Fundamentos de Economía Factorial

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ADVERTENCIA

 

     Esta obra no trata de ser un remedo de manual que englobe los saberes acumulados en el campo del crecimiento y de la economía factorial (léase más adelante su definición en la terminología). Más bien es un ensayo teórico provisional, hecho desde la reflexión autónoma, de cara a aportar renovadas respuestas a un campo con todavía demasiados interrogantes.

     El autor no es un académico especialista en el tema, y por tanto no tiene acceso a las fuentes más modernas en torno al área del crecimiento. Este ensayo es, por tanto, fruto de su propia reflexión y de las variadas lecturas realizadas.

     Quien pretenda introducirse en este ensayo, ha de asumir la responsabilidad de dejar de lado el instrumental teórico existente para incorporar una nueva terminología y metodología, que se ajusta a un nuevo enfoque de estudio del área de la economía factorial.

     Sin embargo, este ensayo no desmiente ningún aspecto esencial del análisis marginal (si acaso, la convicción en el equilibrio general), sino que más bien los enfoca de una nueva manera (por ejemplo, por lo que se refiere al punto de maximización de beneficios, a la perecuación de la tasa de ganancias, en terminología marxista, etc.)

     Este ensayo introduce dos factores suplementarios en el análisis neoclásico sobre el crecimiento: el tiempo y el cambio tecnológico. La idea de crecimiento "neutral" varía significativamente de la concepción de Cambridge (Harrod, Robinson).

     El autor cree haber conseguido englobar en un tronco común los cinco enfoques económicos básicos: clásico, neoclásico, marxista, keynesiano y postkeynesiano. Además, cree poder afirmar que ha descorrido el velo que separa la macroeconomía de la microeconomía. También cree poder afirmar que con este ensayo consigue llevar el análisis económico de nuevo al campo de la economía factorial, es decir, de la oferta.

     Una buena metáfora para expresar la interrelación entre factores de oferta y de demanda sería la siguiente: la economía sería como una bicicleta con dos ruedas y una cadena; el autor ha estudiado la rueda de la oferta, pero todavía ha de trabajar en la de la demanda y en la cadena que pone en marcha el sistema (los factores monetarios y crediticios).

     El autor trabaja con tasas de incremento de los factores, que por dificultades técnicas, ha habido de expresar de la siguiente manera: _X/X=X. En las escasas ocasiones en que se alude a stocks, éstos son representados por una mayúscula subrayada: X.


TERMINOLOGÍA

 

     Economía factorial: Es aquella actividad económica realizada de forma directa por los factores productivos (trabajo y capital) en el proceso productivo, antes de exacciones impositivas o de transferencias públicas o privadas.

     Productividad marginal: En este modelo se interpretará este concepto de una manera especial. Tradicionalmente la productividad marginal expresa la idea de que a medida que aumenta la aplicación de factores productivos aumenta en una medida menos que directamente proporcional el producto.

     Ello implica que, con una variable independiente (por ejemplo, el trabajo), y otra dada (por ejemplo, el capital, con un nivel tecnológico dado), la aplicación en el tiempo de la fórmula de la productividad marginal (que no es más que el cociente entre la producción marginal y el trabajo marginal, si es ésta la variable independiente) dibuja una función con infinitos valores, si se efectúa una tabla de resultados en la cual varíe tanto la producción marginal como la aplicación marginal de trabajo. La elección que efectuemos de tales valores vendrá dada por: 1) el análisis empírico de la realidad o 2) la selección discrecional. Si el factor capital es también móvil, tendremos una superficie de dos dimensiones con infinitos valores.

     Como es difícil trabajar con tal volumen de valores sin establecer supuestos de selección arbitrarios, el autor ha optado por tener tanto el incremento del producto como el del capital como factores dados, y el del trabajo como factor variable. Así se obtiene una función lineal decreciente, con infinitos valores, en la cual es más fácil seleccionar un punto representativo (en nuestro caso, el punto de beneficios medios). La movilidad del modelo y la evolución tendencial se obtiene de la siguiente manera: se desplaza la función de la productividad marginal (con el incremento de la producción y el del capital, en cada recta, dados) en el tiempo, y de este modo se obtiene asimismo una superficie de dos dimensiones con infinitos valores. Y una vez que se tiene el punto de beneficios medios de cada recta, se unen éstos y así se obtiene la evolución tendencial de la productividad (absoluta), de una manera automática, evitando cualquier tipo de arbitrariedad en la selección de los valores.

     Eficiencia global (o cambio tecnológico): La introducción del cambio tecnológico complica el modelo. En efecto: 1) el crecimiento es constante a escala (el cociente entre crecimiento de producto y factor es uno) cuando de la inversión en capital y trabajo se obtiene un producto directamente proporcional a tal esfuerzo inversor; 2) el crecimiento es decreciente a escala (el cociente entre crecimiento de producto y factor es menor que uno) cuando de la inversión en los factores se obtiene un producto paulatinamente menor; y 3) una vez que introducimos el cambio tecnológico, de la inversión en los factores productivos se obtiene un producto paulatinamente mayor: rendimientos crecientes a escala, o economías de escala (el cociente entre incremento de producto y de factor es mayor que uno).

     Es decir, una vez que introducimos el cambio tecnológico se destruye el principio de los rendimientos constantes o decrecientes y éstos pasan a ser crecientes: de una aplicación determinada de capital y trabajo se obtiene un producto paulatinamente mayor. En cambio, en un contexto donde la oferta es inelástica (a causa de la existencia limitada de tierra o de capital), siempre que excluyamos el cambio tecnológico, los rendimientos son inexorablemente decrecientes.

     En el presente modelo, cuando tomamos el incremento de la renta como un valor dado, implícitamente estamos asumiendo: 1) que el análisis se realiza en el cortísimo plazo (en un instante temporal dado); y 2) que en ese lapso temporal el equipo-capital está dado, y la oferta es inelástica.

     En definitiva, según este modelo, los rendimientos son crecientes a escala (pues introducimos el factor cambio tecnológico). Sin embargo, a corto plazo, para realizar un análisis lineal de la productividad, con el cambio tecnológico como factor residual, indefectiblemente el crecimiento de la renta y el del factor capital han de estar dados. A largo plazo, la temporalidad se expresa con el desplazamiento horizontal de la función en la gráfica (a derecha o izquierda).

     El estudio a corto plazo (incremento de la renta y del capital dados) se ajusta al caso ricardiano de rendimientos decrecientes, donde hay una reserva inelástica de capacidad de producción acumulada (dada por la Naturaleza, en el caso de Ricardo, o por el depósito de capacidad de producción acumulada, expresado por la denominación "cambio tecnológico", en el presente modelo). Por ello la curva de la productividad marginal es decreciente.

     (Notemos que hablamos de "depósito de capacidad de producción", que se expresa en valores de productividad, no del equipo técnico, que se expresa en valores contables.)

     La eficiencia global (o cambio tecnológico) expresa dos cosas: 1) a corto plazo, la evolución de la capacidad productiva acumulada en uso en un determinado momento, añadida a la capacidad corriente dada por nueva inversión en capital y trabajo; 2) a largo plazo, la evolución de la productividad global, expresada como la agregación de la productividad ponderada de los factores capital y trabajo. En el caso (1) nos movemos "en" la recta de productividad marginal; en el caso (2) nos movemos "de" recta de productividad marginal.

     Productividad absoluta (beneficios medios): Es el nivel de productividad que crece al ritmo de la inversión en capital o trabajo. En nuestro modelo, con un factor ponderador 0,5 para cada factor y, por ejemplo, con un incremento de la renta dado de un 4%, en dicho punto el incremento en la inversión en factor trabajo (por ejemplo, un 2%) se iguala al incremento en la productividad del trabajo (también un 2%).

     Ingresos marginales (o suplementarios): En un análisis a corto plazo, a diferencia del modelo neoclásico, expresa el decrecimiento paulatino, con un incremento de renta y capital corriente dados, de la productividad, hasta el punto en que se agota la capacidad productiva (acumulada o corriente).

     Costes marginales (o suplementarios): En un análisis a corto plazo, a diferencia del modelo neoclásico, expresa el incremento paulatino de los rendimientos negativos, a partir del punto en el que el crecimiento del factor variable (por ejemplo, el trabajo) supera al del factor dado (por ejemplo, el capital). Los costes marginales se igualarán a los ingresos marginales en el punto donde la variable independiente tenga un crecimiento igual al de la renta: aquí, la productividad marginal será cero, y a partir de aquí será negativa. Éste es el punto de maximización de los beneficios, según los neoclásicos.

     Punto óptimo: Es el punto donde el crecimiento del factor variable (por ejemplo, trabajo), se iguala al del factor dado (por ejemplo, capital). Aquí no se producirá una productividad aparente (con decrecimiento de factor trabajo), es decir, una productividad que no puede ser absorbida por la capacidad de consumo del sistema, cuando el trabajo crece a una tasa menor a la del capital; ni tampoco, cuando existe productividad real (con incremento neto del factor trabajo), una productividad inferior a la capacidad de consumo del sistema, cuando el trabajo crece a una tasa mayor a la del capital.

     El optimum optimorum se sitúa en el punto donde el crecimiento de ambos factores (capital y trabajo) se iguala al de la productividad marginal; es decir, en el punto donde el punto óptimo coincide con el punto de productividad absoluta (beneficios medios).

     Productividad relativa: Expresa el valor de la productividad absoluta con signo negativo. Es decir, es el valor de la eficiencia global, que sumado al de la productividad absoluta (o beneficios medios), da un saldo cero. Este valor de la productividad relativa es el que determina el punto de reversión de fase, que ejerce de disparador de cambio de fase del ciclo.

     Beneficios totales: Es el resultado de sumar la productividad absoluta y la eficiencia global. La primera (productividad absoluta) es el nivel de productividad que se iguala al ritmo de la inversión, siendo un punto de máxima eficiencia cuando los factores capital y trabajo crecen ambos al ritmo de la productividad marginal (optimum optimorum). La segunda (eficiencia global) expresa el estado real de la productividad global en un momento dado. Cuando esta adición da cero, los beneficios medios se anulan y se produce un proceso automático de cambio de fase del ciclo.

     Nivel de empleo natural: Es el nivel máximo de empleo en el que todavía no se producen desequilibrios (donde la productividad del trabajo es cero); es decir, es el punto donde el crecimiento del factor trabajo y el de la renta se igualan.

     Nivel de paro tecnológico: Es el nivel mínimo de empleo, en el punto de reversión de fase, es decir, más allá del cual se reinicia el proceso inversor.

     Diferencial del capital (equivalente al concepto "coeficiente capital-trabajo"): En un contexto estático (renta y capital dados) es el residuo entre la productividad del trabajo y la productividad del capital acumulado (cambio tecnológico): si la productividad del trabajo es 1, y la productividad del capital acumulado es x, supondría el residuo 1-x. (El diferencial del trabajo sería, a su vez, el residuo entre la productividad del capital y la del capital acumulado.)

     Frontera de posibilidades de producción (productividad efectiva): Al igual que en la definición convencional, de Samuelson, se supone un nivel de renta dado por las capacidades productivas en un determinado momento. En nuestro modelo equivale al límite máximo de productividad dado por el crecimiento relativo de capital y de trabajo, así como por la capacidad productiva acumulada, en relación a la concepción tradicional que opone la producción de los cañones a la de la mantequilla (suma cero).

     Productividad estable: La línea de homogeneidad es aquel nivel de productividad que se mantiene estable en el tiempo, con independencia de la variación de la renta o del factor trabajo (o capital). La productividad estable es un caso especial, en que la línea de homogeneidad se sitúa en el nivel de productividad del trabajo (o capital) cero.

     Productividad potencial: Es aquel nivel de productividad en que, frente a un nivel dado de productividad efectiva (en base al crecimiento relativo de los factores, o al depósito de capacidad de producción acumulada: frontera de posibilidades de producción), se "fuerza la máquina" hasta el punto en que ésta funciona al límite de su capacidad de producción, por lo que el período de amortización de la maquinaria se acorta, creándose una brecha del tiempo entre el período de vida de la maquinaria que funciona a un ritmo normal, y el período de vida a un ritmo acelerado.


NOTAS PRELIMINARES

(A modo de introducción)

 

     Desde que tuve acceso al método residual de Solow para desglosar en sus partes elementales el incremento de la renta agregada (Q=xK+(1-x)L+CT, siendo Q=evolución de la renta agregada, K=evolución del capital, L=evolución del empleo, y CT=residuo entre la renta agregada y la inversión agregada), que a su vez se basó en la conocida función de producción Cobb-Douglas, consolidé la creencia de que el cambio tecnológico ha de ser considerado como una variable interna, no externa, del sistema económico, y me propuse investigar con mis escasos medios sus repercusiones en el circuito económico.

     Ya hacía algún tiempo que merodeaba por mi cabeza la idea de zambullirme de lleno en el tema del crecimiento, que hasta ahora ha sido uno de los grandes interrogantes del pensamiento económico. Siempre he estado convencido de que de alguna manera el crecimiento acumulativo actual es el fuelle que da oxígeno a los procesos -espasmódicos- cíclicos. Sin embargo, tenía que hallar la prueba de tal encadenamiento, la espita (el mecanismo, o dispositivo) que dispara los procesos incontrolados, las fluctuaciones y las inestabilidades (en definitiva, el comportamiento caótico no lineal).

     Actualmente se adopta como paradigmática la consabida explicación de la crisis por el hecho incontrovertible de la imperfección del mecanismo de los precios como instancia reguladora que establezca un equilibrio o unas reglas de juego fiables en los mecanismos del mercado (es decir, que sirva como instancia reequilibradora, o como disparador de un mecanismo automático de retroalimentación negativa, que frene el proceso iniciado por la retroalimentación positiva -en bola de nieve- del proceso cíclico); los precios, como sabemos, están muy lejos de observar un comportamiento de equilibrio, especialmente si empleamos el método kaleckiano de dividir la economía en dos grandes sectores: el de los medios de consumo y el de los medios de producción.

     Una actuación complementaria, ejercida subsidiariamente por el Estado, vendría dada por actuaciones procíclicas o anticíclicas (con un retardo inevitable entre el diagnóstico de la situación y la adopción de medidas, y entre ésta y la coyuntura en que se inscriben), a partir de la teoría postkeynesiana de los estabilizadores, tanto automáticos como discrecionales. Más allá, se hace necesario encontrar una explicación que supere la actual interpretación de la crisis a partir de las "crisis de subconsumo" o de las "preferencias por la liquidez" (que centra su atención en cuellos de botella del lado de la demanda), y dirigir nuestra atención a los mecanismos internos del lado de la oferta (sin por ello obviar los primeros).

     Con anterioridad barajaba algunas ideas (vagas e intuitivas) de partida acerca del complejo mecanismo de los procesos cíclicos, y de su relación con el crecimiento acumulativo capitalista: crecimiento cero (y sostenible), retroalimentación negativa y positiva, caos determinista, proceso dinámico, análisis de sistemas, etc. Fue el conocimiento de la citada fórmula de Robert Solow el que descorrió el velo que separaba la presunción intuitiva de la concreción de las ideas.

     Hasta ahora, al menos a partir de mis modestos conocimientos, han circulado un buen número de teorías explicativas de la crisis, que la fundamentan por lo general en una o varias (a veces innumerables) causas, tanto internas como externas, relacionadas con el funcionamiento de la economía. Hay numerosos modelos econométricos que intentan evocar su funcionamiento a partir de multitud de factores (muchas veces fuera de todo control): comercio exterior, tipo de cambio, expectativas, tasas de interés, inflación, conflictos, recursos, estado psicológico, etc. Sin embargo, todos estos modelos parten de la misma "ilusión" mecanicista, extrapolada del funcionamiento de las economías desarrolladas de mercado: la crisis y el ciclo económico son el precio a pagar por el progreso económico y el crecimiento.

     Pero si observamos con más detalle se tiende a identificar progreso con crecimiento (y al revés). Aquí es donde discrepo. De ninguna manera progreso (y calidad de vida) ha de estar necesariamente asociado al crecimiento. Si cambiamos de base, y consideramos al crecimiento como factor de desequilibrios y perturbaciones, no como factor de progreso, bienestar o calidad de vida, podremos entender el mecanismo de la crisis de una manera elegante y sencilla.

     El método es muy simple: basta con servirse del elemento "cambio tecnológico" para introducirlo en un modelo dinámico, gráfico, que tenga como principales variables el capital, el trabajo y la renta (es decir, desdeñando de momento el componente monetario de la economía), en una economía cerrada al exterior, si es que queremos que el modelo sea manejable. Más sencillo todavía: se trataría de reducir el capital y el trabajo a una única sustancia (la inversión agregada), para así situarnos en un contexto de hipotética maximización de la eficiencia en el empleo de los recursos productivos. Con tan pocos elementos tenemos la casi totalidad de situaciones de la economía real (productiva), es decir, no financiera, que podemos integrar en modelos dinámicos de carácter cíclico: paro tecnológico, tasa de empleo "natural", productividad (absoluta y relativa), beneficios "normales" y "totales", rupturas de stock, capacidad productiva desocupada, desinversión, desvalorización, amortización acelerada, eficiencia económica, dumping de costos, productividad aparente (con desempleo) y real (sin desempleo), monopolios y superbeneficios, ingresos y costes marginales y rendimientos decrecientes del capital y del trabajo...

     Necesariamente, estas líneas han de ser un primer esbozo de lo que habría de ser un arduo trabajo de sustanciación y concreción matemática, gráfica y estadística, de un germen de ideas y proposiciones que sería precipitado considerar definitivos (o axiomáticos). Pero como punto de arranque provisional considero que es suficiente. Paso a reseñar las principales conclusiones a las que es posible llegar a partir de la gráfica A-1.

     En esta gráfica he realizado un repaso de diferentes situaciones de crecimiento. Podemos definir como crecimiento (positivo) al aumento cuantitativo real (no nominal) de la renta por medio de un proceso acumulativo sostenido (pues en caso de "no crecimiento" nos encontraríamos en una situación de estancamiento). El crecimiento —negativo o positivo— marca una tendencia, con un signo u otro; generalmente, a partir de la experiencia acumulada, esta tendencia es positiva a largo plazo, independientemente de los procesos coyunturales de estancamiento o decrecimiento. El factor explicativo de esta tendencia, a partir de la fórmula de Solow, sería el cambio tecnológico. Sin embargo, el proceso acumulativo no es suficiente para explicar una tendencia a largo plazo de crecimiento positivo real (no sólo financiero, ni por supuesto monetario), pues si únicamente observamos un reemplazamiento de los factores desgastados o amortizados (en un contexto de estancamiento de la población), o bien únicamente creamos nuevo capital (técnico o humano) para satisfacer las necesidades corrientes de un crecimiento vegetativo de la población, no hay verdadero crecimiento (positivo) neto, sino una situación estacionaria de crecimiento cero.

     El caso 1 es el más simple. Se trata de un crecimiento sostenido de un uno por ciento anual. Sin embargo, como los recursos productivos (Q=1, L=1, con un reparto respectivo de la renta de un 0,5 por uno) crecen al mismo ritmo que la renta, la productividad derivada de causas tecnológicas es irrelevante (CT=0), y no se produce un proceso acumulativo neto de creación de capital suplementario (se entiende neto de reemplazamiento de viejo capital, y por encima del nivel de crecimiento vegetativo de la población).

     En este caso únicamente observamos un crecimiento (igual a una unidad) de carácter vegetativo, que depende fundamentalmente del crecimiento de la fuerza de trabajo (de la población), con el debido desfase entre crecimiento vegetativo y la incorporación de la nueva fuerza de trabajo. El "nuevo" capital se ajustaría al crecimiento de las necesidades de una masa suplementaria de población (lo que incrementaría la demanda), y al incremento de la fuerza de trabajo (y del capital, o al desbrozamiento de nuevas tierras, antes no cultivadas), que respondería, automáticamente, y en proporción equivalente, al aumento de la demanda agregada por causas vegetativas. Sin embargo, no se acumularía en nuevo capital para mejorar la productividad y la renta futura. Este caso ejemplificaría el crecimiento vegetativo de la época preindustrial (hasta la Primera Revolución Industrial), que era lento y se ajustaba (con desfases) al de la población, y que estaba caracterizado por los conocidos "dientes de sierra" demográficos. El factor tecnológico era prácticamente irrelevante, al menos a corto plazo.

     En el caso 2 hemos introducido una variante. Por ejemplo, a través de una guerra de rapiña, una nación conquista un fabuloso tesoro de oro y de plata. ¿Qué sucedería en un contexto caracterizado por un factor tecnológico irrelevante? Si nos fijamos en el gráfico, en un primer momento se daría inicio a un proceso acumulativo (por ejemplo, de cara a absorber el nuevo consumo en forma de objetos de lujo de carácter suntuario), que se va extinguiendo paulatinamente a medida que el sistema económico extingue los efectos del capital suplementario (y de la demanda agregada originada por el mismo, de carácter consuntivo y suntuario), introducido desde el exterior (es decir, no acumulado de forma productiva). Este capital no se invierte productivamente, sino que se dilapida en forma de objetos de lujo. Y como esta nación no ha invertido en nuevo capital que rinda un mayor fruto en el futuro, o que satisfaga la demanda suplementaria originada desde el exterior, previsiblemente se producirá un proceso especulativo e inflacionario que malogrará y perturbará los posibles beneficios de tal inyección de recursos, si ésta hubiese sido convenientemente aprovechada.

     Tales beneficios serán exportados a las naciones con las que dicho país comercia, que le suplen de los bienes de lujo necesarios que ella no produce (y que previsiblemente tampoco producirá en el futuro, porque no se han invertido adecuadamente los recursos adquiridos por medio de la acumulación primitiva —de rapiña— antes reseñada). Aquí se generaría, por partes iguales, déficit exterior, indolencia e inflación. No habría acumulación productiva, sino una pura acumulación simple, añadida a un sistema dispalfarrador, con un nivel tecnológico dado (muy pobre, por supuesto). La riqueza, a la postre, no crecería, sino que se desencadenaría una perturbación monetaria sin que el plano productivo saliera beneficiado por ello. A la larga, se continuaría en la situación estacionaria previa, con un nivel de precios (inflación) más elevado. Ésta era la situación de la España del Siglo de Oro, en la cual el capital en forma de oro y plata indianos no se transformó en capital productivo, sino en compras suntuarias de productos de lujo que este país había de importar del exterior: no se acumuló, sólo se dilapidó, con el efecto de la gran inflación de los siglos XVI y XVII.

     En el caso 3 entramos de lleno en el escenario actual, que Marx interpretara tan fielmente (aun desde la perspectiva actual). Como se puede observar, partimos de una situación de desequilibrio provocado por un stock de capital humano inactivo (ejército industrial de reserva), un stock de capital productivo que se ha de invertir eficientemente (en forma de fondos de inversión productiva, o de capacidad productiva acumulada no utilizada, que supone unos costes de marcha en vacío), y un nivel tecnológico dado, que multiplica por un factor dado el rendimiento del capital físico (máquinas y bienes intermedios); este factor lo llamamos cambio tecnológico (CT en siglas). La fuerza de trabajo (L), como veremos, es tanto un factor desencadenante como limitante.

     El proceso se desarrollaría, básicamente, de la siguiente manera: en una situación caracterizada por un stock de CT acumulado, que multiplica por un factor determinado la productividad del trabajo (como veremos posteriormente, medida como Q-L, o _Q/Q-_L/L, ya que esta expresión es de mayor interés, dado que expresa tasas de incremento y el signo y saldo de la evolución), nos encontramos simultáneamente con un stock de L no empleado (paro estructural), por razón del aumento de la productividad aparente del capital, atribuible al cambio tecnológico (paro tecnológico), que el sistema económico no puede o no quiere absorber (posteriormente intentaré demostrar que, a mi entender, se trataría de lo segundo). Partimos de la base de que el excedente de productividad generado por CT rellenaría la brecha entre el ritmo de incremento de la renta (Q) y el de la agregación ponderada de capital y trabajo (K+L). (Como veremos, esta ponderación viene dada por el reparto respectivo de la renta entre ambos factores productivos.)

     La productividad del trabajo la expresaríamos como Q-L (es decir, _Q/Q-_L/L). Q crece a causa de los efectos de la productividad absoluta (o beneficios normales), constituida por la parte del capital remunerado que va a parar al empresario (como veremos, vendría dada por Q/2, que es el punto donde el incremento de trabajo, L, se iguala a la productividad del trabajo, Q-L). En el modelo-patrón que desarrollaremos posteriormente, los beneficios normales son invertidos productivamente; es decir, implícitamente asumimos que la renta que va a parar al capital, de una u otra manera, se invierte productivamente, mientras que la renta que desemboca en la fuerza de trabajo, se gasta en nuevo consumo ("los trabajadores gastan lo que ganan, y los empresarios ganan lo que gastan").

     La renta agregada supone una demanda agregada conformada por inversión y consumo (Q=I+C), sin que, de momento, dadas las limitaciones formales de este modelo, quepa incorporar la renta sustraída o generada por el Estado, que como sabemos tiene un importante papel en la demanda agregada de la Economía de inspiración keynesiana, a veces como mero "creador de dinero". Al hablar de crecimiento del trabajo, sería preferible referirse a "crecimiento de la remuneración a la fuerza de trabajo" (teniendo ésta carácter histórico), no al "crecimiento de los contingentes que forman parte de la fuerza de trabajo". Puede existir un fuerte componente de "aumento de fuerza de trabajo" que consista en aumentos de las remuneraciones salariales, por efecto de la presión de los trabajadores en momentos coyunturales expansivos, más que en incrementos netos de población asalariada. Sin embargo, por razones prácticas (economía de medios), al efectuar la contrastación empírica hemos hecho uso de la evolución de los contingentes de población ocupada (con resultados satisfactorios, como veremos).

     Por último, cabe decir que al ser éste un modelo provisional y muy simplificado, he de obviar, de momento, la faceta monetaria de las modernas economías de mercado. Si hago referencia a esta cuestión, es a título ilustrativo, aunque de forma poco rigurosa (es decir, no cuantitativa).

     Para simplificar (ello lo desarrollaremos con más profundidad posteriormente), considero que los recursos se utilizan eficientemente, por lo que K=L (es decir, _K/K=_L/L) tal como también expresa el modelo Harrod-Domar de crecimiento (aunque, como veremos, nosotros igualamos ambos factores al incremento de la productividad del trabajo, Q-L, no al ritmo de incremento de la renta, Q). Este supuesto es fácil de comprender, pues si el capital creciera menos que el trabajo, se produciría un cuadro típico de rendimientos decrecientes ricardianos (si no existe capacidad productiva no utilizada suplementaria); en cambio, si creciera más, se produciría una alta productividad que el sistema no podría absorber, ante el descompasamiento entre producción y creación de consumo suplementario.

     En definitiva, los beneficios excesivos, en cuadros de fuerte productividad aparente, no se pueden colocar en el mercado, al existir una carencia relativa de fuerza de trabajo con poder de consumo; y, por tanto, tales beneficios, tal como apuntan Baran y Sweezy, han de ser exportados o dilapidados mediante armamentismo o campañas de publicidad costosas e inútiles. Parto de la base de que me estoy refiriendo a un sistema económico autárquico, autosuficiente, sin relaciones con el exterior, con el fin de simplificar y no enmarañar innecesariamente el modelo.

     Si observamos la gráfica ilustrativa, en el caso 3, hasta cuatro unidades de tiempo todo va bien, porque el sistema económico absorbe una determinada cantidad de paro tecnológico acumulado, hasta llegar a una situación de efímero pleno empleo (que puede no ser todo el empleo posible, sino el nivel de empleo "natural", que no produzca un cuadro de productividad negativa). Pero a partir de aquí, cada incremento suplementario de una unidad de trabajo (L), a consecuencia del efecto multiplicador de la expansión cíclica, que trata de absorber el incremento de la demanda de consumo, genera las siguientes consecuencias: 1) en todo momento, rendimientos decrecientes si el capital no crece al mismo ritmo que el empleo, a un nivel tecnológico dado (es decir, si no se respeta la condición de Cambridge: una relación capital-producto y capital-trabajo constantes); y 2) un aumento neto (no monetario) del coste de la mano de obra y, por ende, del resto de los factores productivos (los bienes intermedios y los servicios productivos).

     A partir de este momento el sistema económico (el mercado) experimenta espontáneamente un fenómeno a) de contracción del incremento de nuevos factores productivos y b), de decrecimiento (o desinversión neta) de los recursos acumulados (la capacidad productiva acumulada es liquidada, o se desvaloriza por obsolescencia; en todo momento, de cara a reducir costes de marcha en vacío, se procura tener en uso la mayor parte de la reserva de capacidad productiva remanente). De tal manera, se da inicio a un proceso en forma de "bola de nieve", con tal vez igual intensidad multiplicadora (aunque con signo contrario) que la dinámica del auge previo. El aumento del paro y del stock de capital desinvertido disminuye el consumo, lo cual provoca fuertes acumulaciones de existencias invendidas y sobrecarga los almacenes. Se producen recortes suplementarios de producción y el proceso contractivo, y posteriormente recesivo, se agudiza (a partir del principio multiplicador de Kahn).

     Pero simultáneamente la productividad y la eficiencia en el uso de los recursos productivos aumenta, y si bien la productividad absoluta (beneficios medios, iguales a Q/2, como vimos antes) disminuye en términos absolutos, aumenta en términos relativos (se sitúa por encima de Q). En general, en este punto, la productividad del trabajo (Q-L) aumenta, dado el importante papel que aquí juega CT como depósito de capacidad de producción, que junto con las mejoras en la organización, y el papel desempeñado por K corriente (incorporador de mejoras técnicas que ahorran mano de obra), disminuye costes (laborales, sobre todo) y aumenta márgenes empresariales netos (de costes fijos, de ineficiencias, de costes laborales, de desgaste del capital, etc.)

     Si seguimos observando la gráfica, cuando T=8, e I=0, la productividad absoluta (segmento rallado) es igual a 0. Pero entre T=8 y T=10 la productividad absoluta, si bien es negativa, se sitúa por encima de la renta ((Q/2)>Q). Cuando, en este momento, la productividad del trabajo (Q-L), y los rendimientos por unidad de factor invertido, tienen una tendencia positiva, se invierte el proceso y el multiplicador pasa a tener signo positivo (más adelante estudiaremos esta dinámica con mayor detalle, al ocuparnos del concepto esencial de punto de reversión de fase). (Este proceso, como vemos, se ajusta a la teoría keynesiana del ciclo económico, y en concreto del multiplicador, tanto en los períodos de auge como de recesión.)

     En T=10 la trayectoria se vuelve a invertir: el stock de mano de obra desocupada llega a su máximo (paro tecnológico, a un nivel tecnológico dado y con una demanda y renta disponible dados); los rendimientos por unidad de factor invertido son altos; y la eficiencia global (CT) adquiere niveles positivos, muy por encima de los del crecimiento de la renta. Efectos todos ellos que, como sabemos, estuvieron originados por la desinversión acaecida tras rebasar el nivel de "empleo natural". El proceso vuelve a desencadenarse tal como lo hemos relatado aquí.

     En el siguiente capítulo, tras un breve anticipo de supuestos básicos, comenzaremos refiriéndonos a una de las claves de nuestro análisis: el efecto de la productividad marginal del capital y del trabajo, y su repercusión sobre conceptos tales como productividad real y productividad aparente (sin o con destrucción de factor empleo).


SUPUESTOS DEL MODELO

 

     1) Al introducir el cambio tecnológico, los rendimientos son crecientes a escala. Pero al tener un factor "crecimiento de la renta" dado, se produce un cuadro ricardiano de rendimientos decrecientes.

     2) Cuando no se diga lo contrario, la tasa de crecimiento del capital es inferior a la de la renta (K<Q).

     3. Cuando no se diga lo contrario, el reparto de la renta entre capital y trabajo viene dado por las proporciones x=1/2 para K y (1-x)=1/2 para L. Ésta es, poco más o menos, la situación en España, si nos referimos a renta bruta (incorporando la amortización). Sin embargo, para homogeneizar las series con otros países (Estados Unidos, Reino Unido y Francia), en la contrastación empírica nos hemos servido de la siguiente razón ponderadora: x(K)=0,4 y 1-x(L)=0,6, que no incluye la amortización del capital.

     4) Los rendimientos y los beneficios derivan de la productividad del trabajo. Los rendimientos, en general, son el cociente entre beneficios y el capital invertido. El beneficio aquí no existe como tal; los beneficios medios (Q/2) constituyen la remuneración del capital en una situación óptima donde L=K=(Q-L).

     5) Los dos únicos factores de la función de producción son capital (K) y trabajo (L). Cambio tecnológico (CT) cumple el papel de: 1) capacidad de producción acumulada y 2) eficiencia global del sistema.

     6) Este modelo asume tanto el contexto masilla/arcilla, como el arcilla/arcilla, en el uso relativo de los factores. El primero se refiere al corto plazo (contexto estático), y el segundo al largo plazo (contexto dinámico).

     7) Los contextos estáticos se refieren al movimiento "por" una curva, y los dinámicos al movimiento "de" una curva.

     8) Los valores se expresan siempre en tasas de incremento: K=_K/K, L=_L/L, Q=_Q/Q, Q-L=_Q/Q-_L/L. CT tiene carácter residual.

     9) El análisis de la productividad marginal tiene carácter microeconómico, pero sus consecuencias se pueden aplicar a una escala macroeconómica.

     10) Los flujos se expresan con una mayúsculas, y las pocas veces que nos referimos a stocks con una mayúscula subrayada.


SECCIÓN PRIMERA

(Concepto de productividad marginal)

 

     Ya desde la época clásica ha sido objeto de consideración y estudio el concepto tradicional de productividad marginal, ya del trabajo (añadir unidades suplementarias de trabajo a un equipo capital/trabajo dado) como del capital (añadir unidades suplementarias de capital a un equipo capital/trabajo preexistente, con una aplicación de la tecnología y del trabajo similares; o bien emplear a un ritmo más intenso el capital y el trabajo existente, usando más bienes intermedios, y más unidades de trabajo/hora). Digno de mención es el concepto de rendimientos decrecientes empleado por David Ricardo al referirse a la renta de la tierra. Excepto en muy limitados ámbitos (aquellos caracterizados como de rendimientos crecientes a escala), se da por sobreentendido que existe un punto más allá del cual los costes medios aumentarán como consecuencia del incremento de los costes marginales (los ingresos marginales serán estables, en una situación de competencia perfecta, o decrecientes, en un contexto de competencia imperfecta). Sobrepasado ese punto los beneficios tenderán a desaparecer (éstos se maximizarán, en todo caso, en el punto donde los ingresos marginales se igualan a los costes marginales).

     (Notemos que la inmensa mayor parte de las actividades económicas se rigen por la ley inexorable de los rendimientos marginales decrecientes: es decir, cuanto más se invierte en capital y trabajo sobre un capital y un trabajo dados, con un nivel tecnológico dado, menores rendimientos marginales se obtendrán, y más aumentarán los costes marginales.)

     Si bien la cuestión de la productividad marginal es en concepto sencilla, pues reside en el cálculo aritmético de dividir el producto marginal por la inversión marginal (referidos ambos a unidades de valor), su mecánica es harto compleja, y no es éste el sitio más adecuado para dilucidarla (sólo hay que pensar en el abundante número de variables involucradas: ingresos y costes marginales, beneficios y costes medios, condiciones de mercado, como oferta y demanda, etc.) Además, hemos de partir de la base de que cualquier análisis de productividad marginal ha de aislar un factor como "dado"; por ejemplo, si efectuamos un análisis de la productividad marginal del trabajo, hemos de aislar (considerándolo como dado) el capital, y aplicar el principio del caeteris paribus. Así, a una tasa de productividad marginal del trabajo se le supone un capital dado (fijo), y al contrario si estamos estudiando la productividad marginal del capital.

     Pero la complejidad es aún más evidente cuando abandonamos el escenario artificioso de aplicar el caeteris paribus al cambio tecnológico (aislar la capacidad tecnológica como un factor "dado" es uno de los artificios más frecuentes de los análisis de productividad marginal). Cuando tomamos al cambio tecnológico como un factor dado, es decir, fijo, inmóvil, nos situamos en un imaginario cuadro de estado estacionario, irreal. En definitiva, para ser rigurosos en el análisis de la productividad marginal, hemos de recuperar el factor tiempo y el factor cambio tecnológico, que como veremos son las claves que explican la evolución positiva de la productividad y de la renta (o al menos, que amortiguan las oscilaciones bruscas de ambas variables), independientemente de la fase del ciclo (posteriormente veremos que productividad y renta tienen signo opuesto, o al menos siguen tendencias con sentido opuesto). Así pues, más allá de la "foto fija" clásica, artificiosa y estéril, hemos de introducir dos nuevas variables para dar dinamicidad y verosimilitud al concepto de productividad marginal: el tiempo y el cambio tecnológico.

