Leonardo da Vinci, el primer rosacruz

Quien haya leído al menos algunas de mis obras, o tal vez los artículos de esta sección de mi página web, sabrá que en reiteradas ocasiones aludo a la filiación rosacruz de Leonardo.

Los puristas dirán que el movimiento rosacruz tuvo origen a principios del siglo XVII, con los manifiestos de Johann Valentin Andreae, titulados Fama Fraternitatis y Confessio Fraternitatis, y con el relato alegórico de este autor, llamado Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz. En el apéndice del final de este artículo hago un extracto de mi libro El conocimiento secreto donde se expone lo más esencial de la doctrina rosacruz. Sea como sea, el símbolo de la rosa fue empleado con profusión, a comienzos del siglo XIV, por Dante Alighieri en su poema alegórico Divina Comedia. Y también por Jean de Meung en Le Roman de la Rose.

Entonces, ¿qué convierte a Leonardo en un rosacruz avant la lettre, es decir, anterior al nacimiento oficial de la orden a comienzos del siglo XVII? Es cierto que Leonardo no habló de rosas, y si pintó cruces éstas se ajustan al contexto icónico en el que están integradas. Aunque, como Cristóbal Colón, un contemporáneo  que -como veremos más abajo- pudo haber compartido una filiación iniciática, se interesó durante los últimos años de su vida por las profecías y por las creencias milenaristas (en definitiva, por el convencimiento de un próximo fin del mundo). Éste es un rasgo profundamente rosacruciano que estudio en profundidad en un capítulo de un libro de próxima aparición: Temas de Historia Oculta. Las doctrinas prohibidas.

Por otro lado, el lenguaje gestual que plasma en sus cuadros sí hace pensar que Leonardo fue un adepto rosacruz. Empecemos por el signo del señalamiento. Leonardo lo pinta en reiteradas ocasiones, pero es en el Juan Bautista donde es más notorio.

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El San Juan Bautista de Leonardo. Con la mano derecha señala al cielo (Leonardo era zurdo), y coloca la izquierda en su pecho 

El señalamiento hacia el cielo es un signo iniciático desde –al menos- el siglo XV. Botticelli y Ghirlandaio, contemporáneos de Leonardo, lo emplearon reiteradamente. Más modernamente, vemos a Cristo, en la iglesia de Santa Magdalena de Rennes le Château, realizando ese mismo gesto.

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El señalamiento hacia el cielo ha sido reiteradamente empleado en la iconografía occidental. A la izquierda, Cristo de Rennes le Château; en el centro, en el cuadro titulado La Calumnia, de Botticelli; a la derecha, en el San Juan Bautista de Leonardo. En todos los casos se emplea la mano derecha. 

Algún lector puede alegar que en el cuadro de Leonardo no queda claro si el San Juan Bautista coloca realmente la mano izquierda en su pecho. En un dibujo de su discípulo Salai (ciertamente obsceno), inspirado en aquél, se ve claramente que la figura –con esa sonrisa maléfica que tanto nos inquieta- pone la mano izquierda en su pecho. En una copia de esta obra, realizada en la primera mitad del siglo XVI, se ve aún con más claridad.

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El Angelo incarnato, dibujo obsceno de Salai, copia sarcástica del San Juan Bautista de Leonardo.

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Ora versión, más ortodoxa, del San Juan Bautista de Leonardo (primera mitad del siglo XVI) 

Ahora fijémonos en el siguiente grabado rosacruz. En él aparece Martin Lutero realizando el gesto del San Juan Bautista de Leonardo: con la mano derecha señala hacia el cielo, y coloca la izquierda en el pecho. No son pocos los que consideran que el movimiento rosacruz está firmemente ligado a la doctrina protestante. No en vano, Martin Lutero tenía como emblema una cruz dentro de una rosa (claramente alusiva al rosacrucianismo).

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Martin Lutero, en un grabado rosacruz, hace el gesto del señalamiento hacia el cielo, con la mano derecha, y coloca la izquierda en su pecho 

El signo del señalamiento fue adoptado por el grado rosacruz de la masonería escocesa (el número 18), de la que dice Luis Umbert Santos en Historia del rito escocés antiguo y aceptado: “Este grado está basado en las doctrinas gnósticas de las antiguas y renombradas confraternidades de los Hermanos de la Rosa Cruz”.

