Una generación a la deriva
Mi librería, para bien o para mal, es una atalaya donde se puede contemplar la evolución de la ciudad. La gente va y viene. Algunos buenos amigos y clientes desaparecen, como Narcís y Jordi (este último, fallecido hace dos semanas). Estas cosas me entristecen el corazón. Pero sin embargo hay una nueva generación de jóvenes, con ansias de saber, y extremadamente amables, que me alegra la vida. Es una pena que sean una minoría en el tejido social de Lustrosa, mi ciudad. Por lo que se refiere a la “buena sociedad” de este municipio, con su condescendencia y sus proverbiales 3 M (malas maneras, mezquindad y miseria moral) ni viene ni se la espera. Eso que he ganado: una buena dosis de serenidad y paz, que me permite desarrollar mi trabajo.
(He de decir que también hay una parte sana de la “buena sociedad” de Lustrosa, pero es una parte ínfima de mi clientela.)
En fin, iré al grano. Lo que motiva este artículo es una experiencia que tuve la semana pasada. Un señor, con un grado importante de obesidad, que ha venido varias veces a mi librería a comprar libros de divulgación científica y técnica (una buena persona, con un sano interés por el conocimiento), además de adquirir varios libros de ingeniería electrónica, me pidió un libro de medicina del deporte. Afortunadamente tenía lo que buscaba. Por propia iniciativa, me explicó el motivo de esta última demanda. Resulta que este señor, con una edad de 41 años, está siendo asediado por una pandilla de jóvenes en monopatín, que se burla de él, y que lo han llegado a agredir físicamente. Por eso ha comenzado a hacer ejercicios y pesas: para enfrentarse a ellos si es necesario. Este caso me recuerda a las agresiones que he sufrido yo, y gente de mi entorno (a una persona le acosaban porque lo consideraban “maricón”). Todos los agredidos somos gente adulta y supuestamente vulnerable.
En otros sitios ya he hecho una descripción de lo que acontece en mi ciudad, a resultas de las acciones de dichas pandillas: miles de pintadas (casi siempre “tags”, o firmas pandilleras), en las paredes y hasta en los árboles, toneladas de residuos en las calles (bolsas de patatas o Cheetos, cajetillas de tabaco, latas de refrescos, etc.), hordas de chavales en monopatín circulando a gran velocidad por las aceras (ya me han hablado de varios atropellamientos de viandantes), agresiones y “bulling” a gente adulta, enfrentamiento a navajazos entre pandilleros, o entre víctimas de acoso y pandilleros, rotura gratuita de retrovisores, incendios deliberados… Cuenta y sigue. Hace unas semanas llamé la atención a un vendedor, en un bazar, que tenía el mostrador ocupado en su integridad por navajas de diversos tipos (mango de nácar, mango de acero, etc.), todas brillantes y relucientes! Eso sí, con una longitud de la hoja que respetaba la normativa vigente… Como si eso las hiciera menos peligrosas.
Se me dirá: está generación de pandilleros son consecuencia de la inmigración… De hecho, un miembro de la “buena sociedad de Lustrosa” me dijo que hacían seguidismo -imitaban- las bandas latinas. Sea como sea, tuve la ocasión de preguntar a uno de mis acosadores, y me dijo que él y sus amigos estudiaban en una escuela privada no lejana a mi librería. Una escuela cara. O sea, sus padres eran gente local de buen nivel económico. Eso dice muchas cosas sobre lo que está pasando aquí.
No voy a demonizar a estos muchachos (y muchachas). Cuando los veo revoloteando como moscas alrededor de los establecimientos tipo “supermercados de conveniencia” (todos sabemos de qué estamos hablando), siento pena por ellos y por ellas. He tenido ocasión de penetrar en sus miradas: vacías, sin brillo. Veo en ellos y ellas los miembros de hordas que se dejan llevar por el espíritu gregario, para encontrar en el grupo el sentido a sus vidas que la sociedad, y sus padres, no les ofrece.
No, ellos y ellas no son culpables.
Desgraciadamente me he malquistado con un antiguo amigo, en parte porque me he sentido traicionado, y en parte porque niega mi idea de que no son estos jóvenes, sino los miembros de las élites de Lustrosa, los responsables de esta situación. Aquél me ha dicho que la culpa de todo la tiene, cómo no, el gobierno (¡). Una completa sandez. Por lo visto este señor, que forma parte de la buena sociedad de Lustrosa (y a quien no le quito el mérito de su excelente labor educativa, que elogio), no entiende lo que está pasando. Tal vez porque está demasiado comprometido con el “status quo” local.
Me explicaré. Cuando toda una generación de jóvenes (en concreto la generación de la COVID) ejerce el “malismo” (véase mis artículos de esta sección) y se deja arrastrar por la tendencia grupal del “pandillismo” vicioso y malévolo, hemos de descartar que tales jóvenes sean los responsables o los culpables. No, los responsables no son ellos, sino sus padres, y especialmente la sociedad en la que se insertan.
Por lo que se refiere a sus padres, las tendencias sociales son explícitas, a este respecto, sobre la educación y los valores que les están ofreciendo. Coches y motos de gran cilindrada, autocaravanas grandes como camiones, decenas de establecimientos de belleza y manicura… Eso es lo que se ve en las calles. Y todo ello no es un buen indicio de la educación y los valores que se está inculcando a esta nueva generación. Ello es muy grave: estos chavales, que tiran desperdicios a la calle, o acosan a gente vulnerable, lo hacen como un gesto de rebeldía ante una sociedad a la que no respetan; tal vez porque no se sienten respetados por ella.