     Partiendo del llamado "residuo de Solow", que considera el factor tecnológico (CT) como la diferencia (o residuo) entre la evolución de la renta agregada (medida estadísticamente) en un año, o período de tiempo determinado, y lo que ese país ha invertido en el mismo año, o período de tiempo considerado, podemos concluir que CT es el flujo de valor (en forma de renta) que proporciona un stock de capital y trabajo invertidos con anterioridad, en forma de reserva o depósito de capacidad de producción (medible en unidades físicas de potencia, o en unidades monetarias de renta, aunque esto último sería lo más común). Dicho stock de capacidad de producción (al que se le añade la capacidad tecnológica incorporada en el capital corriente, como veremos) rellena la brecha entre lo que el país obtiene en forma de output (o renta) y lo que el país invierte en un año corriente en forma de input (medios de producción). Así pues:

 

              Renta=Inversión+Cambio Tecnológico: Q=I+CT (1)

 

     Inversión=Capital+Trabajo (ponderados): I=xK+(1-x)L (2)

 

y por lo tanto,

 

                                        Q=[xK+(1-x)L]+CT (3)

 

     Si la evolución de K, L y Q fuese igual a uno:

 

                                         1=1[x+(1-x)]+CT (4)

 

y como [x+(1-x)]=1, entonces CT=0.

 

     Es decir, siempre hemos de considerar la inversión (K+L) ponderada en función del peso respectivo de los factores de producción en el reparto de la renta nacional: si consideramos convencionalmente que K recibe un x por uno de la renta global de un país, y L un (1-x) por uno, entonces entenderemos que K interviene en un x por uno en el proceso de producción global, y L en un (1-x) por uno, medidos en términos de valor en condiciones de mercado. (Excepcionalmente, las tasas de incremento del empleo, al referirnos a su contrastación empírica, son las tasas de variación de la población ocupada.) En cuanto a la ecuación (4), si el incremento de la renta global es uno, y la atribución de los factores en la obtención de esa renta (output) es también igual a la unidad, ponderada en función de su respectiva intervención en el proceso de producción, concluiremos que CT ha de ser igual a cero (recordamos que este escenario es característico de las sociedades estancadas, tradicionales, de tipo preindustrial; no, como veremos, de las modernas economías avanzadas de mercado).

     Así, podemos obtener las siguientes conclusiones provisionales:

 

     1) El cambio tecnológico sería un residuo entre la renta medida y la inversión medida: CT=Q-I.

     2) La inversión es una variable que se ha de obtener ponderando el peso de los dos factores esenciales considerados en este modelo (donde, como vemos, aún no hemos introducido la Naturaleza): K y L; asumiendo implícitamente que el reparto de la renta sería indicativo de la intervención de cada uno de estos factores en la producción global (o dicho en términos neoclásicos: de su respectiva productividad marginal), aplicando criterios de mercado. Así pues, a partir de esta presunción, podemos considerar a la inversión como una entidad única aplicando la siguiente fórmula: I=xK+(1-x)L, siendo x el grado de participación del factor capital en la obtención de la renta, y (1-x) el del trabajo.

     3) La consideración de CT como un residuo entre Q e I (medidos) parte también de la presunción de que la totalidad de la brecha existente entre Q e I es atribuible a mejoras técnicas u organizativas incorporadas en el mundo de la producción, y acumuladas en el equipo capital y humano, en forma de depósito de valor, con un período de amortización dado y neto de depreciaciones monetarias (inflación y valor de los tipos de cambio). Es lo que Keynes denominó "corriente de valor futuro del capital actual" (en función de su capacidad productiva, que depende de su contenido tecnológico), neto de depreciaciones de uso (amortizaciones), de costes de marcha en vacío, y de otro tipo de costes de oportunidad (por ejemplo, de la tasa de beneficio corriente respecto al tipo de interés monetario).

     4) Es preferible trabajar a partir de tasas de crecimiento de los valores (_X/X), más que a partir de ratios elaboradas a partir de datos absolutos (X/Y). Empleamos la siguiente fórmula para calcular el incremento en la productividad del trabajo:

 

% de incremento de Q/L=(Q1/Q0)-(L1/L0) [Es decir, el incremento de la productividad es igual al incremento porcentual de la renta menos el incremento porcentual del empleo.]

 

antes que esta otra

 

(Q1/Q0)/(L1/L0)=(Q1/L1)/(Q0/L0) [Esta fórmula nos dice, en cambio, si los rendimientos son crecientes, decrecientes, o constantes.]

 

     Por lo tanto, consideramos los valores en términos de tasas de incremento o decrecimiento (Q=_Q/Q, L=_L/L, K=_K/K), calculando evolución de la productividad del trabajo de acuerdo con la siguiente fórmula: Q-L (_Q/Q-_L/L). Únicamente CT no es calculado de esta forma, pues lo obtenemos de manera residual, no como cálculo de tasas a partir de cantidades medidas estadísticamente:

 

                                    CT=Q-[xK+(1-x)L]=Q-I (5)

 

     5) La evolución productividad del trabajo, por su parte, se calcularía mediante la siguiente fórmula:

 

                                         (Q-L)=x(K-L)+CT (6)

 

que se obtiene del siguiente modo, con x (coeficiente de K) igual 1/2:

 

                              (Q-L)=K/2+L/2+CT-L=1/2(K-L)+CT

 

siendo x=coeficiente de K en (2), y siendo CT un residuo entre Q-L y x(K-L).

     6) Por último, y tal como expresa la ecuación (6), el incremento o decrecimiento de la productividad del trabajo es atribuible tanto a la relación entre capital y trabajo en un momento dado (K-L), como al depósito de capacidad productiva (CT) en el equipo capital instalado (a causa de factores atribuibles al cambio técnico o a mejoras en la organización o cualificación del trabajo). Así pues, al margen de CT, que en esta ocasión supondremos como un dato dado, la productividad del trabajo dependerá de x(K-L), que nosotros hemos convenido en llamar diferencial del capital (o composición orgánica del capital, según terminología de Marx).

     En concreto, la productividad del trabajo dependerá de en qué medida L está por encima o por debajo de K, es decir, de si el crecimiento del factor trabajo supera o no, y en qué cuantía, al crecimiento del factor capital, pues cada una de estas situaciones refleja un cuadro diferente: si K supera a L (siendo L la variable independiente, con una tasa de crecimiento negativa o nula), evidentemente se observará un cuadro de productividad aparente (es decir, con un nivel tecnológico dado, un aumento de la producción con menos o igual factor trabajo); si L supera a K, por el contrario, los costes marginales (o suplementarios) comenzarán su andadura; y cuando L supera a Q, la productividad del trabajo pasará a tener signo negativo. A esta compleja materia, aunque con un enfoque diferente del habitual, dedicamos este capítulo.

     Empezaremos nuestro análisis sobre la productividad marginal observando el gráfico A-2. Partiendo de una renta dada (es decir, de Q), que experimenta un crecimiento del 3%, y de un capital dado (K), que experimenta un incremento de un 2,5%, y asumiendo que éste recibe una participación determinada de la renta factorial (25 o 50%, según la gráfica), y con una aplicación de trabajo variable, podemos obtener una escala de productividad del trabajo, y, más allá de ahí, podemos observar cómo se descompone esta productividad entre su componente inversión (tanto en L, que es variable, como en K, que es invariable, con una tasa de incremento del 2,5%) y el componente "capacidad de producción acumulada" (CT).

     Así pues, aplicando la fórmula (6), observamos cómo la productividad del trabajo se mantiene positiva hasta el punto donde L=Q. A partir de aquí se experimentan rendimientos negativos (recordemos que, en nuestro modelo, con un factor Q dado, en todo caso la productividad marginal tiene pendiente decreciente). También podemos observar que, cuando L=0, la productividad del trabajo (Q-L) es igual a Q, teniendo a L como variable independiente. Partiendo de tales coordenadas, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

 

     1) Los rendimientos decrecientes, y en este caso, la productividad decreciente, en aplicación de mayores cantidades de L con un factor dado K, y con incremento de la renta Q dado, se harán negativos cuando L>Q.

     2) Asimismo, el valor fijo Q será igual a Q-L cuando L sea igual a 0. La aparente trivialidad de este aserto tiene, sin embargo, importantes consecuencias prácticas, pues en el caso en el que Q=(Q-L) todo el aumento de la productividad del trabajo será debido a K y a CT, y nada a L. Es decir, en este caso, la productividad del trabajo dependerá únicamente del elemento capital, ya corriente (K, con un valor 2,5), ya acumulado (CT, que como sabemos tiene carácter residual).

     3) De acuerdo con la afirmación anterior, más allá del punto donde L=0 y Q=(Q-L) (contando de menos infinito a más infinito), independientemente del hecho ya conocido de que se produce un decrecimiento de la productividad del trabajo, y por ende de los rendimientos (tal como los hemos definido), a medida que aumentamos el valor de L observamos cómo lo que hasta L=0 era una productividad aparente (productividad por decrecimiento del factor trabajo) pasa a ser productividad real (productividad con incorporación neta de más factor trabajo). Con el límite antes apuntado, pues cuando L>Q la productividad pasa a ser negativa.

     4) Cuando L se sitúa entre menos infinito y cero, es decir, cuando la productividad es aparente, nos encontramos ante un cuadro de paro tecnológico, pues CT rellena en gran parte la brecha existente entre el decrecimiento de L considerado (teniendo a K como valor dado, igual a 2,5) y el incremento de Q-L (a este respecto, véase la tabla A-3).

     5) Cuando 0<L<Q (es decir, cuando L se sitúa entre 0 y L=Q), estamos en un cuadro de crecimiento equilibrado y productividad real. Más allá, como ya sabemos, encontramos disfunciones que afectan a los rendimientos empresariales y a la competitividad de la economía, al encontrarnos con tasas negativas de la productividad.

 

     ¿Qué nos indica todo ello? Ante todo, que en un escenario de rendimientos decrecientes, teniendo a L como variable independiente y a Q y K como factores dados, la productividad marginal del trabajo (Q-L) varía inversamente en relación a la aplicación de factor trabajo. Y más allá de ahí, que la situación óptima de inversión en trabajo se encuentra limitada por los puntos L=0 y el valor dado de L=Q. Entre menos infinito y L=0 nos encontramos con un cuadro de paro tecnológico, y entre L=Q y más infinito con otro de productividad negativa.

     En este escenario, CT desempeña una función singular, pues tal como vimos en la introducción, CT es la variable que evita que nuestro sistema económico se asemeje al de una sociedad estacionaria, en la cual, como vimos, todo crecimiento se ajustaba al incremento vegetativo de los factores (tanto L, como K, como N, o Naturaleza, factor que hasta ahora hemos obviado, y que a diferencia de los dos primeros tiene carácter horizontal: roturación de nuevas tierras, apertura de nuevas minas, etc.)

     Ello es así porque x(K-L), o diferencial del capital, expresa el crecimiento per capita del capital corriente, ponderado por la asignación x del capital en la renta factorial, y por tanto señala en parte en qué grado el escenario económico se encuentra sometido a una situación de productividad aparente (L<0), de productividad real (L>0), o de rendimientos negativos, o en proceso de serlos (L>Q, o L®Q), en cuyo caso una reducción del factor trabajo es previsible y está próxima, pues nos encontramos cerca del inicio del proceso de desinversión. Así pues, con un factor CT irrelevante, a un aumento de K igual a un aumento de L (es decir, con una situación eficiente, donde L=K: punto óptimo), la producción y la renta (Q) crecerán de forma constante a una razón igual a I (crecimiento puramente vegetativo).

     (Cuando hablamos de K nos referimos a su componente "físico", y su componente cualitativo —tecnológico— lo subsumimos en el capítulo de CT.)

     Es CT el factor que permite al sistema económico reducir L, y en su caso CT obsoleto (es decir, desinvertir), sin afectar a su productividad ni a su renta. Ello lo podemos observar de nuevo en el gráfico A-2. Vemos cómo el factor CT ocupa una parcela importante en la productividad (cualquiera que sea el nivel de L considerado), que se va incrementando a medida que L va disminuyendo y que, por tanto, va incrementándose la productividad del trabajo (teniendo a L como variable independiente).

     A partir de la ecuación (6) sabemos que dada una variable Q constante, la productividad sólo se puede aumentar aplicando una de estas dos medidas: 1) congelando L (cuando K es constante) y acudiendo a una intensificación del ritmo de producción, utilizando la reserva de capacidad de producción acumulada no utilizada (CT), o sea, incrementando la intensidad de uso del capital preexistente, aplicando mayor número de horas/trabajo de la plantilla considerada (o de bienes intermedios); 2) disminuyendo L (cuando K es constante), en cuyo caso CT aumentará compensando la pérdida de capacidad de producción de L, como en el caso anterior por un mayor (o más eficiente) uso del factor capital, corriente (K) y preexistente (CT). Cualquiera de estas dos actuaciones presupone que K³L, y que por tanto se está acudiendo (o se pretende acudir) a un escenario de intensificación del ritmo de trabajo.

     En la gráfica A-4 nos hemos limitado a plasmar la evolución de la productividad por unidad laboral (Q-L), en función de L como variable independiente, en cifras relativas (en porcentaje), desglosando Q-L en su componente x(K-L) (diferencial del capital) y en su componente CT (capacidad de producción acumulada, con un nivel tecnológico dado, que sería el que determina el grado de avance u obsolescencia del equipo material o de la organización productiva). Podemos observar que, en cifras relativas, el cambio técnico (si bien, como hemos visto, aumenta cuando L decrece) aumenta su protagonismo relativo a medida que L se aproxima a Q (y por tanto, que Q-L decrece), hasta llegar a L=Q, donde Q-L=0.

     Ello indica que a medida que L crece el diferencial del capital se reduce, y por tanto la productividad del trabajo, por lo cual CT va adquiriendo un mayor protagonismo relativo. Pero cuando L>Q, Q-L se hace negativa y el proceso de desgaste del capital corriente (-x(K-L)) adquiere preeminencia en el área de las x positivas y las y negativas, tal como podemos observar en el gráfico. Más adelante estudiaremos con más detalle el desgaste del capital cuando nos encontramos en un escenario de productividad laboral negativa (L>Q).

     Para acabar, destacaremos las conclusiones más significativas a las que hemos llegado en este capítulo: dado un nivel de inversión en capital corriente (K), con un nivel de trabajo (L) variable, lo que indudablemente indica la existencia de mano de obra desocupada (ejército industrial de reserva, según Marx), y ante unas expectativas predeterminadas de renta (Q), el sistema económico tenderá a jugar con el factor trabajo como variable principal de cara a aumentar la productividad y, por ende, los rendimientos económicos. CT actuaría de "comodín" (como reserva de capacidad de producción acumulada, disponible en cualquier momento que se necesite), y permitiría ajustar la producción a la demanda coyuntural. CT, por tanto, añade un margen de flexibilidad al sistema económico, que se encuentra restringido por la ley inexorable de los rendimientos decrecientes, pero que cuenta con la variable trabajo como combustible para dar empuje o, por el contrario, ralentizar la marcha de la economía. (Pero más adelante comprobaremos que K juega también un importante papel.)


SECCIÓN SEGUNDA

(Fronteras de posibilidades de producción)

 

     Hasta este momento hemos contemplado el fenómeno de la productividad marginal decreciente como un hecho estático (análisis estático). Es decir, hemos introducido la variable CT considerando Q (crecimiento de la renta, o de la producción) como un dato dado, inmóvil. Por ello, si queremos aproximar este modelo a la realidad, que es dinámica, hemos de introducir la variable tiempo.

     ¿Cómo hacerlo? Necesariamente, hemos de acudir a una presunción, del mismo modo que cuando identificamos el reparto de la renta entre los factores productivos (K y L) con su respectivo protagonismo en la esfera de la producción (pues producción y renta son dos caras de la misma moneda). Para introducir la variable tiempo habremos de utilizar otro artificio: cuando consideramos Q como factor variable (no dado, como hasta el momento), presumimos que toda variación entre Qt y Qt+1 representará una unidad de valor (es decir, si Q0=1, Q1=2, y así sucesivamente).

     Ello lo expresaríamos diciendo que el aumento del valor de Q en un lapso de tiempo dado viene dado por el número de años que media entre el inicio y el final de ese período. Lo cual supone un crecimiento (positivo o negativo) lineal y regular, sólo interrumpido por los eventos que actúan de disparadores de un cambio de fase del ciclo (que posteriormente estudiaremos en detalle).

     En la gráfica A-5 hemos estudiado, empero, sólo una función, característica del nivel de incremento de la renta Q=3, y hemos dejado otra función (Q=4) sólo esbozada. Hemos profundizado en el papel del cambio tecnológico en la variación de la productividad del trabajo, con un incremento del capital dado (igual al 2,5%) y un factor trabajo variable. Dichas funciones (Q3 y Q4) dibujan dos fronteras de posibilidades de producción, puesto que la productividad del trabajo tiene un límite que viene dado por el empleo relativo de los dos factores productivos, así como por la capacidad de producción almacenada (CT); este límite es irrebasable. Por otro lado, la productividad del trabajo variará en función de la aplicación relativa de capital y de trabajo: en general, a mayor valor de L, menor de Q-L con un valor Q y K dados (contexto estable). Ambas funciones (Q3 y Q4) tienen una pendiente igual al coeficiente multiplicador de K-L, que como vemos es x=1/4, o bien x=1/2 (este coeficiente es el grado de participación del capital en la renta), y una constante igual a uno (que es el desplazamiento del valor de Q en el tiempo).

     Las fronteras de posibilidades de producción nos indican todos los valores de la productividad del trabajo en función de la aplicación de más o menos cantidad de factor trabajo, o de la capacidad productiva acumulada, con un nivel de renta dado, que es el que establece el nivel de la frontera. Pero si no tenemos en cuenta el factor tiempo, tienen un carácter estático. Para dar un carácter dinámico al modelo, hemos desplazado una función lineal con pendiente 1/2 (o 1/4) a lo largo del eje de las x, a intervalos iguales a la constante t=1. La colocación de las distintas funciones Qt es la que da movilidad a nuestro análisis. Es el coeficiente (o pendiente) el que explica que todas estas funciones sean paralelas, con intervalos iguales a la constante.

     Posteriormente comprobaremos que también es posible establecer líneas paralelas horizontales, que señalarían todas las alternativas (valores de L) que cortan todas las funciones Qt en un mismo valor de productividad: las líneas de homogeneidad, o productividad estable cuando Q-L es igual a cero.

     Comenzaremos estudiando las situaciones en las cuales K¹L, es decir, las que no constituyen puntos óptimos, o de máxima eficiencia. Claramente, las dos funciones lineales reflejadas en la gráfica A-5 están caracterizadas por una pendiente decreciente, significativa de una situación de rendimientos marginales decrecientes (con un nivel de crecimiento de la renta dado). En la línea de las x (horizontal) hemos reflejado la variación de la variable independiente (L). En la línea de las y (vertical) exponemos la evolución de la productividad del trabajo (Q-L). Las líneas Q3 y Q4 representan todas las posibles variaciones de productividad del trabajo con un factor L variable, para ambos niveles de renta. Nosotros centraremos nuestro análisis en la función Q3.

     Para averiguar la productividad de cada valor de L hemos de elevar una recta desde la línea de las x hasta la función Q3. Por ejemplo, en el valor 2,5 de L, si elevamos una línea perpendicular, en el punto que corta a la función Q3 obtendremos la productividad Q-L correspondiente a dicho valor de L (Q-L=0,5). Si observamos la gráfica, el resultado anterior supone que L=K y que Q-L=CT, puesto que K-L=0.

     Este hecho nos permite entrar en terrenos fascinantes, que casi agotan todas las posibilidades del análisis de costos e ingresos marginales en un sistema económico. Antes de iniciar esta andadura hemos de resaltar dos presupuestos:

 

     1) Son costes marginales (o suplementarios) aquellos que supongan un recorte de la productividad del trabajo (y de los rendimientos), más allá de L=K: así, el desgaste del capital más allá de L=K, cuando x(K-L) tiene signo negativo.

     2) Son ingresos marginales aquellos que supongan una aportación de productividad del trabajo (y de rendimientos) entre L=-¥ y CT=0. Es decir, consideramos ingresos marginales los factores que añaden valor a la producción, y por tanto rendimientos: de tal manera, los que aporten productividad positiva, como x(K-L) hasta L=K, y CT hasta CT=0.

 

     En la gráfica A-5 hemos representado la variable CT y la variable x(K-L) con dos funciones (rectas) diferentes. Si nos centramos en la función Q3 comprobaremos que CT representa la parte de la productividad laboral atribuible al rendimiento técnico (material e informacional) incorporado en un capital acumulado o en la fuerza de trabajo; y x(K-L) representa la productividad del capital corriente. Por tanto, hemos de distinguir entre la productividad (que puede tener carácter técnico u organizativo) de un capital invertido previamente, y la productividad de un capital invertido en el año corriente.

     Ya sabemos que el cambio técnico es el residuo entre la productividad del trabajo y el diferencial del capital (productividad per capita del capital corriente). Así pues, la productividad del trabajo la hemos de dividir en dos porciones: 1) x(K-L), en un año corriente, y 2) la que viene dada por el cambio tecnológico, acumulado o incorporado en el año corriente. Una vez conocido el significado económico de ambas porciones podremos valorar las variaciones absolutas y relativas de ambos factores en función del valor de L.

     Podemos observar que a medida que L va creciendo, el valor de Q-L va disminuyendo, y por tanto también el de las porciones representadas por CT y x(K-L). Como vimos anteriormente, cuando L=K, CT=Q-L, lo que quiere decir que CT representaría la totalidad de los ingresos marginales en dicho punto, pues la incorporación de más trabajo, en relación al capital corriente, comenzaría a generar costes marginales. (Éste es el punto donde, según los neoclásicos, la curva de costes marginales comienza a tener pendiente ascendente.)

     El punto L=K es un punto óptimo (relativo) puesto que aquí se maximizan los ingresos marginales, sin que los costes marginales hayan hecho acto de presencia todavía. Además, en este punto ni se produce una situación de productividad aparente (K>L), ni de rendimientos decrecientes con tendencia a ser negativos (L®Q), caso este último (L=Q) que anticipa un período de desinversión y de crisis cíclica. En dicho punto no se producen ni rendimientos excesivos (fruto de una alta productividad del trabajo), que posteriormente el mercado no estará en condiciones de absorber (al ser la creación de trabajo inferior a la inversión en capital corriente), ni una baja productividad del trabajo (L>K), que haga al sistema ineficiente y poco competitivo. En L=Q la productividad del trabajo se anula, y más allá, cuando L>Q, los rendimientos son negativos.

     Sin embargo, cuando K>Q, como podemos ver en el gráfico A-5 bis, el punto donde L=K no es un punto óptimo, porque con un factor K dado, la productividad del capital es negativa, lo que a su vez reduce la eficiencia global (CT). Al añadirse que también L>Q, y que por tanto la productividad del trabajo también es negativa, se infiere que el punto L=K no es óptimo en las situaciones en que K>Q.

     Así pues, podemos dividir el gráfico A-5 en tres sectores:

 

     Primero. Cuando L<0 existe un stock de trabajo sin utilizar, y dado un nivel de renta, el factor clave que añade una determinada productividad a los valores de L negativos (es decir, que rellena la brecha entre Q e I) es CT. Toda esta área corresponde a una productividad aparente, es decir, a una Q-L positiva con una L negativa.

     Segundo. Entre L=0 y L=Q (0<L<Q) encontramos el área de maximización de la productividad y de los rendimientos, y por tanto de la eficiencia. En este segmento, como hemos visto, se sitúa el punto óptimo L=K (siempre que K<Q). El crecimiento del empleo es positivo, así como la productividad del trabajo. Pero a partir de L=K (L>K) empieza a experimentarse una contracción de los rendimientos a causa del inicio de los costes marginales, producidos por el desgaste (amortización acelerada) del factor capital corriente.

     Ésto es, cuando L>K, el diferencial del capital (x(K-L)) pasa a tener signo negativo, al experimentarse un fenómeno paulativo de desgaste del capital corriente, por ineficiencia o amortización acelerada, fenómeno típicamente ricardiano. Es a partir de L=K cuando los costes marginales comienzan a recortar productividad marginal, que se corresponde en su totalidad con el depósito de capacidad de producción acumulada (CT). A partir de este punto, cuando ya se ha agotado el depósito de capacidad productiva corriente (x(K-L)=0), se ha de emplear en exclusiva la reserva de capacidad productiva acumulada, representada por CT. Los ingresos marginales se agotan cuando esta reserva se agota (CT=0).

     A partir de L=K el exceso de uso del capital corriente (o amortización acelerada de K), debido a un exceso de inversión en factor trabajo, repercute sobre la productividad, al situarnos en una situación de ineficiencia y aumento de los costes marginales. Los costes marginales (-x(K-L)) tienen tendencia a aproximarse a los ingresos marginales (CT). Cuando -x(K-L) pasa a ser igual a CT, entonces Q-L=0, donde en buena lógica, si no median factores monetarios, habría de comenzar el proceso de contracción económica. En definitiva, en L=Q los ingresos marginales y los costes marginales se contrarrestan, y el resultado es una productividad del trabajo igual a cero. (Según la doctrina neoclásica, el empresario maximizador invertirá justo hasta este punto.)

     La porción situada entre L=K y L=Q (donde ingresos marginales y costes marginales se igualan, y la productividad del trabajo se anula) representa la zona óptima del capital, pues los rendimientos, siendo aún positivos, encuentran un mercado receptivo para la oferta suplementaria, ya que L>K, y por tanto hay un mercado de consumo en expansión.

     En todo el segundo segmento, es decir, entre L=0 y L=Q, se produce un incremento neto de factor trabajo, por lo cual la productividad tiene carácter real (productividad con incremento neto de fuerza de trabajo). Toda esta área puede ser denominada asimismo como la zona óptima con crecimiento equilibrado, pues la productividad va acompañada de un incremento neto de L, con lo cual el mercado podrá absorber (en mayor o menor medida) al menos una parte de la producción suplementaria generada por tal aumento de fuerza de trabajo, si bien, como sabemos, Q-L tiende a disminuir cuando L tiende a aumentar. Como ya hemos enunciado repetidamente, es en el punto óptimo (K=L) donde la eficiencia es mayor.

     Tercero. A partir de L>Q la productividad del trabajo (Q-L) es negativa, y por ende los rendimientos. Por lo tanto, se produce un decrecimiento de los resultados económicos (la renta, en esta fase de nuestro modelo, tiene carácter de valor dado). Lo que nos indica la función Q-L es que a partir del valor de L=Q la productividad negativa iniciará un proceso de recorte de los beneficios medios, lo que inducirá, a la postre, a un fenómeno de desinversión, y más allá, a un reflujo de la renta, hacia funciones de Q situadas a la izquierda, con los intervalos temporales determinados por la constante igual a uno.

 

     A partir de L>K el desgaste (o amortización acelerada) del capital corriente incrementa los costes marginales, hasta situarlos, cuando L>Q, por encima de los ingresos marginales, representados por la productividad del capital acumulado (CT). Los ingresos marginales se extinguirán cuando el capital acumulado en reserva se agote. Aquí, en CT=0, se da inicio (siendo L la variable independiente) a una reversión de fase (como veremos).

     Si observamos la gráfica A-5, en la función Q3, con el coeficiente x=1/2, CT=0 en L=3,5, desapareciendo los ingresos marginales. A partir de aquí todo pasan a ser costes marginales: es decir, todo el decrecimento de la productividad será atribuible al desgaste (amortización acelerada) del capital, tanto corriente como acumulado, y en ese momento la capacidad de producción habrá llegado al límite.

     Un incremento posterior de la demanda no podrá ser absorbido por un incremento de la oferta, con la incorporación de mayor factor trabajo, a no ser que se aumente el capital corriente por encima del valor dado de K=2,5. En todo caso, a corto plazo, el cuello de botella de la producción, con un nivel de demanda alto, se traducirá en aumento de los precios. El persistir en producir por encima de la capacidad productiva que permite el equipamiento instalado, a costa de amortización acelerada, altos costes (tanto monetarios como técnicos), e ineficiencia, sólo podría tener una explicación: una situación de monopolio subsidiado (en empresas públicas que no respetan el principio de economicidad), o de dumping de costes, fenómeno del que nos ocuparemos en el próximo capítulo. En general, será necesario desinvertir en L, lo que arrastrará a la renta, dándose inicio a un proceso cíclico. De aquí que hayamos de pasar a estudir el gráfico A-6 para realizar un análisis dinámico del ciclo.

     Aquí hemos introducido el factor tiempo recurriendo al artificio (y a la presunción) de que existe una evolución de la renta, en ambos sentidos (negativo y positivo), con un lapso de tiempo igual a un año, y con un valor igual también a uno. De tal manera, las fronteras de posibilidades de producción (que son los límites que vienen dados por la aplicación relativa de K y de L, y por el depósito de capacidad productiva acumulada) experimentarán una variación equivalente, que vendría representada por el proceso de desinversión o reinversión del momento coyuntural de que se trate. La variación de las funciones de Q-L tendrá la misma evolución que la de las funciones Q.

     Dicha figura indica que la productividad del trabajo varía en relación directa con la renta e inversa con la aplicación de factor trabajo (y a su vez, la aplicación de factor trabajo varía en relación directa con la renta, lo que sin duda tiene sus repercusiones sobre la productividad). Una vez que sabemos que la evolución de la productividad del trabajo tiene pendiente negativa, y que Q-L<0 cuando el factor trabajo crece más intensamente que la renta medida (L>Q), lo cual a la larga comportará un proceso de desinversión, entramos de lleno en un proceso dinámico. Pues la desinversión implica reducción de la renta agregada, por el fenómeno del multiplicador. Añadiendo más funciones Qt, a intervalos regulares iguales a uno, podremos establecer los fundamentos de esta dinámica y sus puntos álgidos.

     En la gráfica A-6 cabe señalar cuatro sectores, cada uno de los cuales representa una fase del ciclo económico. Si consideramos que el eje de las x representa un nivel de productividad del trabajo igual a cero, y que el eje de las y representa un nivel de creación de fuerza de trabajo igual a cero, tenemos los siguientes recuadros:

 

     La porción A está caracterizada por una alta productividad del trabajo, que al coincidir con tasas negativas de crecimiento del empleo, podemos considerar productividad aparente. El crecimiento está desequilibrado, porque la productividad positiva no puede ser absorbida por el mercado, al ser L<K, y al no crearse una demanda agregada suplementaria (mayor empleo®mayor demanda agregada) que consuma lo que el mercado produce a unas tasas tan altas de productividad. Éste podría ser el caso, sin embargo, de ciertas economías con una demanda escasa de bienes de consumo, que sin embargo dedican sus excedentes a la exportación, experimentando fabulosos procesos de crecimiento gracias al impulso de los excedentes empresariales y de la inversión privada (o del Estado, en ciertos casos). Como vemos, a un mismo valor L, la productividad variará dependiendo del valor de Q considerado, o lo que es lo mismo, la productividad viene dada no sólo por la evolución del empleo, sino también por la de la renta, lo que supone un dato clave cuando realicemos un análisis más esmerado del ciclo económico.

     La porción B se caracteriza por unos rendimientos todavía positivos, una tasa positiva de ocupación y un mayor equilibrio (pues el aumento neto de empleo permite absorber buena parte o la totalidad de lo producido). Es una zona óptima, con productividad real, porque los beneficios pueden invertirse para satisfacer la demanda agregada que es producto de la incorporación de antiguo paro estructural al mercado de trabajo, y por tanto del incremento del consumo. Sin embargo, como la función tiene pendiente negativa (es decir, como los rendimientos son siempre decrecientes, a mayor valor de L), la productividad laboral (Q-L), con Q y K dados, adquiere valores muy por debajo del sector A, hasta llegar a L=Q, donde como sabemos Q-L=0.

     A medio camino entre L=0 y L=Q, es decir, en L=Q/2, se producen los beneficios normales (o productividad absoluta). Estos beneficios no se producen a costa de la reducción relativa de fuerza de trabajo. Es decir, si identificamos los beneficios como una función de la productividad (al margen de consideraciones sobre el estado de la demanda y, en general, de las interacciones del mercado), o sencillamente los consideramos rendimientos (otra manera de denominar la productividad, aunque yo los identifico como la relación entre beneficios e inversión), los beneficios medios (o productividad absoluta) se producirán en el punto donde L=Q-L, que será el punto Q/2.

     La importancia de este punto reside en el hecho de que es aquí donde la fuerza de trabajo suplementaria (o marginal) coincide con la productividad del trabajo suplementaria, y por lo tanto, donde la demanda agregada (el nuevo consumo implícitamente originado por el incremento de L) agotará la productividad suplementaria (los bienes de consumo producidos por unidad de trabajo, Q-L). Más allá del punto de beneficios medios, la productividad suplementaria (Q-L) no puede satisfacer todo el aumento del consumo suplementario, por lo cual empiezan, en justa lógica, a observarse calentamientos (aumentos de precios) y desequilibrios comerciales (importación de productos desde el extranjero). Éste (Q/2) es el optimum optimorum de la función de producción agregada.

     Sin embargo, el capital tiene otro optimum (no tan eficiente, pero sí desde luego eficiente) en L=K, aunque este punto (punto óptimo) no se sitúe en Q/2 (donde L=Q-L), siempre que K<Q. Como ya sabemos, en este punto no hay una situación de productividad aparente (incremento de Q-L con decrecimiento o estancamiento de factor trabajo), ni una situación de ineficiencia relativa (aún no han aparecido costes marginales, como consecuencia del desgaste del capital corriente).

     Cuando el optimum (L=K) está en el área de máxima eficiencia, pero no en el punto de beneficios medios (L=K=Q/2=Q-L), se pueden producir dos situaciones ineficientes: 1) un exceso de productividad sobre el consumo (Q/2>L=K) o bien 2) un exceso de consumo sobre la productividad (Q/2<L=K); pero en todo caso aún no se ha llegado a una situación de desgaste del capital corriente (-x(K-L)). Si bien se producen desequilibrios en la esfera de los precios y del comercio exterior, ello no repercute sobre los rendimientos, que son óptimos, pues los costes marginales aún no han aparecido (según la doctrina neoclásica, el punto de maximización de beneficios, donde los ingresos marginales se igualan a los costes marginales, se encuentraría en L=Q de nuestro modelo). Esta situación permite establecer que nos encontramos ante un subóptimo, inferior al óptimo que en todo caso supondría un estado en el cual los factores productivos crecieran a la par de la productividad del trabajo. (Véase el gráfico A-7.)

     La diferencia entre la ineficiencia producida cuando hay igualdad en el ritmo de crecimiento de los factores, si éste no se iguala al de los beneficios medios, y la que existe cuando trabajo y capital crecen a diferente ritmo, es que en el primer caso existe un acompasamiento en el crecimiento respectivo de los dos principales factores productivos (bienes de consumo y bienes de inversión), aunque coyunturalmente haya desequilibrios entre oferta y demanda; en cambio, en el segundo caso, además de tales desequilibrios en el mercado, los hay también entre los sectores productivos (el de producción de bienes de consumo y el de producción de bienes de inversión).

     La importancia de que los ritmos de crecimiento de los factores se iguale al de la productividad del trabajo resalta del hecho, evidente en sí mismo, de que en el sistema productivo los capitalistas tienen como objetivo fundamental maximizar la productividad del trabajo, y los trabajadores el incremento de sus salarios. En un mercado competitivo, donde ambos intereses (el de los capitalistas y el de los trabajadores) entran en pugna, en buena lógica la remuneración de los trabajadores andará a la par de la evolución de la productividad del trabajo. De ahí que el optimum optimorum haya de ser, en todo caso, aquel en que se iguale la remuneración de los dos factores productivos: L=Q-L. Éste sería el punto de beneficios medios, pues aquí no se producirían ni superbeneficios ni beneficios escasos o nulos, que desincentiven la inversión. (¿Será éste el punto de perecuación de los beneficios, según los clásicos; o de igualación de las remuneraciones con la productividad marginal del trabajo, según los neoclásicos? Dejo esta cuestión a cargo del lector.)

     En definitiva, disponemos de suficientes datos para establecer la siguiente clasificación:

 

     1) Entre L=Q/2 (punto de beneficios medios) y L=Q, nos encontramos en el área de rendimientos óptimos con empleo neto. En esta área la productividad es positiva, hasta llegar a L=Q, en que se anula. En L=Q/2, como sabemos, el consumo suplementario (derivado del incremento del empleo) es igual a la productividad suplementaria. Hasta aquí, el consumo era inferior a la productividad, y a partir de aquí el consumo es superior a la productividad.