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Portada de la obra de Luis Umbert Santos 

Nótese que este manual considera a este grado como una “doctrina gnóstica pura”, aspecto éste que encaja con la iconografía y las ideas de Leonardo, tanto en su obra pictórica como escrita, tal como expongo en mis libros El viaje secreto de Leonardo da Vinci y Los mensajes ocultos de Leonardo da Vinci. Los símbolos que emplean los que siguen este grado, en la masonería escocesa (la rosa, la cabeza de muerto con huesos cruzados, las tres columnas, el pelícano, la fórmula INRI, etc.) darían mucho de sí a la hora de encontrar connotaciones en la simbología universal. Pero me centraré en las señales de reconocimiento de dicho grado masónico. A saber: 

Orden y señales: “Los brazos cruzados sobre el pecho, las manos separadas y esto se llama ‘signo del Buen Pastor’”.

Señal de reconocimiento: “Cerrar la mano derecha y levantarla hasta la altura de la cabeza señalando al cielo con el índice; por contestación el otro hermano señala a la tierra, diciendo el primero ‘Arriba está Dios’, y en contestación ‘Y en la tierra también’”. 

Véanse seguidamente estas dos imágenes. En la primera, aparece un gesto ritual (del tipo del mudra hindú) de un Cristo con los brazos cruzados. Sabemos que es Jesús porque encima aparece una mano en actitud de bendecir. En la segunda, el llamado San Juan con atributos de Baco de Leonardo, éste efectúa los dos gestos indicados más arriba, en el manual de la masonería escocesa de Luis Umbert Santos.

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Un gesto ritual coincidente con el “cruzamiento de brazos” del grado rosacruz de la masonería escocesa.

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El San Juan con atributos de Baco, de Leonardo, incluye dos gestos rituales del grado rosacruz de la masonería escocesa: el señalamiento hacia el cielo y hacia la tierra

Es en el grado 28 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (Caballero del Sol, supuestamente creado por Dom Pernety, fundador de los Iluminados de Aviñón) donde la postura adoptada por Juan Evangelista (en el cuadro de Leonardo), o bien por Martin Lutero (en el grabado antes expuesto) se ejecuta de forma más explítica. No en vano, sus señales son: "Poner la mano derecha de plano sobre el corazón separando el pulgar para formar la escuadra. Por respuesta se alza la mano derecha y se señala al cielo con el índice". En las ilustraciones antes reseñadas se combinan ambos gestos en uno solo.

Pero esto no es todo. Leonardo incluye en su iconografía el signo de la A. Ésta aparece en el manuscrito M inserta en un círculo, lo cual tiene un valor especial en el simbolismo rosacruz. Por poner un ejemplo, en una ilustración de la obra de Jacob Böhme, célebre teórico del rosacrucianismo, vemos una A inscrita en un círculo, debajo de otro círculo en el que están encajados dos deltas luminosos (arriba y abajo), en alusión a la biunidad divina (macho-hembra). Por cierto, los cabalistas judíos llaman Shekiná a la “parte femenina de Dios”.

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Dibujo de Leonardo. Una A inscrita en un círculo

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En un grabado rosacruciano del siglo XVII vemos una A inscrita en un círculo 

Nuevamente, en el manual masónico al que he hecho referencia más arriba (Historia del rito escocés antiguo y aceptdo, de Luis Umbert Santos), se hace referencia a un símbolo leonardiano. Se trata de la letra A, que aparece destacada como la principal insignia del grado 12 (Gran maestro arquitecto). Y en el grado 28 (Caballero del Sol) hallamos una triple S en los tres ángulos de un triángulo. El significado de estas tres S se desconoce, aunque los masones le atribuyen distintas denominaciones: Stela, Sedet, Soli es una de ellas.

