica, así como la distribución prácticamente universal de razas afines, los convierte en los "abuelos" de todas las razas caninas existentes.

            Pero, por supuesto, los dingos y los perros "pariah" deben tener un ancestro común todavía más antiguo. Éste ha sido identificado como el lobo indio (Canis lupus pallipes), que no aúlla, y ladra ocasionalmente como un perro. Según los expertos, éste es el mejor candidato a ser el "bisabuelo" de todos los perros, pues si se cría siendo un cachorro, es fácilmente domesticado. Curiosamente, el dingo (así como otras razas africanas) no ladra; por lo tanto, aunque se trataría de una raza emparentada con el lobo indio, entre éste y el dingo debe existir una cierta distancia temporal y adaptativa (¿inducida por el hombre?)

            Antes decíamos que especies afines al dingo las encontramos en prácticamente todo el mundo. Como hemos adelantado, el perro "pariah" euroasiático tiene muchas cosas en común con él, así como el perro "basenji" del Congo. Incluso los perros de América (tanto en Sudamérica, en México, como en el Ártico) serían variedades de un ancestro común de la familia "pariah". Un mismo ancestro canino en todo el mundo implica necesariamente una difusión desde un punto de origen: aquél de donde procede el "abuelo" del perro domesticado. 

 

 

Cráneo del perro de Senckenberg (izquierda) comparado con el de un dingo moderno (derecha).

 

            Pero no sólo en América, África y el Extremo Oriente cabe encontrar razas caninas emparentadas con el dingo: en Senckenberg bog (Frankfurt del Main, Alemania) se ha hallado el cráneo de un perro, datado hacia el 9000 aC., que, como podemos observar a partir de la figura, es idéntico al de un dingo. Este perro ha sido asociado a la variedad conocida como Canis familiaris potutiatini, siendo, como indica F.E. Zeuner, "el perro domesticado más antiguo conocido". También están emparentados al dingo o al perro "pariah": el galgo que habita en Egipto, España y las islas Canarias; el llamado "perro domesticado de Anau" (Turquestán), y otros encontrados en el valle del Indo, Java y Japón.

            En definitiva, tal como afirma F.E. Zeuner: "La posibilidad de una forma original al estilo del dingo, actualmente absorbida en el stock domesticado, no puede ser excluida, pero tal forma habría sido extremadamente cercana al lobo indio. En cualquier caso, los perros mesolíticos del norte de Europa eran todavía un stock introducido de la forma dingo (C.f.poutiatini)". Según este mismo autor, tanto los actuales perros pastores como los galgos egipcios derivan de la forma poutiatini, que incluye el dingo y el "pariah".

            ¿A qué grupo humano hemos de atribuir la introducción del perro al estilo del dingo, o del perro "pariah", en prácticamente los cinco continentes? Estamos convencidos de que, fuera el que fuera, pudo ser el mismo que introdujo el perro en América (cuyas razas, como hemos visto, están emparentadas al perro "pariah"), e importó de este continente, con destino al Sudeste de Asia, productos vegetales tales como el maíz, el boniato, el tabaco, el tomate y la calabaza, ¡quizás miles de años antes de la llegada de Colón a América!

 

¿QUÉ LENGUA HABLABAN LOS ÍBEROS?

 

      "¿Está el idioma vasco relacionado con otras lenguas, vivas o muertas? No, no lo está; al menos, no de forma que pueda ser discernible. Por más de una centuria, numerosos entusiastas buscadores de remotas relaciones con otras lenguas han tratado de relacionar el vasco con casi todas las lenguas del Viejo Mundo, y con muchas del Nuevo. A pesar de sus pretensiones de éxito, ninguna de ellas podría superar siquiera el más superficial escrutinio.

      ... Aparte del aquitano, no hay la menor evidencia que relacione el vasco con otro lenguaje, vivo o muerto, y la gente que diga lo contrario fantasea".

 

            Así de contundente es el comentario de un defensor de la opinión ortodoxa acerca de los orígenes de la lengua vasca. Como vemos, ésta lo liga a un idioma del suroeste de Francia llamado aquitano. Según dicha tesis, los vascos no serían más que un contingente de población aquitano que se habría desplazado a la zona que actualmente ocupan, tras el colapso del poder romano en el área. ("Vasconia" derivaría del aquitano "Gascuña".)

            Pero ésta no es la única hipótesis. Hay quien opina que los vascos son descendientes del hombre de Cromagnon, que habitaba Europa antes de la llegada de los indoeuropeos. Luigi Luca Cavalli-Sforza ("Genes, pueblos y lenguas", 1997) es de los que piensan que los vascos son los descendientes de los artistas que pintaron Altamira y Lascaux, hace unos 15.000 años:

 

"Es muy probable que los vascos sean descendientes directos de los paleolíticos (y de sus sucesores mesolíticos) que vivían en el sudoeste de Francia y en el norte de España antes de que llegasen los neolíticos".

 

Pero a pesar de que se mezclaron (hasta cierto punto) con estos últimos, supieron conservar su lengua, que era la lengua propia de los cromañones:

 

"Me parece muy verosímil la hipótesis según la cual la lengua vasca provenga de las lenguas habladas por los primeros humanos modernos de Cromagnon (hace 35.000 ó 40.000 años), cuando ocuparon por primera vez la parte sudoriental de Francia y la parte nordoriental de España, y que los grandes artistas de las cuevas que hay en la región hablasen la lengua derivada de los primeros europeos, de donde proviene el vasco moderno".

 

Mark Kurlansky añade a este razonamiento que los vascos compartirían ciertas características físicas de los cro-mañones, a diferencia de españoles y franceses: son más grandes, tienen más pecho, así como anchos hombros, y son más fornidos.

La genética parece aportar una prueba a favor del supuesto aislamiento ancestral del pueblo vasco: la forma Rh- (negativo) del gen AB0 es característica de Europa; y a este respecto, el porcentaje más alto lo tienen los vascos. Según Cavalli, su disminución posterior (a un nivel en cualquier caso inferior al 50%) sería atribuible a una mezcla con una población proveniente del Próximo Oriente (con Rh+). Nuevamente, el pueblo vasco se habría convertido en una "isla paleolítica" en el entorno neolítico que lo circundaba. (Significativamente, Escocia -país de los antiguos pictos- tiene niveles de Rh- parecidos a los vascos.)

De modo similar, se suele afirmar que el vasco es un caso único y aislado, una lengua singular que, con los datos disponibles, parece sólo remotamente emparentada con otras lenguas conocidas. Como afirma Mark Kurlansky: "Es una lengua huérfana que ni siquiera pertenece a la familia indoeuropea de lenguajes" ("The Basque History of the World", 1999). Creemos que esta consideración nace de un intento de convertir al pueblo vasco en una especie de "fósil" (o reliquia) de la Edad de Piedra. No en vano, los vasquistas están muy orgullosos de que el término que alude a hacha ("aizkora") contenga una raíz que significa "piedra" (aitz). (En cambio, otros estudiosos consideran que "aizkora" proviene del término latino "asciola".)

(En nuestra opinión, el vasco no tiene en absoluto tal carácter de lengua "huérfana". Nótese: "arktos" [oso, en griego] y "artz" [oso, en vasco]; "arko" [luz, en sánscrito], y "argi" [luz, en vasco]; "gora" [montaña, en eslavo], y "gora" [altura, en vasco].)