     2) Entre L=K y L=Q, como ya sabemos, tenemos el área de los costes marginales crecientes, con productividad del trabajo aún positiva. Aquí comienza el desgaste del capital corriente (-x(K-L)), si bien los costes marginales aún son menores a los ingresos marginales (o suplementarios), por lo cual la productividad del trabajo es aún positiva. En este sector los empresarios ven incentivos para seguir invirtiendo, puesto que el consumo arrastra a la inversión: al ser L superior a la productividad absoluta (Q/2), dada por el punto de beneficios medios, se produce una presión de demanda sobre la oferta, una situación de inflación de demanda (y posiblemente también de costes), y un vaciamiento de los mercados con precios al alza (por estrangulamiento de la oferta). Así pues, mientras existan beneficios positivos, aunque aumente la ineficiencia en el uso del capital corriente, se hará mayor uso de la capacidad productiva acumulada (CT), y existirán estímulos para invertir en nuevo factor trabajo (siendo el capital corriente un factor dado). Tales estímulos desaparecerán cuando se agote la capacidad productiva acumulada, aumente hasta límites intolerables los costes laborales suplementarios, y cuando la disminución de la productividad del trabajo deje de ser compensada por factores monetarios (inflación de demanda). En este punto (CT=0), como veremos, se producirá la contracción, y más allá, la desinversión. Hasta L=Q, como sabemos, los capitalistas se encuentran en el área óptima del capital.

     3) Entre L=0 y L=Q, como también sabemos, encontramos el área de beneficios positivos, con creación neta de empleo. Sin embargo, como hemos visto, entre L=0 y L=Q/2 la productividad se sitúa por encima del consumo, y entre L=Q/2 y L=Q el consumo se sitúa por encima de la productividad.

 

     No hace falta insistir en que este recuadro de máxima eficiencia (situación óptima), aun con sus numerosas casuisticas, es el más favorable para los intereses de la sociedad, pues más allá de él entramos en una situación de rendimientos negativos, desencadenándose una nueva fase (contractiva) del ciclo, como tendremos ocasión de estudiar con mayor profundidad más adelante. De momento, pasaremos a estudiar la siguiente porción de nuestro diagrama.

     En la porción C observamos una productividad negativa (y por tanto, unos beneficios con tendencia a desaparecer), con creación neta de empleo. Como es lógico, esta situación no puede mantenerse mucho tiempo. Este desequilibrio desemboca en desinversión de fuerza de trabajo, que conllevará más contracciones en la demanda que, a la postre, y en aplicación del multiplicador keynesiano, comportará una disminución relativa (respecto al año anterior) de la renta, como sabemos a una razón anual del uno por ciento.

     La porción D representa una fase de transición, pues la productividad del trabajo (y los rendimientos) está en fase de recuperación, aunque continúa la desinversión en trabajo, y así continuadamente. Esta recuperación de los márgenes empresariales, acompañada de una reducción en el empleo, conlleva las siguientes consecuencias:

 

     1) Se crea un stock de beneficios no invertidos, en reserva, dado el retraimiento coyuntural del consumo que acompaña la desinversión en trabajo.

     2) Se crea un ejército industrial de reserva, que está a disposición de los capitalistas a más bajo precio.

     3) El retraimiento del consumo sitúa la productividad muy por encima de las posibilidades de absorción de la oferta por parte del mercado. De ahí el interés en exportar (en estas fases de recesión y recuperación la exportación ejerce el papel de locomotora de la producción).

     4) Llega un momento en que la reserva de capital ocioso, la disminución del precio de la fuerza de trabajo, y la imposibilidad de vaciar los mercados (dada la escasa capacidad de absorción de la producción corriente por parte de la demanda), obliga a reinvertir en nueva fuerza de trabajo, lo que desencadena una nueva etapa de auge, caracterizada por A. Posteriormente, este proceso se repite.

 

     Recordemos que K, en un contexto estático, tiene un valor dado. Así, este modelo sería equiparable al masilla/arcilla de Robert Solow (es decir, aquel que es diferenciable y flexible). Una vez que introducimos dinamismo al modelo, K, si pretende igualarse a L, y a la productividad del trabajo (punto de beneficios medios), ha de evolucionar al mismo ritmo de L. Esta condición, parecida al crecimiento neutral de Harrod (si bien aquí trabajo y capital evolucionan al ritmo de la productividad, no de la renta), respeta la condición de coeficiente capital/producto constante (modelo arcilla/arcilla), pues recordemos que en el punto de beneficios medios Kt/Qt=Kt+1/Qt+1.

     Asimismo, en nuestro modelo D=C+I (demanda es igual a consumo más inversión), y siendo C=f(L) e I=f(Q/2), K se adelanta al consumo en la recuperación de la demanda agregada, pues pone en marcha el fenómeno disparador de la reinversión, y por tanto del consumo agregado. Así pues, L actúa de lastre para aumentar productividad y disminuir costes marginales, y K actúa de impulso inicial para aumentar la demanda agregada. CT, nuevamente, actúa de comodín coyuntural. En otras palabras, L es la vedette en el proceso desinversor, y K lo es en el proceso reinversor. Y no olvidemos tampoco:

 

     1) Que en último término es L el factor a sacrificar a la hora de incrementar la productividad del trabajo (y de aumentar los rendimientos del capital).

     2) Que CT otorga un amplio margen de flexibilidad al sistema al rellenar la brecha entre Q e I: permite mantener o incrementar la productividad con un factor L en descenso y con un factor K y Q dados (en un contexto estático; si fuera dinámico, K evolucionaría al ritmo de L).

     3) Que los beneficios medios serían el punto donde el consumo suplementario (C=f(L)) se iguala a la productividad suplementaria. Los beneficios medios (o productividad absoluta) nos servirán de referencia a la hora de estudiar la marcha de los rendimientos empresariales "estimables" en coyunturas determinadas del ciclo económico. Éstos tienen tendencia, a nivel agregado, a ser positivos, o en su defecto, a minimizar sus pérdidas en relación a la renta agregada (Q/2>Q, cuando Q<0).

 

     Por último, diremos que de la misma manera que un mismo valor L señala infinitos valores de Q-L, tantos como valores diferentes de Q, un mismo valor Q-L señala infinitos valores de L. La línea de homogeneidad es una línea horizontal paralela al eje de las x, que señala todos los valores de L que determinan un mismo valor de Q-L, en función de los infinitos valores de Q intermedios. Es decir, la línea de homogeneidad señala todas las alternativas de Q y de L necesarias para alcanzar un mismo objetivo de productividad. Cuando la línea de homogeneidad coincide con un valor Q-L igual a cero (productividad estable), tenemos que el crecimiento de Q no va acompañado por un crecimiento de la productividad. La línea de productividad estable nos será de mucha utilidad para localizar el área de la productividad absoluta, cuando pasemos a estudiar pormenorizadamente la evolución del ciclo.


SECCIÓN TERCERA

(Ingresos y costes marginales)

 

     Puede parecer que llegados a este punto quede poco por decir sobre la productividad marginal; nada más lejos de la realidad, pues antes de dar el gran salto a la dinámica del ciclo hemos de consolidar y profundizar nuestros conocimientos sobre ingresos y costes marginales, es decir, sobre aquello que define una función de producción, dada la aplicación de factor capital y trabajo, para la obtención de una renta determinada. Por ello dedicaremos este capítulo a repasar, primero, y profundizar, después, la función de costes e ingresos marginales, de momento en un contexto estático (en un año determinado).

     Ante todo abordaremos la recapitulación de todo lo que sabemos acerca de la productividad marginal, con Q y K dados, y con L variable (es decir, analizando la productividad del trabajo con un nivel de crecimiento de la renta y de la inversión en capital corriente dados). Observemos los diagramas de la gráfica A-7. Si reparamos en A, podemos observar los siguientes hechos:

 

     1) La función de productividad del trabajo (Q-L) tiene pendiente negativa, es decir, denota rendimientos decrecientes del trabajo (L) aplicado a un capital corriente dado (K).

     2) La productividad marginal está determinada por dos variables: el diferencial del capital instalado en el año corriente (o dicho de otra manera, productividad dada por la relación entre capital y trabajo invertidos en un año dado: x(K-L)); y la productividad del capital invertido en años anteriores, con un nivel tecnológico dado y no enteramente amortizado (reserva de capacidad productiva, empleada o no, de un capital invertido anteriormente: CT).

     3) CT tiene carácter residual, consistente en restar a la renta corriente la inversión ponderada corriente (CT=Q-I). Se entiende que, en un año dado, el nivel tecnológico se mantiene estable. Es la introducción de nuevo capital K la que incorpora un incremento cualitativo de productividad del trabajo en la empresa, es decir, la que añade capacidad productiva suplementaria dada una relación K/L, incluso a un valor monetario dado, idéntico (en términos reales) al de años anteriores. Sin embargo, esta mejora cualitativa se añade a un stock de capacidad de producción acumulada, por lo cual es imposible distinguirla de la reserva de capacidad de producción preexistente. Es decir: el cambio tecnológico (CT) equivale a la reserva de capacidad de producción, en un año dado, del capital invertido con anterioridad, a la que se suma la mejora cualitativa de la capacidad de producción añadida en un año corriente.

     Dicha incorporación de capacidad productiva proveniente de la inversión de capital corriente se añade al stock anterior de capacidad productiva acumulada, acrecentándolo. Y asimismo, dados unos niveles relativos de L y de K, tal stock incrementado de capacidad productiva acrecienta los niveles de renta corriente, dada la productividad suplementaria añadida. Ello ofrece dinamismo y verosimilitud al modelo. Sin embargo, se hace difícil descomponer la capacidad productiva acumulada (CT) en su stock (reserva) de capacidad de producción a un nivel técnico dado (ensanchamiento de la productividad), y en el incremento cualitativo de la productividad en un año corriente (profundización de la productividad).

     Por ello, obviamos ese segundo efecto (profundización de la productividad) y simplificamos el modelo, reduciendo la capacidad de producción acumulada a su componente residual, en el que se amalgama las mejoras cuantitativas y cualitativas de la productividad. Ello no quiere decir que en el futuro no se haya de incorporar en el modelo el componente cualitativo del cambio tecnológico. Pero de momento no tenemos herramientas suficientes para hacerlo. Quede apuntada esta reflexión, advirtiendo que usamos únicamente el valor residual de CT.

     Observemos que la función CT es inalterable, con un valor K dado. Ello tiene un motivo lógico: su carácter residual. Pero la experiencia cotidiana nos enseña también que el cambio tecnológico, como mera reserva de capacidad de producción (usada o en desuso, aunque necesariamente sin amortizar), y teniendo un nivel tecnológico dado, es inalterable como sumando (dado su carácter de stock, en relación al carácter de flujo de K). En un contexto dinámico, es la variación del factor capital corriente (o la desinversión en capital acumulado obsoleto), ante un nivel de renta dado, la que le hace jugar su importante papel de comodín: cuando aumenta el capital corriente la función del cambio tecnológico se desplaza a la izquierda, sucediendo lo contrario cuando el capital corriente disminuye. Ello indica un hecho de sentido común: cuando el sistema emplea más capital corriente, hace menos uso del capital acumulado (obsoleto), y viceversa. Este razonamiento entra dentro del análisis dinámico, por lo que lo recuperaremos más adelante. De momento, bástenos decir que CT detenta un importante protagonismo en la función de producción: cuando ésta adquiere un carácter dinámico, el desplazamiento de la función CT a la izquierda o la derecha (desinversión o reinversión), en función de la evolución de K; cuando, en cambio, adquiere un carácter estático, el mayor aprovechamiento o desaprovechamiento de la capacidad productiva acumulada (su uso o desuso) en función de la evolución de L, con un valor de Q y de K dados.

     4) Entre L=-¥ y L=K se producen los siguientes fenómenos: a) alta productividad del capital por unidad de trabajo (x(K-L)), pues en este segmento la inversión relativa del capital es mayor que la del trabajo (L<K); b) el diferencial del capital se añade a CT para incorporar ingresos marginales (y la productividad del capital corriente se incorpora a la reserva de productividad acumulada); c) el mercado de bienes de consumo está deprimido respecto al mercado de bienes de inversión; d) la productividad del trabajo no puede colocarse en su integridad en el territorio, y los excedentes se han de exportar (presumiblemente); e) la productividad es aparente, y por lo tanto hay una fuerte reserva de mano de obra desocupada, así como de capital acumulado no invertido.

     5) Entre L=K y CT=0 la situación es la siguiente: a) hasta L=Q encontramos el sector de máxima eficiencia del capital (zona óptima del capital), que está inserto en el recuadro de crecimiento equilibrado (productividad positiva con creación neta de empleo); b) el consumo supera a la inversión de capital fijo (L>K), por lo que los rendimientos (monetarios, dadas las rigideces en la producción) son máximos, pues en esta zona se inicia presumiblemente el repunte de los precios: se está cerca de la máxima capacidad de producción que permite CT; c) sin embargo, se producen costes suplementarios debido a ineficiencias provocadas por la saturación de mano de obra con el capital corriente dado: comienzan a ponerse en marcha mecanismos de rendimientos decrecientes ricardianos, produciéndose una amortización (y desgaste) acelerada del capital, además de disfunciones organizativas y logísticas; d) en L>Q los costes superan a los ingresos marginales y la productividad del trabajo (Q-L) ya es negativa; e) en CT=0, como sabemos, se llega al tope de la reserva productiva acumulada, y ya no se producen más ingresos marginales con la incorporación de más factor trabajo. Aquí, en puridad, los beneficios medios se anulan (a no mediar factores monetarios: inflación de demanda, etc.)

     6) Así pues, el diferencial del capital (x(K-L)), en sus tasas negativas, protagoniza el desgaste y la ineficiencia del capital corriente; por otra parte, cuando CT<0 se incorpora a las tasas negativas de productividad del trabajo, representa la ineficiencia provocada por el agotamiento de la capacidad productiva acumulada. La saturación y amortización acelerada del capital (tanto corriente como acumulado) ejerce un efecto apalancamiento (negativo) sobre los rendimientos, que induce a una rápida desinversión.

     7) Mientras existe una reserva de capital acumulado sin emplear (CT no utilizado) los ingresos marginales aún incorporan valor añadido a la producción. Cuando esta reserva desaparece, los costes marginales se hacen cargo de la productividad marginal. Cuando L>K, el uso de un mismo equipo capital corriente por más manos, da inicio al crecimiento de los costes marginales; pero es cuando la productividad del trabajo es negativa cuando éstos superan a los ingresos marginales. Aun así, como sabemos, esta área (hasta CT=0) puede ser beneficiosa para los empresarios, por tres razones: a) la presión de la demanda sobre la oferta (L>K), b) el estrangulamiento de la producción, lo que incrementa los precios y compensa los costes de la ineficiencia en la producción (Q-L<0), y c) aún no se ha alcanzado el punto (CT=0) donde se extinguen o minimizan los beneficios medios, a resultas de la productividad negativa.

     8) El corolario de este análisis sería el siguiente: el punto clave que dicta los acontecimientos, que acentúa y amplifica los procesos, que maximiza la rentabilidad (obviando los previsibles efectos monetarios provocados por el juego entre oferta y demanda), y a la larga, también la renta y el empleo, es el punto L=K; punto subóptimo, que pasa a ser óptimo cuando L=K=Q-L=Q/2. Antes de aquí, los rendimientos no se pueden reinvertir con provecho, pues el mercado de bienes de consumo está deprimido, existiendo un desacompasamiento entre el sector de bienes de consumo y el de bienes de inversión; después de aquí, la demanda supera la oferta (a un nivel tecnológico dado), y se producen estrangulamientos de la producción, por lo que el cuadro anterior se invierte (el mercado de bienes de consumo rebasa las posibilidades que ofrece el mercado de bienes de inversión, con Q y K dados).

     Por ello, el punto L=K es el punto de máxima eficiencia (obviando efectos monetarios), de crecimiento natural (más allá se producen ineficiencias y desequilibrios que a la larga afectarán a la productividad, al empleo y a la renta). No obstante, la dinámica acumulativa propia de los procesos de crecimiento continuo, así como el empuje (y la codicia) de las fuerzas productivas, explica que este punto de equilibrio natural tenga carácter efímero (cuanto menos, el empresario invertirá hasta el punto donde se igualan costes e ingresos marginales, es decir, hasta L=Q).

     9) La acumulación de capital, producto de la gran incorporación de beneficios a consecuencia de las altas tasas de productividad del trabajo, en las fases del ciclo en que L<K, explica que sea siempre el sector de bienes de inversión el que se adelante al de bienes de consumo en la fase de recuperación del proceso cíclico.

     10) La agregación de todas estas evidencias implica que un estudio que introduzca una condición de eficiencia al sistema económico ha de partir de la base de que L=K. Esta situación se aproxima al estado de equilibrio clásico, y nos permite reducir capital y trabajo a una sola sustancia, I, que como sabemos es la agregación ponderada de ambos factores productivos.

 

     Volviendo de nuevo a la gráfica A-7, si observamos el diagrama B comprenderemos el significado de la función de costes e ingresos marginales (en definitiva, de la función de rendimientos decrecientes). Con un nivel K y Q dados, y con un nivel de L variable, es de notar la siguiente evolución:

 

     1) Hasta L=K, como sabemos, la función Q-L coincide en su integridad con la recta de los ingresos marginales, que está constituida por la agregación de CT y x(K-L) positivos.

     2) Entre L=K y L=Q se producen los siguientes fenómenos: a) los costes marginales hacen su aparición, hasta igualarse (en L=Q) con los ingresos marginales, atribuibles en su integridad, a partir de L=K, a la reserva de capacidad de producción aún existente, que como sabemos está formada por la capacidad productiva aún no utilizada (y por la incorporación de cambio técnico del capital corriente); b) en cambio, existe una circunstancia contrarrestante que induce a los empresarios a seguir invirtiendo en factor trabajo: el aumento de su margen de beneficios a consecuencia del funcionamiento del mecanismo de los precios, ante los cuellos de botella de la producción en un contexto de fuerte demanda inducida por los altos niveles de empleo. Claramente, consideramos que en L=Q se encuentra el «nivel de empleo natural» a nivel factorial, aunque este nivel es sobrepasable por efecto de la rentabilidad monetaria de la inversión en ese punto.

     Así pues, si el «nivel de empleo natural» viene dado por aquel nivel de ocupación que no genera rendimientos negativos, ni por supuesto desequilibrios monetarios y comerciales, el sistema económico sano invertirá hasta que la productividad del trabajo tenga una tasa de crecimiento cero; sobrepasado este punto, los costes marginales solamente se verán compensados por las espirales inflacionarias derivadas de la presión de la demanda, hasta el punto en que el margen de beneficios derivados de la inflación de demanda se iguale a las ineficiencias propias de un nivel de producción por encima del nivel de capacidad del sistema. Esta reflexión induce a pensar que, si bien el aspecto factorial del problema es fundamental, la dinámica propia del mercado lo hace insuficiente: el estudio de la dinámica de la demanda, de los mecanismos monetarios y del sector exterior ha de complementar el mero análisis de costes y beneficios, y de la evolución de la productividad marginal, en un contexto estático dado.

     3) Una vez sobrepasado el punto L=Q, y hasta CT=0, la coyuntura favorable del mercado aún aporta estímulo a algunos empresarios para seguir invirtiendo en fuerza de trabajo, con un nivel de K dado (muchos empresarios, por otra parte, pueden estar efectuando prácticas de dumping para ganar mercados). Sin embargo, como los costes marginales ya superan los ingresos marginales (aunque todavía existe un remanente de capacidad productiva acumulada no utilizada), se dan las bases para un proceso desinversor a corto plazo. La brillantez de la situación coyuntural es efímera, pues la dinámica de mercado convertirá pronto el actual auge en un espejismo. Ésta es el área de la ineficiencia productiva, que dará paso a un reajuste posterior de capacidad productiva.

     4) Cuando los ingresos marginales desaparecen, es decir, cuando CT=0, la función de producción es totalmente ineficiente: cada unidad suplementaria de trabajo generará únicamente costes, y ningún ingreso suplementario. El proceso de amortización acelerada ejerce un efecto apalancamiento que induce a la desinversión, pues aquí los beneficios son mínimos o nulos (Q/2, como veremos, se anula o se minimiza). Todo ello, cómo no, se traduce en una ineficiencia global del sistema, expresada por el signo negativo que pasa a tener CT.

 

     El proceso reinversor en factor trabajo puede estar ejemplificado, en el mundo real, por los procesos de descentralización y sumersión empresarial, que suponen estrategias de extinción de empresas legales, simplificación de su estructura, desinversión en capital fijo, y subcontratación de producción con empresas dependientes (sumergidas o no), con alta proporción de fuerza de trabajo en relación al capital fijo o circulante invertido. Piénsese, si no, en la subcontratación de empresas de trabajo temporal, o en los procesos de reestructuración de multinacionales, que convierten plantas muy capitalizadas en talleres de ensamblaje, con mano de obra abundante y sin cualificar. En este caso, lógicamente, la productividad del trabajo ha de disminuir. Es decir, el proceso de desinversión aparente con aumento de mano de obra sumergida es un hecho real: la sumersión, la subcontratación y la deslocalización de empresas multinacionales da fe de ello. Lo cual, a la larga, se cobra su tributo en términos de productividad. Este escenario de producción masiva laboral-intensiva fue muy común, en Europa, y ahora en otros países, en la década de los años ochenta.

     Así pues, la función de productividad marginal viene determinada por la combinación de dos rectas de signo opuesto: ingresos y costes marginales. Entiéndase que aquí el término "marginal" lo entendemos en el sentido de "suplementario". Como sucede en el modelo neoclásico, los costes marginales no tienen siempre tendencia a incrementarse, sino que existe un cambio de tendencia, que en nuestro modelo coincide con el punto en el cual se igualan los ritmos de incremento de trabajo y de capital corriente (L=K). Observemos de nuevo la gráfica A-7 (B):

 

     Obsérvese que en el punto A (el punto de máxima eficiencia: L=K), toda la productividad es atribuible a CT, lo que indica que toda la productividad viene dada por el remanente de capacidad productiva acumulada; si no se añade capital suplementario, toda inversión suplementaria en trabajo generará costes marginales. Una situación de máxima eficiencia se puede perpetuar únicamente si el capital y el trabajo crecen a un mismo ritmo, es decir, si L=K.

     En B los ingresos marginales que aporta CT se igualan a los costes marginales, producto de la ineficiencia en la aplicación de nuevo factor trabajo, con un factor capital corriente dado. La productividad del trabajo es igual a cero (para los neoclásicos es el punto de maximización de beneficios).

     En C los ingresos marginales (atribuibles a CT) desaparecen. A partir de aquí ha de comenzar, si no median factores monetarios, la desinversión en empleo y en capacidad productiva acumulada obsoleta, y por tanto un proceso contractivo. Se produce un cambio de fase del ciclo, pues inexorablemente esta desinversión ha de afectar a la renta, al empleo y, a través del mecanismo del multiplicador, a todo el sistema económico.

 

     Ahora pasemos al gráfico A-8, diagrama A. Aquí introducimos un factor nuevo: congelamos la productividad del trabajo a un nivel dado, haciendo que Q y L tengan un valor dado, y que K cumpla el papel de variable independiente; este nivel de productividad es el que viene dado por el punto de máxima eficiencia (L=K). De este modo estudiaremos todas las variaciones posibles del factor K en un caso de productividad de máxima eficiencia. Por ello, esta gráfica se puede denominar función de producción de máxima eficiencia.

     En un párrafo anterior hemos dejado entrever que, dado un estado de equilibrio (de máxima eficiencia: L=K), éste sólo se puede mantener cuando se acompaña todo incremento de L con un incremento proporcionalmente igual de K, de tal modo que, en un análisis dinámico, se mantenga una relación capital/trabajo constante. Si no es así, se pondrán en marcha de forma inexorable los mecanismos de costes marginales crecientes o de productividad aparente creciente, y por ende, de los rendimientos decrecientes. (Es tan antieconómico tener una productividad excesiva, como excesivamente pequeña; en el primer caso, la existencia de una productividad aparente desemboca en stocks de fondos de inversión que no se pueden materializar, dada la escasa capacidad de consumo de la población.)

     El estudio del diagrama A de la gráfica A-8 nos permitirá explicar por qué es eficiente mantenerse en una posición de equilibrio tal como L=K, y es ineficiente salir de ella. Una vez llegados a este punto, mantendremos un nivel de productividad de máxima eficiencia (que en este caso no sería un optimum optimorum, pues el punto L=K no se encuentra situado en el punto de beneficios medios), cuando L está dada y K es variable, si no nos alejamos de ese locus. Si lo hacemos, CT jugará de nuevo un papel de comodín, pero a la postre habremos de volver a L=K.

     Comenzaremos aclarando que, en un análisis estático, cuando K es un factor dado, y L es la variable independiente, las infinitas posibilidades de L en el eje de las x suponen infinitas posibilidades de Q-L. Pero cuando L es un factor dado, y K la variable independiente, sólo habrá una posibilidad de Q-L, que, cuando L=K, hemos venido a llamar productividad de máxima eficiencia. La función de producción de máxima eficiencia nos permite saber cómo mantener un nivel estable de productividad laboral de máxima eficiencia (la correspondiente a L=K) con un nivel de empleo dado y con un nivel de capital corriente variable. Evidentemente, hay un solo punto donde se produce una situación óptima, con sólo ventajas y ningún inconveniente: L=K. En esta función, CT ejerce de nuevo el papel de comodín amortiguador o compensador de la evolución de K en la línea de las x.

     Partiendo de un nivel de equilibrio donde L=K podemos conservar el nivel de productividad de máxima eficiencia, cuando desinvertimos relativamente en capital corriente (K<L), apelando a la capacidad productiva acumulada (CT) remanente, en mayor medida (hasta tender a su agotamiento) cuando K tiende a -¥; pero en ese caso comenzaremos a observar el aumento de costes marginales debido a un exceso de uso del capital corriente (por desgaste y amortización acelerada: -x(K-L)), los cuales son asumibles mientras que exista un remanente de capacidad productiva acumulada. Cuando tal capacidad productiva desaparece, los costes tienden a infinito; pero hasta ese punto (según la gráfica, de imposible cálculo), los ingresos y costes marginales, una vez agregados, serán iguales a Q-L de máxima eficiencia.

     En definitiva, una vez alcanzado el punto de máxima eficiencia, podemos mantener su nivel de productividad, con un factor L y Q dados, desinvertiendo en capital corriente, a pesar de su coste en desgaste y amortización acelerada, gracias al colchón que supone la capacidad productiva no utilizada. Pero recordemos que a medida que ésta se agota los costes de mantener una productividad de máxima eficiencia tienden a infinito, lo cual ha de ser compensado con un valor supuestamente infinito de ingresos marginales producto del uso de capital acumulado, cuando de hecho éste tiende a cero. Como esta situación es insostenible (e imposible), el sistema, a la larga, ha de tender al nivel de equilibrio L=K.

     Si, en su defecto, desde L=K, el sistema opta por invertir en más capital corriente, respecto al nivel L dado, el efecto es el contrario. El sistema económico apela a la productividad aparente del capital corriente, y al desuso de capital acumulado obsoleto, siempre que dicho capital corriente no incorpore un nivel tecnológico cualitativamente superior (que haría innecesario una inversión neta en más capital corriente). Con un nivel tecnológico dado (para simplificar este análisis), el desuso de CT compensará el nuevo capital corriente invertido, a costa de redundancia, de rendimientos decrecientes del capital y de la dificultad de colocar los excedentes en un mercado dominado por una situación de subconsumo (L<K). Como esta situación es difícil de mantener, el sistema tiende a volver al punto de equilibrio L=K.

     Veamos ahora qué sucede en las proximidades de L=K. Podemos observar que, entre L=K y CT=0, al empresario le puede interesar seguir invirtiendo en K, con un nivel L estable, siempre que el nivel de precios le sea favorable (en tanto que los beneficios medios no resulten afectados). Aun más, entre L=K y L=Q la reserva de capacidad productiva aún es importante, y K no presenta excesivas redundancias: éste es el sector de máxima eficiencia del capital; pero más allá, hasta CT=0, quizá pueda ser lógico aumentar K, con el coste de agravar los problemas de sobreproducción (o subconsumo, como quiera llamarse), o bien de acentuar los rendimientos decrecientes del capital suplementario. Si existe una salida exportadora de la productividad suplementaria, estos óbices desaparecen.

     En definitiva, cuando L=K (punto de maximización de la eficiencia) el sistema tiene un margen estrecho para aumentar K a costa de L (con un nivel de L dado), mientras que la coyuntura monetaria lo permita, sin que los beneficios medios sufran merma, siempre que exista un margen de capacidad productiva acumulada aún no utilizada, y que el uso del capital no sea demasiado redundante (es decir, si no se producen excesivos rendimientos decrecientes del capital). Es donde CT y x(K-L) se igualan, es decir en K=Q (o L=Q en la gráfica A-7 (A)), donde según los neoclásicos se produce la maximización de los beneficios (donde se igualan ingresos y costes marginales). Hasta ese punto la nueva inversión en K es económicamente eficiente.

     El corolario del diagrama A de la gráfica A-8 es claro: dado un nivel de equilibrio L=K, con un nivel de productividad (de máxima eficiencia) Q-L, existe un margen estrecho de variación de capital corriente (K) para mantener tal productividad de equilibrio inafectada, dados los costes y las ineficiencias que podría acarrear desviarse de tal punto. En todo caso, existen circunstancias contrarrestantes, como puede ser la coyuntura monetaria favorable, cuando K<L (gráfica A-7 A), o la posibilidad de exportación de los excedentes, cuando K>L (gráfica A-8 A).

     Podemos obtener otras dos conclusiones: a) CT, de nuevo, ejerce de comodín en el sistema, que permite jugar con el factor capital o empleo para conseguir unos objetivos de productividad predeterminados; b) siempre que se trate de aumentar la productividad, es L el factor a sacrificar, con un nivel de K dado. Aumentar K con un nivel de L dado incrementará la productividad únicamente hasta el punto donde el mercado pueda absorber los excedentes. En todo caso, no siempre es necesario aumentar K físico para aumentar la productividad del trabajo, pues la mayor eficiencia tecnológica incorporada en K puede mantener, e incluso reducir, el coeficiente capital/trabajo, con unas tasas incrementadas de productividad. Con un nivel tecnológico dado, el aumento excesivo de K puede provocar redundancias (contexto dinámico) o desuso (contexto estático), y rendimientos decrecientes, además de una desinversión en capacidad productiva acumulada. Por el contrario, cuando se pretende incrementar la intensidad de utilización de mano de obra, aumentando la inversión en factor trabajo (L), si bien forzosamente disminuye la productividad, el sistema se hace más flexible y se crean las condiciones para una más fácil absorción de la capacidad productiva suplementaria (en este caso representada por L).

     En la gráfica A-8, diagrama B, hemos expuesto la función de la productividad del capital, es decir:

 

                                       Q-K=(1-x)(L-K)+CT (7)

 

o también:

 

                                        Q-K=-[x(K-L)]+CT (8)

 

     Esta función refleja la evolución de la productividad del capital, con un nivel de empleo dado, y con un valor de capital corriente variable (variable independiente). El nivel de renta es el ya conocido, también dado. La productividad del capital es el producto, en forma de renta, obtenido por unidad de capital invertido. Como podemos ver, puede ser calculada de dos maneras: fórmulas (7) y (8). La fórmula (7), que es la que emplearemos nosotros, comprende las siguientes variables: a) relación entre evolución del empleo y evolución del capital corriente, ponderada por el peso del empleo en la renta global (diferencial del empleo), y b) CT, que ya conocemos, y que no variaría, al tener carácter residual.

     La fórmula (7) tiene una representación geométrica idéntica a la que ya conocemos (gráfica A-7, diagrama A), siendo L la variable independiente. Los comentarios que podamos hacer son exactamente los mismos, y el principio básico también: dado un factor L y Q dados, la aplicación de sucesivas unidades de K ocasionará una función de pendiente descendiente, en aplicación del principio de los rendimientos decrecientes. Lo mismo cabe decir de los ingresos y los costes marginales, el punto de máxima eficiencia, etc.

     La fórmula (8), con resultado idéntico, utiliza el diferencial del capital con el signo invertido. Ello expresa el principio esencial de los rendimientos decrecientes: con un factor capital (o trabajo) y renta dados, la incorporación de más unidades de capital (o trabajo) sobre las existentes provocan una disminución de la productividad. En nuestro ejemplo, con K como variable independiente, cuando K<L, la productividad del capital es más alta que cuando K>L, del mismo modo que, siendo L la variable independiente, cuando K>L la productividad del trabajo es más alta que cuando K<L. El principio es idéntico para las dos funciones, y expresa el carácter relativo de las productividades del capital y del trabajo (la productividad del capital es alta cuando la productividad del trabajo es baja, pues K<L, y viceversa), razonamiento que reseguiremos cuando estudiemos las productividades relativas del capital y del trabajo.

     Todo lo dicho sobre la función (6) es válido para la función (7): en ambas K=L es el punto de máxima eficiencia; entre K=L y K=Q se localiza la zona óptima de la inversión, etc. Si observamos de nuevo el diagrama A de la gráfica A-8, haciendo pivotar la función x(K-L) por el punto K=L, en el sentido de las agujas del reloj, obtenemos una imagen especular, bajo el eje de las x, de la función originaria x(K-L), correspondiente a (1-x)(L-K); por supuesto, tal imagen especular variaría la función Q-L originaria (estable, a un nivel equivalente al de máxima eficiencia), convirtiéndola en Q-K. Ello refuerza el papel esencial (de equilibrio) del punto K=L, e ilustra el papel relativo de Q-L y de Q-K.

     En la tabla A-9 hemos ilustrado la dificultad de trabajar fuera del supuesto de caeteris paribus: el uso simultáneo de ambas variables (capital y trabajo) genera una matriz cuadrada de imposible manejo geométrico (que es, de momento, el que nos interesa). Por ejemplo, si queremos conocer el valor CT resultante de una combinación de valores L y K determinada, con un producto dado Q, la gráfica formará una superficie de dos dimensiones con infinitas posibilidades; y si lo que pretendemos es encontrar el valor de CT en los puntos óptimos L=K, la tabla nos ofrecerá asimismo infinitas posibilidades. En cambio, cuando existe un factor dado, en un contexto de renta estable, sólo existe un valor en que L y K sean iguales.

     En la gráfica A-10 hemos resumido gráficamente, en A, las conclusiones esenciales del análisis de la productividad marginal del capital y del trabajo: a) observemos que el espacio situado entre Q-L=0 y x(K-L) se lo hemos añadido a CT para completar el vacío entre Q-L y CT; b) fijémonos también en la separación de dos sectores, L<K y L>K, con L=K como punto de equilibrio; y c) el área L>K lo hemos dividido en dos porciones: 1) L>K®CT=0 y 2) CT=0®¥. La primera marca el área donde aún subsisten ingresos marginales, y la segunda el área donde éstos desaparecen y se hace preciso desinvertir.

     Nótese en el diagrama B de la gráfica A-10 lo expuesto al referirnos a la importancia de L=K como pivote de todo lo que tiene que ver con la productividad marginal: A-10 (A) se puede transformar en A-10 (B) con sólo girar la recta x(K-L) en un sentido inverso a las agujas del reloj. Con esta transformación, se pasa del análisis de la productividad marginal del trabajo a la de la productividad marginal de máxima eficiencia (con un factor dado L y Q, y un factor variable K).

     Por último, quisiéramos introducir una reflexión somera sobre el aspecto cualitativo del cambio tecnológico. ¿Cómo introducir el factor evolución técnica en un modelo que presupone un nivel tecnológico dado por el stock de capacidad productiva acumulado? Es decir, ¿cómo conjugar un flujo, como es la incorporación de nueva capacidad productiva, y un stock, como es la acumulación de capacidad productiva de un capital dado?

     Como vimos más atrás, de momento es imposible integrar el factor cualitativo de progreso técnico en nuestro modelo, aunque presuponemos que el capital corriente añade un flujo de mejora tecnológica al stock de capacidad productiva acumulada (CT). Como ello es de imposible cuantificación, cabe sólo una reflexión, sin ánimo de sentar cátedra sobre este particular: ese factor cualitativo suplementario a añadir al paquete denominado "cambio tecnológico" es el que marca la tendencia ascendente en el tiempo de la productividad del trabajo. Es lo que explica el desfase entre incremento del uso de los factores productivos y la productividad subsiguiente.

     Es decir, si observamos la tendencia del crecimiento de la productividad, deducida la evolución cuantitativa de la inversión, podemos barruntar el efecto cualitativo (técnico) del capital incorporado, haciendo abstracción de otra serie de medidas organizativas o racionalizadoras. Si nos centramos en el crecimiento de la renta, cabe decir lo mismo. Pero se hace difícil imaginar cómo se puede desglosar el crecimiento de la renta o de la productividad entre los siguientes aspectos: 1) inversión en los factores productivos, 2) efecto de la productividad del stock de capital acumulado, 3) efecto de la incorporación de mejoras técnicas en el capital corriente, 4) mejoras organizacionales, racionalizadoras, de cualificación de los trabajadores, etc.