A este respecto, nótese la curiosa firma de Cristóbal Colón. Éste tiene como rúbrica el siguiente ideograma:

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Firma de Cristóbal Colón. X M e Y aluden a Cristo (X), María (M) y José (Y); según algunos, es un “santo y seña” rosacruciano

Tres S, entre dos puntos, en cada uno de los ángulos de un triángulo, con una A en medio. Se han propuesto las más variadas interpretaciones de dichas iniciales, que expongo en la sección Proyecto Colón. Pero nótese que en medio de las tres .S. aparece una A. ¿Acaso aludiendo a la palabra Almirante? ¿O sería el equivalente de la A leonardiana, que plasmó en el dibujo expuesto más arriba? ¿Formó parte Colón de la misma sociedad rosacruciana, avant la lette, en la que Leonardo habría estado integrado, si mi teoría es cierta? ¿Acaso ésta sea la Sociedad de la doble A de la que hablo en mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci?

Es posible. Véase este retrato de Colón (por supuesto, imaginario) pintado por Sebastiano del Piombo a comienzos del siglo XVI. Podemos observar que aquí el navegante es representado con la mano izquierda en el pecho, de forma similar a como la coloca San Juan Bautista en el cuadro de Leonardo. Y compárese esta pintura con el famoso Caballero de la mano en el pecho, pintado por El Greco algunos decenios después. La disposición de los dedos es la misma. Pero en este caso la mano cambia: es la derecha, y no la izquierda, la que está sobre su tórax. ¿Acaso el Greco habría formado parte, asimismo, de dicha “cadena de iniciados” en la que habrían participado, como hemos visto, Dante Alighieri, Leonardo, Lutero y Cristóbal Colón?

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Retrato de Cristóbal Colón, realizado por Sebastiano del Piombo. Tiene la mano izquierda en el pecho

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El Caballero de la mano en el pecho de El Greco. Tiene la mano derecha en el pecho 

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El príncipe real Rahotep, y su mujer Nefrit (Meidum, IV dinastía; ahora en el museo de El Cairo). La posición de la mano derecha de Rahotep es llamada "a la orden del maestro", e indica que es un gran iniciado. Lo mismo ocurre con Nefrit, cuya mano derecha sale del manto, indicando que podría ser una gran sacerdotisa de Isis (Andre Pochan, El enigma de la gran pirámide)

Alguien me acusará, una vez más, de elucubrar. Es bien cierto que no poseo otras pruebas que no sean las estrictamente iconográficas. Éste es el único recurso del que dispongo para sostener mi hipótesis, por el lógico hermetismo de una sociedad secreta que, para empezar, ni siquiera existe. Los rosacruces, los más humildes entre los humildes, no tienen portavoces autorizados ni buzón de correos. Los miembros de esta fraternidad han pretendido, en la medida de sus posibilidades, iluminar al mundo a través de su obra, haciendo uso de los recursos limitados de los que disponían. Uno de ellos, de carácter simbólico, es el gesto. Estoy convencido de que éste puede decir mucho más de lo que aparenta a primera vista.

 

Leonardo sí pintó el símbolo de la Hermandad Rosacruz

Ha sido nuevamente David Vilasís quien me ha hecho caer en la cuenta de que estaba equivocado cuando afirmaba que Leonardo no había hecho referencia al símbolo de la rosa y la cruz en su obra. De forma escrita, quizás no, pero sí de forma pictórica. Véase de nuevo La Virgen de las Rocas. Quien haya leído mi artículo La botánica pintoresca de Leonardo da Vinci, y asimismo Ramonda myconi, la planta más representativa de Montserrat (quien no lo haya hecho le ruego encarecidamente que lo haga), sabrá que Leonardo plasma en la copia londinense de La Virgen de las Rocas una serie de plantas (la Ramonda myconi, popularmente conocida como "oreja de oso", y una variante del narciso, ambas endémicas de Cataluña, Aragón y el Pirineo oriental), que el ilustre economista -y también botánico- John Stuart Mill consideró como las más representativas de la montaña de Montserrat.

Pero es que además, como me hace notar David Vilasís, la cruz que sostiene Juan Bautista niño tiene como base una mata de rosas, que se puede observar con total claridad.