La culpa es del gobierno? No lo creo. La responsabilidad de éste es ofrecerles un buen marco para su formación y su desarrollo. Y este marco ya existe. El problema de esta juventud perdida, que se revuelve con la violencia y con el desprecio al mundo (y no olvidemos que serán futuros votantes; podemos imaginar a quiénes votarán), es que no les ofrecemos alternativas. Pondré un ejemplo, que me concierne personalmente. Cada año, en junio, muchos padres acudían a la librería a aprovisionarse de literatura juvenil para que sus hijos tuvieran algo que leer durante el verano. Gerónimo Stilton, Harry Potter, Michael Ende, Julio Verne, Los juegos del hambre, Juego de tronos… Se vendían como churros. Este mes de junio no he vendido ningún libro de literatura infantil o juvenil, o de fantasía. Ningún padre o madre ha venido a buscar literatura adecuada para sus hijos. Un mal presagio.
Para entender lo que está pasando hemos de ser empáticos y meternos en la piel de esos muchachos y muchachas. Cuando yo era joven había diversas alternativas para tener un ocio sano. Recuerdo que, no practicando la religión, asistía cada semana al cine del colegio de los salesianos a ver películas infantiles o juveniles. Ese cine estaba abierto para todos, Y era gratis (o casi). Muy a menudo acudía a excursiones organizadas por el grupo excursionista de mi parroquia local (insisto, no eran insistentes en el tema religioso). Como persona no creyente he de decir que la iglesia de mi barrio hacía una buena labor social y educativa entre los jóvenes. Recuerdo que los bancos, en Sant Jordi, regalaban libros; una forma de estimular la lectura. Me gustaría creer, y saber, que todo ello sigue sucediendo. Si fuera así, el problema de los pandilleros y la anomia juvenil tal vez no sería tan grave.
Ahora hablemos de las alternativas que se ofrecen a los jóvenes. Hace unos años éstos iban a fiestas y discotecas pensadas específicamente para ellos. A falta de ellas habían casinos, ateneos o locales emblemáticos (cómo recuerdo el maravilloso bar Pirret, o los ateneos samboyano o familiar, o el casino de la colonia Gūell!), que ejercían de lugares de recogimiento y atracción de la población juvenil. Nada de eso existe ahora, al menos en Lustrosa, y por ello los jóvenes hacen “raves” o botellones en el campo o en los parques, pues les es imposible encontrar su lugar dentro de la ciudad.
Cuál es la oferta cultural de la sociedad civil de Lustrosa? Un cine-club que sólo emite películas de ínfima calidad, al estilo de las de Clara Simon. Con algunas excepciones (es el caso de Ken Loach) dichas películas de “realismo social” sólo pretenden la lágrima fácil o la sonrisa complaciente, al modo de una catarsis, de la buena sociedad pequeñoburguesa de Lustrosa. El cine se llena, eso sí. Pero verás poca gente sin canas. La media de edad de los espectadores es de 65 años para arriba. Una lástima. Cómo echo a faltar el cine-club de mi ciudad de origen, donde pude disfrutar de multitud de películas de verdadero cine, clásicos de verdad! Eso no existe ya en Lustrosa. Cómo va a poder conocer la juventud el tesoro cinematográfico que nos ha precedido? Como es lógico, les importa un rábano las pseudopelículas cutres y sensibleras que arrastran a sus abuelos al cine-club ahora existente.
Ahora pensemos en el festival de Blues de la ciudad. Muy buena música, muy bien organizado. Chapeau! Pero como en el caso anterior, atrae fundamentalmente a los cincuenteros y sesenteros de mi generación. Los jóvenes de hoy en día no se sienten vinculados a este tipo de iniciativas.
Ahí va mi pregunta: qué ofrece Lustrosa a nuestros jóvenes? Si éstos tienen como única alternativa “raves” y botellones mal vamos. Dónde está su cine? Dónde está su fiesta? Dónde está su cultura? Dónde está su movida? Dónde está su esparcimiento?
La buena sociedad de Lustrosa ha construido un mundo a su medida. Se encierran en sí mismos y literalmente “pasan” de los que son ajenos a ellos. Son sumamente egoístas y mezquinos. Los padres y madres de la nueva generación también se encierran en sí mismos, con sus coches y motos de gran cilindrada, sus trabajos de mierda, sus autocaravanas, y sus uñas lustrosas, pintadas de colores. Qué les importa el futuro de sus hijos? Les dan 25 euros, para que compren bebidas isotónicas (porque alcohol no pueden), les regalan un monopatín, y a la calle, para que no molesten. A duras penas sabrán si sus hijos han adquirido una navaja o una pastilla de éxtasis (o lo que se lleve en estos momentos).
Hemos de culpar a los jóvenes, incluso los que practican el acoso o el malismo, de sus fechorías? O al gobierno? Yo no lo haría. La culpa no la tienen ellos, sino sus padres y la sociedad civil que los habría de acoger y formar. Porque literalmente se despreocupan de ellos.
Creemos un ambiente acogedor, en el que se puedan expresar y desarrollar de manera sana. Un ambiente en el que se les estimule para aprender, para reunirse, para divertirse, y para implicarse en los problemas que nos acucian. Los jóvenes no necesitan monopatines, sino lugares donde puedan realizarse y convivir sanamente. Necesitan buenas películas, teatros y conciertos, con una oferta dirigida a ellos. Necesitan locales sociales, discotecas o bares con ambiente, y sobre todo, toda nuestra atención y nuestro respeto.
Si lo tuvieran, no actuarían de esta forma. Su rebelión, aunque malévola, es comprensible. Es un toque de atención que nos ha de hacer despertar.
La culpa no la tienen ellos, ni el gobierno. La tenemos nosotros, la sociedad civil, que actuando de forma egoísta nos hemos olvidado de aquellos que nos sucederán.
Hay que actuar ya. Hay mucho en juego.