     Por ello no queda más remedio que integra el factor "x" de la mejora tecnológica y organizativa en CT, y contentarnos con calcular este último de forma residual, siendo conscientes de que CT es un paquete con muy variados componentes. Aun así, sí que podemos intuir un cierto "x" en la tendencia creciente de la producción durante los últimos decenios, si bien existen efectos contrarrestantes, que más adelante estudiaremos, que provocan una disminución tendencial de la productividad del trabajo. Para entender esta aparente paradoja hay que acudir a otras variables: ineficiencias y redundancias en el uso del capital, tendencia a descapitalizar y subcontratar sectores laboral-intensivos, disminución de la renta agregada por efecto del paro estructural y de la incertidumbre social, variaciones cíclicas en la demanda (por causas psicológicas), etc.

     En el siguiente punto entraremos de lleno en el análisis dinámico observable en el mundo real.


 SECCIÓN CUARTA

 (El ciclo en movimiento)

 

     Un ciclo es la expresión de la dinámica del crecimiento proyectada en el tiempo. Comprende la agregación de todas sus coyunturas o fases (de crecimiento positivo, negativo o de estabilidad), y su evolución marca una tendencia, generalmente ascendente, que resulta de compensar los períodos positivos con los negativos. Un ciclo tiene forma sinusoidal (en su expresión más pura), y comprende cuatro etapas: auge, contracción, recesión y recuperación. Los lapsos entre zenit y zenit (o entre nadir y nadir) marcan el período entre ciclo y ciclo. (Posteriormente comprobaremos cómo el ciclo resulta afectado por la introducción del cambio tecnológico.)

     Hasta el presente se ha pergeñado mil y una teorías explicativas del ciclo: desde las que lo vinculan a coyunturas externas (guerras, cosechas, fuentes de metales preciosos o de recursos básicos, avances técnicos aplicados —como el uso del carbón o de la electricidad—, etc.), hasta las que lo identifican con factores internos al ámbito económico (coyuntura monetaria, como tasas de interés o de cambio; burbujas especulativas; acaparamiento; descompasamiento entre la evolución del sector de bienes de consumo y de bienes de inversión, o entre la oferta y la demanda; rupturas de la competencia perfecta por monopolios o competencia imperfecta; injerencia del Estado y del Welfare State, etc.)

     Se habla de distintas categorías de ciclos: de 50, 10 ó 3-4 años... La introducción del argumento del multiplicador y de la noción de "preferencia por la liquidez" (por parte de Keynes), de la noción schumpeteriana de avance técnico continuado (y de destrucción creadora), y la galbraithiana de las perturbaciones especulativas, acabaron por enterrar la noción clásica y neoclásica del equilibrio general, que se puede resumir en la frase de Say "la oferta crea su propia demanda" (es decir, aquello que se produce crea un flujo de renta —en forma de salarios o beneficios— que a la postre ha de poder absorber lo producido).

     Esta estereotipación del equilibrio no era nada afortunada. Han hecho falta decenios para demostrar que la realidad se aparta dramáticamente de la noción de equilibrio general: ahí tenemos la teoría de la preferencia por la liquidez y del equilibrio sin pleno empleo de Keynes, o la teoría de la reproducción ampliada de Marx. Este último argumentaba que, siendo el ciclo una realidad indiscutible en el capitalismo, venía acompañado por hordas de proletarios desocupados (ejército industrial de reserva) y por una continua movilidad social; también argumentaba que, en último término, era el factor tecnológico el revulsivo de la acumulación capitalista, y que el paulatino incremento de la explotación capitalista (en forma de más productividad por hora de trabajo empleada) acabaría desembocando en un colapso, fruto de la tendencia inexorable a la disminución de la tasa de beneficios, la concentración y polarización de la riqueza (y del capital), y el subconsumo espasmódico.

     Keynes puso de moda visiones neomalthusianas que ponían el acento en la esfera de la demanda: así, ante la evidencia del ciclo (con consecuencias catastróficas que salpicaban todo el sistema económico), y del desmoronamiento de la certidumbre sobre el equilibrio de los mercados, él abogaba por la puesta en marcha de políticas intervencionistas anticíclicas que ejercieran un impulso para reanimar los mercados, creando demanda suplementaria. (Estas medidas tendrían también carácter procíclico en los períodos de auge, restando demanda agregada.) Su propuesta ideaba una especie de carretera con túneles en las montañas (auges) y con puentes en los valles (recesiones). En definitiva, en lugar de atacar las fuentes de desequilibrio que son el desencadenante del ciclo, su teoría se limitaba a establecer dispositivos intervencionistas (estabilizadores automáticos o discrecionales) que permitiesen que el sistema funcionase con las menores perturbaciones posibles.

     Esta visión, que he convenido en llamar "teoría del viaducto", se opone al sentido común, pues en general la mejor manera de resolver un problema es combatir sus causas, no limitarse a buscar remedios ad hoc para neutralizar sus efectos más perturbadores. Por lo que respecta al tema que nos interesa, la política anticíclica idónea es la que combate sus causas, no la que gestiona mejor sus efectos.

     Con este objetivo en mente, he utilizado dos conceptos básicos de Marx: su visión del "ejército industrial de reserva", y el de "reproducción ampliada del capital", a través del aumento de la "composición orgánica del capital". Esta última (el cociente entre el incremento del capital y el del trabajo) sería un índice que mide el grado de tecnificación de la economía (Marx no se cansó de insistir en la importancia de la tecnología incorporada en el capital). Con estos materiales, la noción schumpeteriana del empresario emprendedor (y de la destrucción creadora), y el residuo tecnológico de Solow, tenemos todo lo necesario para idear una explicación coherente y sencilla de la crisis, sin aditamentos extraños, y descorriendo el "velo monetario". (Posteriormente comprobaremos que, tal como Marx afirmaba, el factor tecnológico es la causa eficiente del proceso, y el paro tecnológico su consecuencia más visible.)

     En el gráfico A-11 iniciamos el tortuoso camino en busca de los engranajes básicos del ciclo. En él notamos la existencia de cuatro cuadrantes (A, B, C y D), cada uno de los cuales es indicativo de una fase del ciclo. De momento, sin embargo, nos contentaremos con explicar los condicionantes y las premisas que hemos empleado en la elaboración de nuestro modelo económico.

     Primeramente hemos de advertir que, coherentemente con su mecánica, hemos tenido que descomponer el ciclo en sus elementos más básicos, sacrificando la dimensión monetaria en aras de una mayor simplificación; en su lugar, hemos introducido la variable "productividad" (en este caso, del trabajo). De todos modos, en este modelo está implícita la evolución (positiva o negativa) de la demanda, desde el mismo momento en que se produce una evolución (con el mismo signo) de la inversión. Por tanto, en nuestro modelo existirá una relación directa entre la renta y la inversión en fuerza de trabajo, y una relación inversa entre estas dos variables y la productividad del trabajo (pues a mayor renta, mayor empleo; y a mayor empleo, menor productividad del trabajo, con una capacidad productiva dada). Asimismo, introducimos una variable olvidada en numerosas ocasiones: la capacidad de producción no utilizada. Ésta otorgará al ciclo un alcance (y una trayectoria) determinado, en función de su importancia respecto a la capacidad total de producción (es decir, la acumulada más la corriente) de un sistema económico (ya una empresa, ya un país) en el inicio del proceso cíclico.

     En el gráfico A-11 hemos representado las distintas funciones de productividad de varios niveles de renta (desde Q=-2 a Q=4), y hemos establecido que el punto L=K en el nivel Q=4 de renta es el inicio de un proceso cíclico. Hay que hacer notar los siguientes escenarios: 1) L=K coincide con el punto de beneficios medios (Q/2), porque aquí la inversión agregada se iguala a la productividad; 2) L=K no coincide con el punto de beneficios medios, sino que se mantiene estable sea cual sea el nivel de renta (caso muy improbable); 3) sin mantener un objetivo fijo de inversión, como en el caso 2), ésta varía en función del nivel de renta, pero sin ajustarse a los beneficios medios; y 4) en cualquiera de los tres primeros casos, una vez llegados a un nivel de renta, tal como Q=0, se intenta mantener los niveles de inversión a un nivel lo suficientemente bajo para que la productividad del trabajo en ningún caso disminuya de cero (la importancia de este punto la veremos más tarde, cuando estudiemos los niveles relativos de desinversión de L respecto a K). Esta última es la manera tradicional de hacer frente a la crisis, manteniendo inalterada o incluso incrementando las tasas de productividad del trabajo (recordemos que difícilmente una economía puede tolerar la existencia de tasas negativas de productividad).

     Todo ello lo vemos reflejado en la gráfica: los puntos circundados por un cuadrado indican los niveles de crecimiento equilibrado (L=K), que varían en relación directa a la evolución de la renta (en este caso coincidiendo con el punto de beneficios medios: Q/2); los puntos circundados por un círculo indican el caso, poco realista, de un objetivo fijo de inversión, sin atender a la variación del nivel de renta corriente. Podría representarse también el caso en el cual se pretende mantener un mismo nivel de productividad, lo que tendría repercusiones muy fuertes sobre el empleo (éste sería altamente elástico en relación a los objetivos prefijados de productividad). En general, como vemos, la situación "óptima" sería aquella donde L=K=Q/2, pues aquí no se forzaría la máquina sacrificando productividad cuando se establecen objetivos fijos de inversión, ni empleo, cuando lo que se pretende es mantener unos objetivos fijos de productividad.

     (Recordemos que mantenerse en el punto de beneficios medios equivale a variar la inversión en una relación proporcional a la de la renta. Éste es un análisis dinámico; en cambio, en un análisis estático, con un nivel de renta determinado, se puede aumentar o disminuir productividad haciendo uso o desuso de capacidad productiva acumulada, y ampliando o disminuyendo el stock de fuerza de trabajo, con un nivel de capital corriente dado.)

     Como sabemos, en un análisis dinámico, los niveles acumulados de reserva de capacidad de producción (CT) varían en relación inversa al empleo del capital corriente (K), aunque, por supuesto, puede existir un crecimiento neto de capital acumulado, sea cuantitativo (extensión de la productividad), o cualitativo (profundización de la productividad). También sabemos que es en L=K donde CT intercepta la línea de productividad del trabajo (Q-L=CT), por lo que el diferencial del capital se reduce a cero. En definitiva, Q-L tiene una función (recta) idéntica cualquiera que sea el valor de K (con Q-L=Q cuando L=0 y Q-L=0 cuando L=Q); pero éste no es el caso de CT, del que ya hemos destacado su carácter móvil, con una sola salvedad: CT intercepta siempre a Q-L en L=K, donde x(K-L)=0.

     Por lo tanto, las funciones (rectas) CT, en función del valor de Q y de L, tienen un comportamiento previsible: 1) la caja de las funciones CT se ensanchará o estrechará verticalmente cuando varía tanto L=K como Q (en la figura A-11, cuando L=K varía con la renta, situándose a niveles Q/2); 2) por su parte, ascenderá o descenderá en bloque cuando varía la renta, con un nivel de inversión (L=K) fijo. (Ambos casos están ilustrados por los puntos circundados por cuadrados o círculos, respectivamente.) Volvemos a repetir que el primer caso es el económicamente más factible. Como vemos, CT desempeña un papel muy relevante en la evolución del ciclo, dependiendo de la evolución de L=K y de Q.

     Lo más cómodo y conveniente en nuestro modelo, y la mejor forma de evitar incurrir en arbitrariedades al establecer los niveles adecuados de K (como factor dado) en función de la evolución de Q (en definitiva, de la coyuntura económica), es hacer coincidir de forma automática el valor de K (y por tanto de L=K) con el de Q/2, lo que no está exento de lógica, pues en este punto se iguala la inversión (L=K) con la productividad del trabajo (produciéndose un nivel de crecimiento "neutral", según terminología de Harrod y de Robinson). Nótese asimismo que esta convención se ajusta a la presunción inicial (en aras de una simplificación del modelo) de que todos los beneficios se invierten y de que todo lo invertido en nueva fuerza de trabajo se consume en bienes de consumo. Ésta sería la llamada "condición de Kalecki": los empresarios ganan lo que gastan y los trabajadores gastan lo que ganan (Q/2=[K=L]=Q-L).

     Ello, si bien reafirmaría la noción clásica del equilibrio de los mercados (y coincide con la idea de que todo lo que se ahorra se invierte), no es más que una estrategia de cara a simplificar la mecánica del modelo. Y ha de tenerse en cuenta, asimismo, que la noción de "ciclo" se contradice con el postulado clásico. Más bien "ciclo" equivale a inestabilidad, a desequilibrio, en un proceso de acción y reacción que se asemeja al concepto medieval de "perpetuum mobile" (movimiento perpetuo). Pero como todo movimiento tiene una causa eficiente y unos límites (dados por el rozamiento, el desgaste, o por cualquier fuerza que actúe en sentido contrario al de su trayectoria), habremos de aceptar, tal como hemos hecho nosotros, que el ciclo tiene su origen en un desequilibrio inicial, que va amplificándose y reforzándose (a partir de la teoría del multiplicador) con el tiempo, hasta llegar a un punto crítico, donde inicia un movimiento oscilatorio de signo opuesto. Ello implica (tal como ejemplifica el llamado "efecto mariposa" de la teoría del caos determinista) que las condiciones de partida del proceso determinarán la evolución posterior del ciclo, como podremos comprobar al establecer niveles de CT desempleado en dos casos-tipo diferentes.

     En el gráfico A-12 hemos representado la evolución de un ciclo económico completo prestando atención a sus principales elementos constituyentes: Q-L, L, Q/2 y CT, con unos niveles de K que varían en función de Q, ajustados a los niveles respectivos de beneficios medios (Q/2). Recordemos que cuando L=K=Q/2, CT=Q-L, porque x(K-L)=0. Éste es el punto donde se inician los costes marginales, y donde el crecimiento es neutral y equilibrado (L=Q-L). En esta gráfica la caja CT se ha estrechado en la vertical, en relación al nivel en que L=K tiene un valor fijo, independientemente de la renta. De este modo, adquiriremos una homogeneidad en el escenario económico que hace más fácil y realista su análisis (la inversión varía directamente en relación a la renta e inversamente en relación a la capacidad productiva acumulada).

     El único inconveniente que se puede derivar de esta estrategia de trabajo es el de que obviamos los factores monetarios y la dinámica de mercado (juego de la oferta y de la demanda): no tenemos en cuenta el desfase entre inversión y beneficios/productividad a causa de estrangulamientos en la producción (cuellos de botella); es decir: la repercusión sobre los beneficios de la evolución de los precios relativos de mercancías o de factores en una coyuntura de aumento de la demanda y de saturación de la oferta. Esta situación, en el mundo real, adquiere la forma de un desfase entre los beneficios (representados aquí por los beneficios medios, Q/2) y la inversión (L=K). No olvidemos que, en el mundo real, la inversión generalmente se adelanta a la demanda y al consumo agregado (y por ende, a la renta), y que, en momentos de auge (y, con signo opuesto, de recesión), su evolución tiene carácter más acentuado (elástico) que la de la renta, así como la de los beneficios.

     En A-12 hemos descompuesto los distintos niveles Q-L en sus agregados x(K-L) y CT. Podemos observar cómo, cuando K<Q, para valores de Q diferentes (entre Q=-2 y Q=4), las fronteras de posibilidades de producción (es decir, el reparto de la productividad laboral entre el componente capacidad de producción acumulada y la corriente, en función de Q, del nivel relativo de L y K, y de la tecnología incorporada en el capital corriente) varían. La pauta sería la siguiente:

 

     a) En Q>0, en la zona de productividad real (con creación neta de empleo), tanto el diferencial del capital (hasta L=K) como CT tienen signo positivo. Aquí predomina el componente "reserva de capacidad de producción acumulada" (CT), pues se usa intensamente el equipo capital (especialmente cuando L>K), dadas las cifras positivas de creación de empleo. Sólo cuando L>Q la productividad del trabajo tiene niveles negativos, si no median factores monetarios. Cuando Q-L=0 los costes en ineficiencia y en desgaste se igualan a los ingresos suplementarios: CT=-[x(K-L)]. La reserva de capacidad productiva acumulada se agota cuando, dada una alta tasa de ocupación, se ha empleado hasta la última máquina en stock.

     En definitiva, el diferencial del capital (productividad del capital corriente) pasa a tener signo negativo cuando L>K, lo que supone un desgaste del capital corriente a medida que éste es empleado por más manos, o se usa a un ritmo más intenso por la misma fuerza de trabajo, lo cual produce un escenario de amortización acelerada del capital, primero corriente y luego (cuando CT<0) acumulado, haciéndose preciso desinvertir en L y, como veremos, a resultas de su efecto multiplicador sobre el consumo, también en CT y en K.

     b) En Q=0 la capacidad de producción acumulada y el diferencial del capital tienen valor cero en el mismo punto, por lo que pasado el umbral de la inversión neta en trabajo (cuando L=0) los costes marginales predominan sobre los ingresos marginales, y la productividad del trabajo se hace negativa. Es el umbral previo a la desinversión neta.

     c) En Q<0, siempre que respetemos el supuesto de que L=K=Q/2, es el diferencial del capital el que predomina sobre el área de las x negativas e y positivas. Ello es así porque en este caso K>Q (pues K=Q/2) y, como sabemos, CT se anula antes que x(K-L) cuando K>Q. Si arbitrariamente decidieramos que en este momento K<Q/2 podríamos "arreglar" este asunto, pero ya hemos insistido en que vamos a evitar toda arbitrariedad. Por otro lado, ello tiene una lógica económica, pues cuando se desinvierte en empleo, para reducir costes fijos, lo natural es reducir asimismo capacidad productiva acumulada (CT). Sin embargo, hay un nivel de gastos en capital corriente (tanto circulante como estructural) que no puede disminuir, si se quiere mantener la viabilidad futura del proyecto económico.

 

     Es decir, cuando se produce un proceso recesivo, con disminución de la demanda y aumento de stock de productos acabados invendidos, existe un nivel de gastos fijos, con un fuerte apalancamiento operativo, que viene dado por la capacidad productiva ociosa. Y ésta, como sabemos, viene dada por la disponibilidad de capital acumulado (CT). Cuando la demanda, a corto plazo, sólo acierta a cubrir los costes variables, los costes fijos son superfluos y se desinvierte en capacidad productiva ociosa u obsoleta; sin embargo, es peligroso disminuir a niveles muy bajos la inversión corriente, si no se quiere paralizar el funcionamiento armónico (y la viabilidad futura) de la empresa.

     Cuando llegamos al umbral de la desinversión, primero se desinvierte en empleo, luego en capital acumulado, y sólo al final en capital corriente. El caso del empleo es comprensible, pero la desinversión en capital acumulado requiere una reflexión ulterior: la acumulación de stocks invendidos y el aumento de la capacidad productiva no utilizada, además de generar altos costes de inmovilización, desvaloriza todas las mercaderías (como los productos acabados, como el mismo equipo capital). Así pues, el proceso de desinversión viene determinado por tres imperativos: 1) aumento de costes fijos (por ejemplo, en mantenimiento y gestión de inmovilizados); 2) subuso de equipo capital; y 3) desvalorización del equipo capital. Evidentemente, éste es un fardo muy pesado para el empresario.

     Sin embargo, éste no puede prescindir de los gastos corrientes, por lo cual se puede afirmar que la crisis cambia la escala en el escenario económico global (seleccionando las empresas más eficientes y rentables), así como en el interior de las propias empresas (redimensionándolas al nivel de la demanda efectiva). Evidentemente, el empresario siempre deja un margen de maniobra (capital acumulado en desuso) para cuando lleguen los tiempos de bonanza. Así, podemos afirmar que el empleo es el lastre y la capacidad productiva acumulada es el comodín en los procesos de reestructuración coyuntural de las empresas.

     Continuamos, después de esta digresión, con el análisis de la gráfica A-12. En Q<0 entramos en un escenario de desinversión neta: primero de empleo (L), luego de capital acumulado (CT) y finalmente de capital corriente (K). Ello es así porque en este sector son necesarias menos manos y menos capital acumulado para alcanzar unos niveles de productividad determinados (como veremos dentro de un momento). Así que, en la trayectoria entre Q+ y Q- el sistema económico desinvierte para disminuir costes fijos (costes de marcha en vacío), aunque manteniendo una reserva con la que maniobrar en momentos coyunturales más favorables. Por ello CT se desplaza a la izquierda, aunque se mantiene una reserva de capacidad para cuando se requiera una alta productividad con un nivel de empleo bajo, evitando incurrir en situaciones de "cuello de botella" o de "ruptura de stock".

     (Volvemos a insistir en que en ocasiones la desinversión no opera vía descapitalización, sino desvalorización u obsolescencia técnica.)

     En general, aunque esto pueda parecer una perogrullada, será conveniente el uso de CT hasta el punto en que Q-L=x(K-L), o lo que es lo mismo: siempre que la productividad del trabajo sea mayor que el diferencial del capital (Q-L>x(K-L), por lo que CT>0); se desinvertirá siempre que la productividad del trabajo se sitúe por debajo de los niveles del diferencial del capital (Q-L<x(K-L), por lo que CT<0). Ello significa que, con niveles de renta negativos, siempre que K>Q (porque K>Q al ser K=Q/2 en todo caso), a duras penas se incrementará la capacidad productiva acumulada, sino que más bien ésta tenderá a reducirse, y la remanente tenderá a utilizarse al máximo de su capacidad (incluso a costa de amortización acelerada del capital); si K<Q, en cambio, CT recuperará su importancia.

     En general, CT se empleará en los momentos de escasos recursos de fuerza de trabajo, para rellenar la brecha entre la demanda emergente (en los momentos de despegue y recuperación, con niveles de renta aún bajos) y la productividad corriente (con el capital corriente). En caso contrario (de estancamiento y recesión) se seguirá desinvertiendo, tanto en capital variable como acumulado.

     En definitiva, CT ejerce un papel de reactivador (o acelerador) del proceso productivo cuando las oportunidades de inversión y de despegue son prometedoras: en la fase de recuperación, cuando el aumento en mano de obra y en capital corriente crean nueva demanda agregada, permite salvar los cuellos de botella que la sola inversión corriente produciría sin duda; de ahí la importancia, para las empresas, de disponer de una reserva de capacidad productiva no utilizada. En esta situación, los precios relativos altos son el índice del "cuello de botella" (aunque primero se producirá un estirón de la demanda que no afectará a los precios mientras no se agoten los stocks de artículos acabados invendidos y acumulados hasta el momento) que se genera en los momentos de reanimación de la demanda. La capacidad productiva no utilizada es el colchón que permite a las empresas disponer de una cierta elasticidad de oferta, y por tanto, ser flexibles a las oportunidades de negocio.

     Este escenario es típico de los períodos iniciales de la fase de recuperación, cuando se acumulan los rendimientos producidos por la acumulación con productividad aparente (con pérdida de empleo), los cuales se reinvierten en ampliar la capacidad de producción corriente, lo cual a su vez crea nuevas expectativas de demanda y de oferta con la consecuente presión sobre precios y capacidad productiva, que la capacidad de producción acumulada (CT) a duras penas puede solventar. A partir de aquí se contrata más personal, se aumenta la inversión en capital corriente y se pone en marcha el mecanismo del multiplicador, que a largo plazo volverá a tener repercusiones negativas sobre la productividad.

     Este cuadro, que por otra parte se ajusta a la realidad, es el que explica que, en el sector de renta negativa, el capital corriente predomine en el cuadrante de las x negativas e y positivas (productividad del trabajo positiva), si mantenemos la hipótesis de que aquí K>Q; y el capital acumulado (CT) ocupe el área de las x e y negativas (productividad del trabajo negativa), al contrario de lo que sucede cuando Q>0.

     Volvemos a repetir que los principios básicos del gráfico A-7 son plenamente aplicables en el gráfico A-12, con la salvedad de que aquí añadimos el factor tiempo. La clave de este último consiste en que, en la zona de renta negativa, el sistema necesita imperiosamente desinvertir (por descapitalización, desvalorización u obsolescencia) para disminuir costes fijos. Este comportamiento da lugar a toda una retahíla de hechos que se ha venido a llamar "ciclo económico".

     El proceso del ciclo sólo lo podemos entender dentro de un marco dinámico de variación de L, K y CT, y consecuentemente de Q y Q-L. Comenzaremos esbozando un resumen de su desarrollo que posteriormente ampliaremos con dos ejemplos concretos.

     Partiendo de un nivel de renta dado (en nuestro caso Q=4), con unos niveles de beneficios medios moderados (Q/2=2) y una productividad negativa (-(Q-L)), se da inicio a un proceso de desinversión causado por dos factores fundamentales: 1) un desplazamiento a la derecha en la recta de la productividad del trabajo, y 2) un aumento de los costes laborales e intermedios (proceso que estudiaremos con más detalle posteriormente). La desinversión da comienzo recortando L, lo que tiene repercusiones sobre la demanda y, con una secuencia ordenada, también sobre la renta, el capital acumulado, y finalmente sobre el corriente (que incluye el estructural y el circulante).

     Sin embargo, a medida que desinvertimos en L relativamente más que en K, el desgaste de capital fijo per capita disminuye en términos relativos (-[x(K-L)]¯), hasta llegar al punto donde L<K, en el cual x(K-L) adquiere de nuevo valor positivo (recordemos que la trayectoria es de Q+ a Q-). Por su parte, a medida que Q disminuye, también lo hace Q-L, dada una misma cantidad de L, por lo cual CT se desplaza a la izquierda, lo que equivale a decir que cada vez se hace necesario conservar menor capacidad de producción acumulada (CT) para alcanzar valores de productividad determinados por la renta y la demanda de cada coyuntura dada (cuando aumenta Q, dado un mismo nivel de L, la productividad aumenta; cuando disminuye Q, dado un mismo nivel de L, la productividad disminuye).

     En ese momento la economía inicia un período de desinversión, de reducción de stocks de capacidad productiva acumulada, pues la inversión en capital corriente ocupa un lugar más importante en la producción, siendo redundante una parte de CT. (Ello tiene, como hemos visto, el inconveniente de disminuir el margen de reserva de la oferta en caso de un despegue de la demanda: la desinversión en CT provocaría, en momentos de oferta inelástica y demanda elástica, un desgaste más acelerado del capital corriente —amortización acelerada del capital—, y, en ocasiones, también del capital acumulado.)

     Si continuamos disminuyendo L en relación a K, ya en valores de Q negativos, Q-L pasará a adquirir valores positivos; el capital corriente (K) se hará cargo de la mayor parte de la productividad per capita, hasta el punto donde x(K-L)=Q-L, a partir del cual se habrá agotado la capacidad de producción del capital corriente y será necesario emplear el stock de capital acumulado no utilizado, que, como sabemos, hasta dicho punto había experimentado un proceso de desinversión (por lo cual su reserva de capacidad productiva será previsiblemente inferior a la del inicio del proceso). De nuevo tenemos a CT como comodín.

     ¿Será éste el punto de reversión de fase? Es decir, ¿se sitúa aquí el punto (en el que Q-L=x(K-L) y CT=0) donde se hace preciso un proceso de reinversión corriente, tanto en L como en K? Partimos de la base de que la desinversión, en respuesta a la caída de los niveles de demanda (y de renta), aumenta la productividad del trabajo y, en nuestro caso, de que la disminución absoluta de K es inferior a la de L (pues K=Q/2). En el caso inverso (en términos absolutos: ¯L<¯K) la desinversión en CT no sería tan acelerada, pues por lógica económica la capacidad productiva acumulada (CT) ejerce el papel que, a igualdad de condiciones (con un nivel de renta dado) cumple K cuando, en términos absolutos, ¯L>¯K. En definitiva, es mi opinión que el aumento de la productividad a resultas de la desinversión en L, CT y K, en un momento dado (en concreto, cuando, en el sector de las Q negativas, Q-L supera a x(Q-L)), crea el incentivo para una reinversión en nueva capacidad productiva: ese momento coincide con el punto en el que se hace necesario una reinversión en capital corriente (K­) para recuperar márgenes de capital acumulado. Aquí la inversión ejerce el papel de disparador de cambio de fase en el ciclo. (Posteriormente estudiaremos la expresión algebraica del punto de reversión de fase.)

     En un cuadro de desinversión, cuando la renta y la producción son ambas negativas (pues recordemos que ambas son las dos caras de una misma moneda), la disminución en mano de obra responde a la necesidad de aumentar la productividad laboral sin aumentar los costes fijos. La reducción en el capital acumulado responde a la necesidad de reducir los costes fijos, y a la circunstancia de que la contracción de la demanda supone un menor requerimiento de stock de capital acumulado, para unos niveles de productividad (con bajas tasas de empleo) dados, a no ser que la presión de la demanda sea tal que el capital corriente sea insuficiente para alcanzar los niveles de productividad requeridos por la nueva coyuntura. Por último, la reducción en capital corriente (tanto fijo como circulante) respondería a las menores expectativas económicas; sin embargo, tal vez su reducción esté limitada por las necesidades corrientes de capitalización, aun cuando la curva de demanda se iguale a la de costes variables. Hay un nivel por debajo del cual la disminución del capital corriente se haría ineficiente y antieconómica. En ese caso, nuevamente L es el factor a sacrificar.

     El efecto combinado de rebajar la ineficiencia sobre el capital corriente (reduciendo L), de limitar los costes fijos (disminuyendo CT) y de mantener un nivel mínimo de capital corriente (K), o en su caso de reducirlo a menor ritmo absoluto que el de L, tiene un alto precio, en forma de atonía (Q-), de desempleo (L-) y de desinversión (CT¯), aunque con el efecto favorable de aumentar la productividad y los rendimientos relativos (por factor invertido). Ello reinicia un nuevo proceso de inversión, que tiene como antecedente un cuello de botella en la producción (dado el nivel de desinversión en CT, si bien absorbido en la medida de lo posible por el capital acumulado remanente) y un aumento de las expectativas económicas.

     En la gráfica A-12 hemos expresado con gran detalle un proceso cíclico completo, que abarca 12 años completos. Dicho proceso comienza cuando Q=4 y, como consecuencia del empuje de la demanda, el sistema económico ha invertido en fuerza de trabajo hasta bastante más allá de Q-L=0 (recordemos que éste no siente estímulos para desinvertir hasta que se agote el efecto monetario producido por una coyuntura favorable de los precios, es decir, hasta más allá de Q-L=0). Partiendo de la base de que hemos equiparado K y Q/2 (en un modelo de crecimiento "neutro", o armónico), y que todavía tenemos a L como variable independiente, hemos trazado dos trayectorias en el proceso de la desinversión: la trayectoria A parte de CT=0 (caso no habitual en la práctica, pero muy ilustrativo, como veremos) y la trayectoria B, a medio camino entre Q-L=0 y CT=0.

     Comencemos por A. Como podemos ver, el nivel de productividad tiene en CT=0 valor negativo (Q-L=-2), y el valor de crecimiento del empleo se sitúa muy por encima del del capital (L=6>K=2). Así pues, el sistema desinvierte un 1% en empleo respecto al año anterior [segmento a], y L pasa de un crecimiento previo (irreal, pero ilustrativo) del 6% a otro corriente del 5%; esta desinversión relativa en fuerza de trabajo tiene una repercusión sobre la demanda, y por tanto, sobre las expectativas y sobre la renta, que repercute asimismo sobre el capital corriente (K¯ un 0,5%, pasando de un 2% previo a un 1,5% corriente) [punto b]; la disminución combinada de L en un punto y de K en 0,5 puntos tiene un efecto multiplicador que supone una disminución suplementaria en L de otro medio punto [segmento c], pasando -en el mismo ejercicio corriente- de un 5 a un 4,5%; lo cual supone una disminución global de L, en dicho año, de un 1,5%. (Como vemos, el capital corriente disminuye al ritmo necesario para que se cumpla la condición de equilibrio K=Q/2.)

     Ya en el segundo ejercicio (año 2), y con un nivel de renta un punto menor (Q=3), por la retracción combinada de la demanda agregada (1/2[1,5¯(L)]+1/2[0,5¯(K)]=I=1¯), el sistema continúa el proceso de desinversión, para ajustar la producción al nuevo escenario económico, si bien Q-L comienza a remontar, con lo cual los rendimientos relativos (por factor de producción invertido) aumentan del mismo modo. El capital corriente, como hemos visto, se adapta con bastante automatismo a la disminución de Q; asimismo, el sistema no tarda en reducir capacidad de producción (CT¯), lo que desplaza su función a la izquierda.

     (Como es fácil suponer, si la ponderación de los factores es distinta, los resultados varían: por ejemplo, con x=0,25 y (1-x)=0,75, la reducción de la renta con la misma disminución de L que en el caso anterior, será de un 1,25%, no de un uno por ciento.)

     Cuando partimos de CT=0 (caso A), es decir, cuando la capacidad acumulada de producción se ha agotado, la reducción en L de un 1,5% anual y en K de un 0,5 anual (I=1¯) tiene como principal efecto la reducción de la ineficiencia y del desgaste en el uso del capital corriente (-[x(K-L)]¯), si bien éste tiene todavía tasas negativas. Pero como la razón entre el decrecimiento de L y el de K es constante ([6/1,5]=[2/0,5]) nos mantenemos en una situación donde CT siempre es igual a cero (es decir, en una situación de agotamiento de capacidad de producción, sin costes de subutilización del capital acumulado), y todo el aumento relativo de la productividad está protagonizado por el decrecimiento relativo de la ineficiencia en el uso del capital corriente (K).

     Ello implica, cómo no, que a pesar de la desinversión en capital acumulado (CT¯), la relación entre la productividad y el diferencial del capital (x(K-L)) es siempre constante: es decir, en todo momento Q-L=x(K-L). Si por necesidades de la producción, o si por un descenso en fuerza de trabajo todavía más acusado, Q-L hubiera de ser mayor que x(K-L), el proceso de desinversión en capital acumulado (CT) se detendría, y éste volvería a crecer a un ritmo equivalente al del capital corriente K. Si por el contrario, la producción bajara todavía más, con los consecuentes incrementos en los costes fijos (costes de marcha en vacío), la enajenación de CT seguiría adelante. En el caso A presuponemos que la desinversión proporcionalmente equivalente en L y K se ajusta estrictamente a los niveles de productividad que vienen dados por la renta corriente, y que por otro lado la mejora en la rentabilidad viene dada por una mejora en la eficiencia en el uso del capital corriente (x(K-L)­), así como por la inexistencia de costes de subutilización del capital (pues, como sabemos, la capacidad de producción acumulada remanente tras el proceso de desinversión, en todo momento, está siendo usada en su integridad: CT=0).

     En el caso A los ingresos marginales por unidad de producto son siempre iguales a cero, pues se ha alcanzado el límite de capacidad máxima del sistema, por lo cual los costes marginales asumen la responsabilidad del decrecimiento de la productividad. Como hemos anticipado, tal punto (CT=0) se puede alcanzar únicamente cuando el efecto monetario compensa la ineficiencia global del sistema, o al menos las bajas tasas de productividad del trabajo. El papel del desfase monetario es clave para entender la economía real, con altas tasas de desempleo, cuellos de botella en la producción, productividad a la baja y menores tasas de crecimiento. Volvemos a insistir en el hecho de que el estancamiento, o las bajas tasas de crecimiento, acompañados por una tasa de paro persistente y por una inflación endémica, son trasunto de la desinversión en capital acumulado con altos costes fijos y de la inversión en nuevo capital con un alto contenido tecnológico incorporado, con efectos inmediatos sobre la productividad aparente (con disminución de empleo) y, a la larga, sobre los beneficios medios.

     El proceso [a) reducción de un uno por ciento del crecimiento del empleo respecto al año anterior ® b) disminución de la demanda y de la inversión en capital corriente de un 0,5% ® c) desinversión suplementaria, en un 0,5%, de más empleo ® disminución de la renta en un 1% durante la globalidad del ejercicio] continúa ininterrumpidamente entre los años 1 a 5. Más allá de aquí la productividad es positiva, pues el diferencial del capital vuelve a tener signo positivo (lo que quiere decir que el capital corriente per capita tiene un rendimiento positivo); y como sabemos la capacidad productiva sigue siendo empleada en su totalidad.

     Entre los años 5 y 7 la productividad (en relación al empleo, L) es positiva. Durante ese período se acumulan unos rendimientos positivos en relación al factor trabajo ahorrado, que de un modo u otro se han de invertir. Por otro lado, si se continuase reduciendo el factor capital, llegaría un momento en que se pondría en peligro la propia capitalización (y por tanto la continuidad) del sistema, y la posibilidad de atender coyunturas favorables de demanda con el stock de recursos remanentes.