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En La Virgen de las Rocas de Londres observamos cómo la cruz que porta San Juan Bautista tiene como base una mata de rosas. Una clara alusión al símbolo rosacruz (rosa+cruz). A la izquierda, una mata de Ramonda myconi y de narcisos, endémicos de Montserrat


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Rosas blancas 

Ésta es una alusión clara al simbolismo rosacruz, más allá de los signos gestuales (conocidos en lenguaje técnico como mudras) a los que he hecho referencia más arriba. Otra cosa es si Leonardo pintó efectivamente la cruz que porta Juan Bautista (eso es algo que ignoro). Sea como sea, la rosa y la cruz tienen una presencia incontestable en este cuadro.

Pero nótese asimismo que al colocar la Ramonda myconi, planta endémica de Montserrat, parece como si Leonardo hubiese pretendido explicar el motivo de su visita a esta montaña-monasterio. Recordemos que la primera versión de La Virgen de las Rocas la comenzó a pintar en abril de 1483, sólo meses después de su llegada a Milán del misterioso viaje efectuado entre fines de 1481 y comienzos de 1483. Como es bien sabido, yo sostengo que Leonardo pasó este tiempo en Cataluña, y más concretamente, en Montserrat. Nótese la siguiente figura:

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La "montaña de los filósofos". Grabado alquímico alemán del año 1785

En esta ilustración está apuntado, abajo a la derecha, el año 1604, en el que, según el relato de la Fama Fraternitatis, fue hallado el sepulcro de Christian Rosenkreutz, fundador mítico de la Fraternidad Rosacruz. Por otro lado la simbología que lo acompaña es claramente alquímica (el Sol y la Luna, es decir, el azufre y el mercurio; un atanor, etc.). Pero fijémonos ante todo en la conformación de la montaña. Ésta es extremadamente parecida a Montserrat. Y si este parecido no fuera suficiente, se añaden una serie de detalles que identifican el lugar como Montserrat. Véase abajo:

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El "mundus", la corona y las estrellas de seis puntas son los emblemas de la villa al pie de Montserrat: Monistrol de Montserrat. En el extremo inferior derecho de la ilustración, las claves de bóveda de la iglesia de Sant Pere de esta localidad

Desde mi punto de vista, el grabado alquímico conocido como La montaña de los filósofos, de orientación rosacruciana (nótese la fecha 1604), podría ser una pista que explicaría la estancia de Leonardo en Montserrat. Además de pintar al menos dos cuadros (uno de ellos el San Jerónimo), ¿acaso habría ido con la intención de aprender alquimia? A pesar de la opinión negativa de algún monje, considero que la presencia en la biblioteca del monasterio de numerosos libros de contenido alquímico demostraría el interés por esta actividad en Montserrat (si no su práctica efectiva). Véase a este respecto mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci.

 

La Rosa y la Cruz (extracto de mi libro El conocimiento secreto)

El origen ficticio de la leyenda rosacruz es innegable, pero es también indudable su existencia histórica; primero como organización secreta de carácter autónomo, y luego como una sección en cierto modo aristocrática y elitista dentro de la francmasonería.

Dice el mito que el fundador de la Orden, Christian Rosenkreutz, nació en Alemania en 1378. Pasó doce años en un monasterio, pero fue iniciado en la “verdadera sabiduría” en Damasco (Siria). Posteriormente prosiguió su carrera iniciática en Marruecos y en España, de donde fue expulsado. Murió en 1484 en su patria, y fue enterrado en una tumba oculta, que según la tradición sería reabierta 120 años después, en 1604, dando a conocer sus secretos, fórmulas mágicas y enseñanzas a una nueva generación de iniciados.

El relato sobre el hallazgo de su sepulcro escondido añade si cabe más misterio a esta historia. Valentin Andreae, en su obra Fama Fraternitatis, lo narra de la siguiente manera (que exponemos de forma resumida): al realizarse unos trabajos en la sede central de la fraternidad de los Rosacruces fue descubierto en una pared un gran clavo de bronce que, al ser arrancado, reveló la existencia de una puerta escondida, en la que aparecían inscritas las palabras POST CXX ANNOS PATEBO (seré abierta después de 120 años). Al abrirse se halló una cripta de siete paredes, y “aunque el sol jamás brillara en esta cripta, no obstante, estaba iluminada por medio de otro sol”.