Sea como sea, en un punto parece haber acuerdo general: los vascos serían la población más antigua del continente europeo. Sólo por esta razón, sería lógico suponer que su lengua sería la más próxima a la primitiva lengua que se hablaría en Europa antes de la llegada de las invasiones indoeuropeas.

Ya hace mucho que existe una enconada disputa acerca de la filiación entre el vasco y la lengua íbera. A favor de dicho parentesco tenemos los siguientes argumentos:

 

1. La existencia de topónimos ibéricos, extendidos por toda la península, que indudablemente se parecen al vasco: Iliberris (Granada, que equivaldría al vasco "hiri-berri": ciudad nueva); Calagurris (Calahorra, que parece contener el término "gorri": rojo); Egara (Terrassa; ¿de "garai": alto?)...

2. La existencia de palabras homófonas: "egiar" versus "egin" (hacer); "salir" (en monedas de plata) versus "zilar" (plata); "saltu" versus "zaldi" (caballo); "Gizon" (nombre propio) versus "gizon" (hombre); "andere" (haciendo referencia a personas) versus "andere" (mujer); "nescato" versus "neska" (muchacha); Arse(tar) (de Arse, Sagunto), versus "Paris(tar)" (de París)... Se ha llegado incluso a descifrar un fragmento escrito en una vasija de Liria, representando una batalla naval, en el que se lee "cutua teistea" (en vasco "gudu deitzea": o sea, "llamada al combate").

3. El vasco antiguo y el íbero parecen tener la misma estructura silábica. Y no sólo eso: no existe el sonido efe, ni probablemente el sonido pe, ni puede escribirse la secuencia muda+líquida (bri, cla...), por lo que se cree que no existieron dichos sonidos en la lengua íbera. Estos rasgos fónicos son comunes a la lengua vasca (el actual "patxaran" deriva de "basaran"; "foru" deriva del latín "forum").

 

En contra de la posible homología íbero-vasca existe un argumento igualmente poderoso: además del documento de Liria antes reseñado, se afirma que no se ha podido descifrar ni una sola inscripción ibérica a partir de la lengua vasca. Ello indicaría que entre ambas lenguas mediaría un abismo. Se ha llegado a pensar que las posibles similitudes entre la lengua vasca e ibérica puedan deberse a préstamos entre una y otra, atribuibles a razones de vecindad.

Recientemente el autor Jorge Alonso García, en la revista "Selecciones de Misterios de la Arqueología" (número 3) asegura que ha conseguido descifrar la lengua ibérica haciendo uso de la lengua vasca. Para ello habría hecho servir la que sería la piedra de Rosetta de dicho idioma de la Antigüedad: una inscripción bilingüe con la leyenda "Are.Tace.Cen", acompañada del latín "Heic.Est.Sit" (aquí yace enterrado). Se da la circunstancia de que en vasco "aratze cen" significa "aquí yace el difunto" ("eratzan": acostar + "zen": difunto).

Nótense las siguientes traducciones:

 

Lengua ibérica: ISBATARISSEREMEM(>:::|)ERIRIL

Transcripción fonética ibérica: ISBA.TAR.ISSERE.MEN.ER(R)I.(I)RI.(I)L 

Lengua vasca (transcripción del autor): IZPI.TAR.IZAR.MEN.HERRI.HIRI.HIL

Lengua castellana: RAYO.PROCEDENTE.ESTRELLA.POTENCIA.TERRITORIO.CIUDAD.MUERTO

Traducción (propia del autor): "Potente rayo procedente de las estrellas. La ciudad de origen del muerto".

 

Lengua ibérica: GISKER:EGIAR:BANKEBEREIMBAR:BALTUSER:BAN:-

Transcripción fonética ibérica: GIS(A).KER(A).EGIAR:BAN.KE.BEREIM.BAR(I)

Lengua vasca (transcripción de Jorge Alonso): GISA.KERA.EGIAR:BAN.KE.BEREIM.BAR

Lengua castellana: HOMBRE.FORMA DE SER.LA VERDAD:CADA UNO.SIN.MUCHOS.SE DETIENE

 

Transcripción fonética ibérica: BALTU.SER.BAN

Lengua vasca (transcripción de Jorge Alonso): BALTZU.SAR.BAN

Lengua castellana: JUNTOS.SE METE DONDE NADIE LO LLAMA.CADA UNO

 

Traducción (de Jorge Alonso): "La verdad sobre la forma de ser del hombre: Cada uno sin muchos se detiene. Juntos cada uno se mete donde nadie lo llama".

 

Lengua ibérica: (A)RRSKOROITENISUNNAR

Transcripción fonética ibérica: (A)RRS(E).KORO.(O)ITEN.IS.UNNAR

Lengua vasca (transcripción de Jorge Alonso): ARSE.KORO.OITIN.EZ.UNAR-ATU

Lengua castellana: ARSE.CONSEJO.OS SUPLICA.NO.CONDUCIR AQUÍ

Traducción (de Jorge Alonso): "El consejo de Arse os suplica no conducir aquí".

 

Lengua ibérica: TAL¿DIBASS(A).BILBIURRSU.DU¿IN.AURRDILEIS.RRLODIRQEI

Lengua vasca (trascripcción propia del autor): TALDE.BASA.BIL-BI.UR(TU).

SU.DUIN.AURKI.LEHIA(TU)...

Lengua castellana: GENTE.SALVAJE.REUNIR-DOS.DESAPARECER.CÓLERA.DIGNO.

CASI SEGURO.ESFORZARSE...

Traducción (propia del autor): [Cuando] la gente salvaje [¿enfurecida?] se reúne de dos en dos [¿a hablar?] desaparece su digna cólera en seguida [si] se esfuerzan...

 

A la vista de ello, queda claro que entre la lengua vasca y la lengua ibérica podrían existir algo más que "coincidencias". Nos interesa resaltar lo siguiente: no nos parece razonable la convicción generalizada acerca de la supuesta "orfandad" de la lengua vasca, tal como refleja las siguientes homologías entre ésta y diversas lenguas célticas:

 

VASCO                        CÉLTICO

 

Mendi (montaña)              Mynydd (Gales), meneth (Cornualles)

Maite (querido)              Maith ("bueno" en Irlanda)

Hartz (oso)                  Art (oso en Irlanda)

Harri (roca, piedra)         Carrac (roca, gran piedra en Irlanda)

Adar (cuerno)                Adarc (cuerno en Irlanda)

Andere (mujer)               Ainder (mujer en Irlanda)

 

            Tales similitudes entre lenguas de poblaciones tan alejadas y aisladas entre sí (vasca e irlandesa) hacen pensar en que dichas homologías (si no son producto de la casualidad, y no creemos que sea el caso) podrían ser consecuencia de un contacto directo entre las poblaciones ibéricas (si es que hablaban una lengua emparentada con el vasco actual) y las célticas en la fachada atlántica europea. Una prueba de tal contacto la podríamos encontrar en la estrecha similitud entre los topónimos IBERIA (España y Portugal) e IVERIU (Irlanda). Y ahora nótese las siguientes homologías entre el vasco y el griego.