     Recordemos que la propia circunstancia de que la desinversión en trabajo se produce al mismo ritmo relativo que la desinversión en capital corriente (L¯=K¯) implica que en todo momento x(K-L)=Q-L, siendo CT=0; o lo que es lo mismo, si bien se desinvierte en capital acumulado, éste se emplea en su totalidad en cada momento. La inversión en capital corriente atiende, pues, a las necesidades corrientes; para una ampliación de la capacidad productiva se habrá de aumentar las tasas de inversión en capital corriente, lo que pondrá en marcha el proceso inversor en capital corriente, y por tanto, el disparador de cambio de fase del ciclo. De tal manera, a partir de t=7, comienza la fase de recuperación del empleo, lo que a su vez da inicio a la fase de recuperación de la renta.

     Durante el proceso de reversión de fase del ciclo (t=7), el crecimiento del empleo sigue siendo negativo, pero en menor medida que el año anterior (pasa de un 3 a un 2 por ciento de decrecimiento); pero este solo efecto [segmento d] tiene una repercusión positiva sobre el consumo, que a su vez la tiene sobre la inversión, en un 0,5% [segmento e]; lo cual provoca un aumento adicional de la demanda de trabajo en un 0,5% [segmento f]. A la postre, ya en el año 8, la renta inicia una recuperación (disminuye su decremento respecto al año anterior), cifrada en un punto; y lo mismo puede decirse de los beneficios medios (aunque aquí, como sabemos, la productividad por unidad de factor invertido es más alta, y por tanto, lo es la productividad aparente).

     Dicho proceso continúa entre los años 9 y 13, en los cuales las tasas de crecimiento del empleo son ya positivas, pasando de un nivel de renta Q=0 a otro Q=4. Pero los problemas vuelven a ser los mismos que durante el inicio del ciclo: el crecimiento del empleo, y por ende, el de la renta, a un nivel de producción equivalente al 100% de la capacidad productiva, comporta un renovado desgaste del capital corriente, que a su vez determina un decrecimiento de la productividad, un nuevo proceso de desinversión en empleo y en capital corriente, y a la postre un decrecimiento de la renta. Atendamos, asimismo, al hecho de que este proceso ha sido condicionado por el nivel de partida en el uso de la capacidad de producción total, no sólo por los ritmos de desinversión absoluta y relativa, tanto en factor trabajo como en capital corriente.

     En el próximo ejemplo (trayectoria B) estudiamos un caso algo diferente, pues aquí, en el inicio del proceso cíclico, CT está empleado únicamente en una fracción de su capacidad (que en todo es caso es alta, pues la productividad, en el punto de partida, es negativa). Como vemos, la relación entre la evolución relativa de L y K es también constante, como en el caso A, pero sin embargo, la trayectoria de las variables CT y x(K-L) es diferente, lo cual a su vez influye en Q-L (que es una agregación de ambas variables). Ello demuestra (véase el gráfico A-13) que el punto de partida del proceso cíclico, en mayor grado que los ritmos de la evolución de las variables, determina la trayectoria de la productividad y de la eficiencia global del sistema. Este último caso (caso B) es, por supuesto, el más común, y sus implicaciones son importantes por lo que se refiere a la evolución de la productividad.

     Cuando partimos de un (1-x) por uno de capacidad productiva utilizada, en un año dado, el sistema tiene un margen de capacidad productiva sin utilizar. Como se puede observar, en el nivel de renta Q=4 la desinversión se inicia cuando la productividad es Q-L=-1, un uno por ciento menos baja que en la trayectoria A, porcentaje a desglosar entre un -1,5% de productividad (negativa) en el uso del capital corriente (-x(K-L)) y un 0,5% positivo de CT (lo que implica que aún queda un margen de capacidad productiva no empleada). Si iniciamos la trayectoria siguiendo las mismas etapas que en el caso A, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

 

     1) Si bien la renta y los beneficios medios permanecen inalterados, la productividad del trabajo experimenta menores vaivenes (su incremento y decrecimiento es menor).

     2) La productividad del trabajo, a diferencia del caso A, se descompone entre el diferencial del capital y el residuo de capacidad de producción. Ambos ítems tienen signo opuesto.

     3) En el caso B, la razón de decrecimiento de L respecto a K sigue siendo constante (5/1,25=2/0,5), pero dado que en términos absolutos L¯(B)<L¯(A) (1,25¯(L) por año en B frente a 1,5¯(L) en A), con k¯ constante, se hace mayor uso relativo de la capacidad acumulada remanente: la capacidad de producción acumulada (CT) no empleada, para cada nivel de renta, se va agotando, hasta llegar a cifras de ineficiencia neta (vertiente estática).

     Cuando t=6, el diferencial del capital tiene ya signo positivo, a costa del agotamiento del capital acumulado (con su respectivo coste en ineficiencia). En t=7 la desinversión en capital acumulado llega a su máximo (vertiente dinámica), y el nivel de empleo a su mínimo; por lo tanto, se inicia un cambio de fase que viene determinado por la necesidad de ampliar la capacidad productiva, ya agotada (recordemos que el punto donde, en esta trayectoria, CT=0, se encuentra en t=5 y Q=0; aquí, en t=7 y Q=-2, CT<0). Así, en t=7 se inicia una nueva fase de recuperación de inversión en capital corriente y en trabajo, que genera, a partir de t=10, ineficiencias en el capital corriente, y por tanto en la productividad, con la salvedad de que, cuanto menos, CT vuelve a recuperarse, quedando un margen de capacidad productiva desocupada.

     4) En la trayectoria B no se alcanzan los puntos de reversión de fase, donde Q-L=x(K-L): en el momento de la contracción, CT es aún positivo; y en el de la recuperación, CT es aún negativo. Este hecho expresa que generalmente el ciclo no tiene por qué llegar al punto donde la capacidad productiva se agota y los beneficios medios se minimizan (o anulan), y mucho menos hasta niveles negativos de productividad. Obviando el llamado "efecto monetario", la trayectoria B ejemplifica una situación caracterizada por reversiones en la fase del ciclo "en las proximidades del punto de reversión de fase". (Cuando la variable independiente sea I el punto de reversión de fase tendrá un protagonismo más acentuado.)

     5) Puede parecer extraño que, en esta fase del modelo, sea en la fase recesiva del ciclo, en que generalmente CT es positivo (como veremos), cuando CT<0. Pero recordemos que, de momento, la variable independiente es L. Cuando la variable independiente pase a ser I (la inversión agregada): 1) la productividad del trabajo será siempre positiva; 2) CT pasará a ejercer su auténtico papel anticíclico. En ese momento CT representará la "eficiencia global del sistema". Aquí, como sabemos, juega otra función: la de "productividad del capital acumulado", con un nivel de empleo y de renta variable, y con un nivel de capital corriente dado por Q/2.

 

     Si tenemos a CT como el índice de eficiencia global del sistema (como veremos después), desde luego el caso A dibuja un crecimiento cero de la eficiencia, con el agravante de que la evolución cíclica de la productividad es más acusada; en cambio, en el caso B, los años escasos en que CT es inferior a cero, están compensados por los otros años (la mayor parte), con resultados positivos, a lo que se ha de añadir la existencia de menores vaivenes en la evolución de la productividad del trabajo. Este modelo, pues, no tiene en cuenta la evolución de la renta y de los beneficios medios, sino de la productividad y de la eficiencia global del sistema ("eficiencia" se diferencia de "eficacia" en que la primera consigue los mismos resultados con menores medios).

     En la trayectoria B, a diferencia de la trayectoria A, una reducción sostenida de la inversión desemboca en un recorte explícito del capital acumulado (CT), lo que implica que a medida que se desarrolla el proceso cíclico, por una parte se desinvierte en capital acumulado, y por otra se reduce el capital acumulado remanente en desuso, hasta llegar a un punto de ineficiencia y desgaste en el empleo del capital acumulado. Con todo ello disminuyen los costes fijos en forma de costes de marcha en vacío, pero por otro lado aumenta la amortización acelerada del capital.

     En el caso A, este recorte en capital acumulado es implícito, pues lo evidencia el movimiento de la curva CT hacia la izquierda, al ritmo del desplazamiento de Q en el mismo sentido. Sin embargo, no existe capacidad productiva no aprovechada, por lo cual un súbito incremento del consumo habrá de ser satisfecho con un incremento equivalente de la inversión en capital corriente. En el caso B sólo en el punto t=5 y Q=0 el sistema trabajó al 100% de su capacidad; más allá (en Q=-2) el sistema está sufriendo una eficiencia global negativa, a causa del desgaste del capital acumulado, y en cambio, a causa del diferente ritmo (en cifras absolutas) de la desinversión en L y en K, el capital corriente tiene una productividad positiva, que es la que determina la productividad del trabajo positiva en tales niveles de empleo.

     En definitiva, creo haber podido demostrar que: 1) con un ritmo dado, el punto de partida determina la evolución futura del ciclo, y 2) el sistema tiende a desinvertir a diferente ritmo absoluto en L y K, si bien la desinversión en términos relativos es idéntica, siempre que K=Q/2 (punto de beneficios medios). La desinversión menor en K en términos absolutos se ajusta a mi suposición de que el capital corriente es un factor a preservar si se pretende evitar una descapitalización tecnológica y monetaria de la empresa, o una desventaja comparativa en términos de competitividad, fatal en momentos de despegue de la economía. Pero, como veremos, la estrategia de recuperar productividad en el empleo del capital, tanto acumulado como corriente, tiene un alto precio.

     (Insisto en que K incorpora capacidad tecnológica corriente. La menor desinversión en K, con L como variable independiente, representaría la existencia de mayor capacidad productiva aun con menos capital técnico.)

     En el siguiente capítulo nos ocuparemos de estudiar y diseccionar (analíticamente) los jalones que marcan el ciclo, y sus consecuencias a nivel agregado para la economía real.


SECCIÓN QUINTA

(Los límites de la productividad)

 

     Puede parecer paradójico que en el capítulo anterior, al explicar (gráfica A-12) el desarrollo del período cíclico A, se afirmara por un lado que dicho proceso bordeaba en todo momento el límite CT=0 (al situarse en la línea de pleno empleo de la capacidad productiva acumulada), y que por otro se insistiera en el supuesto de que a medida que se avanza en el proceso desinversor el sistema económico tiende a reducir primero L, luego CT y finalmente K. Como vimos, esta presunta paradoja la resolvimos diciendo que en realidad la recta CT se desplazaba a la izquierda, y que si la capacidad productiva acumulada estaba siendo usada en su totalidad ello era debido a que el punto de partida del proceso cíclico era CT=0, y a que los ritmos relativos de decrecimiento de L y de K eran idénticos, por lo cual en todo momento CT=0.

     En cambio, en una situación más normal (período B), en la cual el proceso desinversor comienza antes del agotamiento de la capacidad productiva acumulada, el uso de CT varía a medida que el proceso desinversor está en marcha, hasta el punto de adquirir cifras negativas en niveles negativos de renta. El inferior ritmo de descenso absoluto de L (en relación al caso A) provoca una evolución procíclica de CT, indicativa del grado de empleo del capital acumulado (vertiente estática): el capital acumulado remanente de cada año (vertiente dinámica) es empleado por más manos, lo que produce un más rápido agotamiento de la capacidad productiva acumulada, así como costes de amortización acelerada del capital.

     Supusimos que, en estas circunstancias, no es necesario llegar al punto de reversión de fase (representado por Q-L=x(K-L)), si bien esto último no es improbable. En este capítulo comprobaremos que este resultado es aún insatisfactorio, por lo que abandonaremos el escenario en que L es la variable independiente y entraremos en la dimensión de la inversión agregada (I), en la cual es mucho más fácil comprender el carácter agregado y residual de CT (agregado como "eficiencia global ponderada", dada por el nivel de inversión en relación a la renta corriente; y residual como "capacidad de producción en uso" en un determinado momento, en función del momento coyuntural).

     Para entender la aparente complejidad del carácter dual de CT (eficiencia global y residuo de capacidad de producción), habrá que hacer hincapié en el mundo de los hechos reales. La experiencia demuestra que en momentos de crisis el sistema económico (la economía, en su conjunto) tiende a desinvertir en planta, maquinaria y equipo, para ajustar su producción a la demanda real, y para disminuir costes fijos (movimiento a la izquierda de la gráfica de la función CT). Hay que encuadrar tal proceso en el tiempo, y añadir a este factor el del nivel de uso de la capacidad productiva corriente: toda empresa suele tener un margen de reserva de capacidad productiva desempleada, de cara a aprovechar los momentos de tirón de la demanda (movimiento hacia abajo en la función CT).

     En definitiva, nada impide que, en un momento determinado, en función de la coyuntura cíclica, el sistema económico ajuste el uso de la reserva de capital acumulado, ampliando o disminuyendo el nivel de la capacidad productiva empleada (contexto estático), sin que se produzca un incremento o decrecimento neto de dicha capacidad productiva. El incremento de la capacidad productiva (recordemos que CT es un stock) viene dado por la ampliación corriente de capital (por la evolución de K, que es un flujo); el decrecimiento de la capacidad productiva viene dado por el desguace, la enajenación o la desvalorización de CT, no por la disminución neta de K (más allá del nivel de reemplazamiento de CT).

     Hay un punto más allá del cual, en función del momento coyuntural, CT genera más ineficiencias que ventajas, por efecto de los costes fijos, de los gastos en inmovilizado, por la desvalorización, por el desgaste y por la obsolescencia. Generalmente, mientras más bajo sea el nivel de renta corriente (Q) más cerca se estará, con un nivel de empleo o de inversión en capital corriente dados, de alcanzar el citado punto de ineficiencia neta. Lo mismo cabe decir en relación al exceso de L en relación a K, o de K en relación a Q, que también generan ineficiencias. Por lo tanto, CT nos indicará el grado en el que la economía se aleja de una situación de eficiencia (u óptimo) global (expresión dinámica); y al mismo tiempo nos indicará el grado de uso o desuso del stock de capital acumulado (expresión estática).

     Recapitulando: 1) cuando nos situamos en una coyuntura dada, con un nivel de renta determinado, al variar L nos movemos "por" la función CT, es decir, por la función del empleo (utilización o subutilización) del capital acumulado; 2) cuando nos situamos en un contexto dinámico, la línea CT se mueve a izquierda o a derecha, lo que es lo mismo que decir que ésta se "desplaza" horizontalmente, en función del nivel de renta. (Esta reflexión es equivalente a la que efectúan los neoclásicos: no es lo mismo el movimiento "por" una recta que el movimiento "de" una recta.) Este movimiento "por" o "de" la recta CT, a grandes rasgos, expresa la dualidad antes referida: "de" expresa la eficiencia global; "por", el grado de utilización o subutilización de la capacidad productiva. Esta dualidad es la que explica que sean compatibles los modelos estáticos y dinámicos de crecimiento económico.

     Situémonos ahora en la zona de renta negativa, cuando K>Q al ser K=Q/2. Analizaremos el proceso de desinversión paso a paso, por fases, cuando nos situamos en un contexto estático (Q dada):

 

     1) Cuando Q<0, Q-L<0, L>K y Q-L<x(K-L) nos encontramos en el área de las x y las y negativas. No existen ingresos marginales, sino que todo son costes marginales (recordemos que aquí los costes marginales vienen dados predominantemente por CT). Tanto L como CT son espurios: se hace preciso desinvertir tanto en empleo como en capacidad productiva acumulada. A nivel dinámico, el sistema tiende a desinvertir de forma acelerada, pues se produce una fuerte ineficiencia del capital, tanto corriente como acumulado (recordemos que aquí L>Q); a nivel estático, el capital acumulado (CT), dado el nivel de L (L>K), está siendo sobreexplotado, lo que produce ineficiencias.

     2) Cuando Q<0, Q-L<0, L<K y Q-L<x(K-L) nos encontramos todavía en el área de x e y negativas. Ya empiezan a existir ingresos marginales, fruto del proceso de desinversión acelerado en L (recordemos que aquí los ingresos marginales vienen dados predominantemente por x(K-L)). A nivel dinámico, continúa la desinversión en capital acumulado (CT); a nivel estático, el bajo nivel de L (L<K), disminuye las ineficiencias en la explotación del capital acumulado (CT).

     3) Cuando Q<0, Q-L>0, L<K y Q-L<x(K-L) nos encontramos ya en el área de las x negativas e y positivas. Aquí la productividad del trabajo (Q-L) es ya positiva, aunque siguen existiendo costes marginales a causa de la ineficiencia de CT (más reducida). Se mantiene la desinversión en L y CT, aunque a menor ritmo (de hecho, esta situación puede degenerar en un cuadro de atonía generalizado).

     4) Cuando Q<0, Q-L>0, L<K y Q-L>x(K-L) nos seguimos encontrando en el área de las x negativas y las y positivas, pero con una sustancial diferencia: el proceso desinversor se detiene y se da inicio al proceso contrario, de reinversión, a través de K corriente. Aquí han desaparecido los costes marginales, los rendimientos son elevados, la productividad laboral positiva: es necesario reinvertir en nuevo capital corriente para dar salida a estos excedentes, y así rellenar la brecha entre la productividad y el diferencial del capital corriente. Dicha reinversión reconstruye la capacidad productiva destruida por el proceso desinversor anterior. En definitiva, el capital corriente dado hasta ese momento se hace insuficiente para las necesidades corrientes: si en K(t0)=-1, en K(t1)=-0,5, y así sucesivamente. El disparador que señala el cambio de fase (en este caso, de la recesión a la recuperación), con L como variable independiente, sería el punto en que Q-L=x(K-L), siendo positivos los beneficios totales (como veremos).

 

     Recordemos que el análisis de la realidad impone combinar el análisis dinámico y el análisis estático. Recapitulemos: 1) los dos principales actores en el proceso de desinversión son L y CT; y 2) el papel de K está más relacionado con el proceso de reinversión, una vez superado el proceso de transición entre recesión y recuperación. Por lógica económica, a la hora de desinvertir, se optará por eliminar capital acumulado obsoleto, y a la hora de reinvertir, se optará por incorporar capital corriente más avanzado. No tiene sentido, en momentos de crisis, disminuir la inversión en capital moderno, cuando éste es el único que permite una reducción de L por encima de K, aumentando de este modo la productividad del trabajo (aparente) y la rentabilidad (coyuntural) del capital.

     Así pues, el sistema económico juega con CT como comodín y con L como lastre, que se deja caer cuando el sistema pierde gas, y que se recupera cuando el sistema emerge de la crisis. En el gráfico A-14 (A) hemos representado las áreas aproximadas de predominio del capital corriente y del capital fijo acumulado: como vemos, la productividad del capital acumulado destaca en el sector de la renta positiva, y la del capital corriente en la de la renta negativa. Ello nos recuerda el importantísimo papel que ejerce K (como elemento modernizador de la estructura económica) en la fase recesiva: sin la integración de avances técnicos incorporados en K, se haría difícil aumentar la rentabilidad del capital y recuperar la productividad del trabajo, que son la base esencial del posterior proceso de recuperación económica.

     Siguiendo la tónica iniciada con anterioridad, comenzaremos por el área de las Q+. En el segmento de la productividad positiva (L<Q) observamos que CT juega el papel más importante, lo que se ajusta a la circunstancia de máximo aprovechamiento de la capacidad productiva como respuesta a un mercado dinámico. Sin embargo, en el segmento de la productividad negativa (L>Q) predomina el diferencial del capital (con signo negativo desde L=K). Cuando CT<0 el capital acumulado, ya agotado, pasa a engrosar el capítulo de la ineficiencia; el factor empleo se hace redundante: es un lastre que hay que soltar.

     En la zona de las Q- sucede lo contrario. Una vez que comprendemos que aquí CT es menos necesario, pues el capital corriente (K) es suficiente para atender a las necesidades productivas corrientes, es fácil adivinar que el área de la productividad positiva está dominada por el diferencial del capital, con niveles muy bajos de empleo. La inversión en capital corriente no puede bajar de un cierto nivel de seguridad (el límite del reemplazamiento, del aprovisionamiento corriente y de la capitalización futura con reducción neta de empleo); tampoco el nivel de CT puede bajar de un cierto límite de prudencia.

     El punto más allá del cual se hace necesario, como sabemos, el uso de nueva capacidad acumulada, es Q-L=x(K-L), pues aquí el capital corriente no basta para satisfacer las necesidades de la producción. Aquí estamos en los momentos previos a una nueva etapa reinversora, donde Q-L es positiva, los beneficios totales son positivos, y se acumulan reservas de capital que han de ser empleadas de algún modo. En el área negativa de Q-L, con niveles de renta negativos, CT expresa capital acumulado sobreutilizado e ineficiente (vertiente estática: desplazamiento "por" la recta), o bien accesorio y con altos costes de mantenimiento (vertiente dinámica: desplazamiento "de" la recta).

     Un proceso dinámico cíclico es mucho más rico y complejo que lo expuesto aquí, si bien es posible encontrar tendencias prácticamente inalterables en toda crisis. Sin embargo, en este momento nos detendremos en estudiar el recuadro marcado en trama gris oscura en el gráfico A-14 (A), y que detallamos en el diagrama (B) de la misma figura. Aquí remarcamos el segmento situado entre el punto donde la productividad es nula, en las áreas de renta positiva, y el punto donde desaparecen los ingresos marginales (y la capacidad productiva se agota). Podemos comprobar cómo, cuando Q-L=0, CT=-x(K-L), es decir, la productividad del trabajo es nula porque se igualan costes e ingresos marginales.

     A partir de este punto, los ingresos marginales tienden a aproximarse a cero a medida que CT se aproxima a su intersección con el eje de las x. Una vez en este último punto la ineficiencia y la amortización acelerada (el exceso de uso del equipo capital) se adueñan del proceso productivo. El sistema está obligado a desinvertir, y si no lo ha hecho antes es porque el efecto monetario no lo ha hecho necesario (la inflación de demanda ha hecho rentable la inversión en empleo aun la presión de los costes marginales crecientes).

     Esperamos que la aparente paradoja a la que aludíamos al principio de este capítulo haya quedado definitivamente despejada: se puede desinvertir en capital acumulado (desplazando la curva CT a la izquierda) y usar CT al límite de su capacidad al mismo tiempo, con el fin de maximizar rendimientos y minimizar los costes de marcha en vacío, pues podemos movernos "de" y "por" la línea CT, es decir, desplazarnos a izquierda o derecha, o arriba y abajo: en el primer caso, reduciendo capacidad productiva, y en el segundo, haciendo más o menos uso de la existente. Ahora centraremos nuestra atención en estudiar el sector marginal de CT, entre Q-L=0 y CT=0.

     Comenzaremos por señalar que, a partir de la fórmula (6), se obtiene la siguiente:

 

                                         CT=(Q-L)-x(K-L) (9)

 

     Ella nos indica el valor de CT en cualquier punto L. Si nos situamos en el invervalo Q-L=0®CT=0, aplicando la fórmula (9) para un valor Q dado (siendo K=Q/2), comprobaremos cómo para un valor L=Q, CT tiene siempre un valor equivalente a Q/4 (si el factor multiplicador de K fuese 1/4, este valor sería Q/8). La gráfica A-14 (B) indica que aquí CT=-x(K-L), y que su área se va reduciendo proporcionalmente hasta coincidir con la esquina superior derecha, donde CT=0. Aquí nos hemos ocupado del valor relativo de CT en relación a x(K-L), mientras que lo que ahora nos interesa es conocer la función de CT por sí misma.

     ¿Qué quiere decir que, a partir de la fórmula (9), CT=Q/4 cuando L=Q y que CT=0 cuando -(Q-L)=-x(K-L)? Ni más ni menos que nos encontramos ante dos jalones: en el primero, expresado por CT=Q/4 en L=Q, el sistema aún puede seguir invirtiendo en nuevo factor trabajo porque aún puede conseguir beneficios suplementarios a causa de la inercia del mercado, aun cuando la productividad del trabajo pase a ser negativa. Por lo tanto, éste es un límite flexible, con costes de oportunidad (en forma de ganancias suplementarias causadas por el desfase monetario que se superpone a la economía real) más que costes reales (que consistirían en ineficiencia y en desgaste, así como en altos costes laborales).

     Pero cuando L se aproxima a CT=0 los costes van incrementándose acentuadamente, con tendencia exponencial, por lo cual las empresas tienden a desinvertir a medida que se aproximan al punto donde desaparecen los ingresos marginales, con una productividad marginal neta negativa (es decir, con costes marginales superiores a los ingresos marginales). En el punto Q-L=0 las empresas aún no tienen una urgencia clara para desinvertir (de hecho, para los neoclásicos, éste es el punto de maximización de beneficios: los ingresos marginales se igualan a los costes marginales), pero sí poco antes (o incluso en el punto mismo) de CT=0. Como dijimos anteriormente, si no lo hacen es porque practican prácticas corrientes de dumping (recordemos que, cuando I pase a ser la variable independiente, el escenario cambia y este límite se hace más laxo). En este caso, bordear la capacidad productiva máxima, con alto empleo de mano de obra, con ineficiencia y pobre productividad, puede ser una política deliberada de maximizar las ventas y arrebatar mercados.

     En una economía capitalista eficiente, la productividad laboral no suele bajar del nivel cero. Sin embargo, estamos hablando de productividad real, sin tener en cuenta desfases monetarios. Estos últimos pueden más que compensar la ineficiencia productiva. El mercado tiene una inercia propia que puede contrarrestar, hasta cierto punto, esta situación. Con L como variable independiente y Q-L como medida de la productividad, no agotamos la complejidad de la economía real.

     Nos permitimos adelantar una posterior conclusión: CT es la medida de la eficiencia global del sistema. La productividad del capital juega un importante papel que hay que añadir al que desempeña la productividad del trabajo. Más tarde comprobaremos que la evolución de K (y por consiguiente, de la productividad del trabajo, Q-K) es clave como disparadora del cambio de fase (tanto en la salida de la recesión como en el fin de la expansión). La productividad del capital, a grandes rasgos, guía la evolución de CT. La importancia de L y Q-L, en este contexto, es menor (si la tiene, es más como lastre que como desencadenante último: Keynes tenía razón cuando apuntaba la importancia de la inversión agregada como disparador de la salida de la crisis).

     Como acabamos de comprobar, a medida que L se aproxima a CT=0, los costes marginales se hacen cada vez más onerosos, si dejamos de lado el ya aludido desfase monetario. Por ello en la vida real la productividad del trabajo raramente es negativa (en ello puede influir la inflación de precios, que oculta la ineficiencia y el derroche del capital). El problema consiste en determinar la verdadera naturaleza de CT ¿Qué es CT: 1) el área situada a la izquierda de L=K, 2) el área situada a la derecha de ese mismo punto, o 3) la totalidad del área entre la recta CT y el eje de las x?

     Suponiendo que el sistema produce a su nivel óptimo (L=K), CT puede suponer: 1) la capacidad productiva acumulada utilizada (a la izquierda de L=K), 2) la capacidad productiva acumulada no utilizada (a la derecha de L=K), o bien 3) la totalidad de la capacidad productiva acumulada. Antes que nada, hemos de dejar bien sentado un principio: cuando hablamos de capacidad productiva acumulada, utilizada o no utilizada, no nos referimos al equipamiento técnico, sino a su productividad, medida en términos de productividad del trabajo. El valor de CT no viene dado por el de las máquinas, el de las instalaciones, el de la tecnología, el de la organización, o el de la capacitación profesional, sino por el producto que se le extrae a todo ello en un momento dado (de más o menos intensidad de uso del equipo técnico o humano).

     Como sabemos desde el principio de este trabajo, CT es un residuo entre la renta y la inversión corriente (CT=Q-I), que comprende tanto capital como trabajo. La inversión corriente es la suma ponderada (en función del reparto de la renta, que en el caso que nos ocupa se distribuye a partes iguales entre K y L) del capital y del trabajo corriente. Dicho residuo expresaría la capacidad de producción (productividad) acumulada, en un año dado, que está siendo utilizada. El valor que expresa el grado de uso de la reserva productiva, con un valor Q dado, en un momento dado, es el valor absoluto de CT. Es decir, lo que da valor a CT es la medida de la productividad del capital acumulado empleado en L, que junto a x(K-L), conforma la productividad del trabajo en tal punto, con un nivel K dado. Así pues: CT es una medida de productividad (posteriormente comprobaremos que representa la eficiencia global del sistema) que expresa el nivel de capacidad de producción acumulada utilizado en L.

     CT varía en función de la aplicación de más o menos unidades suplementarias de L, lo que equivale a decir que se emplea más o menos reserva de capacidad de producción acumulada en función del valor de L, con un límite máximo en CT=0. A partir de este punto se incurre en desgaste e ineficiencia, con altos costes de amortización acelerada. Por lo tanto, y dado que, según la gráfica, el área CT tiene un límite indelimitado a su izquierda, de imposible cálculo (lo que equivale a decir que dado un límite finito de desinversión en empleo corriente se necesita un margen indeterminado de capacidad de producción almacenada para mantener la renta a un nivel dado, lo que supone un nivel indeterminado de productividad), hemos de convenir que lo que expresa algebraicamente el valor CT no es el área que se sitúa por debajo de la función CT, sino el valor absoluto de CT, medido en unidades de productividad: este valor expresa la productividad del capital acumulado en el punto L, al que se le agrega el diferencial del capital corriente, para obtener la productividad del trabajo en dicho punto.

     Así pues:

 

CT=Q-[1/2(K+L)], y siendo K=0, CT=Q-1/2(L), y por lo tanto:

 

     1) CT­ cuando L¯, y CT¯ cuando L­.

     2) Q-L­ cuando L¯, y Q-L¯ cuando L­.

 

     Y como CT varía directamente en función del incremento de Q y de Q-L:

 

     3) CT­ cuando Q-L­, y CT¯ cuando Q-L¯.

 

     En consecuencia, CT varía en relación directa con la productividad del trabajo (y con la del capital), y ésta, a su vez, varía inversamente en relación a L. Asimismo, CT varía en relación inversa a L, y su valor depende de la capacidad productiva no utilizada, que se sitúa en el segmento entre L y CT=0. De forma que, dada una capacidad de producción acumulada, el uso de CT varía (con un nivel de renta dado) inversamente en función de L, de tal manera que si L aumenta, CT disminuye, pues dado un valor positivo en la productividad del trabajo (lo que implia que L<Q), el aumento de L resultará en una disminución de la productividad del trabajo, y por tanto del valor de CT (en un aumento de la capacidad productiva acumulada utilizada, y en una disminución de la no utilizada). Así pues, con L como variable independiente, CT indica explícitamente la eficiencia global del sistema, e implícitamente, en valor absoluto, la capacidad productiva acumulada utilizada (siendo x=capacidad productiva no utilizada, CT sería 1-x). Ambos aspectos son complementarios, en absoluto incompatibles.

     En definitiva, caben tres posibles medidas de CT:

 

     1) La de la capacidad productiva acumulada utilizada (a la izquierda de L).

     2) La de la capacidad productiva acumulada no utilizada (a la derecha de L).

     3) El valor absoluto de CT en L.

 

     La tercera es la única viable, pues tiene un valor algebraico claro; e implícitamente indica la capacidad productiva acumulada utilizada (la no utilizada es el remanente de capacidad existente entre L y CT=0). La capacidad de producción "potencial" de una reserva de capacidad de producción es de difícil cálculo, a no ser que se exprese, con un valor Q dado, como el nivel de uso máximo de la capacidad de producción acumulada. Es precisamente dicho valor límite (productividad potencial) el que determina el desplazamiento (vertiente dinámica) de la recta CT a derecha o izquierda, a medida que Q evoluciona en el mismo sentido; o que CT varíe en valor absoluto (productividad "efectiva" del capital acumulado), con un valor Q dado, a medida que L evoluciona a izquierda o derecha (vertiente estática).

     (Volvemos a recordar que no hemos de confundir el depósito expresado por CT con el capital físico acumulado, sino que lo hemos de identificar con su "reserva de capacidad de producción", con la "productividad potencial" de la economía en un momento dado.)

     En este punto nuestro análisis hace un viraje, pues hasta el momento nos hemos situado en un contexto hipotético en el cual la medida de la productividad era dada por el factor trabajo (lo cual se inscribe en la interpretación tradicional de la teoría del "valor trabajo"), teniendo a L como variable independiente y a Q y K como valores dados. En dicho contexto, era perfectamente posible que L superase a Q (es decir, que la productividad del trabajo fuese negativa), con beneficios netos atribuibles al desfase monetario antes enunciado. Pero a partir de este momento hemos de integrar la productividad del capital en la función de la productividad global, expresada por CT, para comprender que aquella situación (Q-L<0) es parcial e insatisfactoria: Q-L no explica las infinitas variaciones, la riqueza y la complejidad de la vida real.

     Todo ello no implica que Q-L sea un valor inadecuado de medida de la productividad. Es adecuado, pero de forma diferente a la expresada hasta el momento, pues de hecho adquiere una nueva trascendencia cuando se lo relaciona con CT, y más allá, con Q-K (productividad del capital). El mundo real, tal como hemos visto, no suele registrar valores negativos de Q-L, y sí en cambio de Q-K, que dado su carácter móvil y volátil (ante unas variaciones más moderadas de L, limitadas por las rigideces en la oferta y la demanda de factor trabajo, y que por tanto mantiene Q-L en unos niveles generalmente positivos), arrastra tras de sí los valores de CT, que como veremos más adelante representa la productividad (o eficiencia) global del sistema.

     Si observamos la gráfica A-7 (A) comprobaremos que, hasta L=K, Q-L se sitúa en niveles superiores a CT, o productividad del capital acumulado, y que el diferencial del capital x(K-L) rellena esta brecha. Adelantando la hipótesis (que luego desarrollaremos) de que CT representa la productividad (eficiencia) global de la inversión, el residuo entre Q-L y CT ha de expresar el diferencial entre la productividad del trabajo, siendo K<Q, y la productividad (eficiencia) global, expresada por CT: es decir, el diferencial del capital corriente.

     El diferencial del capital corriente añade o resta valor a la productividad (eficiencia) global (CT) en función del valor relativo de L respecto a K, y de la ponderación relativa de ambos (en España, mitad y mitad para cada uno). El valor absoluto del diferencial está en función de la distancia relativa entre L y K, de tal manera que cuando L<K®(Q-L>Q-K), y viceversa. ¿Cómo expresar el diferencial entre la productividad (eficiencia) global (CT) y la productividad de los factores productivos (L y K)? ¿Qué es la productividad (eficiencia) global? Seguidamente intentaremos responder ambos interrogantes. Siendo:

 

CT=Q-I=Q-1/2(K+L), entonces: CT=1/2[(Q-K)+()+(Q-L)]

 

     (Y si la ponderación de K y L fuese, respectivamente, x=1/4 y (1-x)=3/4: CT=1/4(Q-K)+3/4(Q-L).)

 

     Para hallar el diferencial entre la productividad (eficiencia) global (CT) y la de los diferentes factores (capital y trabajo) relacionamos CT con Q-K y Q-L:

 

CT/(Q-L)={1-[1/2(K-L)/Q-L]}

CT/(Q-K)={1-[1/2(L-K)/Q-K]}

 

     [1/2(K-L)/Q-L]=x representa la parte proporcional del diferencial del capital respecto a Q-L, en el punto L. El resto (1-x) lo constituye CT.

     [1/2(L-K)/Q-K]=x representa la parte proporcional del diferencial del trabajo respecto a Q-K, en el punto K. El resto (1-x) lo constituye CT.

     Estas fórmulas expresan el peso relativo de CT (eficiencia global) respecto a las productividades parciales del capital y del trabajo, lo que se puede expresar diciendo que, siendo (Q-L)=1, CT representaría el valor 1-x, siendo x el diferencial del capital (cuando CT>Q-L el diferencial del capital tiene signo negativo). La productividad  (eficiencia) global, en su sentido no residual, expresa la agregación ponderada de las productividades del trabajo y del capital:

 

CT=x(Q-K)+(1-x)(Q-L)

 

     Si pretendemos encontrar los valores relativos que, agregados, componen CT (CT=1), hemos de efectuar la operación inversa, es decir, relacionar las productividades del capital y del trabajo (ponderadas) con la productividad (eficiencia) global. Cada una de estas relaciones proporciona la productividad relativa del capital y del trabajo:

 

                                        PRK=1/2(Q-K/CT) (10)

                                        PRL=1/2(Q-L/CT) (11)

 

     (Aquí, nuevamente, hemos empleado el factor ponderador x=1/2 y 1-x=1/2.)

     Así pues:

 

CTR={[1/2(Q-K/CT)]+[1/2(Q-L/CT)]}=1/2[(Q-K/CT)+(Q-L/CT)]=1

 

     Es decir:

 

CTR=PRK+PRL=1

 

     Estas expresiones pueden aportar la siguiente información (véase la gráfica B-4, con ponderación x=0,4 y [1-x]=0,6):

 

     1) La distancia relativa entre K y L (lo que Marx denominó "Composición Orgánica del Capital").

     2) La relación entre K y L y la productividad (eficiencia) global (CT).

