Odio Sant Jordi (el Día del Libro)

Comenzaré diciendo que sé que este artículo me va a granjear la antipatía –y la repulsa- de muchos “espíritus delicados”. No me importa. Con él pretendo destruir el mito, y explicar la verdadera naturaleza, de una “pseudofiesta” que se ha convertido en la pesadilla de los libreros, sí, pero también de los auténticos amantes de la lectura: la que en Cataluña se conoce como Diada de Sant Jordi, y en otros lugares de España como Día del Libro. 

El Dia del Libro (Diada de Sant Jordi en Cataluña) tiene su origen en 1926, cuando un editor valenciano afincado en Barcelona (Vicent Clavel) propuso a la Cambra Oficial del Llibre de Barcelona celebrar una fiesta en conmemoración del nacimiento de Miguel de Cervantes. El gobierno del dictador Miguel Primo de Rivera, en el poder en ese momento, aceptó la propuesta, y fue promulgada por el infame rey Alfonso XIII en Real Decreto, que instituía la Fiesta del Libro Español. Poco después se trasladó la fecha al entierro de Cervantes, que tuvo lugar el 23 de abril. Como ese día era tradición, en Cataluña, que los hombres regalasen rosas a sus amadas, la propuesta de Vicent Clavel consistía en que las mujeres, a cambio de la rosa, obsequiaran a sus amados con un libro. Lo que iría muy bien para su propio negocio (como editor). 

Éste es el verdadero origen de la Fiesta del Libro español, que posteriormente, en 1995, fue reconocida por la Unesco como Día del Libro a nivel universal. A ello no fue ajeno que, curiosamente, el 23 de abril de 1616, el día en que fue enterrado Cervantes, supuestamente también habría muerto William Shakespeare.  

En Cataluña, mi tierra, durante la Diada de Sant Jordi las calles y las plazas se llenan de puestos de venta de libros y de rosas. Existe la creencia –errónea- de que ello es un signo de avance social, de belleza y de modernidad. Desde mi punto de vista, es todo lo contrario. Me explicaré. 

La fiesta del libro, ya en sí machista, y por tanto retrógrada (a la mujer le regalan una rosa, al hombre un libro), no sólo no supone un impulso para el mercado del libro, sino que muy al contrario perturba de forma considerable la edición y la venta de libros en librerías y en editoriales “serias” (luego explicaré lo que entiendo como editoriales “serias”). Ello es así porque las librerías vemos cómo las semanas inmediatamente antes y después del Día del Libro experimentamos una merma muy considerable de ventas que a duras penas la borrachera consumista de dicho evento puede compensar. Es decir, si realizamos un cálculo prorrateado de las ventas en los meses anteriores y posteriores a esta feria, se comprueba que las acumuladas en un solo día no compensan lo que se deja de vender antes y después. En resumidas cuentas, para los libreros, el Día del Libro es muy mal negocio, pues además de no compensar el detrimento de ventas de los meses de marzo a mayo (cuanto menos), se debe hacer un esfuerzo logístico y personal titánico para “estar a la altura” del desafío que supone organizar un evento de estas características (y de este calibre). Quien haya estado en cualquier pueblo o ciudad de Cataluña, una Diada de Sant Jordi, sabe de qué hablo. 

Por otro lado –y ahora me expreso no como librero, sino como escritor-, las ediciones de los libros “serios” han de posponerse hasta semanas después del Día del Libro, puesto que en esas fechas sólo se venden obras de autores mediáticos, o tipo “best seller”. Otro tipo de ediciones, más “convencionales”, se han de postergar –nunca adelantar- puesto que las librerías no están dispuestas a abrir los paquetes de ediciones que no sean “mediáticas” o “superventas”, que son las únicas que acaparan el mercado durante el Día del Libro. Las librerías, como he mencionado más arriba, además de hacer un esfuerzo ingente para preparar esta festividad (que además de la venta incluye conferencias, firmas de libros, presentaciones, etc.; eso sí, sólo de autores “mediáticos”), ven cómo los resultados de tres meses (de marzo a mayo) dependen de lo bien que les haya ido en esa fecha icónica. De ahí que sólo potencien lo que les da beneficios. Ni se plantean exponer libros que no sean mediáticos o superventas. 