Fue en 1614, diez años después del supuesto hallazgo de la cripta, cuando otro alemán (presumiblemente Johann Valentin Andreae, fallecido en 1654) publica en Cassel el manifiesto Común y general reforma del amplio mundo, seguido de la Fama Fraternitatis de la loable orden de la Cruz de Rosa, dirigido a todos los sabios y jefes de Europa. Más conocido como Fama Fraternitatis, dicho documento narra la historia del legendario Christian Rosenkreutz, arriba reseñada. Posteriormente, en 1616, saldría a la luz la obra titulada Nupcias Alquímicas de Christian Rosenkreutz, de profundo simbolismo iniciático y alquímico.

En una reedición de 1615 de la Fama Fraternitatis (bajo el título Confesión de la Fraternidad) se nos dice que en su debido tiempo serán revelados secretos maravillosos, en relación a la salud, a la juventud o al comercio con los espíritus. Dios comunicará a los hombres la luz y el esplendor de Adán perdidos por su caída.

Esa es la buena noticia; la mala es que esta “revelación” tendrá lugar justo antes del fin del mundo, cuando “a su debido tiempo” salga a la luz el esperado, de la “Liga del gran Hermes”, tal como expresa el inefable Nostradamus en sus crípticas profecías rosacrucianas (véase el capítulo segundo).

Pero en definitiva, ¿qué es y qué representa la doctrina rosacruz? Fundamentalmente, una fraternidad de hombres unidos por una estrecha comunión de ideas filosóficas, religiosas, políticas y espirituales, regida por el anonimato. Max Heindel la denomina “Sociedad Secreta Espiritual”. Esta sociedad, según sus componentes, tendría un preclaro origen: “Convengo, sin embargo, en que los rosacruces formaban una secta que descendía de una gran escuela muy antigua. Aquellos hombres fueron más sabios que los alquimistas, así como sus maestros fueron más sabios que ellos” (E. Bulwer Lytton, en Zanoni, o el secreto de los inmortales).

Ello es factible, si tenemos en cuenta que Dante Alighieri, anterior en tres siglos a Johann Valentin Andreae, alude de forma harto elocuente a esta corriente iniciática en su célebre poema alegórico Divina Comedia: “La rosa en que encarnó el Verbo divino aquí está, con los lirios que, fragantes, marcaron con su olor el buen camino… El nombre de la flor que siempre invoco, mañana y tarde, a mi ánimo empujaba a la contemplación del mayor foco”. Dante no duda en equiparar la doctrina esotérica rosacruz a la orden templaria: “Bajo la forma de cándida rosa se me mostraba la milicia santa que Cristo, con su sangre, hizo su esposa”.

Se dice que la orden Rosacruz nació cuando el Temple fue proscrito, como una forma de preservar su doctrina esotérica de forma subterránea, más secreta si cabe que en su matriz caballeresca. Los rosacruces serían, así, sucesores de los templarios y de los cátaros en esta larga cadena de iniciados que tiene origen en un período muy lejano, y que llega a tierras europeas desde Tierra Santa a través de la “milicia santa” (la orden templaria) a la que se refiere el poeta florentino. A ello alude René Guénon cuando dice en El esoterismo de Dante: “El origen real del rosacrucianismo… fue precisamente el desarrollo de las Órdenes de caballería, y ellas son las que establecieron el verdadero vínculo intelectual entre Oriente y Occidente durante la Edad Media”.

Las hermandades rosacruces que habían florecido en Europa durante la Edad Moderna podrían haberse integrado en la francmasonería especulativa en torno al siglo XVIII, dando origen a los altos grados (a partir del cuatro) de la llamada “masonería escocesa”. En concreto, el Grado 18 (Caballero Rosa-cruz) fue introducido en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado por el Barón de Tschoudy, más o menos hacia 1765, siendo reconocido en 1787. En él se da una primacía fundamental a aspectos que nada tienen que ver con la filosofía o la moral, sino más bien con la práctica de la Alquimia.