     3) El valor absoluto de Q respecto a I, que tiene incidencia en el signo de este cociente.

     4) La distancia relativa de K y L respecto al valor de máxima eficiencia (L=K).

 

     Así pues, al ser un cociente relativo (que depende de los valores relativos de L y de K), a estas fórmulas las denominamos productividad relativa del capital (PRK) y del trabajo (PRL).

     Fijémonos en que, a partir de la transformación de la fórmula (8), Q-K se puede expresar de dos maneras: a) como el diferencial del trabajo, más la productividad (eficiencia) global; o b) como la inversa del diferencial del capital (éste con signo negativo), más la productividad (eficiencia) global. Ello expresa el carácter relativo de las productividades del capital y del trabajo, y por tanto de sus respectivas productividades relativas. Podemos expresar esta relatividad con la siguiente tabla:

 

     1) Cuando PRL>0,5®PRK<0,5 (y viceversa).

     2) Cuando L­®Q-L¯®PRL¯ (y viceversa).

     3) Cuando K­®Q-K¯®PRK¯ (y viceversa).

     4) Cuando L>K®(Q-L)<(Q-K)®PRL<0,5®PRK>0,5.

     5) Cuando K>L®(Q-K)<(Q-L)®PRK<0,5®PRL>0,5.

     6) Cuando L­®PRL¯®CT¯.

     7) Cuando K­®PRK¯®CT¯.

 

     La distancia relativa entre los valores L y K tiene su reflejo en los respectivos valores PRL y PRK, dándose el caso de que cuando L=K, PRL=PRK=0,5. (En cualquier caso, como por ejemplo x=1/4 y 1-x=3/4, siempre que L=K la productividad relativa de K y L coincidirá con el valor de sus respectivos factores multiplicadores, x y 1-x.) Por regla general (puesto que Q-L no suele ser negativa) PRL es negativa cuando CT es negativa (y por tanto I>Q); PRK es negativa cuando Q-K es negativa y CT es positiva (o viceversa), aunque generalmente Q-K y CT tienen el mismo signo, puesto que Q-K arrastra a CT.

     Hasta este momento, hemos tomado a L como variable independiente, que determina la productividad del trabajo (la más tenida en cuenta por los economistas). Si bien es el valor más empleado para realizar análisis de costes/beneficios, engloba, como hemos visto, únicamente una parte reducida del nivel de eficiencia global del sistema, expresado por CT. A partir de este momento integraremos a L y a K, y a sus respectivas productividades parciales, en un modelo global. Comenzaremos haciendo un análisis del papel de estas últimas:

 

     1) Q-L tiene un carácter más estable, generalmente con signo positivo, pues L no experimenta variaciones tan acentuadas como K.

     2) Q-K tiene un carácter más volátil, e incluso extremado y móvil, con carácter generalmente anticíclico, por lo que suele arrastrar el valor de CT.

 

     A la luz de lo dicho hasta el momento, el cambio tecnológico no se expresa sólo con la definición que dimos al principio: depósito de capacidad de producción del capital acumulado; ni siquiera agota la otra noción que hemos usado ampliamente: residuo entre la renta corriente (Q) y la inversión corriente ponderada (I), que engloba tanto la productividad del capital como la del trabajo. Nuestra nueva (y más importante) definición diría así: CT expresa la eficiencia (o productividad) global del sistema, fruto de la agregación de las productividades del capital y del trabajo, que deriva de una inversión (acumulada o corriente) en capital técnico y humano (con una capacitación o pericia técnica dada); y más concretamente del depósito de capacidad de producción proveniente del uso relativo de capital y de trabajo, con un nivel tecnológico dado.

 

                     CT=Q-[1/2(K+L)]=1/2[(Q-K)+(Q-L)] (12)

                          Q=1/2(K+L)+1/2[(Q-K)+(Q-L)] (13)

 

     A partir de la fórmula (13) comprobamos cómo la renta corriente se descompone en dos subapartados: 1) la inversión corriente en un año dado (ponderada por el peso respectivo de cada factor) y 2) la agregación ponderada de las productividades parciales del capital y del trabajo. Como es evidente, K y L añaden capacidad productiva "en" un año dado, pero "sobre" un capital acumulado (tanto en L como en K), que es el que da lugar al depósito de capacidad expresado por CT, de tal manera que el nivel de la capacidad de producción instalada (CT) con anterioridad, más el suplemento corriente de K y de L, determinan un nivel de productividad corriente en un año dado.

     Fijémonos en el detalle de que nos referimos a "nivel de capacidad de producción", es decir, a la productividad, no al equipo o al personal. El nivel de capacidad CT puede variar en función del uso que se le dé al capital preexistente, o de la variación absoluta de L y de K, o de la posición relativa de ambos. Entendemos que la capacidad de producción acumulada (CT) se agota, y los ingresos marginales (suplementarios) de un capital previamente instalado se agotan, cuando CT=0, y ya no se puede extraer más capacidad de producción (y valor añadido suplementario) del equipo técnico y humano preexistente, a no ser que varíen las posiciones relativas de ambos y/o se añada más inversión suplementaria en L y/o K, de tal modo que se amplíe la capacidad productiva en un año corriente (o se mejore su eficiencia). (Se sobreentiende que el capital añadido será más moderno y más productivo.)

     Así pues, consideraremos CT como la productividad —en un año corriente— ponderada de la capacidad de producción acumulada; o sea, es el índice que expresa la capacidad de producción en uso (medida, como hemos visto, a partir de la capacidad de producción aún inactiva, a un nivel dado de L y de K) en un año corriente, considerando que nos referimos a un stock al que se añaden nuevos recursos provenientes de la inversión corriente en K (que añade productividad y eficiencia técnica al stock de capital acumulado, así como renta agregada, derivada del mecanismo multiplicador, a la economía en su conjunto) y en L (que añade nuevo consumo, que ha de ser satisfecho por el sistema a través de K y de CT, además de por nuevo factor trabajo). En definitiva, CT representa el estado actual (corriente) del uso de la capacidad de producción acumulada, en función de la evolución de L y de K, es decir, del momento coyuntural del ciclo.

     La conclusión más importante de lo dicho hasta el momento es que CT no debe entenderse sólo como un residuo entre Q e I, y por tanto, como un ente intangible e inmaterial (de difícil concreción). CT tiene consistencia propia, y es una realidad tan económica como lo son la productividad del capital y del trabajo por separado, que son unos índices usados regularmente para baremar otras variables. Y más allá de considerar CT como la productividad (eficiencia) global ponderada de la economía, o como medida de la capacidad de producción empleada del capital acumulado, podemos interpretarlo como la productividad relativa de la economía, en relación a un nivel de inversión dado (CT=Q-I) y a un nivel de beneficios medios (Q/2=Q-L), en una situación "neutral" (según terminología de Harrod), en un año corriente.

     ¿Qué damos a entender por el concepto "productividad relativa"? Ni más ni menos que CT expresa el grado de eficiencia o ineficiencia del sistema económico en una coyuntura dada, como valor ponderado del grado de eficiencia o ineficiencia que expresan por separado la productividad del capital y del trabajo, en función del nivel relativo de L respecto a K. En el próximo capítulo estudiaremos más a fondo el concepto "productividad relativa". Bástenos con esbozar algunas de sus implicaciones.

     Ante todo, y retomando la funcionalidad de Q-L, hemos de conceder que ésta (la productividad del trabajo) no es suficientemente significativa para expresar el grado de eficiencia o ineficiencia del sistema, aunque sí su tendencia. Ésto es, al ser generalmente positiva, y al mantenerse más o menos estable (dado el interés del sistema económico por mantener estable los niveles de productividad de un nivel de ocupación dado, independientemente de los avatares de la coyuntura, por lo cual L se comporta de una manera elástica en relación a Q-L), no sufre variaciones extremadas, pero en cambio nos señala la tendencia a largo plazo del nivel de eficiencia del sistema (o de su productividad, con niveles de renta y de empleo dados), tema éste que retomaremos más adelante. En cambio, Q-K se ajusta más fielmente a la coyuntura del ciclo, y al tener carácter más volátil arrastra tras de sí a CT. Es decir, Q-L sirve (y de aquí el cambio de orientación de nuestro enfoque) para estudiar la productividad a largo plazo de la economía, es decir, su tendencia; Q-K sirve, en cambio, para estudiar la coyuntura del sistema, dado el carácter volátil de K, y por tanto de Q-K.

     Así pues, en el análisis del ciclo, si queremos entender la productividad (o eficiencia) global del sistema, en función de la coyuntura, nos hemos de centrar en el estudio de Q-K, pues ésta, contrariamente a Q-L (que generalmente añade valor positivo a CT, al tener signo positivo) puede tanto sumar como restar valor a CT, en función de la coyuntura, determinando la evolución a corto plazo de la productividad global. Y como la productividad varía inversamente en relación a la evolución de L y de K, que se mueven en la misma dirección que Q, CT tiene siempre un carácter anticíclico, es decir, relativo (inversamente proporcional) respecto a Q.

     Si nos centramos en el papel de Q-K, es decir, en el corto plazo coyuntural, observaremos que ésta aumenta cuando K disminuye, y CT sigue una evolución aproximada a la de Q-K (gráfico B-3) ¿Pero cómo es posible que CT disminuya si, como hemos visto, es poco probable que CT tenga valor negativo si L es la variable independiente? En otras palabras: ¿cómo es posible que se destruya, gaste, o amortice CT, cuando K aumenta? Más bien, por lógica, K debería añadirse al stock de capital acumulado, quedando el valor de CT más o menos inalterado (si se limita al reemplazamiento del capital desgastado u obsoleto) o incrementado (si se acumula al anterior). Es decir, la productividad del sistema, siendo L la variable independiente, aumentaría con la aportación de nuevo elemento capital, como comprobamos cuando L era la variable independiente y Q-L aumentaba directamente en relación a K. Esta constatación demuestra las limitaciones de Q-L como medida de productividad del sistema.

     Pero al mismo tiempo nos muestra sus prestaciones, porque este razonamiento no contradice el significado de Q-L: en efecto, CT no disminuye a consecuencia de una disminución de la productividad del sistema ante un aumento de K, lo que sería absurdo (si ignoramos los costes de marcha en vacío a los que hemos hecho referencia anteriormente). CT disminuye porque, simultáneamente al aumento de K, se da de baja capital acumulado obsoleto, que pasa a ser restituido por el capital corriente K. Es decir, cuando L es la variable independiente, el desplazamiento de CT a la izquierda (CT¯), especialmente en los períodos de desinversión, es una medida del grado de renovación técnica del sistema, pues notemos que el valor de CT disminuye cuando: 1) en un año dado (Q dada) el stock de capital es usado en mayor grado por más trabajadores; y 2) cuando Q disminuye y el sistema desinvierte para aumentar productividad, reducir costes y recuperar rendimientos.

     En definitiva, la segunda acepción es la que nos interesa: CT se reduce, en un contexto dinámico, cuando Q disminuye, momento en el cual es oportuno renovar técnicamente (cuanto menos, desechando equipo obsoleto) el aparato productivo. CT expresaría la evolución del equipo capital: 1) su ampliación, cuando K aumenta en la recuperación económica; 2) su desinversión o desvalorización, en los períodos de recesión. Más tarde habremos de resolver otra paradoja: la que combina el crecimiento acelerado (con nueva capacidad técnica, con un capital K dado: profundización de la productividad), y una reducción tendencial de la productividad del trabajo.

     (Recordemos nuevamente que cuando K>Q el cuadro expuesto varía sustancialmente: dicha situación estaría muy lejos de un crecimiento armónico, y tendría grandes repercusiones sobre la productividad y la sostenibilidad futura del crecimiento.)

     Como sabemos, CT es una medida de la productividad (eficiencia) global del sistema, no de la acumulación de capital (es una medida de productividad del capital instalado, a la que se superpone un incremento regular de la capacidad técnica). Así pues, ¿por qúe la renovación material del equipo puede disminuir la eficiencia global? En primer lugar, K suele crecer por encima de L, y si por un lado, en relación a Q-L, ello aumenta la productividad aparente (si bien, si las tasas de crecimiento de L son positivas, esa productividad es aparente sólo a nivel relativo, pues a nivel absoluto es real), por otro lado crea ineficiencias en el uso de los factores (desacoplamiento, logística, mal uso de la técnica), y tal vez desacompasamientos entre oferta y demanda (que no puede absorber la nueva capacidad productiva), con los consiguientes costes de marcha en vacío, y la no correspondencia entre oferta/demanda, ahorro/inversión, y renta/inversión. (A este fenómeno se le ha dado el nombre de paradoja de Solow.)

     En segundo lugar, el proceso de desinversión del capital obsoleto, o de renovación del capital, puede crear lapsos o desfases temporales hasta que se desarrollen las plenas posibilidades productivas del nuevo capital. Y por último, no olvidemos el efecto del aumento más que considerable de K respecto a Q en relación a la productividad (eficiencia) global, es decir, el arrastre que Q-K ejerce sobre la productividad (eficiencia) global. La aplicación del principio de los rendimientos decrecientes (con un factor dado) y el principio de la redundancia, explican en buena parte las pérdidas de eficiencia global por la aplicación desproporcionada de K sobre L y sobre Q: lo que expresa que una proporción relativamente menor de factor trabajo tiene que emplear una proporción relativamente mayor de factor capital.

     Por lo tanto, la productividad relativa de K y L agregados, y debidamente ponderados, expresa el desfase entre la inversión ponderada y la renta, y así, aplicando la ley de los rendimientos decrecientes, la eficiencia o ineficiencia global (relativa, en relación a Q) del sistema. CT es, pues, un factor relativo, que depende del valor de I en relación a Q, y su signo nos indica el desfase entre ambos. CT es la medida de la productividad relativa (global) del sistema, y no Q-L, que es la medida de la tendencia a largo plazo, ni Q-K, que es la medida de la eficiencia o ineficiencia del uso del capital corriente (con una evolución anticíclica, o coyuntural).

     El comportamiento de CT, en relación al ciclo económico, sería el siguiente:

 

     1) En fases recesivas (en un contexto dinámico, con L como variable independiente), CT decreciente implica desinversión, reconversión, descapitalización, desvalorización o ajuste del equipo capital acumulado, para adaptarlo al nuevo escenario de la demanda efectiva y, en un proceso dinámico, para disminuir costes de marcha en vacío: CT se desplaza a la izquierda de la gráfica. (Este caso es más probable en sectores concretos de actividad, o en zonas geográficas determinadas, técnicamente obsoletas.) La constatación empírica muestra que, en un análisis estático, CT es generalmente positivo en fases recesivas (tiene carácter anticíclico), cuando se aplica la capacidad productiva en reserva, con un contenido tecnológico determinado, a una menor fuerza de trabajo, de cara a aumentar la productividad aparente. Pero recordemos que la medida de producción que representa CT es aparente (alta en relación a un nivel de empleo dado, que está en declive, y baja en términos absolutos). Aquí volvemos a encontrar la supuesta dualidad de CT: dado un nivel Q a la baja, el sistema tiende a desinvertir en capital acumulado (CT¯); si este proceso va acompañado de una reducción colateral de L, la capacidad productiva ociosa (y la ineficiencia global) disminuye; en cambio, si L se rezaga en relación a la disminución de CT, se produce un sobreuso tanto del capital acumulado como del corriente, y la ineficiencia aumenta. Este proceso (disminución en CT y en L) continúa hasta llegar al límite de capacidad de producción prudencial, por debajo del cual no se debe bajar.

     En esta fase (de reorganización) se realizan los ajustes y reconversiones necesarios, con la optimización de la estructura y del equipo de producción existente. El recorte de planta y equipo, en un análisis dinámico, queda así compensado por las mejoras de la eficiencia fruto de la optimización de los recursos remanentes.

     2) En fases expansivas, en un contexto estático, CT tiene tendencia a disminuir, por la disminución de la capacidad productiva no empleada, y su consiguiente repercusión negativa sobre la productividad global. En un análisis dinámico, cuando el ritmo de incremento de fuerza de trabajo no es suficiente para acompasar el aumento de capacidad productiva producido por K, ante las exigencias o la presión de la demanda, se recurre a una intensificiación de la jornada de trabajo, lo que comporta otro tipo de ineficiencias organizativas. No obstante, cabe perfectamente la posibilidad de que se siga desinvertiendo en capital acumulado obsoleto, aunque es menos probable cuando la demanda presiona y se está cerca de los límites absolutos de la capacidad de producción.

 

     Como corolario a todo lo dicho en este capítulo, insistiremos en la idea de que CT es la medida de productividad derivada de un capital dado (acumulado) en un año corriente, que se expresa por el grado de uso de dicho capital (es decir, en un contexto estático, por la relación entre L y K, y entre ambos y Q). Así pues, el incremento de L y K genera productividad a partir de un capital dado acumulado, compuesto por capital fijo, recursos humanos y el avance técnico incorporado en ambos. Ello implica que el cambio técnico es una medida de la productividad no sólo del avance técnico (o de la reserva de capacidad) incorporado en las máquinas, sino también de la pericia, instrucción o cualificación del capital humano (personal). Cuando hablamos de una capacidad de producción acumulada, nos referimos, pues, a tres aspectos:

 

     1) La capacidad técnica (mecánica) de producción de un capital fijo material.

     2) La capacidad técnica (informacional) de producción de un avance técnico incorporado en L y en K.

     3) La capacidad técnica (cualificación) de producción de un capital humano variable.

 

     (Esta constatación ha de aportar numerosas consecuencias al referirnos al avance técnico, que como hemos señalado, puede tener tanto carácter tangible como intangible, o dicho de otro modo, puede ser medido tanto en unidades de potencia como en bits de información.)

     En consecuencia, en la economía real, los límites de la productividad, y por tanto, los límites del ciclo, vienen dados por la evolución del capital (corriente y acumulado), y no tanto por la del trabajo. Si observamos la gráfica B-1, comprobaremos unos techos en la inversión tanto en los períodos de auge como de recesión (un crecimiento del 8% en los períodos de expansión y un decrecimiento del 3% en los períodos de depresión), que están determinados por la evolución del capital corriente, no de la fuerza de trabajo. Es decir, la evolución del capital corriente (K) es tanto efecto como desencadenante de la evolución del crecimiento, pues generalmente se adelanta a la evolución de este último (y por tanto, de la renta). La evolución del empleo va a remolque de la del capital, de tal manera que el efecto multiplicador del incremento del capital repercute con posterioridad sobre el factor trabajo, lo que acentúa el proceso y genera la fase expansiva del ciclo. Asimismo, el factor trabajo es el lastre que, a corto plazo, se suelta o se recupera para regular la productividad del trabajo, que es la que, en definitiva, mantiene la plusvalía del empresario en unos límites tolerables.

     Por lo tanto, nos encontramos con que tanto las situaciones A como B del gráfico A-12 son irreales. Pero hemos tenido que asumir este margen de irrealidad para comprender los mecanismos básicos del ciclo, al entender que es la productividad del trabajo la que dibuja la tendencia de la economía, así como la eficiencia de un sistema con un nivel de empleo dado (más regular que la del capital, pero también móvil). Asimismo, la productividad del trabajo es una variable más "sensible" que la evolución de la productividad coyuntural del capital, y por lo tanto es más útil como baremo.

     Toda esta reflexión nos ha demostrado que un caso como A de la gráfica A-12 es inviable, pues no es posible que, con L como variable independiente, el empleo crezca a un nivel donde CT=0, sea cual sea la coyuntura, ya que el coste en ineficiencia es demasiado elevado (dado el carácter altamente elástico de L). Dicho punto sería aquel donde se registran los peores resultados en productividad (en momentos expansivos) y los mejores en plusvalía relativa (en momentos depresivos). Es el punto de maximización de pérdidas y ganancias relativas, por lo cual es el que señala la tendencia relativa de la productividad (como veremos en la próxima sección, aunque expresándolo en términos de eficiencia global, no de productividad del trabajo).

     Así pues, el caso A es sólo representativo de una tendencia, no es un caso real. A ésto nos referíamos al decir que Q-L no representa la realidad coyuntural, en cada momento del ciclo, sino la tendencia a largo plazo. Un análisis de A nos revela sólo la evolución tendencial de la productividad relativa (en definitiva, de CT), no su significación real: 1) una desinversión implícita de CT, reflejada por su desplazamiento a la izquierda o a la derecha de la gráfica; y 2) invertir y desinvertir sin apartarse de un nivel máximo de uso del capital acumulado, independientemente de la coyuntura.   En cambio, el caso B es más realista, pues situándose a medio camino entre Q-L y CT=0, su evolución es representativa de tendencias reales: 1) capacidad desocupada en el momento de inicio de la desinversión, y, cuando el decrecimiento de L es menor, aumento de la ineficiencia en el uso del capital acumulado (vertiente estática); 2) desinversión de CT en las fases depresivas del ciclo, para reducir costes fijos (vertiente dinámica); 3) recuperación de capacidad productiva a través de la reinversión en K en momentos de expansión; y 4) el punto de partida (situación de L en relación a CT=0) en el proceso desinversor determina la evolución posterior del ciclo.

     En el próximo capítulo nos adentraremos en el estudio analítico del ciclo, en un contexto dinámico donde la variable tiempo juega un importante papel.

 


SECCIÓN SEXTA

(Disección del ciclo)

 

     En la sección anterior hemos hecho un alto en el camino para profundizar en ciertos aspectos básicos referentes al papel que juega la productividad (eficiencia) global del sistema, así como en el protagonismo respectivo de las productividades del capital (Q-K) y del trabajo (Q-L). Hemos comprobado que la productividad (eficiencia) global (CT) es la agregación ponderada de ambas productividades parciales; que la productividad del trabajo dibuja la tendencia a largo plazo, y tiene mayor grado de estabilidad; que la productividad del capital determina el momento coyuntural de la productividad global; y que ambas productividades parciales tienen un carácter relativo, inversamente proporcional, respecto a la renta y, por consiguiente, a la inversión agregada (pues I es directamente proporcional a Q).

     Pero antes de pasar a estudiar el carácter relativo de CT respecto a Q haremos otro repaso de la gráfica A-12, en su recorrido A. Recordemos que, en el capítulo anterior, decíamos que esta trayectoria era puramente ideal, pues es improbable que Q-L pueda llegar a tener signo negativo, dado el papel de lastre (a soltar o recuperar) de L, que mantiene Q-L dentro de una banda de estabilidad con signo positivo. Pero también afirmábamos que este proceso es el que marca de forma más neta y extremada la tendencia, las pautas del proceso dinámico, si bien con el artificio de considerar CT empleado en su totalidad, independientemente de la coyuntura. También hablábamos de CT=0 como "límite de la productividad", como barrera más allá de la cual se ha de iniciar un proceso de desinversión, siempre que L sea la variable independiente. Pero en un contexto real el llamado "desfase monetario" y el auténtico papel locomotora que ejerce K y Q-K sobre CT, hace que este límite sea franqueable, como veremos posteriormente, al relacionar Q directamente con la inversión agregada (I), no con L.

     Así pues, en el gráfico A-15 (A), que representa la trayectoria A de A-12, hemos representado la evolución de la renta, los beneficios medios y la productividad en relación a unos niveles determinados de inversión en L (teniendo a K como factor dado, igual a Q/2: punto óptimo de cada nivel de renta). La productividad del trabajo varía en relación inversa a L, marcando un diferencial respecto a Q-L=0 (productividad estable), que es el que determina el grado de eficiencia o ineficiencia de Q-L en relación a Q, y por tanto, la necesidad de invertir o desinvertir en nuevo factor trabajo.

     En otras palabras, siendo Q=4 y L=6, con CT=0, el diferencial respecto a Q-L=0 sería de dos puntos negativos, y dado que aquí se han extinguido los ingresos marginales, existe la imperiosa necesidad de desinvertir para recuperar los niveles de productividad del trabajo que demanda el sistema. Ello, como vimos en la sección cuarta, repercute, cómo no, en la renta y en el capital, a través del mecanismo del multiplicador, lo que genera un proceso sostenido de desinversión, que no acaba hasta que no se recuperan niveles suficientes de productividad positiva. Hasta entonces se retiene liquidez y se desinvierte en capital obsoleto, con la pretensión de recuperar márgenes antes de iniciar el nuevo proceso reinversor.

     Notemos un hecho importante: en cualquier nivel de renta, el nivel de productividad laboral (Q-L) es siempre cero cuando Q=L. Sin embargo, siempre que haya una correspondencia directa (es decir, siempre que el nivel de Q determine el de L, y vicerversa, de tal modo que estén ambos interrelacionados, y no haya un alejamiento antinatural entre ambas variables, siendo por ejemplo L positiva cuando Q es negativa), será el nivel cero de Q el de la recuperación de la productividad, si L es también igual a cero. Es decir, en nuestro modelo, con L como variable independiente, Q=0 inicia la fase de recuperación de los niveles positivos de productividad del trabajo.

     Q=0 sería el punto de referencia relativo de Q-L=0, pues en pura lógica tasas nulas de crecimiento crearán tasas nulas de empleo, dado un multiplicador igual a cero. Éste sería, entonces, el nivel de renta que determina el nivel de productividad estable, pues, dada una correspondencia directa entre Q y L, a Q=0 le corresponde un nivel de empleo y de productividad iguales a cero. Es claro que Q-L=0 coincide con Q=0 sólo en un punto, como en el resto de las funciones de productividad, pero este punto es la única opción lógica de Q=0: no es lógico que en Q=0 el incremento en factor trabajo sea sustancial; en todo caso, los niveles positivos o negativos en los alrededores de cero tienden a cero, se contrarrestan, y se anulan en entidad. Así pues, del mismo modo que la productividad del trabajo se mide en relación al nivel Q-L=0, de productividad estable, el nivel de renta se mide en relación al nivel Q=0. (Ello, como veremos, tiene importantes implicaciones por lo que se refiere al nivel de la productividad relativa.)

     Volviendo al gráfico A-15 (A), tanto Q, como Q/2, como Q-L, tienden a converger en cero, para luego invertir su signo. Cuando Q=-2 y Q-L=1 (siendo CT=0), el proceso de desinversión se invierte, y comienza otra fase del ciclo, de inversión neta, que después comprobaremos que viene precedida por una reinversión neta en equipo capital corriente. Así pues, resumiremos este gráfico con las siguientes conclusiones:

 

     1) El ciclo está dividido en dos fases, una positiva y otra negativa; la primera de inversión neta, y la segunda de desinversión neta.

     2) La fase positiva se divide en dos momentos coyunturales: el de la recuperación económica, con un repunte, en primer lugar, de la inversión, y después de la renta; y el de la expansión, con un auge en ambas variables. En esta fase la productividad tiene tendencia a decrecer.

     3) La fase negativa se divide en otros dos momentos coyunturales: el de contracción, primero de la inversión y posteriormente de la renta; y el de recesión, de recuperación de la productividad y retracción de los beneficios absolutos (con carácter relativo, pues la eficiencia global aumenta: se produce una mejora de los rendimientos por factor invertido).

     4) El eje sobre el que oscila la renta y la productividad es el eje de la productividad estable (Q-L=0), que es secante con el resto de las líneas (Q, I y Q-L) en cero. El eje Q-L=0 corta a Q en Q=0. Este nivel de renta es el que marcará el nivel de productividad relativa de un nivel dado Q.

 

     (Volvemos a repetir que nos referimos a una situación irreal en la cual Q-L<0. Sin embargo, esta situación dibuja la evolución tendencial, amplifica —y aclara— los fenómenos, e ilustra la evolución del empleo, más indicativa —en la práctica— de la evolución del ciclo; si bien, como sabemos, Q-K perfila la evolución de la productividad relativa, señalando con más precisión el momento coyuntural del ciclo.)

     Así pues, nos encontramos con cuatro determinantes: 1) la productividad del trabajo, que indica el nivel de eficiencia en el uso del factor trabajo, con un nivel K dado; 2) la renta, que tiene una relación directa con la evolución del empleo; 3) la productividad absoluta (Q/2), que señala el punto de productividad e inversión óptimos, donde el sistema produce al ritmo que marca la demanda suplementaria y las necesidades de inversión futura; y 4) la productividad (eficiencia) global, que es la agregación ponderada de las productividades del capital y del trabajo, y que podemos asimilar a la productividad relativa derivada del alejamiento de la renta respecto a Q=0 (contexto dinámico), y de la productividad del trabajo respecto a Q-L=0 (contexto estático).

     Pero hemos de hacer notar una aparente incongruencia: por un lado Q determina un nivel directamente proporcional de L, pues L varía directamente en relación a Q; y por otro, en la vida real Q-L>0, o sea, que el aumento de L suele ser menor al de Q (incluso se han tratado de buscar leyes generales que indican una relación estable entre el crecimiento de la renta y el del empleo). Esta aparente incongruencia tiene importantes implicaciones. Nótese que en la vida real la evolución del empleo suele seguir un ritmo inferior a la de la renta, lo que deja hueco para la inclusión, en el agregado "crecimiento", de dos ítems más. Recordemos:

 

Q=1/2(L+K)+CT

 

     Así, la renta es una agregación de la inversión en trabajo y capital (ponderados) y de la productividad ponderada de ambos conceptos. Si L=K=Q (es decir, si la inversión creciera al mismo ritmo que la renta agregada), el residuo que nosotros denominamos "cambio tecnológico" desaparecería, y por tanto se produciría un cuadro de productividad estable (Q-L=0), situación equivalente a la de las economías preindustriales, donde el crecimiento es puramente vegetativo, y el avance técnico es neutral (según terminología de Harrod).

     Siendo L=Q, si tenemos en cuenta el factor ponderador de L (x=1/2), existe un desfase entre el valor absoluto ponderado de L en el incremento de la renta agregada (si L=4, 1/2(4)=2), y el valor absoluto de su productividad (Q-L=0), equivalente a la diferencia entre 1/2(L) y Q. Lo cual supone que, siendo L=K=Q, con Q=4, un incremento en cuatro puntos del empleo determinará un incremento en dos puntos de la renta y un incremento nulo de la productividad del trabajo.

     Considero que éste no es un crecimiento armónico; es más, ni siquiera implica crecimiento neto, puesto que no se produce un fenómeno de reproducción ampliada, sino de reproducción simple (al ritmo del incremento de los factores). El aumento de la renta sería atribuible, en este caso, únicamente al aumento vegetativo de los factores, no a la productividad. En el previsible caso de que en este estado no existiera ahorro de recursos (de ahí que CT=0), y de que la inversión se limitara a un simple reemplazamiento de capital obsoleto o desgastado, dado un nivel de recursos finito (como una extensión limitada de tierra, por ejemplo), sería el marco natural el que regularía el marco social, no a la inversa.

     El progreso material sólo es posible cuando esta relación se invierte: a través del excedente reinvertido, y de las mejoras técnicas, el ser humano, con unos recursos dados, añade más valor añadido, lo cual aumenta su bienestar y la previsibilidad de su futuro. Un crecimiento puramente vegetativo no es neutral, pues no da margen para la anticipación y la prevención de futuras contingencias; es neutral aquel proceso de crecimiento que permite introducir el ahorro (y la inversión neta) en la función de producción agregada; por tanto, es neutral aquel crecimiento que iguala el incremento de los factores a la productividad del trabajo (en un contexto dado por la teoría del valor), como de hecho sucede en cualquier empresa racionalizadora. El ahorro entra dentro del esquema de reproducción ampliada como un factor residual que da pie a la mejora técnica y al crecimiento neto. Sin embargo, su descompasamiento respecto a la inversión (o el descompasamiento de la inversión de bienes de consumo y de bienes de inversión) da lugar a una serie de desequilibrios que son, con el factor multiplicador del stock de recursos desempleados, los que a la postre determinan los fenómenos cíclicos.

     Recapitulando: siendo L=K=Q, la productividad (eficiencia) global (CT) es cero; siendo L=K=Q/2®CT=1/2(Q); y siendo L=K=2Q®CT=-Q (con un factor ponderador igual a 1/2, como de costumbre). Como sabemos, siendo K=Q/2, hallaremos el punto de reversión de fase, con L como variable independiente, durante el período de expansión, en aquel valor L donde CT=0:

 

PRF=[CT=0]

 

     La productividad del punto de reversión de fase, siendo K=Q/2, viene dada por la de aquel valor de L donde CT=0:

 

                                    Q-L(en CT=0)=x(K-L) (14)

 

     (Hemos de recordar que, durante la fase de expansión, en este punto -(Q-L)=-x(K-L).)

     En definitiva, el límite de reversión de fase, que marca el cambio de tendencia del ciclo (del período de expansión al de contracción, o del de recesión al de recuperación), se sitúa, cuando L es la variable independiente, en el punto donde CT=0, donde se agota la capacidad productiva acumulada y, por consiguiente, también los ingresos medios.

     Como sabemos, cabe anotar dos puntos de reversión de fase: 1) el primero se sitúa en el punto -(Q-L)=-x(K-L), en el área de las x positivas e y negativas (que separa las fases de expansión y contracción); 2) el segundo es el que se sitúa en el punto (Q-L)=x(K-L), en el área de las x negativas y las y positivas (que separa las fases de recesión y recuperación). En el primer caso CT tiende a la reducción y en el segundo a la recuperación. Éstos son los jalones que, con L como variable independiente, marcan los límites del ciclo. Pero demostraremos que tales jalones son también útiles en un modelo donde I es la variable independiente. En este último caso, el límite CT=0 es flexible, pero no lo es el punto de reversión de fase. De igual modo que siendo L la variable independiente, el principio básico que marca el cambio de fase en la etapa expansiva es el mismo: la minimización o anulación de los beneficios medios; lo mismo se puede decir del cambio de fase en la etapa recesiva: el aumento de la eficiencia global, a resultas de la disminución de la inversión, cuando compensa la reducción de los beneficios medios, induce a un incremento neto de capital.

     Dada su repercusión práctica, nos centraremos en estudiar el cambio de fase desde la expansión a la contracción. Es evidente que la repercusión de la productividad sobre los beneficios medios depende de la ponderación dada a cada factor de producción. Por ejemplo, con Q=4, siendo x=1/2, y 1-x=1/2, para K y L respectivamente, Q-L=-2 en PRF (CT=0). Siendo Q/2=2, entonces:

 

(Q/2)-(Q-L)=2-2=0

 

     Es decir, en el punto de reversión de fase, los beneficios medios serán iguales a cero, dada la sustracción que sobre ellos ejerce la productividad negativa del trabajo. (Volvemos a recordar que aquí L es la variable independiente; como veremos, cuando sea I la variable independiente, el punto de reversión de fase seguirá siendo el valor de la productividad que anula los beneficios medios. Como en este caso Q-I=CT en todo momento, dicho valor seguirá siendo Q-I=-2.) Así pues, podemos definir el punto de reversión de fase como aquel nivel de la variable independiente (sea ésta L o I) cuya productividad anula el valor de los beneficios medios. Para ello hemos de entender que los beneficios medios, como expresábamos en su momento, constituyen la productividad absoluta en el punto de máxima eficiencia (Q-L=[L=K]=Q/2). Pero como éste es un valor promedio (Q/2), o "normal", le hemos de añadir la eficiencia global dada por el desplazamiento efectivo de L (o de I) en el eje de las x. A este concepto lo hemos denominado beneficios totales:

 

                                              BT=Q/2+CT (15)

 

     Cuando la ponderación de K y de L es diferente (por ejemplo, x=1/4 y 1-x=3/4), el valor de Q-L en CT=0 será diferente (para Q=4, Q-L=-0,67 en CT=0. Así pues, con x=1/4, los beneficios totales en el punto CT=0 serán 2-0,67=1,33). En este último caso hemos de considerar un principio básico: la parte de la renta en manos de K determina la evolución y el nivel de los beneficios totales, que son los que a la postre inducen al empresario a invertir o a desinvertir (en general, cuando K posee un porcentaje menor de la renta, su margen para asumir pérdidas en productividad es menor). De algún modo, el valor de los beneficios totales que induce a desinvertir (en su punto de reversión de fase), para un sistema en que x=1/4 y 1-x=3/4, ha de situarse en el intervalo 0<BT<Q/2.

     Ya hemos explicado el importante papel que ocupa la productividad del trabajo como marcador de la tendencia del ciclo. La productividad tendencial constituiría, pues, el nivel de productividad del trabajo del punto L donde se encuentra el límite de reversión de fase (que con x=1/2 coincide con el punto CT=0, donde los beneficios medios se anulan). En este punto la desaparición de los ingresos marginales, y la anulación de los beneficios medios, ejerce la función de espita, o mecanismo disparador automático, que pone en marcha el mecanismo de la desinversión, de cara a recuperar niveles previos de competitividad. (Nuevamente, la productividad tendencial tendrá una repercusión u otra sobre los beneficios medios en función del factor multiplicador de K y de L.)