 

VASCO                        GRIEGO

 

Hartz (oso)                  Arktos (oso)                

Apar (espuma)                Aphros (espuma)

Zitu (fruto de cosecha)      Sitos (trigo)

Andere [o andre] (mujer)     Andras (masculino)

 

            En el terreno mitológico las coincidencias son también notorias: por ejemplo, en el País Vasco es común la creencia en las "lamias" (en vasco "lamiak"), mujeres malevolentes que encantan y matan jóvenes. Entre los griegos y romanos estos seres fantásticos serían mujeres-demonio que devoraban niños. Pero esta tradición tiene aun un origen más remoto: la diosa Lamastu de la mitología babilónica, que como en el mundo clásico, representaba todos los peligros que acechan a la infancia. Entre los vascos paganos, Mari era un dios que vivía en las cuevas, y que como la Morrigan céltica adoptaba variadas formas.

            Otras lenguas indoeuropeas comparten, como el griego, homologías con la lengua vasca: entre ellas el sánscrito, el gótico, el hitita... Como se ve, todas lenguas extintas o extremadamente antiguas. Ello induce a pensar: a) que el vasco habría compartido con el antiguo indoeuropeo una raíz lingüística común, b) que habrían existido préstamos entre ambas lenguas, o c) que simplemente habría mantenido una relación de vecindad con una lengua que habría aportado vocabulario tanto al vasco como al primitivo indoeuropeo. ¿Cuál sería esta lengua? ¿Tal vez una hipotética lengua pelasga?

            Según Pericot, los íberos pertenecerían a un antiguo tronco africano del cual los bereberes constituirían otra rama. De hecho, es notorio que la onomástica íbera, según algunos especialistas, la encontramos en todo el Mediterráneo occidental (Sicilia, Cerdeña, Córcega e Italia del Sur). Nótese asimismo la distribución por el entorno mediterráneo (y alrededores) de distintas formas del topónimo IBAR:

 

Río Íberus (Georgia).

Río Ibar (Serbia).

Río Íberus (Bulgaria).

Río Íberus (conocido actualmente como Ebro, España).

Hebrón (Israel).

Ibarqaquen (zona montañosa del Suroeste de Marruecos).

Islas Hébridas (Gran Bretaña).

Hibernia / Iveriu (Irlanda).

 

El topónimo Ibar ("ibar" significa "valle" en lengua vasca) es común en el área histórica de influencia lingüística vasca, que se extiende por el Norte de España y el Sudoeste de Francia. Ibar es asimismo una raíz de gentilicio común entre los vascos (Ibarra, Ibarreche). Ibar es por otra parte la raíz del topónimo Iberia y del gentilicio Íberos. Así pues, ¿es descabellado suponer que íberos y vascos podrían estar emparentados o que, incluso, se tratasen de un mismo pueblo?

Aparte de las homologías lingüísticas y toponímicas antes reseñadas, disponemos de abundantes evidencias de la posible existencia de una protolengua pelasga a una escala como mínimo continental:

 

· La raíz BRITA la encontramos repartida por toda Europa: en la Brigit céltica, en la Brigantia gallega (A Coruña), en la Braganza portuguesa, en el Briançon francés, en la Britannia homónima, en la diosa Britomartis cretense, etc.

· Lo mismo se puede decir de la raíz ILI: Iliberris en España (la actual Granada), Iliria en los Balcanes (la posterior Yugoslavia), Ilión (antigua Troya)...

· El sufijo SSOS lo encontramos en todo el área mediterránea: desde Tartessos, hasta Cnossos, pasando por Parnassos.

 

Nótense ciertas similitudes entre las culturas ibérica y etrusca; esta última, según algunos, emparentada a la tartésica (predominante en el área del sur de Portugal y del oeste de Andalucía):

 

· En el sur de España se encuentran topónimos (Tubur, Tarasco, Arnus) idénticos a los de la Toscana, emplazamiento del pueblo etrusco.

      · Homologías en la iconografía ibérica y etrusca: por ejemplo, dioses janiformes (con dos caras, como el Jano itálico), genios alados, culto al huevo y al lobo, etc. (En relación a este último símbolo, nótese que en yacimientos ibéricos se han encontrado capillas y altares dedicados a figuras de perros, incluyendo estatuas de perros-lobos. Asimismo, en la cultura íbera era común el enterramiento de perros.)

 

            Hay un aspecto que diferenciaría a tartésicos y a ibéricos: la lengua. Estrabón afirma que los turdetanos (descendientes de los tartésicos, desaparecidos de la Historia hacia el 500 aC.) no hablaban la misma lengua que el resto de los íberos (no en vano, su alfabeto era también diferente al de los íberos). Ello sería un argumento a favor de la tesis que distingue unos pueblos íberos de origen autóctono (es decir, instalados en la Península Ibérica desde antiguo, y posiblemente descendientes de las culturas de Los Millares y El Argar), y los llegados tras las invasiones de los Pueblos del Mar de finales del II milenio antes de Cristo (los "Thursa", tal como los llamaron los egipcios).

En definitiva: o bien en esa amplia zona se hablaba una única lengua (¿pelasga?), o bien toda ella había sido ocupada por una población de origen ibérico: tal vez, la que habría dado origen al megalitismo de Europa Occidental.

Recordemos: la "ortodoxia" afirma que los vascos fueron influidos por los íberos, población exógena que llegó a la península ibérica proveniente del norte de África, de los que habrían recibido numerosos préstamos lingüisticos. Pero -como los tartésicos, habitantes del suroeste de la península- serían distintos de los segundos. Los vascos continuarían siendo ese residuo paleolítico del que hablamos más arriba.

En cambio, nosotros creemos que los vascos serían en realidad descendientes de la población pelásgica (véase el artículo dedicado a los pelasgos en esta serie) que habitó en Europa antes de la llegada de los indoeuropeos. Dicha población pelásgica sería la responsable de la propagación del megalitismo y de la agricultura en Europa. Su lengua sería tal vez una variante de la lengua que, en esos remotos días, pudo ser hablada en puntos tan lejanos entre sí como Creta, Anatolia, el sureste de España y Palestina. Como hemos visto en otro artículo de esta serie, los íberos (¿y los vascos?) podrían ser parientes lejanos de los hebreos.

 

¿DÓNDE NACIÓ LA ESCRITURA?

 

            Se piensa que en el llamado Creciente Fértil, considerado paradigma del desarrollo de la civilización, todas sus variables fundamentales (agricultura, avances tecnológicos, urbanización, monumentos, estructura política y escritura) seguirían una pauta lógica y necesaria: la agricultura permitiría generar unos excedentes que (merced al estímulo de la especialización y del artesanado) mejorarían el nivel tecnológico. Ello iría acompañado por un incremento y concentración de la población, lo que facilitaría el establecimiento de grandes ciudades. La centralización daría lugar al nacimiento del Estado, y a la implementación de grandes obras hidráulicas y monumentales. Por último, la escritura sería un instrumento importante de cara a inventariar existencias de materias primas o productos, de registrar fórmulas mágicas, o de proclamar las hazañas (o los decretos) del soberano.

            Sin embargo, en otras áreas no se ha seguido esta misma pauta. Por ejemplo, en los Balcanes, al igual que en el Creciente Fértil, existe constancia de poblados agrícolas de enorme antigüedad (en Karanovo, Bulgaria, existe un "tell" de 12 metros de profundidad que acumula los restos de 2.000 años de asentamiento rural) y de un tamaño respetable (de hasta 150 casas). Aquí el trabajo del cobre se inició durante el quinto milenio antes de Cristo. Pero a diferencia de Oriente Medio, no se llegó a formar una sociedad verdaderamente urbana, puesto que (tal vez) la fertilidad del suelo, la abundancia de agua, y el régimen regular de lluvias no lo hacían necesario.