Tal como establece el argumentario del Grado 18 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado: “Este grado está basado en las doctrinas gnósticas de las antiguas y renombradas confraternidades de los Hermanos de la Rosa Cruz”. Por un lado, hace mención a su componente dualista (gnóstica), y por otro se desvelan una serie de símbolos (la cabeza de muerto con huesos cruzados, el lema “Fe Esperanza y Caridad”, o el icono alquímico del pelícano) que harán fortuna en etapas posteriores, como veremos en su momento. Sin embargo, el aspecto más llamativo de su iconografía es el uso de la palabra sagrada I.N.R.I (Igne Natura Renovatur Integra), con evidentes reminiscencias alquímicas.

¿Cómo obviar que la Alquimia es una búsqueda de la materia prima de la que están hechas las cosas, la fuerza de todas las fuerzas, capaz de abrir las puertas de la Gloria o del mismo Infierno, en función de cómo se empleen sus poderes? Bulwer Lytton se refiere a ello en Zanoni, o el secreto de los inmortales, cuando decía: “Los individuos de la secta de los Rosacruces conocían todos los idiomas de la Tierra. ¿Pertenecía Zanoni a esta mística sociedad, que desde los tiempos más remotos hacía alarde de poseer secretos, entre los cuales el de la piedra filosofal era el más insignificante… Y que difería de todos los tenebrosos hijos de la magia por las virtudes que practicaban, por la pureza de sus doctrinas, y por su insistencia, como base de toda sabiduría, en reprimir los sentidos, y en la intensidad de la fe religiosa?” (Al igual que los “Perfectos” cátaros, añadiría yo.)

¿En qué consistían esos supuestos “secretos”? Poco antes el mismo autor nos daba una pista: “Existen todavía muchos secretos que nos sería muy fácil descifrar y que nos pondrían en camino de hacer preciosas adquisiciones, si poseyésemos la clave de la mística fraseología que los alquimistas se veían obligados a emplear”. De nuevo la Alquimia, el Ars Regia que supuestamente los Rosacruces practicaban.

La Alquimia podría ayudarnos a descifrar el oscuro simbolismo de la rosa, que da nombre a esta orden enigmática. Guy Tarade la describe como “múltiple en la unidad, esférica, símbolo de lo infinito; su perfume es una manifestación de la vida…” Los masones del grado 18 la asocian al Ave Fénix, pues representaría al fuego que todo lo consume, y que todo lo renueva (de ahí el acrónimo I.N.R.I. al que hicimos alusión más arriba). Los orientalistas la comparan con el loto, y los simbolistas con la flor de lis. Oswald Wirth la identifica con la “quintaesencia”, Eliphas Lévi la denomina “símbolo de la Gran Obra”, Ben Johnson la llama “rosa del sol, rubí perfecto que llamamos elixir”, Fulcanelli la considera “flor de la Gran Obra” (símbolo de la “piedra filosofal”), y los alquimistas de pro la caracterizan como “anima salida de la materia primera”. Los constructores de catedrales emplazaban una rosa silvestre de pétalos bilobulados (con forma de corazón) justo encima del pórtico, en la fachada principal. Por el “rosetón” se filtraba la luz que daba un aire espectral a la nave principal.

En definitiva, la rosa mística de los rosacruces tiene muchos elementos en común –demasiados para ser casualidad, diría yo- con el Grial, el misterio de los misterios de la Tradición Primordial. Ello explicaría la descripción que hacen los adeptos, en 1604, de la tumba con el cadáver incorrupto del fundador de la orden: Christian Rosenkreutz. Éste estaba acompañado por una serie de objetos, entre los cuales libros, espejos mágicos, campanas y lámparas de llama perpetua (de las que ya habló Nostradamus en una de sus profecías). Éstas podrían ser asimiladas, por lo que sabemos, a la energía inagotable que proporcionaría el Grial.