     La productividad del trabajo marca la evolución de la inversión o de la desinversión, porque si fuese K la variable independiente, y L un valor dado, la variable Q-K difícilmente sería representativa de una tendencia clara (recordemos el carácter volátil de K, en relación a la evolución más moderada de L). Bien es verdad que K determina la evolución de CT, pero K es un flujo y CT un stock, lo que hace difícil obtener una correlación clara entre la desinversión en CT y en K (en todo caso, como sabemos, existe un nivel de K infranqueable, que es el dado por el reemplazamiento y por la capitalización en equipo ahorrador de mano de obra: de ahí que, por convención y por convicción, hemos empleado a K como valor dado y a L como variable independiente).

     Dado que la productividad relativa, equivalente a CT, varía en relación inversa a I, y por consiguiente a Q, tenemos las siguientes posibilidades:

 

     1) Cuando I­®Q­ (por el mecanismo del multiplicador).

     2) Cuando I­®Q-I¯®CT¯ (CT: suma ponderada de Q-L y Q-K).

     3) Cuando I<Q®CT>0.

     4) Cuando I=0®CT=0.

     5) Cuando I>Q®CT<0.

 

     La productividad tendencial puede expresarse algebraicamente calculando la productividad relativa del trabajo en el punto donde CT=0:

 

PRL(en CT=0)=1/2(Q-L/0)=¥

 

     Así pues, la productividad relativa tendencial es:

 

                                         PRT(en CT=0)=¥ (16)

 

     Con L como variable independiente, este valor algebraico expresa la necesidad de un cambio de fase. Con I como variable independiente, este valor será cero (pues Q-I=CT). De ahí que la evolución tendencial únicamente la expresa Q-L: la productividad relativa tendencial expresa el carácter exponencial que adquiere la productividad relativa de L (como sabemos, en la fase de expansión, con signo negativo) a medida que CT se va aproximando a cero.

     Siendo L la variable independiente, la productividad relativa tendencial señala el límite más allá del cual no debe ir la inversión, para no comprometer los beneficios medios. Este límite impone un mecanismo disparador que pone en marcha el multiplicador de la desinversión. El paso de la fase de la recesión al de la recuperación sigue un proceso diferente, pero el principio es el mismo: dado un nivel de beneficios medios negativo, compensado por un nivel de productividad aparente positivo, el disparador se pone en marcha cuando los beneficios medios se anulan y el sistema requiere acudir a la reinversión.

     Notemos que aquí Q-L marca la batuta directora de la tendencia, dado el papel que desempeña la variable empleo (L) como creadora de consumo (en definitiva, de demanda agregada). Notemos asimismo el carácter socialmente más "significativo" del factor humano. Por último, ha sido convencionalmente admitido que Q-L señala la medida de la productividad tendencial, es decir, aquel nivel de eficiencia que el sistema no debe menoscabar para no incurrir en desajustes innecesarios: por ello Q-L ha de tener siempre signo positivo.

     En definitiva, la productividad relativa tendencial marca la tendencia de la inversión o de la desinversión en un momento coyuntural del ciclo, lo que, como veremos más adelante, puede tener una importante aplicación por lo que se refiere a la realización de pronósticos económicos. La productividad del trabajo en el punto donde CT=0 (productividad tendencial) es el máximo nivel de ineficiencia que, al margen de mecanismos monetarios, un sistema económico puede permitirse. (Aunque, como sabemos, su repercusión sobre los beneficios medios variaría en función del factor multiplicador de K y L.)

     A partir de aquí intentaremos aproximar nuestro modelo a la realidad, en la cual Q-L³0 y Q-K<0 cuando se pone en marcha el mecanismo disparador que inicia la reversión de fase. Aquí hemos de integrar K en la función de producción, pero como no lo podemos hacer en exclusiva (teniendo como punto de mira Q-K, en menoscabo de Q-L), he recurrido a un nuevo artificio: considerar I, es decir, la agregación ponderada de L y K, como la variable independiente; de tal modo que: 1) se iguala la función Q-I a CT (ambas rectas se superponen), 2) se convierten implícitamente todos los puntos de la función en puntos óptimos (pues recordemos que, cuando K=L, x(K-L)=0 y CT=Q-L), 3) se hace coincidir CT=0 con Q-I=0 en el mismo punto (I=Q), y 4) se identifica el límite de reversión de fase con el valor Q-I que anula los beneficios medios (PRF=BT=Q/2+CT=0).

     Aquí, como podemos comprobar, CT=0 no es el límite de reversión de fase, puesto que puede adquirir un signo negativo: en CT=0 los beneficios medios se mantienen intactos; sólo cuando Q/2+CT=0 el sistema se verá inducido a desinvertir. El límite sigue siendo el mismo que con L como variable independiente, pero la mecánica es más realista: la eficiencia global pasa a tener signo negativo, arrastrada por K, y la desinversión viene dada por la anulación o minimización de los beneficios medios. Como en I=Q aún no hemos llegado al punto donde éstos comienzan a ser recortados por la ineficiencia neta del sistema (CT con signo negativo), podemos afirmar sin ningún género de duda que, en la vida real, la desinversión vendrá inducida por el nivel relativo de I respecto a Q. Por ello CT adopta el papel de productividad relativa respecto a la renta, como veremos un poco más adelante.

     La productividad relativa (con I como variable independiente) se diferencia de la productividad relativa tendencial (con L como variable independiente) en que la primera perfila el momento coyuntural del ciclo, y la segunda el límite tendencial que tiene la economía (dado el carácter exponencial que adopta la productividad relativa del trabajo a medida que se acerca al límite CT=0). La primera introduce en la función agregada tanto el efecto del capital como del empleo; la segunda tiene al capital como a un valor dado. La primera respeta la condición básica de que Q-L³0, y la segunda no. Por tanto, la primera tiene un carácter agregado, y la segunda un carácter parcial. Este enfoque nos acerca más a la realidad coyuntural del ciclo, puesto que la función Q-L no prevé la existencia de valores negativos de CT, y ello es algo que está al margen de la realidad empírica (como veremos). Aquí K pasa a jugar un papel importante en la evolución de la productividad, al estar incorporada en la variable independiente (I=1/2(K+L)).

     Esta versión del modelo compatibiliza una productividad del trabajo positiva con una productividad global negativa y un incremento de la inversión superior al de la renta. Ello no obstante, tanto en Q-L como en Q-I, el mecanismo disparador de la desinversión se pone en marcha en el mismo punto: donde los beneficios medios se anulan o minimizan. Estamos tentados a pensar que este fenómeno tiene consistencia empírica, tal como observamos en el gráfico B-1. Por lo tanto, en esta versión del modelo, K (y Q-K) tiene un efecto arrastre sobre CT, conduciéndola a tasas negativas, lo cual es compatible con tasas siempre positivas de Q-L. Ello implica que K>Q en una medida tal como para hacer que CT sea negativo siendo Q-L positivo.

     En definitiva, sólo acudiendo al artificio de hallar la productividad de la inversión (Q-I) como la agregación ponderada de los factores (I=1/2(K+L)) podemos representar fielmente la realidad, donde la productividad del trabajo (Q-L) tiene siempre tasas positivas, la productividad del capital (Q-K) arrastra a CT dado el valor relativo de K respecto a I (y de I respecto a Q), y CT tiene signo negativo cuando I>Q. Sin embargo, para conocer la productividad tendencial del trabajo, estable pero con una tendencia al alza o a la baja, en función del estado de la técnica, y de la inversión relativa de K respecto a L, hemos de acudir a Q-L. Resumimos lo dicho en la gráfica A-15 (B).

     Aquí podemos comprobar que la función Q-I coincide con la función Q-L cuando todos los valores de L, en Q-L, son puntos óptimos (L=K). Es decir, la línea CT=Q-I sería la agregación de los infinitos puntos donde L=K corta la función Q-L (pues recordemos que en L=K®CT=Q-L). El valor de productividad que anula los beneficios medios será el mismo en ambas funciones: en Q-L coincidirá con el punto CT=0, y en Q-I con el punto Q/2+CT=0, pero el valor de la variable independiente, en ambos casos, será el mismo (en la gráfica A-12, coincidirá con L=I=6 en el nivel de renta Q=4).

     Es decir, la función Q-I=CT es igual a Q-L=CT cuando en esta última todos los valores son puntos óptimos (L=K); pero en Q-L=CT, aun respetándose dicha condición, se incumpliría otra: la de que el crecimiento del empleo es siempre inferior al de la renta, para que la productividad del trabajo sea siempre positiva. En cambio, en Q-I=CT se respetaría las condiciones L<Q y Q-L>0 (siendo K>Q, y arrastrando a CT por intermedio de Q-K), y CT podría tener signo negativo (con lo cual adoptaría el papel del índice de eficiencia global del sistema).

     En este modelo hemos resumido toda la casuistica de la coyuntura cíclica, con la máxima simplicidad, el máximo rigor y el mayor ajuste a la realidad empírica. Ha sido necesario un largo recorrido para comprender que CT es la agregación de las productividades relativas de L y K, y que sólo se puede respetar el principio básico de la teoría del crecimiento (Q-L>0) teniendo a I como variable independiente.

     Ahora pasaremos a la gráfica A-16. Aquí observamos cuatro figuras representativas de las cuatro etapas del ciclo: las dos primeras etapas representan la fase del crecimiento positivo, o acumulativo; las dos últimas la fase del crecimiento negativo, o regresivo. La fase acumulativa va acompañada de un aumento de los costes laborales (y en general, de todos los costes productivos), y la fase regresiva de un abaratamiento o estancamiento del precio de los costes intermedios y, entre ellos, los laborales. En las cuatro figuras observaremos siete funciones de productividad correspondientes a siete niveles de renta (de Q=-2 a Q=4); todas estas funciones tienen la misma pendiente (1/2) y la misma constante (una unidad). En conjunto, el proceso cíclico alcanza doce años naturales, que conforman un período cíclico completo.

     Observemos que las figuras tienen dos ejes fundamentales. La línea más gruesa coincide con el nivel Q0 de renta, y sirve para conocer el nivel de renta de cada año considerado; el eje Q-I=0, sirve para conocer la productividad absoluta de cada nivel de renta, con su correspondiente nivel de productividad relativa. La productividad estable (Q-I=0) es también el nivel de productividad cuando la inversión de cada año considerado coincide con el nivel de renta de ese mismo año (I=Q). Partimos de la presunción de que cada salto de una función Qt a otra coincide con un año natural. El nivel de máxima desocupación de los factores lo denominamos nivel de paro tecnológico, y el de máxima ocupación de los factores nivel de empleo natural. Por último, en el eje de las x hemos representado los niveles de inversión (I), y en el de las y los de eficiencia global (Q-I=CT).

     Comenzando con el segmento A, de recuperación económica, observamos cómo el triángulo de productividad absoluta se sitúa por debajo de la línea de productividad estable (Q-I=0). Como sabemos, los beneficios medios (productividad absoluta) son el promedio de la renta de cada año considerado, o la mitad del área de la productividad absoluta, representada en el gráfico. Pero observemos que -Q/2>-Q, lo cual indica que, si bien en términos absolutos los beneficios medios son negativos, en términos relativos los rendimientos por factor invertido son positivos. El triángulo de la renta se sitúa por debajo de la línea Q0, lo que indica que sus tasas son negativas. Y el de la productividad relativa, equivalente a la productividad absoluta con signo opuesto, se coloca por encima de Q-I=0, por lo que tiene signo positivo (está superpuesto al triángulo de la renta). Ello confirma la presunción de que los rendimientos por factor invertido son positivos, aunque la productividad absoluta sea negativa (recordemos que en el gráfico A-12 el área de las Q negativas es el área de recuperación de productividad del trabajo).

     En el segmento B la renta tiene ya tasas positivas, así como la productividad absoluta; sin embargo, como es ostensible, el triángulo de la productividad relativa pasa a situarse debajo de la línea de productividad estable, lo que indica que los rendimientos relativos tienen tendencia a la baja, y que la eficiencia global será negativa cuando la inversión supere los niveles de la renta. En definitiva, durante la etapa de expansión, a medida que la inversión va al alza, los niveles de productividad disminuyen; y si la desinversión no se inicia en el momento en que Q-I=0 es porque el efecto monetario juega el papel tan destacado que le atribuimos al inicio de esta obra. Sólo cuando los beneficios medios se anulan o minimizan comienza el proceso desinversor.

     En el segmento C, una vez superado el límite de reversión de fase, el proceso de contracción de la inversión supone la puesta en marcha (con signo negativo) del multiplicador, lo cual arrastra a la renta y al empleo, con el fin de recuperar los niveles positivos de rendimientos relativos. Podemos observar que, aun manteniendo los triángulos en su mismo emplazamiento, el sentido de la marcha se invierte (flecha hacia abajo), por lo que la renta disminuye y la productividad relativa aumenta. Consecuentemente, los beneficios medios disminuyen, si bien los rendimientos relativos (en relación a la inversión), representados por la productividad relativa, aumentan.

     En el segmento D la productividad absoluta vuelve a ser negativa (se sitúa por debajo de Q-I=0), la productividad relativa es positiva (se sitúa por encima del mismo eje) y la renta pasa a ser negativa (se sitúa por debajo de Q0). Aquí alcanzamos el punto de desempleo tecnológico, es decir, el punto de mínima inversión y de máxima desocupación laboral, pues es aquí donde CT rellena con mayor amplitud la brecha entre inversión y renta. (Contrariamente, en el momento de máxima expansión, el nivel de empleo es máximo, y el nivel de CT mínimo o negativo. En este nivel de empleo se produce un aumento de los costes laborales, que es uno de los factores que provoca la reversión de fase.)

     (Hemos de vigilar el significado dado a la palabra desinversión: ésta puede ser tanto absoluta como relativa; es absoluta cuando se producen niveles negativos de inversión, y relativa cuando se producen niveles inferiores a los del año anterior.)

     En definitiva, la productividad relativa puede entenderse de dos maneras: en términos absolutos coincide con CT, es decir, con el valor absoluto de la productividad de la inversión, en relación a cada nivel de renta (CT=Q-I); en términos relativos se identifica con la productividad propia del límite de reversión de fase (productividad relativa tendencial). Esta última es la que expresamos, en la gráfica A-16, como productividad relativa: como vimos con anterioridad, es aquel valor de los beneficios totales que anula o minimiza los beneficios medios (-Q/2: con signo opuesto a Q, puesto que tiene carácter anticíclico). Así pues, tenemos tres variables básicas:

 

     1) Los beneficios medios (productividad absoluta), con signo procíclico (coincidente con el de la renta), y valor Q/2.

     2) La productividad relativa, con signo anticíclico (opuesto al de la renta), y valor -Q/2.

     3) La renta, como agregación de la inversión ponderada y de la productividad global.

 

     Esta constatación nos permite entender por qué el triángulo de la productividad relativa se opone (como si fuese una imagen especular) al de la productividad absoluta, teniendo a Q-I=0 como eje pivotante. La realidad cotidiana confirma esta presunción: el coste de la rentabilidad absoluta de la inversión es la ineficiencia relativa de la productividad, como tendremos ocasión de confirmar más adelante.

     En la figura A-17 se representa una manera sencilla de hallar la productividad relativa tendencial. En A se representa la colocación de los distintos triángulos en una pauta de ejes horizontales y verticales. En el eje horizontal vemos los años naturales y en el eje vertical los índices de incremento o decrecimiento de las distintas variables (renta, productividad absoluta y productividad relativa). La línea gruesa representa la renta, y la zona rallada entre ésta y el eje x es el triángulo de la renta. La línea de puntos representa la productividad relativa, y el área entre ésta y el eje x es el triángulo de la productividad relativa. La línea de trazos representa la productividad absoluta, y el área respecto al eje x es el triángulo de la productividad absoluta. Entre Q y Q/2 encontramos la brecha de la productividad absoluta (Q-Q/2), que nos indica el grado de ineficiencia que se incorpora de forma paulatina a medida que se aumenta la inversión en nuevos factores productivos. Esta brecha, con signo contrario, equivale al triángulo de la productividad relativa, que tiene una evolución inversa a la productividad absoluta.

     Veamos la figura B. Aquí hemos representado los triángulos de renta con el tiempo como variable independiente (eje x) y con Q=I como variable dependiente (eje y). Comprobamos que, creciendo I al ritmo de incremento de Q, la productividad se mantiene estable a un nivel vegetativo (Q-I=0). En C y D (en una misma figura) comprobamos cómo la productividad absoluta y la productividad relativa se oponen, de tal manera que cuando la primera asciende la segunda desciende, y viceversa. Ello nos indica que la productividad relativa es equivalente al nivel de eficiencia por factor invertido, mientras que la productividad absoluta (o beneficios medios) equivale a los resultados "normales" (promedios). De aquí la íntima relación entre la brecha de la productividad absoluta y la productividad relativa.

     Por último, en la figura E, hemos representado un sencillo mecanismo para conocer (dado un factor multiplicador igual a 1/2) el nivel de productividad relativa correspondiente a cada nivel de renta considerado. Al principio de la presente sección hemos anticipado la importancia del nivel de renta Q=0 para conocer el nivel de productividad relativa (-Q/2) de un nivel Q dado. Situándonos en el nivel de renta Q=4, si llevamos una línea desde el punto de beneficios medios (Q/2) hasta Q=0, observaremos que el nivel de productividad en tal punto es el que marca el límite de reversión de fase (-Q/2).

     En la gráfica A-18 hemos resumido las principales conclusiones de esta sección. En el segmento A hemos representado una etapa de crecimiento positivo (Q=4) con un nivel de inversión equivalente a 1/2Q, y con un nivel CT equivalente asimismo a 1/2Q, que rellena la brecha entre Q e I. Es decir, en este caso I<Q y CT>0: la eficiencia global es positiva, y se está invirtiendo por debajo del nivel de productividad estable (Q-I=0). Se está muy lejos del límite de reversión de fase. Este segmento ilustra un nivel de crecimiento positivo con eficiencia neta (CT>0).

     En B la inversión se iguala a la renta (I=Q). La eficiencia global es cero. Los beneficios medios se mantienen intactos, pues aquí todavía no ha entrado en acción el mecanismo sustractor de la ineficiencia global negativa (BT=Q/2+0=Q/2). El límite de reversión de fase sigue lejos, pero la dinámica del mercado (desfase monetario) seguramente hará rebasar este punto.

     En C entramos en el área de la ineficiencia neta. En el caso hipotético I=2Q la eficiencia global correspondiente (con un valor equivalente a -Q) ha rebasado con creces el punto de reversión de fase (-Q/2), y por tanto los beneficios totales son netamente negativos (BT=Q/2-Q=-Q/2). Por lo general, como sabemos, raramente se llega a tales extremos: según la gráfica B-1, el sistema económico a duras penas invierte sobre el nivel 3/2Q, pues por encima de este ritmo de crecimiento los beneficios medios son netamente negativos (la única excepción se produce cuando la inversión se anticipa a la renta, en el año del despegue después de la recesión económica).

     En el próximo capítulo nos ocuparemos del estudio de la periodificación cíclica, es decir, de los intervalos entre ciclo y ciclo, y de su evolución tendencial.


SECCIÓN SÉPTIMA

(El ciclo en movimiento)

 

     Hasta este momento hemos analizado los fundamentos del ciclo como fenómeno coyuntural: la productividad relativa tendencial como límite del crecimiento, su desarrollo en el ínterin cíclico, etc. Es decir, la visión del ciclo que poseemos en este momento es "a corto plazo", y viene dada por el papel de CT como suma ponderada de la productividad del capital y del trabajo (recordemos que K y Q-K guían a CT en su evolución a corto plazo). Sin embargo, un ciclo es algo más que un movimiento pendular. Un ciclo no se desarrolla a ciegas, sin una línea directriz. Pretender lo contrario sería tanto como afirmar que el ciclo se produce "a pesar" de los factores que lo motivan. El ciclo está determinado por las variables "renta" e "inversión", y al tiempo orienta a éstas en uno u otro sentido. El ciclo es trasunto de las condiciones estructurales de la economía: el ciclo es "coyuntura" en la estructura económica y social.

     Así pues, hemos de dar el gran salto para pasar de la coyuntura, el corto plazo, a la estructura que motiva y sustenta el desarrollo del ciclo. Y para ello hemos de conocer la tendencia que marca la evolución del ciclo. Esta tendencia es la que perfila el sustrato estructural que da pábulo a la dinámica cíclica. Ello es harto sencillo: basta con dibujar el desarrollo del ciclo en una hoja cuadriculada y observar el ángulo que marca la línea directriz del ciclo respecto de la horizontal que parte del punto de origen. Este ángulo ilustra el "crecimiento a largo plazo", o tendencia del ciclo. Hemos de comprender que un ciclo no es más que una suma de tasas de crecimiento (más bien el saldo de sumar cifras positivas y negativas), promediada por el número de años que lo conforman (véase la figura A-19). La tendencia no es más que la línea tangente que toca el zenit (punto álgido, o de auge) o el nadir de cada período cíclico (aunque podría cortar cualquier otro punto que consideremos apropiado: de este modo pasaría a ser secante).

     El ángulo entre la línea de crecimiento a largo plazo y la horizontal del punto de salida del proceso marca el crecimiento anual medio del período. Este método (geométrico) sería equiparable a efectuar la media aritmética de las tasas de crecimiento. Pero cabe preguntarse: ¿cómo trasladar este análisis "a largo plazo" al análisis de la coyuntura; o bien, qué determina, una vez efectuado el cálculo neto de su agregación, esta evolución "a largo plazo"; cuál es la principal variable explicativa a considerar? Si observamos las distintas variables del ciclo comprobaremos que tanto K, como Q-K y CT, tienen una evolución similar (evidentemente, entre K y Q-K inversamente proporcional); L varía en función de K y Q, pero dada la dinámica del mercado (y las rigideces de oferta y demanda) tiene vaivenes menos pronunciados; y, tal como sabemos, Q-L se mantiene sorprendentemente regular (por encima de cero), si bien marcando una evolución a largo plazo (tendencia).

     Aquí volvemos a recuperar a Q-L como marcador de tendencias. Me atrevería a afirmar categóricamente que la productividad del trabajo dibuja a la perfección la evolución tendencial del crecimiento, que incluye la agregación de varios ciclos. Ello lo veremos en su momento, pero ahora fijémonos de nuevo en la gráfica A-19, figura (A). En trazo grueso tenemos la evolución coyuntural del ciclo, y en trazo discontinuo su tendencia a largo plazo, que sería la compensación de coyunturas de diferente signo en un plazo de tiempo dado. Si ahora observamos la figura (B) de la misma gráfica, comprobaremos que dicha tendencia a largo plazo es exactamente igual que la agregación de procesos cíclicos (coyunturales) más estables y menos oscilatorios. Es decir, una tendencia a largo plazo no nos indica la evolución coyuntural, o el movimiento oscilatorio (cíclico) que la determina, sino sólo la media aritmética de la sucesión en el período de tiempo considerado:

 

_=2=(2+2)/2=(3+1)/2=(1,5+2,5)/2=...

 

     En definitiva, estudiar el ciclo no equivale a agregar sus partes constituyentes, ni siquiera a obtener su tendencia a largo plazo. La tendencia puede ser indicativa de múltiples casuisticas: un crecimiento estable y sostenido a largo plazo, con pocas oscilaciones; un crecimiento inestable y sincopado a largo plazo, con grandes oscilaciones; un movimiento inestable y regular (sostenido), con oscilaciones cíclicas regulares, a corto, pero marcando una clara tendencia a largo plazo...

     Recuperemos el caso B de la figura A-12, y sobre él hagamos algunas modificaciones (tabla 1). Esta tabla ilustra un período cíclico oscilatorio (con zenit Q=4 y nadir Q=-2) caracterizado por un crecimiento de K por encima del de Q, sólo compensado por un crecimiento moderado de L, que explica que CT sea positivo, aunque pequeño (lo cual supone una eficiencia global baja y un elevado uso del capital acumulado). Aquí, como en B de la gráfica A-12, la desinversión se inicia teniendo CT signo positivo, aunque ahora es L el valor dado y K la variable independiente. Creo innecesario volver a repetir cuál sería la mecánica de la desinversión, así que pasaremos a estudiar la evolución tendencial (a largo plazo) del ciclo.

     Para ello habremos de simplificar el ciclo al máximo, haciendo abstracción de sus oscilaciones periódicas, con el fin de observar únicamente su evolución a largo plazo, es decir, su tendencia. En la tabla 1 hemos comprobado que el crecimiento medio de doce años naturales completos ha sido de un 1,25% (media corregida); ello marca la tendencia de Q en un período de tiempo t=12. La media de L, K y CT es, respectivamente: 0,6, 1,6 y 0,15. Con todas estas variables podemos establecer las condiciones medias de este período, lo que nos servirá de punto de partida para un análisis posterior. Si a este punto de partida, que nos presenta un cuadro general con unas características predeterminadas (K>Q, CT>0, Q-L>0 y Q-K<0), le establecemos un ritmo de crecimiento acumulativo en el tiempo, al cabo de un lapso de tiempo t a Q, L, K y CT originarios le habremos de añadir el crecimiento compuesto que supone el crecimiento anual acumulativo de un período de tiempo dado:

 

    Qt=Q0+(0,01×Q0)×[1+(1,01)+(1,012)+...+(1,01t-1)]=1,01t×Q0 (17)

 

     Siendo 1,01 el multiplicador indicativo de un incremento anual acumulativo de Q equivalente a un uno por ciento, y t el lapso de tiempo considerado. Este crecimiento acumulativo (el propio de las fórmulas de interés compuesto) nos indica que el ratio multiplicador añade un crecimiento corriente al crecimiento tendencial acumulado del año anterior. Si establecemos un cuadro de crecimiento acumulativo de todas las variables consideradas, obtendremos la siguiente fórmula:

 

                                  Qt=1,01t(K0/2+L0/2+CT0) (18)

 

     Esta expresión nos indica la existencia de un crecimiento acumulativo de los distintos factores que conforman la renta, siendo el crecimiento de Q resultante (Qt) la agregación del crecimiento compuesto de L, K y CT a la tasa corriente anual del uno por ciento. Si trasladamos esta fórmula a la gráfica A-20 comprobaremos que, dadas unas condiciones iniciales (Q0=1,25, L0=0,6, K0=1,6, CT0=0,15), los distintos factores experimentarán un crecimiento constante y regular equivalente al incremento acumulado del uno por ciento anual. Ello acrecentará los factores, en un lapso t de tiempo, a una razón del 1,01t, que es el multiplicador de los factores iniciales:

 

Qt=1,01t×Q0, Lt=1,01t×L0, Kt=1,01t×K0, CTt=1,01t×CT0

 

     El lector tal vez se pregunte el sentido de tomar como base de este crecimiento compuesto la media aritmética (es decir, el crecimiento tendencial) de las tasas de crecimiento de los diferentes factores del período cíclico inicial. La explicación consistiría en que éste es, a mi parecer, el modo menos arbitrario de definir las coordenadas de un período-tipo. Tales coordenadas no indican que éste ha de ser, hasta la eternidad, el comportamiento del ciclo (de hecho, variaremos las tasas de crecimiento de las distintas variables); en su lugar, expresan una situación de partida —convencional— del período cíclico, que, como es evidente, podía haberse desarrollado de cualquier otra manera. El lector comprenderá, sin embargo, que utilicemos el esquema que, desde el gráfico A-12 (intercambiando los valores de K y L), se ha ido repitiendo a lo largo de esta obra.

     En el caso que estamos estudiando (tabla 1) la casuistica es la siguiente: 1) el crecimiento del capital corriente supera al de la renta, 2) la productividad del trabajo es positiva, 3) la productividad del capital es negativa, 4) la eficiencia global es baja. Ahora centrémonos en un crecimiento como el expresado por (18) (gráfica A-20). Podemos comprobar cómo el crecimiento, con una ondulación de la línea característica de una evolución moderadamente exponencial, es indicativo de una progresión suave, que señala una tendencia positiva ascente, ininterrumpida, en todos los factores. Esta línea de tendencia sería aplicable a un crecimiento sostenido de todos los factores de un uno por ciento, sin oscilaciones cíclicas. Lo que marca la diferencia entre un crecimiento regular como el expuesto y un crecimiento irregular y sincopado es el punto de origen, o las condiciones iniciales del ciclo, que hemos señalado en el inicio de este párrafo.

     Posteriormente explicaremos cómo, dado un punto de partida con fuertes oscilaciones cíclicas, un incremento acumulativo del x% a largo plazo implicará una exacerbación de los vaivenes cíclicos, si es que las condiciones iniciales no cambian. De nuevo en la gráfica A-20, hemos añadido a la línea de tendencia a largo plazo una representación figurada de los ciclos que se le superponen, a intervalos regulares (períodos) de doce años. Un poco más adelante comprobaremos que, a medida que pasa el tiempo, dada una tendencia a aumentar la productividad aparente del trabajo por intermedio de una mayor aplicación de tecnología, los ciclos van acentuándose y profundizándose (la distancia entre los respectivos zenit y nadir se alarga, y la que media entre período y período se reduce).

     Ello es indicativo de un fenómeno general (efecto mariposa): la existencia (y persistencia) de un determinado desequilibrio, si se perpetúa en el tiempo, se amplifica y acentúa, determinando la evolución posterior del ciclo. O lo que es lo mismo: el crecimiento exponencial de un período tendencial inicial, si lo descomponemos en sus partes constituyentes, indica una acentuación de los vaivenes cíclicos. Para ilustrar este fenómeno, basta con dar un sencillo ejemplo numérico. Si a esta sucesión inicial

 

4®3®2®1®0®-1®-2®-1®0®1®2®3®4®_=1,25

 

le hacemos experimentar un crecimiento exponencial del uno por ciento acumulativo anual durante 24 años, tenemos:

 

5,1®3,8®2,5®1,3®0®-1,3®-2,5®-1,3®0®1,3®2,5®3,8®5,1®_=1,6

 

     (Este ejemplo es puramente ilustrativo: muestra que una tasa de crecimiento acumulativo de un uno por ciento anual convierte Q0=1,25, al cabo de t=24, en Qt=1,6; y que si descomponemos esta última cifra ello nos dará idea de una acentuación del ciclo. Sin embargo, esta acentuación es ficticia: la profundización del ciclo es acumulativa sobre una base dada; si la base de partida fuese siempre igual a uno, por ejemplo, el ciclo no estaría predeterminado, lo que implica que cada período cíclico sería diferente, ajeno por completo al período anterior. La realidad de los hechos está seguramente a medio camino entre uno y otro extremo: ni está completamente predeterminado por su base, ni es ajeno a él. Existen coeficientes variables para cada factor que, adecuadamente estimados y ponderados, pueden permitir realizar prospecciones de futuro. Pero ésto no tiene nada que ver con el presupuesto de un crecimiento regular acumulativo.)

     Para comprender mejor esta estrategia de trabajo, pongámonos en el lugar de un economista que estudia la evolución del índice de los precios. Como sabemos, éste es muy voluble, y viene dado por muchos factores (algunos persistentes, y otros coyunturales). La inflación no es más que la media, debidamente ponderada, del incremento de los precios en una cesta de productos seleccionados, a lo largo del tiempo (el índice mensual es la media ponderada del aumento del precio de los diferentes productos durante un mes; el índice anual es la media aritmética de los incrementos mensuales...) Esta media sirve de base para los incrementos acumulativos de períodos posteriores. Téngase en cuenta que, independientemente del reparto de los costes inflacionarios entre sectores sociales, si la inflación va a la par del aumento de la renta, su efecto económico interno es neutral; pero si su evolución no se acompasa con la del extranjero, indudablemente se producen repercusiones en el comercio exterior y en la tasa de cambio de las monedas.

     Del mismo modo, nosotros hemos definido el crecimiento cíclico tendencial como la agregación ponderada de los ritmos medios de incremento de los factores considerados. Y este cálculo nos sirve para: 1) establecer un punto de partida de la evolución a largo plazo de los factores, 2) conocer el valor «de estado» de los distintos ritmos de incremento (del mismo modo que, en el análisis de la inflación, la evolución de esta variable en diferentes países tiene una repercusión significativa sobre los intercambios entre ellos). Por ejemplo, este valor numérico permite conocer la responsabilidad de las distintas variables agregadas (la inversión y el cambio tecnológico) en la evolución de la renta y de los períodos cíclicos.

     Como tal valor absoluto (al igual que la inflación, por ejemplo), el crecimiento cíclico tendencial experimenta una evolución exponencial acumulativa. Nosotros hemos ilustrado la acentuación del período cíclico mediante la yuxtaposición de períodos con un crecimiento acumulativo a un ritmo regular. Como tal, únicamente tiene un significado didáctico. Más tarde desarrollaremos nuestra hipótesis desde una estrategia más realista: la acentuación cíclica viene dada por el papel que el cambio tecnológico ejerce como comodín, que permite la creación de productividad aparente con desempleo tecnológico creciente.

     Existe otra manera de ilustrar el movimiento acumulativo que da pie a la acentuación de los períodos cíclicos: el crecimiento da pábulo a nuevas posibilidades de crecimiento, y por ello es acumulativo. Tales posibilidades tienen carácter social, tecnológico, económico, político, etc. Si el ritmo de crecimiento estuviera acompasado con el de los factores, la acumulación sería simple; si, en cambio, es capaz de generar nuevo ahorro y nuevo capital, sería ampliada. Sin embargo, si este crecimiento autosostenido se basa en una disminución de los factores que lo provocan (empleo, por ejemplo), su base se va estrechando, hasta generar desequilibrios y crisis de subconsumo.

     El ejemplo numérico anterior ilustra el funcionamiento del interés compuesto, como amplificador de fenómenos en una situación inicial dada. Pero la realidad es compleja, y por supuesto no todos los factores evolucionan a un ritmo similar. A continuación intentaremos reflejar algunas constantes de la realidad fáctica. Por ejemplo, comprobaremos qué sucede cuando L, en lugar de experimentar un incremento anual acumulativo de un uno por ciento, sufre un decrecimiento anual de la misma cuantía, pasando la razón multiplicadora de 1,01 a 0,99; a ello le añadimos un coeficiente multiplicador que disminuye en un 0,5% el incremento anual de los factores de capital (acumulado y corriente), a causa de ineficiencia y amortización acelerada del capital (coeficiente de ineficiencia técnica). Ello daría la siguiente fórmula, que acompaña la gráfica A-21:

 

                     Qt=0,995t×[1,01t(K0/2+CT0)]+0,99t×L0/2 (19)

 

1,01t® crecimiento anual acumulativo del 1%.

0,995t® decrecimiento anual acumulativo del 0,5% (por ineficiencia técnica)

0,99t® decrecimiento anual acumulativo del 1%.

 

     Así pues, el decrecimiento del empleo, así como el recorte en el crecimiento del capital (corriente y acumulado), como consecuencia de la ineficiencia técnica, conducen a que la renta, en un intervalo de sesenta años, pase de Q=1,25 a Q=1,45. Siendo Qt la renta final en el año t, para calcular la tasa de crecimiento anual acumulativo x, procederemos de la siguiente manera:

 

xt×Q0=Qt (Q0=1,25)

   

x=tÖQt/Q0

 

                                             x=(Qt/Q0)1/t (20)

 

     De esta manera, con t=60, a partir de la fórmula (19), la tasa de incremento anual acumulativo ha pasado a ser del 0,25%, en lugar del uno por ciento de (18) (véase gráfico A-21). La aplicación de los coeficientes reductores antes especificados ha afectado sensiblemente a la renta final (Qt), aminorando considerablemente la tasa de crecimiento; lo que implica que un cambio en las condiciones del crecimiento (positivo o negativo) de los factores que constituyen la renta final, repercute en ésta, a no ser que CT, como comprobaremos después, ocupe su posición central de comodín, con las consiguientes repercusiones sobre la amortización acelerada del capital.

     De momento estamos considerando que las condiciones de partida se mantienen inalterables (posteriormente veremos que esta situación es irreal), lo que provoca una agudización y profundización del ciclo, expresada de la siguiente manera: 1) una disminución del intervalo de tiempo entre ciclo y ciclo, dado un aumento relativo de K sobre L (incremento de la composición orgánica del capital, siempre que CT ocupe el papel de comodín), y 2) una disminución tendencial de Q-L a medida que Q ralentiza sus tasas de crecimiento.

     Podemos pensar que un incremento de Qt debido a una tasa de crecimiento sostenido acumulativo puede ir acompañado de un realineamiento de L y K tendiente a L=K (si bien esta situación de óptimo es improbable, tal condición es garantía de equilibrio de los mercados), que provoque una disminución de las tensiones que generan fenómenos cíclicos (recordemos que el optimum optimorum se encuentra en el punto L=K=Q/L=Q-L, donde se iguala el crecimiento de los mercados de bienes de consumo y de inversión, así como el crecimiento del consumo en relación a la productividad). Podría darse el caso de que se produjera una evolución equivalente de todos los factores, que no produjese desequilibrios de partida y que no exacerbase los procesos cíclicos. Pero, en una economía capitalista, esta situación es excepcional: en la práctica, una exacerbación del ciclo puede ser consecuencia tanto de un incremento de las oscilaciones (mayor intervalo entre zenit y nadir) como de un acortamiento del período (menor intervalo entre ciclo y ciclo).