            No por ello dejaron de producirse avances tecnológicos importantes: en la segunda mitad del cuarto milenio aC. la rueda y el carro eran de uso común en los Balcanes (es decir, mucho antes que en Egipto, y poco después que en Mesopotamia). Y lo que es más sorprendente: un sistema de escritura, probablemente de carácter sacerdotal, ya se usaba en el poblado de Tartaria (Rumanía) el 5000 aC., es decir, 2000 años antes que en Sumeria.

            Es tal la perplejidad que ha causado el hallazgo de restos arqueológicos de este tipo miles de años más tempranos que los conocidos hasta hoy, que se ha producido un desconcierto ciertamente llamativo en las últimas ediciones de los libros y los atlas de Historia. Por ejemplo, en la obra "Archaeology of the World" (1999), editada por The Times, se dice en la página 134: "La escritura fue inventada, con el fin de realizar anotaciones comerciales, en Oriente Medio a finales del cuarto milenio aC." Sin embargo, en la página 110 de la misma obra encontramos la ilustración de una inscripción arcaica, con el siguiente texto: "Tableta circular con signos incisos, interpretada como una forma de protoescritura, del emplazamiento arqueológico de Tartaria (Rumanía), c. 5000 aC." (En las figuras 1 y 2 encontramos tanto las primeras inscripciones sumerias, como la tableta con signos inscritos hallada en Tartaria.)

 

 

FIGURA 1: Primeras inscripciones sumerias conocidas hasta la fecha. Fines del IV milenio aC. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FIGURA 2: Tarjetas inscritas del Tell de Tartaria (Rumanía).

 

            En definitiva, nuevos hallazgos arqueológicos han retrasado miles de años en el tiempo la invención de la escritura. Y lo que es más significativo: ha desplazado su origen desde un lugar central en la evolución de la civilización (Mesopotamia), hasta un emplazamiento secundario, e incluso marginal, como son los Balcanes.

            Bien es verdad que durante el V milenio aC. en el Sudeste de Europa se desarrolló una brillante cultura calcolítica. Pero hasta hace poco era un lugar común pensar que la escritura pudo nacer únicamente en los lugares de vanguardia del mundo antiguo: es decir, en Oriente Medio, el Indo o, a lo sumo, en China. Y desde luego, no en una edad tan temprana.

            Las tabletas inscritas de Tartaria (localizadas en 1961 en la localidad transilvana homónima), fueron consideradas por su descubridor (N. Vlassa) un indicio de un rito sacrificial. Más adelante se pensó que podrían tener una conexión con los primeros ejemplos de escritura mesopotámica. Pero esta hipotética relación es improbable, teniendo en cuenta que ¡las tabletas rumanas preceden a las sumerias en milenios! (Éstos no son los únicos restos de pre-escritura calcolítica encontrados hasta la fecha: nótese la "placa Gradesnica", datada entre el 4000 y el 5000 aC.)

Una cosa está clara: las placas inscritas de la llamada "cultura Vinca" de los Balcanes, entre las que encontramos la placa Gradesnica y la citada tableta de Tartaria, parecen tener una significación religiosa, no económica (como es el caso de la escritura sumeria), al igual que los primeros ejemplos de escritura china sobre hueso o sobre caparazones de tortuga. Como estos últimos, podrían expresar oráculos o mensajes ceremoniales.

            Existen algunos estudiosos que han relacionado dichos signos con otros repartidos por el Mediterráneo. El egiptólogo Flinders Petrie (1853-1942) llegó a proponer que éstos podrían constituir una "lingua franca" del entorno mediterráneo, y que (dadas sus similaridades formales) podrían estar detrás de la invención del alfabeto en el Próximo Oriente.

            Tanto Marija Gimbutas como Harald Haarmann consideran que los signos inscritos hallados en los Balcanes, y por extensión, en otras partes del Mediterráneo, no representarían un sistema de "pre-escritura", sino que constituirían genuina escritura (es decir, serían capaces de comunicar ideas o de expresar mensajes simbólicos). Haarmann va más allá y liga este supuesto sistema de escritura a una cultura autóctona europea anterior a la llegada de los indoeuropeos. Según este autor, dicha civilización estaría detrás tanto de la cultura cicládica del mar Egeo como de la fundación de la cultura cretense (a finales del IV milenio aC.)

            Un indicio de esta conexión cicládica/cretense, y antigua europea, sería el compartir unos símbolos comunes: el toro, la serpiente y el labryx (la doble hacha). Según dicho autor, el culto a la mariposa estaría detrás de este último signo (¿tal vez porque una mariposa representaría, según ese modo de pensar, una combinación de serpiente y pájaro; como es sabido dos símbolos repetidos en la imaginería universal?)

            Haarmann realiza un estudio minucioso de los sistemas de escritura que él llama "antiguo europeo" (básicamente el sistema de escritura de Vinca) y el lineal A cretense. Ambos representan sistemas de escritura lineal; según este autor, en los dos casos la escritura tiene carácter religioso y ceremonial (no económico); y lo que es más importante, más de 50 signos son idénticos, lo que convertiría en altamente improbable la posibilidad de que se trate de una mera coincidencia.

            Así pues, el hallazgo de los ejemplos de escritura balcánica de los que hemos hablado, y su relación con el sistema cretense conocido como "lineal A", reforzaría nuestra creencia de que, anteriormente a la llegada de los indoeuropeos en Europa, existiría una comunidad de ideas -y tal vez de lenguaje- que hemos convenido en llamar "pelasga". Esta protocultura, que ha sido denominada "antiguo europeo", podría estar detrás de la expansión de la agricultura, la cerámica y el megalitismo en casi todo el entorno europeo (especialmente en sus costas mediterránea y atlántica), y quizás del desarrollo de las culturas cicládica y cretense.

            Y como hemos visto, la citada cultura sería antiquísima, muy anterior al desarrollo de la civilización en el Creciente Fértil. El descubrimiento de tablillas escritas en Tartaria (Rumanía) ha puesto en cuarentena las presunciones vigentes en relación al emplazamiento y la datación del origen de la civilización. Tal como afirma Richard Rudgley ("Lost Civilisations of the Stone Age", 1998): "La noción de una escritura antigua europea se opone a las posiciones atrincheradas de la arqueología y de la visión tradicional del desarrollo de la civilización. Sus implicaciones son inmensas... Podría significar nada menos que el colapso de la actual noción de civilización".

 

EL SÍMBOLO UNIVERSAL DE LA MONTAÑA SAGRADA

 

La montaña sagrada es un símbolo con carácter universal: se halla en la base de las tradiciones religiosas de las principales culturas del Viejo y del Nuevo Mundo.  Ha sido considerada históricamente el centro del mundo, un lugar de revelación o de oración, la residencia de los dioses, el ombligo de la Tierra, etc. En cualquier caso, es una de las más importantes manifestaciones de lo divino. Constituye un espacio sagrado (un "témenos"), el cual puede estar o no acompañado de un templo. En cualquier caso, la montaña es en sí misma un símbolo del templo, del mismo modo que el templo, cuando se expresa como un zigurat, un túmulo o una stupa (entre otras formas arquitectónicas), simboliza la montaña sagrada.

            Otros símbolos asociados a la montaña sagrada son el árbol sagrado, la escalera hacia el Cielo, la Diosa Madre, el pilar del Cielo (el atlante, o la cariátide), etc., que aparecen repetidamente juntos, como podemos observar en el siguiente párrafo de la Biblia (I Reyes 14:23):

 

"Habían construido lugares altos, habían levantado estelas, y asherás sobre todos los collados altos, y debajo de todo árbol frondoso".