La banalización (es decir, la pérdida de identidad) del Día del Libro se fundamenta en que sólo favorece ediciones de libros realizados “ad hoc” para esa fecha, generalmente de autores incompetentes, o de incompetentes que trabajan para incompetentes (es decir, obras de segunda mano, encargadas por mediáticos a "esclavos literarios", pero firmadas por ellos). Estrellas de la tele, políticos, artistas, o “famosos en general”, venden a espuertas libros que –es bien sabido- no va a leer nadie; porque no tienen sustancia ni fundamento. Los autores “serios” deben esperarse a que se aquiete el panorama, a que se calmen las aguas, para sacar a la luz sus tesoros; es decir, sus libros: bien paridos, bien editados, y bien meditados (eso sobre todo).  

El Día del Libro es la fiesta de la “patuleia” libresca. La basura fungible y efímera es la protagonista. El libro serio es la víctima. Bien sé, como librero y lector, que no puedo esperar ver a mis clientes habituales (a los amantes de los libros), en mi librería, durante los días inmediatamente anteriores y posteriores al Día del Libro. Ellos, como yo, odian el Día del Libro; tanto o más que yo mismo. En cambio, el Día del Libro veo a “clientes” que no volveré a ver hasta el siguiente Día del Libro. Pues es el único día en que compran libros. 

La Diada de Sant Jordi es la ruina y la vergüenza del sector del libro en mi país, Cataluña. No veo motivo de orgullo en alardear de esta celebración ante el mundo. Preferiría ver día a día, de forma regular, a clientes que realmente buscan tesoros en las librerías; aquellos libros que satisfacen sus deseos y sus necesidades, y que colman sus ansias de saber y de aprender (o simplemente de entretenerse). Odio vender basura a aquellos que la obtienen para “cumplir el rito”. En mi librería los libros formato “día del libro” (es decir, mediáticos) que me llegan van directamente al contenedor azul. Pena da ver tanta pulpa de papel malgastada; en los centros de reciclado dicha pasta de papel podrá tener –al menos- una segunda oportunidad. 

Así pues, ¡Odio el Día del Libro! Y cada día más. 

A aquél que me oiga, con algo de influencia, si de verdad ama los libros, ¡que acabe con esta festividad infame! 

A aquél que no le guste leer, ¡que vea la televisión! O que vaya de pesca. Que no compre un producto (un libro mediático) que de ninguna manera va a leer (él o aquél a quien lo haya regalado). 

Al mediático que escribe “su libro” para el Día del Libro, ¡que deje de decir estupideces! 

Al librero y editor, ¡sque ea inteligente, y acabe de una vez con esta pantomima, que además es mal negocio! (excepto para los editores de libros “mediáticos”). 

A usted, persona inteligente, ¡absténgase de comprar libros el Día del Libro! Adquiera su libro preferido cualquier otro día. Y compre una rosa para él o para ella. Porque una rosa es otra cosa…

NOTA: Un lector me ha señalado que este artículo es un tanto "negativo", y que debería ser más "positivo". Es decir, debería hacer una propuesta, no simplemente criticar algo que no me gusta. Pues sí, voy a hacer una propuesta: volver a la "normalidad", acabando de una vez con esta ESTÚPIDA tradición del Día del Libro en Cataluña. Porque, mi pregunta es: ¿acaso el 85% de la población española, o el 99% de la población mundial, la echarían en falta? Apuesto a que no. La inmesa mayor parte de los lectores del mundo se las apañan muy bien sin Día del Libro. Las librerías y las editoriales de la mayor parte de España, y del resto del mundo, no lo necesitan . Si es así, tal vez es hora de repensar esa "singularidad catalana", que sólo sirve para crear problemas en el mercado editorial, para engordar las billeteras de algunos charlatanes (los autores de "libros mediáticos", así como de sus editores), y para malgastar recursos escasos  (papel, energía, tiempo...).

 

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