Tal como dice Raimon Arola en su obra La Cábala y la Alquimia en la tradición espiritual de Occidente: “La hermandad de la Rosacruz se enmarca históricamente dentro de una búsqueda de la tradición primordial”. Hay quien contextualiza esta Queste en la coyuntura histórica de las guerras de religión, durante los siglos XVI y XVII, explicando así su preocupación por las doctrinas milenaristas (Fin de los Tiempos) y por la heterodoxia cristiana. No en vano el sello de Lutero ostentaba una cruz dentro de una rosa, y la Fraternidad Rosacruz (que coloca la rosa encima de la cruz) se declaraba abiertamente antipapista. A este respecto, se afirma que los rosacruces eran en realidad un puñado de alquimistas alemanes protestantes.

Pero esta Rosacruz exterior (en la que podríamos integrar los personajes históricos de Johann Valentin Andreae o de Martin Lutero) podría enmascarar otra Rosacruz interior, muy anterior en el tiempo, que a lo largo de los siglos adoptaría muy diferentes identidades.

René Guénon la equipara a la Fede Santa de los tiempos de Dante Alighieri. Eliphas Lévi, citado por Guénon, afirma: “La rosa de Flamel (el célebre alquimista francés), la de Jean de Meung (autor de la segunda parte del Roman de la Rose), y la de Dante (autor de la Divina Comedia) florecieron en un mismo árbol”. Jean Robin, en Operación Orth, considera que Rabelais formaría parte de la Sociedad Angélica, la cual estaría en estrecho contacto con la corriente rosacruciana. Ello se expresa en la casi coincidencia de párrafos enteros de las Bodas Alquímicas de Christian Rosenkreutz y de El sueño de Polifilo.

La Sociedad Angélica sería, para Jean Robin, el círculo exterior, responsable de propaganda del célebre Priorato de Sión (del que hablaremos más adelante). Baigent, Leigh y Lincoln, en su obra El enigma sagrado, aseguran que un cura de Gisors llamado Robert Denyau afirmaba explícitamente que la Fraternidad Rosa Cruz fue fundada por Jean de Gisors en 1188, lo que indicaría que la Fraternidad Rosa Cruz y el Priorato de Sión estarían íntimamente vinculados ya desde sus mismos orígenes, en época medieval.

No faltan tampoco los que asocian la doctrina rosacruciana a la Philadelphian Society, nacida en Londres a finales del siglo XVII. Su convicción en el Fin de los Tiempos (y el advenimiento del Reino del Espíritu), su interés por la Alquimia, y las incesantes revelaciones que inspiran a sus iniciados (entre ellos, el reverendo John Pordage, de la Iglesia Anglicana), nos recuerdan sobremanera a algunos de los postulados de la sociedad iniciática de origen alemán.

René Guénon, como dijimos en su momento, está convencido de que con la extinción de la “invisible” sociedad rosacruciana se rompió el vínculo con la Tradición Primordial. En El rey del Mundo Guénon considera que tras la Guerra de los Treinta Años los verdaderos rosacruces abandonaron Europa para retirarse a Asia (¿al centro supremo de Agartha, sede de los Superiores Desconocidos?). El sacerdote sajón Sincerus Renatus, fundador de la Rosa Cruz de Oro, dijo en 1714 que se habían trasladado a la India, no quedando ninguno en Europa. Es en este contexto en el que debemos emplazar la afirmación del místico Swedenborg: “Ahora se ha de buscar la Palabra Perdida entre los Sabios del Tíbet y de la Tartaria”.

Sea como sea, según la Tradición, la Orden está oculta en las cavernas de Agartha, iluminadas por la luz pura y eterna del Grial. ¿Qué mejor manera de acabar un bonito cuento iniciático, que aludir a una romántica huida a un país inaccesible y lejano? El círculo se cierra. La Tradición se perpetúa, pero el testigo es recogido por otra clase de personas. La Obra deja de ser operativa, para pasar a ser puramente intelectual. Grandes del reino y aristócratas se hacen amos y señores del Gran Secreto. Ellos constituirán la moderna Francmasonería Especulativa.

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