 

El simbolismo de la montaña sagrada se manifiesta tanto en montañas naturales (de entre las que se conocen gran número con connotaciones sacras) como en los promontorios artificiales (creados por el hombre). Tradicionalmente ha sido considerada un "axis mundi" (eje del mundo), que une lo terrenal con la esfera de lo celestial. En ocasiones es un hito a partir del cual se construye el orden del mundo y del cosmos.

En diversas partes del mundo la tradición considera a la montaña como algo perdurable, inalterable incluso tras el Diluvio universal. Esta referencia a la montaña en relación al Diluvio la hallamos en el monte Ararat de Turquía, en el Parnaso de Grecia, en el Nisir de la tradición mesopotámica, en el Hemavat hindú, etc. Aunque también (y con el mismo sentido) entre los nativos norteamericanos de la costa del Pacífico Norte, o entre otros nativos de los Andes peruanos.

La montaña sagrada se asocia a los fenómenos atmosféricos, y especialmente a sus manifestaciones más vistosas: el rayo y el relámpago. No es casualidad que los dioses que moran en ella sean los portadores de tales instrumentos divinos. El griego Zeus, Rudra/Shiva en la India, Baal Hadad de Ugarit, Catiquilla entre los incas, Odín (Wotan) entre los nórdicos, son ejemplos de ello.

La divinidad se halla asociada a la altura, al cielo y a la montaña. Los dioses suelen morar sobre las cimas de las montañas consideradas sagradas: nótese el monte Olimpo en la tradición griega.

Gran número de deidades clásicas (y sus precedentes orientales) tenían sus templos sobre las montañas. En la India las cimas de las montañas son lugares especialmente idóneos para erigir los santuarios de los dioses. El dios hindú Shiva es llamado Girisa, que significa "Señor de la Montaña": su morada es el monte Kailasa, en el Himalaya, y tiene santuarios en otras montañas repartidas por todo el subcontinente. Su esposa, Parvati, es denominada "Hija de la Montaña".

Encontramos montañas sagradas tanto en China (monte Kun Lun), como en Japón (Fuji Yama), como en otras partes del mundo. Sobre los montes los dioses se revelan a los profetas: es el caso de Moisés en el monte Sinaí (u Horeb), o bien de Alá en el monte Hira. Significativamente, el monte Sinaí es conocido como el "Monte de Dios".

            Por otra parte, la cima de los montes era el lugar idóneo para la realización de los sacrificios: sobre el monte Moriah (el monte del Templo de Jerusalén), de acuerdo con la tradición, Abraham ofrece a su hijo en sacrificio a Yahvé. Sobre las pirámides los nativos americanos ofrecían sus sacrificios humanos a los dioses.

En el credo católico, el culto a la montaña se halla mistificado en forma de santuarios sobre sus cimas, donde los fieles se hallan más cerca de Dios. En realidad, la costumbre eremítica de construir altares sobre las montañas no es otra cosa que la continuación del culto pagano a la montaña sagrada. Entre los judíos también existía la misma tradición: no en vano, Jerusalén fue construida sobre un monte sagrado (el monte Sión).

En definitiva, como hemos comentado anteriormente, la montaña es en sí misma un símbolo del templo, del mismo modo que el templo simboliza la montaña. La montaña sagrada como templo (de construcción artificial) tiene,  al igual que la montaña sagrada natural, un ámbito universal.

En términos generales, la pirámide es una fase tardía de la "montaña sagrada", con carácter predominantemente solar (aunque también existan "pirámides de la Luna", como en Teotihuacán). El túmulo megalítico sería una fase temprana con carácter lunar, como resulta evidente por su iconografía. (Ello no obstante, en el túmulo el símbolo solar no está ausente.)

La pirámide egipcia (escrito M'R, y pronunciado "Mer") es una evolución de la primitiva "mastaba" (estructuras rectangulares que cubrían las tumbas de las primeras dinastías). Se atribuye al legendario Imhotep (visir y arquitecto del faraón Zóser) la idea de apilarlas formando escalones. De ahí a la formación de la pirámide completa sólo faltaba un paso, hasta llegar al complejo de pirámides de Giza (construido durante la cuarta dinastía). Su origen en forma de mastaba (tan modesto) hace dudar que en alguna ocasión llegara a asumir el simbolismo de la "montaña sagrada". Sin embargo, un texto de las pirámides lo desmiente, al denominarlas "escaleras hacia el Cielo".

Las pirámides mayas y aztecas tienen otro carácter. Más bien son unas plataformas escalonadas sobre las que se asienta el templo. (Aunque no podemos evitar ver en las pirámides amerindias una verdadera escalera hacia el Cielo, puesto que ciertamente tienen escalones.) Su origen es modesto: en Tlapacoya (hacia el primer milenio antes de Cristo), por ejemplo, se trataba de un chamizo (el templo) elevado sobre un montículo de tierra.

El zigurat mesopotámico debe entenderse asimismo como un "lugar alto" (deriva del acadio "zaqaru": lugar alto). Se trata, como en América, de un "templo escalonado". Ejerce de intermediario entre la Tierra y el Cielo, y de residencia de la divinidad (en la pequeña capilla que según parece lo coronaba).

Como es lógico, la intención fundamental de los constructores de la "montaña sagrada" era remontarse hacia las alturas: la pirámide de Keops (la más alta) alcanza los 147 metros, la del Sol en Teotihuacán los 70 metros (aunque curiosamente tiene su misma amplitud en superficie), el túmulo de Aliates en Lidia tiene 64 metros, la pirámide moche del Sol 40 metros, Silbury Hill (Wiltshire, Inglaterra) 40 metros, la pirámide olmeca de La Venta 34 metros, Saint Michel (Carnac) 19 metros...

Hemos dejado para el final de este artículo un siquiera breve comentario sobre lo poco que se sabe de las pirámides chinas y japonesas que muy recientemente se han conocido en Occidente (en círculos muy restringidos, por cierto, porque aún no han salido a la luz pública). En la figura vemos la Pirámide Blanca de Xi'an (China). En Ashitake (Japón) hallamos una pirámide perfecta acompañada de un impresionante conjunto megalítico.

 

 

Pirámide Blanca (cerca de la ciudad de Xi'an, China).

 

Suelen estar construidas con barro, y si bien tienen forma piramidal (aunque no todas) parecen más túmulos que pirámides propiamente dichas. Por lo general, suelen estar muy deterioradas por la erosión y por los trabajos agrícolas que se han desarrollado sobre ellas. En Japón suelen estar cubiertas por el bosque. Alguna de ellas tiene un cierto parecido con la mesoamericana de Teotihuacán. Se estima que pueden tener una antigüedad de 4.500 años.

No se entiende por qué la existencia de las pirámides chinas no ha trascendido hasta ahora, teniendo en cuenta que los norteamericanos las conocían al menos desde finales de la II Guerra Mundial. Significativamente, la zona donde se enclavan (en la provincia de Shensi) es una "zona prohibida". Ello es ciertamente extraño, conociendo el interés que pusieron los chinos en dar a conocer y excavar su "hombre de Pekín".

El caso japonés es todavía más enigmático: la pirámide de Ashitake es conocida desde los años 1930, y por razones que ignoramos, su existencia tampoco ha trascendido al público occidental.

En los años 1990 se han encontrado pirámides en las islas Canarias, excavadas bajo el patrocinio del navegante Thor Heyerdahl. Podrían pertenecer a la cultura guanche, exterminada por los españoles durante el siglo XVI. Éstas son pirámides escalonadas con cierto parecido a las americanas, pero mucho más modestas. Como aquéllas, podrían estar destinadas a un culto solar.

En definitiva, nos enfrenteamos a la siguiente duda: ¿representarían todas estas estructuras piramidales (montañas sagradas) un fenómeno de convergencia? Creemos que no: más bien pensamos que serían expresiones particulares de una misma idea. Lo que las une no es su forma o su función, sino el símbolo que subyace en todas ellas. Que sean pirámides perfectas o truncadas, lisas o escalonadas, de tierra o de piedra, es lo de menos. El hecho importante es que distintos pueblos y culturas pretendían expresar con ellas un mismo mensaje: el que se esconde detrás del símbolo de la "montaña sagrada".

En otras palabras: el hecho de que hallemos el símbolo de la montaña sagrada extendido universalmente no es consecuencia de que las diferentes culturas, por sí mismas, con independencia unas de otras, hayan llegado por sus propios medios a este concepto. El que el símbolo de la montaña sagrada sea cuasi universal, por mucho que se manifieste en diversas formas arquitectónicas, indicaría que su origen es común.

 

¿QUIÉNES ERAN LOS PELASGOS?

 

En este artículo intentaremos demostrar con las evidencias de las que disponemos una tesis que muchos considerarán cuanto menos aventurada: el parentesco cultural, lingüístico y hasta étnico entre los hebreos, los pelasgos (pueblos preindoeuropeos) y los íberos históricos.

            Comenzaremos con la similitud entre los términos IBAR y EBER. Como es sabido a partir de artículos anteriores, IBAR es un término vasco que originalmente significaría "río" y que actualmente equivale a "valle". EBER estaría relacionado con la raíz hebrea "ABAR", es decir, "cruzar" (o "pasar por encima"). Esta raíz es empleada en numerosas ocasiones en la Biblia, pero principalmente en su acepción "cruzar un río o un mar".

            Creemos que esta coincidencia deja patente que el IBAR vasco y el EBER hebreo estarían emparentados etimológicamente. A. Cherpillod, en su obra "Dictionnaire Etymologique des Noms Géographiques" (1986), llega aún más lejos: según éste, el hecho de que "árabe" posea las consonantes 'RB, mientras que "abar" se escribe 'BR, puede ser algo más que una casualidad. Es decir, sugiere implícitamente que tras esta inversión consonántica se puede esconder una misma raíz etimológica: ¿de nuevo ABAR?

Una prueba de ello la tenemos en el nombre de los tres hijos de Taré: Abram, Nahor y Haran. Nótese que estos dos últimos tienen una connotación similar a la de ABAR (cruzar un río): "Nahor" podría derivar del hebreo "nahar" (río), y "haran" es una palabra hebrea equivalente a "cruce". Pero curiosamente, "haran" (como "ibar") es también una palabra vasca que significa "valle".

            Da la impresión de que el hebreo bíblico es proclive a hacer juegos de palabras. Así, la palabra "abar" no significa sólo "cruzar", sino también "impregnar". Impregnar, literalmente, equivale a introducir fluidos de un cuerpo en otro; pero también "empapar", mojar una superficie porosa hasta que no admita más líquido.

            (Una prueba de la posible asociación entre la combinación consonántica BR y el agua la encontramos en la palabra céltica "wobre" [arroyo], que en español derivó en "vera" [orilla]. Asimismo, nótese el vasco "bera" [remojar].)

            Volvemos a encontrar la alusión al elemento líquido: ¿sería descabellado pensar que ABAR, es decir, "cruzar las aguas", podría hacer referencia a algo así como la "purificación por las aguas", o al "comienzo de una vida nueva"? Como es bien sabido, eso es lo que simbolizaría el rito del Bautismo en algunas religiones de origen oriental (entre las cuales encontramos el Cristianismo). Recordemos que en la India los fieles se sumergen en las aguas del Ganges para "purificarse". ¿Sería el rito de la "purificación por las aguas" una reliquia de nuestro pasado ancestral?

Volviendo al análisis del patronímico EBER, aunque los hebreos eran conocidos como IBRI (literalmente "emigrantes", y de ahí el IBRAHIM árabe: literalmente "Los que pasan"), estamos convencido de que la raíz EBER es posterior a la raíz IBAR. La prueba la tenemos en la mitología irlandesa: el IBATH (¿IBAR?) patriarcal, nieto de Jafet, precede a EBER (¿el EBEH sumerio?), que con el nombre EBER SCOT lo encontramos en Escitia, patria ancestral de los celtas.

            Otro ejemplo de la acepción "cruzar, pasar por encima" (de un río), sería el alemán OBER, y el inglés OVER ("encima"). Ambos están relacionados, posiblemente, con la primera persona del tiempo presente del verbo hebreo ABAR: es decir, OBER (literalmente "Yo cruzo"). Una reminiscencia de esta raíz indoeuropea la podemos encontrar en la antigua región del Epiro (en el norte de Grecia). "Epiro" derivaría del indoeuropeo *apero, que significa "ribera, orilla" (de río).

            Ahora repasemos el patronímico FALEG (FALEC según Josefo; PELEG en la versión inglesa), del que parte el linaje de Abraham. Según Josefo, FALEG significa "división", porque en tiempos de éste las naciones se dirigieron hacia sus distintas tierras de asentamiento. Este patriarca bíblico ha comenzado a ser considerado, modernamente, el patronímico de un pueblo prehelénico olvidado, pero de relevante significación histórica: el pueblo PELASGO, raza de grandes navegantes.

            Una rama de los pelasgos viviría originalmente en el área de los Balcanes situada entre el río Hebrus (o Íberus) y el Estrimón. Sería desplazada por los tracios, que hacia el siglo XIV aC. ocuparon dicho territorio, al que dieron el nombre por el que es más conocido: Tracia (moderna Bulgaria). Los pelasgos de los Balcanes, consecuentemente, se dirigieron al Sur y se helenizaron (en aquel momento, en el sur de Grecia, florecía la civilización micénica).

            La existencia histórica de dicho pueblo prehelénico está atestiguada por un fragmento geográfico babilónico (véase la "International Standard Biblical Encyclopedia") en el que aparece literalmente: "Pulukku sha ebirti". Ello podría significar "Pulukku, de Eber", o literalmente, "Pulukku del cruce". ¿De qué "cruce"? Del río Hebrus, posiblemente. (Aquí volvemos a encontrar una tautología, puesto que en hebreo "peleg" significa literalmente río, y "pereq" cruce. Así tendríamos: Cruce [Pereq] del cruce [Eber]. Nótese: Valle [Valle] del valle [Arán].)

            De los pelasgos derivarían topónimos tales como Knossos (véase, en otro artículo de esta serie, el lugar donde se habla de Tartessos) o Tirinos. Se piensa que su lengua sería hablada asimismo en Anatolia, en la Creta minoica, y entre los filisteos (es decir, en todo el Mediterráneo Oriental).

            En la obra de Homero, que vivió varios siglos después de su absorción por los aqueos (es decir, por la cultura micénica), existen escasas referencias de los pelasgos. Para este poeta, sería un pueblo de Eubea (Cime) aliado con los troyanos (Iliada, X, 429). En otro pasaje se señala que también habitaban en Creta (Odisea, XIX, 177). Y finalmente, se los sitúa en Tesalia y en el Epiro (Iliada, II, 840), así como en Beocia, Ática y el Peloponeso (Iliada, XVII, 288). Así pues, tenemos referencias de que los pelasgos residían en prácticamente todo el territorio griego (insular y peninsular).

            Pero existe la posibilidad de que los palestinos (los PALESHET bíblicos, más conocidos como "filisteos") fueran asimismo un pueblo pelásgico, emparentado con los cretenses, y con origen en Anatolia.

            Según la Tabla de las Naciones (capítulo 10 del Génesis), los filisteos salieron de Caftor. De acuerdo con la traducción griega de la Biblia, Caftor sería Capadocia, situada en Anatolia. Por otro lado, según el Ethnika (recopilación de topónimos romanos y griegos, del siglo VI dC.), la ciudad filistea de Gaza era asimismo llamada Minoa. Si repasamos la historia antigua, veremos que la cultura minoica tuvo un origen remoto en Anatolia: colonizadores de esta península se desplazarían a Creta hacia el III milenio aC. y se mezclarían con la población autóctona, desarrollando esa brillante civilización. Posteriormente, otra rama de este pueblo se podría haber desplazado a Canaán, constituyendo el pueblo filisteo, tal como afirma la Biblia (Deuteronomio 2:23):

 

      "Del mismo modo a los heveos, que habitaban en Haserim, hasta Gaza, los expelieron los kaftoritas que, salidos de la Kaftor, acabaron con ellos y habitaron en su lugar".

 

      Herodoto, por su parte, dice de los pelasgos que de ellos recibieron los griegos (aqueos) sus dioses olímpicos: "Desde aquella época [los pelasgos] hacían sacrificios empleando las designaciones de los dioses, y de los pelasgos las recibieron luego los griegos" (Herodoto, libro segundo, párrafo 52). (Es sabido que tras la guerra de Troya los dorios, posiblemente griegos del Norte o del Egeo, invadieron el Peloponeso, corazón del territorio aqueo-micénico. Tal cosa sucedería hacia el 1120 aC.)

            Así pues: ¿existiría una relación de parentesco entre el pueblo pelasgo y el pueblo hebreo? Y si es así, ¿qué pruebas tenemos de ello? La respuesta a la primera pregunta es, desde nuestro punto de vista, afirmativa. Y para responder la segunda pregunta, de nuevo deberemos hacer uso de la Biblia.

            En ésta se dice: "El que había exiliado a tanta gente de la patria [Jasón], murió en tierra extranjera, en el país de los espartanos [Lacedemonia, en el Peloponeso], donde se había dirigido con la idea de encontrar un refugio gracias al origen común" (II Macabeos 5:9).

Flavio Josefo, en sus "Antigüedades de los judíos" (libro XII, capítulo IV, párrafo 10), da fe de la siguiente carta (de Areo, rey de los lacedemonios, a Onías, pontífice): "Casualmente hemos encontrado un escrito, en el cual se afirma que los judíos y los lacedemonios son de la misma raza, de la familia de Abram..."

            ¿A qué lacedemonios se refiere el rey Areo? Sin duda, a sus antepasados pelasgos que residían en el Peloponeso antes de la llegada de los aqueos (griegos). De algún modo, dicho rey habría sabido que tanto hebreos como pelasgos eran descendientes de un mismo patriarca: Faleg, hijo de Eber.

            Así pues, creemos que ha quedado demostrado que los hebreos estarían emparentados con los pueblos prehelénicos que residían en el Mediterráneo Oriental; y tal vez incluso con sus archienemigos filisteos. Pero, ¿de qué forma se puede demostrar un vínculo similar entre los hebreos y los íberos del extremo occidental de Europa?

            Recordemos que, en la Península Ibérica, como en el Mediterráneo Oriental, abundan los topónimos IBAR: río Ebro (ÍBERUS), Cantabria (CANT+IBRI)... Se podría pensar que el río Tíber (en Italia) o Siberia (en las estepas euroasiáticas) podrían haber compartido dicha raíz: T-ÍBER, y S-IBERIA, respectivamente.

(¿Podría ser Siberia una corrupción del topónimo japonés Suibara, o del indonesio Siberut? Si bien Siberia puede derivar del pueblo tártaro de los sibir. Por otro lado, Cantabria se podría componer de la partícula celta "cantos" [brillante] y de "beria" [del céltico "wobre", arroyo, de donde el español "vera"]; nótese la raíz del topónimo Cambridge: Canta-brigium. Por último, el río Tíber podría derivar del rey Tiberinus, puesto que originalmente era llamado Albula.)

Y por supuesto, no podemos olvidar que topónimos de las islas británicas, tales como H-IBERNIA, o H-ÉBRIDAS, podrían tener el mismo origen. (Según A. Cherpillod, HIBERNIA proviene del celta IVERIU, como vemos, afin a la raíz IBAR.)

            Según Donald A. Mackenzie, en su obra "Ancient Man in Britain", el pueblo que habita las islas Hébridas, así como los silures de Gales, derivarían de antiguos prospectores de minas, tal vez de origen ibérico. De hecho, en Gran Bretaña es común afirmar que esta población, con características mediterráneas (baja estatura y tez oscura), sería descendiente de tripulaciones naufragadas en la zona tras el desastre de la Armada Invencible. Y hay quien dice que formaría parte de las llamadas "diez tribus perdidas de Israel".

            En cambio, la mitología céltica señala que dicha población provendría de los FIR BOLG (véase más abajo) que ocuparon la zona en tiempos prehistóricos. ¿Qué pruebas tenemos del origen común de pueblos tan alejados entre sí como los habitantes de las islas Hébridas, los íberos de España y Portugal, los hebreos, o los íberos del Cáucaso?

La primera prueba de "parentesco" la encontramos en la misma raíz hebrea IBRI (o EBER), tan similar al IBAR vascuence. Ello indicaría que los íberos, como el resto de los habitantes del Mare Nostrum, podrían haber hablado una misma lengua: la lengua pelasga, que tal vez los mismos hebreos emplearían antes de su instalación en Sumeria, o bien antes de su llegada a Canaán (hacia el siglo XII aC.)

Tal como afirma D.A. Mackenzie, en su obra "Crete and Prehellenic Myths and Legends": "Oleadas periódicas de población, dirigiéndose hacia el Oeste y hacia el Este, entraron en Europa a través del Estrecho de Gibraltar, así como en Palestina y Asia Menor por la ruta costera. Con el tiempo ocuparon la Europa Meridional, Central y Occidental, entrando en las Islas Británicas. Probablemente llegaron a Irlanda a través de Escocia... Las tumbas neolíticas en Europa y África están construidas de forma parecida, y la gran mayoría de los esqueletos que contienen son remarcables por su uniformidad tipológica". Esta cita parece sustentar la hipótesis de la existencia de un mismo entorno cultural, antes de la llegada de los indoeuropeos, en la zona mediterránea y atlántica. Toda esta área posiblemente hablaría una única lengua (¿pelasga?). Pero, ¿de dónde provendría tal flujo de población neolítica?

Jorge Alonso, en su artículo "Nuestros oscuros orígenes" (en "Selecciones de Misterios de la Arqueología", número 3) hace una propuesta sugerente: diferentes pueblos mediterráneos (entre los que encontraríamos a íberos, etruscos y sardos) provendrían de un Sáhara inusitadamente fértil hace 10.000 años (coincidiendo con el llamado "Óptimo Holocénico": véase más arriba). Cuando esta inmensa llanura empezó su desecación inexorable, la citada población neolítica (que hacía uso de la cerámica desde tiempos remotísimos) cruzó el estrecho de Gibraltar y pobló la franja mediterránea y atlántica de Europa, dando inicio a la cultura megalítica. Según el autor, la evidencia genética (estudio realizado en 1996 por Antonio Arnaiz) avalaría dicha hipótesis: vascos, madrileños, sardos, toscanos (la Toscana es el epicentro del país etrusco) y modernos bereberes argelinos estarían emparentados.

            Así, es posible que los íberos, así como otros pueblos del entorno mediterráneo y atlántico, estén emparentados con los hebreos. Tal vez ello explicaría que, tal como explica D.A. Mackenzie ("Ancient Man in Britain"), los habitantes de las islas Hébridas hayan conservado desde tiempos ancentrales un tabú contra el consumo de la carne de cerdo.

            Pero la prueba más concluyente de la relación remota entre íberos, pelasgos y hebreos hay que buscarla en la verde Eire. El Lebor Gabala Erren (Libro de las invasiones de Irlanda) habla de cinco ocupaciones de esta tierra desde la más remota antigüedad: la primera es atribuida a PARTHOLON, hijo de SERA, y sería destruida por una plaga; la segunda al pueblo de NEMED, que tras ser subyugado por los malvados FOMORIANOS abandona Irlanda; la tercera a los FIR BOLG, descendientes de SEMION; la cuarta a los TUATHA DE DANANN, que provienen de unas islas griegas (su capital era TARA); y la quinta a los MIL SPANIAE, entre los que tenemos a EBER FINN y a ARANON.

En definitiva, nótese la presencia de los siguientes patronímicos o toponímicos: SERA, SEMION, EBER, TARA y ARANON, homófonos con SARA, SEM, HÉBER, TARÉ y ARÁN, respectivamente, en la versión de Josefo. Como resulta evidente, todos son del linaje de SEM.

            Todo hace pensar que las tres primeras invasiones provenían de la Península Ibérica, y no fueron protagonizadas por indoeuropeos, sino por semitas. Una prueba de ello es que los celtas (raza nórdica) llamaban a los ibéricos de Irlanda (de menor estatura, con cabello y ojos oscuros, y cráneo alargado) "pueblo de la noche" (ellos, por supuesto, se consideraban a sí mismos los "hijos de la luz"), descripción que se aproximaría a la de un pueblo semita.

            Sorprendentemente, tanto la evidencia arqueológica como lingüística respalda, con bastante fidelidad, esta narración mítica. Si repasamos la prehistoria de las islas británicas, comprobaremos cómo éstas fueron habitadas por una población neolítica desde el 4500 aC. (el relato mítico afirma que los PARTHOLON fueron los primeros agricultores y ganaderos). Poco más tarde empezaron a aparecer los megalitos: túmulos alargados como los existentes en el sur de la Península Ibérica.

Sin embargo, hacia el 3000 aC., la tierra se despobló (¿la plaga después del período de los PARTHOLON: véase más arriba). Varios siglos después una nueva población (¿los FIR BOLG?) ocupó Gran Bretaña. Los túmulos alargados de antaño fueron sustituidos por túmulos redondos. Nos encontramos en el inicio de la difusión de la Cultura del Vaso Campaniforme, posiblemente con origen en la Península Ibérica (si bien D.A. Mackenzie afirma que la población que introdujo los túmulos redondos en Gran Bretaña tenía unas características raciales armenoides, no ibéricas).

La referencia a las Islas del Sur del Mundo (lugar de partida de los TUATHA DE DANANN) hace pensar en las islas del Egeo. ¿A qué pueblo podría referirse en realidad el Lebor Gabala Erren? Creemos que éste sería el DODANIM bíblico: en la Biblia (Génesis 10:4) es identificado con "los de Rodas"; por eso deberíamos leer RODANIM en lugar de DODANIM. ¿Podría ser una población de la isla egea de Rodas la que ocuparía Irlanda tras derrotar a los FIR BOLG? ¿Y si es así, cuándo habría sucedido?

Existe una interpretación que identifica a los DANANN con los aqueos. Según ésta, una partida de los llamados "pueblos del mar" alcanzaría las islas británicas en algún momento del siglo XII aC. No en vano, en el templo egipcio de Medinet Habu observamos las imágenes de unos guerreros que lucían cascos con cuernos, como los que habitualmente usaban los celtas. Dichas imágenes representan la derrota de los "pueblos del mar" a manos de las tropas del faraón egipcio Ramsés III.

Finalmente, la invasión celta de Irlanda desde la Península Ibérica (la quinta invasión de la que habla el Lebor Gabala Erren), ya en plena Edad del Hierro, es perfectamente posible: algunas tradiciones y ritos son casi idénticos en Irlanda y Galicia. Por ejemplo, en esta región del Norte de España se piensa que, por la noche, por las calles moran las almas de los muertos: "a estadea"; en Irlanda tenemos "ann eistedd" (la reunión de los muertos). En Galicia existe la tradición de Breogán, y en Irlanda la de Bregon... Y finalmente, en Galicia existen numerosas localidades con la partícula MIL (guerrero; aunque según otros podría significar asimismo "grande"): Ardemil, Belmil, Antemil... Galicia: ¿Cuna de los MIL SPANIAE?

Así pues, observamos que cada una de las invasiones que aparecen en el Lebor Gabala Erren parece tener una correspondencia histórica (si no demostrable, sí perfectamente posible). Pero hay más: la comparación entre la lengua vasca y la céltica hace pensar que si algún idioma tiene homologías claras con el vasco (aparte del aquitano del sudoeste de Francia), éste el el céltico de la fachada atlántica europea.

            ¿Qué conclusiones podemos extraer de la lectura del Lebor Gabala Erren?:

            La primera, hasta qué punto la mitología puede ajustarse a los hechos históricos, una vez que éstos se consideran con suficiente detalle y cuidado. El despoblamiento súbito de las islas británicas tras la primera generación de agricultores y campesinos neolíticos (hacia el 3000 aC.), podría ser una prueba de que la plaga que devastó a la población Partholon sería algo más que una fábula.

            La segunda, que la mitología céltica de las islas británicas vuelve a repetir los patronímicos que tendrían connotaciones semitas: SEMION, SERA, IBATH-EBER, TARA, ARANON...

            La tercera, que debió existir un contacto real entre pueblos provenientes de la Península Ibérica, y los que habitaban las islas británicas antes de la llegada de los celtas.

            Por último, y como conclusión más importante, los celtas irlandeses hacen descender a su pueblo de IBATH y de EBER, dos versiones (la primera más antigua que la segunda) de un mismo linaje. Y creemos que esta tradición no sería céltica, sino ibérica. Ello evidenciaría el parentesco de los íberos de Irlanda (así como los de la Península Ibérica) con los pelasgos y hebreos, las otras ramas de la gran familia eberita.

En ese caso, EBER sería el antecesor común de los pueblos de la fachada mediterránea y atlántica del continente europeo. ¿Estaríamos hablando de una cultura pelásgica euroasiática (la impulsora del megalitismo en esta área)? La hipótesis es algo más que atractiva: es verosímil.

 

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