     El mecanismo que emplea la economía capitalista para superar las ineficiencias internas, producto de una aplicación deficiente del cambio tecnológico, o de situaciones de subconsumo como consecuencia del creciente paro tecnológico, tiene carácter automático: en absoluto se puede asegurar que sea consciente, pero en cualquier caso es inexorable. El cambio tecnológico juega aquí un importante papel: ante la disminución de los resultados económicos, a consecuencia del aumento de la composición orgánica del capital, tiene tendencia a rellenar la brecha entre la productividad efectiva y la productividad potencial, con el resultado de desgaste y amortización acelerada del capital, tanto corriente como acumulado.

     Si definimos la productividad potencial como aquel nivel de productividad que supone el agotamiento de la reserva de capacidad de producción acumulada en el sistema, y la productividad efectiva como el nivel corriente de productividad dado por la aplicación de los factores productivos (y sus condicionantes objetivos: ineficiencias, disminución del consumo a causa del paro tecnológico, etc.), habremos de concluir que si un sistema, con una productividad efectiva dada, crece a un ritmo impulsado por la productividad potencial, de alguna manera estará amortizando aceleradamente su capital (que, en todo caso, tiene un tiempo de vida útil limitado), y aplicando dosis extraordinarias de cambio técnico o de intensificación del trabajo (mayor producción, con un factor capital y trabajo dado, lo que implica un aumento del ritmo de trabajo). En este proceso, nuevamente, CT ejerce su papel de comodín, L el de combustible del proceso, y Q-L de testigo (altamente fiable) de la tendencia a largo plazo.

     Veámoslo reflejado en el gráfico A-22. Aquí está expuesto el ciclo caracterizado por la fórmula (19) (Qt=1,45 con t=60), pero con una variación: hemos hecho crecer Q a un ritmo equivalente al de la fórmula (18) (Qt=2,27 con t=60), con el consiguiente acortamiento de los períodos, y la reducción del lapso de tiempo entre Q0 y Qt (ampliación de la brecha del tiempo que media entre Qt(18) y Qt(19)). La diferencia entre el crecimiento efectivo marcado por (19) y el potencial expresado por (18) está expresada por el incremento colateral de CT:

 

            1,01t×Q0=Qt=0,995t×[1,01t(K0/2)]+0,99t×(L0/2)+CT (21)

 

     Observemos un importante detalle: no hay manera de alcanzar la producción expresada por (18) si no se rellena la brecha entre ésta y la expresada por (19) con el comodín CT. Ello tiene importantes repercusiones: 1) el período entre ciclo y ciclo se acorta de forma progresiva; 2) la renta global de (19) se acumula en p años (46 años, aproximadamente), siendo

   12

p=å60 [(Q(19)/Q(18))×12]

 

provocando una brecha del tiempo equivalente a t-p (14 años, aproximadamente); 3) como la capacidad de producción efectiva de (19) sigue siendo la misma, ello implica que el capital acumulado tiene un límite de capacidad de producción irrebasable; 4) por lo cual, el empleo acelerado de ese capital (y del trabajo) acorta el período de amortización del capital acumulado.

     En consecuencia, la aplicación forzada (y acelerada) de la capacidad de producción efectiva, al ritmo de la productividad potencial dado por CT, reduce los plazos de amortización del capital acumulado: la renta efectiva se aplica en un menor número de años, equivalente al lapso p; éste es el intervalo en el cual, a un ritmo de crecimiento dado por la productividad potencial, se agotará la capacidad de producción dada por la productividad efectiva de un año corriente. Lo cual expresa la aparente trivialidad de que, en condiciones dadas, gracias a la reserva de capacidad de producción dada por CT, se puede "forzar la máquina", con el resultado del acortamiento del período de producción útil del capital, lo cual obliga a una renovación más rápida del capital acumulado (a una tasa más elevada de incremento del capital corriente).

     ¿Qué papel juega L en este proceso? En la gráfica podemos observar que con la reducción de L en relación a K (aumento de la composición orgánica del capital), y con un ritmo de producción "a marchas forzadas" (a causa de un mayor uso de capacidad productiva acumulada), la brecha de la productividad aparente (dada por una mayor producción con menor aplicación de trabajo) se ensancha. Ahora bien, ¿repercute ello positivamente sobre Q? No, porque, en primer lugar, gran parte de esta producción no se puede colocar en el mercado interior, y en segundo lugar, porque esta explotación "salvaje" del factor trabajo no hace más que acelerar el proceso de amortización del capital (ensancha la brecha del tiempo), obligando a un más rápido reemplazamiento, y creando ineficiencias colaterales (por causas técnicas u organizativas). Este cuadro confirmaría la concepción marxista del aumento de la tasa de explotación, del "ejército industrial de reserva", y de la disminución tendencial de la tasa de beneficio.

     Hemos observado cómo, a partir de la gráfica A-22, el ciclo se comprime y acentúa, en aplicación de tasas de crecimiento potencial a una capacidad productiva efectiva dada, con el coste de amortización acelerada y de ineficiencia en el empleo de los recursos productivos. En efecto: 1) los períodos cíclicos se acortan; 2) la renta tiende a disminuir su ritmo de crecimiento; y 3) consecuentemente, también lo hace la productividad laboral, que perfila perfectamente la pauta tendencial de este proceso. En éste tiene un protagonismo destacado la productividad aparente, que posibilita el máximo aprovechamiento de la capacidad de producción efectiva con el mínimo empleo de factor trabajo. Pero para entender este proceso dinámico, hemos de aproximarnos incluso más a un escenario real, donde el ritmo de Q decrece (aplicando el mecanismo del multiplicador) a medida que L decrece (y aumenta el "ejército industrial de reserva"), lo cual arrastra a la productividad del trabajo, con el resultado final de una aceleración del ciclo, de la ineficiencia global y de la exacerbación de las oscilaciones.

     Antes de iniciar el análisis detallado de este aspecto, veamos el gráfico A-23. En las figuras A a D hemos representado las "líneas de estado" de la renta, la productividad y la inversión de los momentos t=0 y t=84 de la  tabla 2. En A y B hemos reflejado fielmente los datos referidos, y en C y D hemos invertido los valores de L y K, permaneciendo Q y CT constantes. De esta manera, hemos pretendido estudiar las motivaciones del sistema al invertir de la forma expuesta en la tabla. Comenzaremos por A. Aquí el sistema ha invertido en trabajo muy por debajo que en capital. Ello genera una brecha de productividad del trabajo expresada por el intervalo entre L y K. Consecuentemente, la productividad del trabajo (Q-L) es positiva y L se sitúa muy lejos del límite de reversión de fase. La productividad del capital, al situarse K por encima de Q, es ligeramente negativa. CT=0 está a la izquierda de Q-L=0, dado el bajo nivel de Q y el alto nivel de K. Ello supone que es necesario hacer un menor uso de la reserva de capacidad de producción acumulada para atender a las necesidades corrientes de la producción, dado un alto nivel de capital corriente en relación al bajo nivel de renta.

     El punto L se sitúa muy cerca de CT=0, lo que indica que la productividad del capital acumulado (CT) es baja, pues su empleo, en relación al nivel de L corriente, es muy intenso (recordemos que cuando se incrementa el uso del capital corriente, con un nivel de empleo dado, la recta CT se desplaza a la izquierda, por lo que, dado un nivel de ocupación, el uso de capital acumulado en un año corriente aumenta). La mayor parte de la productividad laboral es atribuible al diferencial del capital, es decir, al alto empleo de capital corriente respecto al trabajo corriente. El depósito de capacidad de producción acumulada rellenará la brecha entre la producción potencial (que viene dada por el stock de capital acumulado) y la producción efectiva en momentos coyunturales.

     En la figura B la renta Q aumenta ligeramente, y K lo hace más que proporcionalmente respecto a Q; L disminuye, por lo que la brecha de la productividad aparente aumenta, así como la productividad laboral (al contrario, la productividad del capital se reduce considerablemente). CT se desplaza ligeramente a la derecha, en función del avance relativo de Q y K. Sin embargo, dado un menor empleo de capacidad de producción acumulada (CT) por parte de L, su productividad aumenta, así como la del diferencial del capital, lo que coadyuva a que la productividad laboral (Q-L) aumente. Por último, y contrariamente a los casos C y D, L se sitúa muy lejos del límite de reversión de fase, lo cual indica que se produce una alta productividad laboral y un alto nivel de eficiencia (a costa de una productividad del capital negativa).

     Analicemos ahora las figuras C y D. En la figura C hemos invertido los valores de L y de K, por lo que ahora CT se desplaza hasta la derecha dada la reducción del valor de K, con un nivel de Q dado: a medida que K se desplaza a la izquierda, el capital acumulado va adquiriendo más protagonismo a la hora de rellenar la brecha entre inversión y renta agregada. Pero como el nivel de L se ha visto incrementado considerablemente, se está, en ambos casos, al borde del límite de reversión de base. Observemos que en ambos casos la productividad del trabajo es negativa; la productividad del capital, en cambio, es muy alta. El nivel de CT en el punto L es el mismo que en A.

     Traduciendo este análisis al tema que nos ocupa nos será mucho más fácil entender las motivaciones del sistema al desinvertir en L e invertir relativamente más en K. En efecto, el paso de A a B (un incremento del 70% en K, del 55% en Q y del 167% en Q-L) sólo ha sido posible gracias a un decrecimiento del 44% en L. Este hecho explica la obsesión del sistema por desinvertir en L, invertiendo relativamente más en K. No podemos olvidar, una vez más, que Q-L determina la evolución del sistema, que expresa el comportamiento tendencial de la economía, y que el sistema se encarga de que la productividad del trabajo se mantenga siempre en cifras positivas. Así, la consecución de altos niveles de Q-L en posiciones de L muy alejadas del punto de reversión de fase indica altos niveles de "competitividad", o de productividad aparente, pero no necesariamente de eficiencia; pues esta productividad aparente es a costa de una baja productividad del capital y de una eficiencia global del sistema menor que si K fuese más baja, por no hablar de sus repercusiones sobre el empleo y la tasa de crecimiento de la economía.

     En C y en D, en cambio, observamos una situación opuesta: altos niveles de empleo y bajos niveles de inversión en capital corriente, lo que provoca tasas negativas de la productividad del trabajo y positivas de la productividad del capital. Ello no obstante, la curva CT se desplaza más a la derecha, lo que indica que se usa en mayor grado la reserva de capacidad de producción acumulada, dados los bajos niveles de uso de capital corriente: con el nivel de ocupación dado en C y en D, la eficiencia global del sistema es la misma que en los casos A y B; sin embargo, si la ocupación fuese la misma que en A y en B (siendo L=K), en las condiciones corrientes en los casos C y D, la productividad del trabajo sería igual que en A y en B, pero la eficiencia global (recordemos que es la agregación ponderada de las productividades del capital y del trabajo) sería mucho mayor, dado el desplazamiento de CT hacia la derecha.

     En definitiva, cuando los niveles de inversión en capital corriente disminuyen, la eficiencia global aumenta (la curva CT se desplaza hacia la derecha), con un nivel de renta Q dado. Ello supone una mejora en la productividad global, compatible con niveles iguales de Q-L si L no varía. Por lo tanto, K es la variable que determina el nivel de eficiencia global de la economía, con niveles Q y L dados, si nos situamos en una función donde L es la variable independiente. Un aumento de K determina una disminución del rendimiento del capital corriente (con un nivel Q dado), y si ello va acompañado de una disminución de L, su impacto sobre Q es evidente. Así pues, la evolución de la eficiencia global (CT), o expresado de otra manera, la de la capacidad de producción acumulada, en función del nivel de incremento de K, es la que determina la evolución futura de la renta y de la productividad del trabajo.

     A corto plazo, el aumento de K comporta un incremento de la productividad del trabajo, a cambio de una disminución de la eficiencia global (con niveles de renta y ocupación dados). Pero si este incremento de K va acompañado por una reducción de L, ello implica una reducción de los niveles de demanda, así como ineficiencia en el uso del capital (redundancia del capital). En efecto, el mayor empleo de K supone una menor productividad del capital, lo cual repercute sobre la renta global; si a ello le añadimos la disminución de la demanda interna, ocasionada por la disminución en el empleo de factor trabajo, la renta todavía se resiente más, lo que a largo plazo acaba repercutiendo negativamente sobre la evolución de la productividad del trabajo.

     Por lo tanto, la pretensión del sistema de mejorar a corto plazo la productividad del trabajo, a costa de la reducción de fuerza de trabajo, se traduce a largo plazo en el aumento de los costes de ineficiencia global, en una ralentización de los ritmos de crecimiento de la renta, en un decrecimiento de los ritmos de incremento de la productividad del trabajo, en una agudización de los ciclos, y en un acortamiento de sus períodos. Veámoslo en la gráfica A-24, y en la tabla 2, no antes sin recordar que CT marca el nivel de eficiencia global de la economía, y Q-L es su tendencia a largo plazo.

     Comenzaremos por la tabla. Podemos observar cómo Q experimenta una progresión constante, hasta t=12, donde se inicia una ralentización. Ello es explicable porque a partir de aquí la disminución del empleo de factor trabajo provoca una disminución colateral del consumo. A partir de t=24 a ello se le añade el efecto del coeficiente reductor de la eficiencia, que resta asimismo fuelle al crecimiento de Q. Estos dos hechos combinados tienen su repercusión sobre el multiplicador del crecimiento del producto, provocando una ralentización hasta tasas que nosotros hemos definido discrecionalmente. Dicha ralentización del crecimiento tiene su efecto sobre la productividad del trabajo y del capital, que sufren asimismo retrocesos, al tiempo que los intervalos cíclicos (que relacionan productividad potencial con productividad efectiva) se reducen progresivamente.

     Si ahora observamos el gráfico A-24 comprobaremos la repercusión de estos procesos sobre la renta agregada, la productividad y la eficiencia global. Aquí vemos que un crecimiento a tasas variables pero tendientes a la retracción (lo que conlleva una contracción tendencial: a largo plazo) tiene su efecto sobre la productividad laboral. Ésta, efectivamente, a partir del momento en que L comienza a descender, y que el multiplicador de Q hace lo propio, tiene una tendencia a reducirse, lo que es observable a partir de t=24. Al tiempo se produce una productividad aparente indicativa del mayor empleo de factor K (así como de CT) sobre L. Observemos cómo CT, que tiene carácter residual (es decir, no crece a una tasa constante, como K), compensa la reducción de L, para alcanzar un nivel de productividad equivalente a una tasa de crecimiento potencial determinado, por supuesto por encima de la tasa "normal" (o efectiva) de crecimiento, lo que provoca amortización acelerada del capital y aumenta la brecha del tiempo (entre la duración normal, o efectiva, del capital acumulado, y la duración real, dado un ritmo de productividad potencial).

     Al igual que en A-22, si el sistema creciera al ritmo que marca la productividad potencial (es decir, a pleno uso de la capacidad productiva, al nivel dado de ocupación), habría de acudirse a la brecha del cambio tecnológico (o a mejoras cualitativas en la productividad del capital, gracias a avances tecnológicos), lo cual provocaría, como sabemos, una amortización acelerada del capital acumulado, así como costes en ineficiencia y obsolescencia. (Aunque a corto plazo ello puede generar beneficios inmediatos gracias al uso indiscriminado de productividad aparente.) La brecha del tiempo representa el período de agotamiento del capital acumulado, a un ritmo equivalente a la productividad potencial del sistema (es decir, cuando "se fuerza la máquina"). Podemos comprobar cómo a medida que la renta disminuye, la productividad del trabajo ralentiza su crecimiento, lo que a largo plazo recorta también la brecha de la productividad aparente (la que media entre la productividad potencial y la efectiva, es decir, a ritmos "normales" de crecimiento).

     En definitiva, a largo plazo el efecto inmediato producido por la productividad aparente se desvanecerá, y convergerán los niveles de productividad a ritmo normal y a ritmo acelerado. En este preciso momento las medidas a adoptar son contrapuestas: profundizar en el aumento de la composición orgánica del capital (haciendo que K siga creciendo por encima de L), lo que conlleva aumentar aún más el "ejército industrial de reserva" y la ineficiencia en el uso del capital; o bien implementar políticas activas de empleo, para inyectar demanda agregada.

     A partir de estas premisas podemos llegar a las siguientes conclusiones:

 

     1) Empleo y cambio tecnológico (o eficiencia global) son los principales actores en este drama: el sistema tiende a desinvertir en empleo y sustituirlo por capital corriente para aumentar la productividad aparente. Ello conlleva una disminución de la renta, así como una serie de ineficiencias (técnicas, de producción y organizativas) que contrarrestan esta tendencia.

     2) Al aumentar la brecha de la productividad aparente, por un aumento de la composición orgánica del capital (K/L­), la línea CT tiende a dirigirse hacia la izquierda, y la productividad del trabajo aumenta: la eficiencia global del sistema disminuye y la renta tiene tendencia a contraerse, lo que a largo plazo recorta las ganancias en productividad (tendencia a la disminución de la tasa de beneficio). Así pues, al invertir desenfrenadamente en K, el sistema tiende a cercenar las ganancias en productividad laboral, lo que le incita a acelerar todavía más la composición orgánica del capital, lo cual asimismo amplifica este fenómeno, y así sucesivamente.

     3) El aumento de la productividad aparente y del "ejército industrial de reserva", o paro tecnológico, sirve de fuelle para reducir todavía más costes laborales. Así pues, las posibilidades del crecimiento de K (respecto a L) aumentan, pero los ciclos se agudizan, porque el sistema se sitúa permanentemente en situaciones de sobreproducción.

     4) La aminoración a largo plazo de la productividad del trabajo incita a desinvertir en más factor trabajo, y a invertir aún más en factor capital, lo que repercute desfavorablemente sobre la renta (a causa de las pérdidas consiguientes de demanda agregada) y sobre el nivel de eficiencia global del sistema (véase la gráfica A-25). En B comprobamos cómo la amplitud de la brecha de la productividad aparente ha aumentado, lo que implica un aumento colateral de la productividad del trabajo. Pero con un nivel dado de Q, un incremento de K desplaza a CT a la izquierda (lo que indica un decrecimiento del empleo de capital acumulado). Asimismo, a medida que K aumenta (con un nivel dado de Q), también lo hace la ineficiencia en el empleo del factor capital, si bien compensado por un incremento en la productividad del trabajo, lo que sitúa el valor CT en el mismo nivel de A.

     Desplazando nuestra atención a la gráfica A-24, coincidiremos en que un incremento de K a un ritmo superior al de Q provoca tasas negativas de productividad del capital, y, dado un decrecimiento en la renta, también hace disminuir la eficiencia global. Su impacto sobre la productividad del trabajo, a largo plazo, no hace más que acentuar este proceso. En la tabla 3 hemos representado la disminución tendencial de CT y de Q-L cuando el multiplicador de Q=1,25 es el acumulativo corriente (el propio de cada período cíclico), no el promedio de todo el lapso entre el inicio del proceso y cada período considerado. Ello ilustraría la tendencia de CT a descender a medida que K crece a un ritmo superior al de Q.

     5) El cambio tecnológico, como vemos en la gráfica A-24, es el comodín que ajusta el crecimiento corriente a los objetivos (crecimiento potencial) o a la coyuntura del mercado. Ello, cómo no, exacerba los vaivenes cíclicos, de ir acompañado de un aumento de la composición orgánica del capital y de la productividad aparente. La agudización del ciclo se produce de dos maneras: en horizontal, reduciendo los intervalos entre ciclo y ciclo, con aplicación del cambio tecnológico como comodín para rellenar la brecha entre la productividad potencial y la efectiva; o en vertical, utilizando el ejército industrial de reserva como fuelle que da alas al crecimiento en los momentos de auge, o como lastre a soltar en momentos de depresión, y por tanto haciendo un uso discrecional de la productividad aparente.

     6) Las condiciones del punto de partida determinan la evolución posterior del ciclo, a través del "efecto mariposa" del que ya hemos hablado. Un punto de partida con L y con CT a un nivel dado, determinará unas pautas de crecimiento determinadas, cuyo objetivo orientador será la consecución de niveles determinados de productividad del trabajo.

     En definitiva, un punto de partida con un importante "ejército industrial de reserva" y una considerable reserva de capacidad de producción no utilizada sirve de fuelle para el crecimiento en momentos de auge, y a través del multiplicador keynesiano, conlleva desinversiones más considerables en las recesiones. En general, la disminución en factor trabajo comporta a la larga una caída de la renta, y más allá, de la propia productividad del trabajo. Esta disminución paulatina de la productividad del trabajo incita al sistema a seguir desinvertiendo en empleo y abusando del factor capital corriente, para recuperar márgenes, lo que exacerba y amplifica todavía más el proceso (aplicación del multiplicador y situación permanente de sobreproducción). Este proceso de desinversión en empleo debería acabar, en principio, cuando la productividad del trabajo potencial coincide con la normal (efectiva). Entonces, el sistema pierde incentivos para seguir desinvertiendo en factor trabajo. La renta está demasiado baja y la economía necesita una inyección de demanda agregada. Aquí se hace necesaria una nueva política de empleo.

 

     En la próxima sección pasaremos a contrastar nuestro modelo con la realidad. Comprobaremos que, una vez más, la realidad supera ampliamente la ficción.


SECCIÓN OCTAVA

(Contrastación empírica)

 

     En este capítulo integraremos este modelo en el contexto actual. Es decir, comprobaremos hasta qué punto la realidad confirma o deniega la validez de las hipótesis expuestas hasta el momento. Por lo general, el análisis económico se ha limitado a validar hipótesis o doctrinas preconcebidas, con análisis parciales de la realidad, no integrados en una hipótesis global. Pero como sabemos, la realidad no es ni más ni menos que un sistema con diferentes sectores interrelacionados por un flujo de intercambios (monetarios, comerciales, de información, etc.), que actúan según los principios de la prestación-contraprestación (en terminología inglesa: feed-back). Así pues, la realidad económica no es más que una forma de interrelación entre las personas, con bienes y servicios como principal objeto de intercambio, y con ciertos objetivos (objetos económicos) como fines a conseguir; siendo los individuos, sociedades y organizaciones los sujetos económicos de tal intercambio.

     De ahí que el análisis que cabe efectuar necesariamente ha de tener carácter holístico, es decir, global e integrado. Pero hemos de tener en cuenta otro condicionante: el análisis económico, a diferencia de cualquier materia de estudio en ciencias físicas, no estudia hechos inamovibles, mecánicos. La Economía se ocupa del comportamiento agregado de una miríada de unidades económicas autónomas, que actúan a partir de múltiples motivaciones: crematísticas, culturales, espirituales, solidarias, irracionales, etc. Es decir, la Economía no es la materia que se ocupa del estudio del comportamiento racional de un hipotético individuo-estándard, que representa un arquetipo ideal, al cual se le aplican ciertas convenciones: es un hombre plenamente racional, omnisciente, bien informado, cuyo objetivo es la maximización de su satisfacción, etc.

     Bien al contrario, la Economía es el estudio del comportamiento medio de los mercados, que están influidos por múltiples factores: psicológicos (expectativas), sociales (modas), culturales (costumbre), crematísticos (afán de lucro) o altruistas (solidaridad). Con lo cual, la interpretación neoclásica (marginalista, utilitarista, neoliberal) está sesgada y falta de fundamento real, pues pretende dar verosimilitud a un enfoque doctrinario clasista (que bendice y da por bueno un reparto previo de los recursos), justificador de una realidad dada. Este enfoque es un puro sofisma, pues parte de la base de que la realidad funciona a partir del mecanismo de la ley determinista conocida como Self Fulfilment Prophecy (profecía que crea las condiciones para su propio cumplimiento). Efectivamente, según los clásicos, liberales y utilitaristas, la existencia de una noción, de un arquetipo, aceptada por todos, comporta un funcionamiento ordenado de los mercados, y por tanto su equilibrio y su comportamiento predecible (en aplicación de la llamada ley de Say, de equilibrio de los mercados). Pero, como hemos visto, son múltiples las motivaciones que determinan el comportamiento agregado de los mercados, por lo cual esta visión es reduccionista, tergiversadora de la realidad.

     Como decía un poco más arriba, los economistas clásicos tienen respuestas parciales ante problemas parciales, pero no disponen de una visión global ante un mundo global. Se sabe que el avance tecnológico ha influido y sigue influyendo en el mercado de trabajo, creando una gran precariedad y escasez de empleo; se sabe que la productividad laboral tiene tendencia a descender, y que las crisis se agudizan; se sabe que la inversión es el motor de la economía, y que el consumo va a la baja... Sin embargo, no se ha sido capaz de unificar todos estos elementos para realizar una síntesis global. La ilusión monetaria disfraza cualquier disfunción cíclica bajo el vestido de los mercados de capitales (volátiles y especulativos). Pero poca gente ha ido más allá del velo monetario (o en su caso, de la constatación de la existencia real de crisis de sobreproducción), para encarar los hechos desde una perspectiva más amplia.

     La tecnología ha sido al mismo tiempo la vedette y la gran olvidada de la economía. Se la ha entronizado como la variable que multiplica y acrecienta la acumulación, el crecimiento y la capacidad de producción; se ha visto acertadamente que ella determina el paro estructural permanente, y que provoca grandes desajustes entre la oferta y la demanda de productos (tangibles e intangibles), y entre sectores productivos (productores de bienes de consumo y de bienes de inversión); se ha afirmado, asimismo, que ella alivia las fatigas y minimiza los riesgos. Pero al mismo tiempo se ha ignorado su responsabilidad en la estrategia —consciente o no— de incrementar la productividad aparente para maximizar los beneficios por unidad laboral. El aumento de la capacidad productiva del capital corriente, junto con el acceso a discreción de una reserva de trabajo desocupada, son los factores esenciales que explican el comportamiento cíclico.

     En la tabla 4 hemos expuesto las principales magnitudes de la realidad macroeconómica en España durante los últimos años, centrándonos en la esfera de la producción (economía factorial). A la interpretación de estas cifras hemos dedicado las figuras B-1 a B-5; pero antes se hace necesario exponer, como recordatorio, los principales supuestos de nuestro modelo. En la figura A-26 hemos resumido dichos supuestos de forma gráfica: hemos dibujado dos períodos cíclicos, con la circunstancia determinante de que la inversión (I) supera a la renta en los momentos de auge, y se sitúa por debajo de ella en los momentos de depresión.

     El ciclo comienza con unos niveles de inversión que se sitúan por debajo de los de la renta. Ello supone un incremento de la eficiencia global (CT), que se traduce en acumulación de recursos productivos que no encuentran vía libre, por la atonía del mercado. Se inicia un proceso de inversión (1) que desencadena un mecanismo de retroalimentación positiva (multiplicador), hasta llegar al punto de "empleo natural" (notemos que el desencadenamiento del proceso inversor es previo al de la renta). En (2) la eficiencia global es negativa; los costes en ineficiencia recortan los beneficios medios, por lo que se hace preciso desinvertir (notemos que CT se iguala, con signo opuesto, a los beneficios medios: punto de reversión de fase). Aquí se inicia el proceso multiplicador de la desinversión, que nuevamente se adelanta a la evolución de la renta, hasta el punto en que la inversión vuelve a ser negativa, siendo la renta todavía positiva (3).

     Aquí se vuelve a recuperar niveles positivos de eficiencia global: la productividad del capital acumulado rellena la brecha entre la renta y la inversión (4). Observemos que los beneficios medios (Q/2) superan a la renta (en términos económicos, gracias a la evolución positiva de la eficiencia global). Tal como afirmábamos anteriormente la productividad relativa (-Q/2) es equiparable a los rendimientos de la inversión por factor invertido: ello explica que su signo sea opuesto al de los beneficios medios. La brecha entre los beneficios medios y la renta (brecha de la ineficiencia) da idea de la evolución que sigue la productividad relativa (-Q/2): en el área de las Q+, mientras más grande es la brecha de la ineficiencia, menor será la eficiencia global (CT¯); y viceversa en el área de las Q- (5).

     Si acumulamos los beneficios medios comprobaremos de qué modo un proceso cíclico efectúa periódicamente recortes de renta agregada, es decir, desanda el camino andado con anterioridad, con el coste de quiebras (en las empresas más débiles o menos consolidadas), paro y atonía general. Ello lo podemos observar en los límites superior e inferior de la inversión, que jalonan el nivel de "empleo natural" (cuando se ha llegado al límite de inversión con productividad positiva y equilibrio de factores monetarios) y de "desempleo tecnológico" (el que marca la reserva máxima de paro estructural de origen tecnológico); puntos éstos que en nuestro modelo están representados por Q-L=0 (empleo natural) y BT=0 (paro tecnológico).

     La tendencia del ciclo no es más que la acumulación de los niveles de crecimiento, una vez compensados los vaivenes coyunturales. Esta tendencia viene determinada por el punto de partida del ciclo y, fundamentalmente, por el nivel de I respecto a Q. Ya hemos hecho notar (gráfico A-18) que un nivel de Q por encima de I determina niveles positivos de eficiencia global, y que, en cambio, cuando I>Q, sucede lo contrario, lo que acaba induciendo al sistema a desinvertir. Si bien K, primero, y L, más tarde, sirven de locomotora de arrastre de Q, el proceso de crecimiento se verá inexorablemente frenado si la productividad del capital es sistemáticamente negativo, a causa de los costes en ineficiencia global que ello comporta.

     En el gráfico B-1 hemos resumido los rasgos esenciales de la evolución de la renta, de la inversión, de la eficiencia global y de los beneficios totales (beneficios medios más eficiencia global) en España. (Adjuntamos también gráficas similares de otros tres países representativos: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.) Se puede observar que I y CT suelen tener signos opuestos, y que Q evoluciona de forma paralela a I. Ello no obstante, podemos comprobar que Q es positiva durante casi toda la crisis petrolera, a pesar de los bajos niveles de I. Aquí juega un importante papel el protagonismo de los beneficios totales: una situación de atonía, caracterizada por una renta baja o negativa (Q£0), una productividad del trabajo positiva (Q-L>0), una eficiencia global positiva (CT>0) y una evolución negativa de la inversión (I¯), puede perdurar durante largo tiempo siempre que los beneficios totales sean positivos (BT>0).

     (En su momento vimos que cuando los beneficios totales bajan de cero se pone en marcha el mecanismo disparador que nosotros denominamos como "punto de reversión de fase". Qué mayor prueba de la validez de este indicador que la constatación de que el sistema económico puede mantenerse indefinidamente en un estado de atonía siempre que BT>0; aquí, nuevamente, CT juega un papel importantísimo.)

     Durante la primera mitad de la década de los setenta, en España, unas tasas de crecimiento del capital muy altas (por encima de las de la renta), y una evolución del empleo irrelevante, permitió que la inversión creciera a niveles ligeramente inferiores a los de la renta, y por tanto la existencia de un nivel de eficiencia global positivo, pero muy reducido (véase gráficos B-1 y B-2). Esta evolución, típica de la postguerra europea, permitió la perduración de una situación estable, con fenómenos cíclicos moderados (es decir, una larga estabilidad económica dentro del marco del crecimiento continuo). Era indicativa también de un cuadro permanente de pleno empleo.

     Sin embargo, más allá de 1975, la creación de una importante bolsa de desempleo aportó un nuevo combustible a las oscilaciones cíclicas. Si durante el período 1950-1975 (aproximadamente) Europa vivió una época —inédita— de crecimiento con estabilidad y pleno empleo, la introducción de cambio tecnológico fuertemente ahorrador de mano de obra (un fenómeno relativamente contemporáneo, aplicado a gran escala) empezó a jugar un papel desequilibrador: la estabilidad dentro del crecimiento fue sustituida por la inestabilidad con tendencia neta al crecimiento.

     Con ello pretendo afirmar que no fue la llamada "crisis del petróleo" (de 1973-1979) la que desencadenó la atonía e incertidumbre de los setenta y ochenta, sino la estrategia más o menos consciente hacia la automatización y la desregulación de las relaciones laborales, a través de un aumento de la composición orgánica del capital. La sustitución de mano de obra por máquinas (o el aumento de la productividad del trabajo a través de una profundización de la tecnología: es decir, el recurso a la productividad aparente) fue acompañada por una estrategia precarizadora, desreguladora y liberalizadora que, entre otras cosas, pretende hacer la empresa más flexible, más pequeña (por ejemplo, mediante el recurso de la subcontratación o de la sumersión), y menos concentrada (a través de la deslocalización). En el plano ideológico se introdujo el argumento de la "legitimación técnica" como recurso justificativo de estos cambios, supuestamente "inexorables".

     Un aspecto a resaltar del análisis de la gráfica B-1 es de qué manera se puede mantener unas cifras aceptables de crecimiento con una atonía tal de la inversión. Podemos comprobar una vez más que es la eficiencia global del capital acumulado la que salva esta brecha. Y aún más interesante: compruébese cómo I tiene un límite que es el que nosotros definido en su momento como "límite de reversión de fase"; tal límite está establecido, aproximadamente, por el nivel de inversión I=3/2Q (en España), que es aquel donde los beneficios totales se anulan. Generalmente, cuando se alcanza este límite (es decir, cuando BT=0), el sistema tiende a desinvertir, si no median factores monetarios (calentamiento de la demanda; cuellos de botella en la oferta a corto plazo, que hacen atractiva la inversión, etc.) Hemos de resaltar, sin embargo, que como la inversión siempre se adelanta a la renta en el ejercicio que da inicio a los períodos de auge, ese año los beneficios totales pueden bajar de cero de forma significativa: el residuo (con signo negativo) entre inversión y renta es muy grande, y los beneficios medios son muy pequeños.

     Veamos la figura A-27. Aquí podemos comprobar cómo una misma productividad laboral (Q-L) puede ir acompañada de niveles diferentes de eficiencia global (CT). En esta gráfica hemos escogido dos niveles diferentes de inversión en capital corriente y los hemos relacionado con el límite de reversión de fase, dado por el punto BT=0. El nivel K1=8,4, con un nivel de renta Q=5,6, y un nivel de empleo L=4, se sitúa en el punto donde BT=0. Pero como la inversión es la suma ponderada del capital corriente y del trabajo, su valor se sitúa lejos del límite de reversión de fase, si bien por encima de Q (Q<I1<BT=0). De tal manera, el nivel de eficiencia global, dados unos valores K1=8,4, I1=6,2 y Q=5,6, tiene valor negativo para un nivel de empleo tal cual L=4 (5,6-6,2=CT=-0,6); sin embargo está lejos del límite de reversión de fase, pues aquí BT=2,8-0,6=2,2.

     El nivel K2=14, en cambio, supone un nivel I2=9, que rebasa el límite de reversión de fase (5,6-9=CT=-3,4; BT=2,8-3,4=-0,6). Aquí los beneficios totales son negativos, y si el sistema no inicia el proceso de desinversión, es porque sin duda el efecto monetario todavía hace provechosa la inversión. En la gráfica hemos rellenado el margen afectado por el desfase monetario, que depende de las condiciones de la oferta y de la demanda, y que no tiene límites claros, pues como sabemos la segunda es muy volátil.

     (Observemos un importante detalle: en la gráfica A-12 comprobamos que, con el coeficiente multiplicador igual a 1/2, cuando K=Q/2®CT=0 en L=(BT=0). En cambio, cuando K=(BT=0)®CT=0 en L=Q/2. Ello indica que CT se desplaza a la izquierda cuando K se desplaza a la derecha, y viceversa.)

     El valor L determina que la eficiencia global sea una u otra en función del desplazamiento horizontal de CT, que asimismo depende del valor relativo de K, cuando L es la variable independiente. Así pues, en un contexto estable (Q dada), un mismo nivel de productividad laboral (en términos coloquiales, de "competitividad") comportará diferentes niveles de eficiencia global dependiendo del nivel de K en relación al límite de reversión de fase. En definitiva, no es Q-L el indicador del nivel de "eficiencia global", sino CT (CT=Q-I): en L=4®Q-L=1,6, tanto para I1=6,2 (con CT=-0,6 y BT=2,2) como para I2=9 (con CT=-3,4 y BT=-0,6).

     (Observemos otro detalle: la productividad del trabajo en el punto I coincide con la eficiencia global en el punto L, si el valor I es el mismo en ambos casos; o dicho con otras palabras, si, con Q y K dados, el valor L es el mismo.)

     Todo ello tiene importantes implicaciones. En primer lugar, indica que es I el que determina el límite de reversión de fase, y no K. En segundo lugar, las funciones Q-L y CT explican cosas diferentes: la primera, la tendencia del sistema a largo plazo, y la segunda, el estado coyuntural. En tercer lugar, una productividad del trabajo aparentemente satisfactoria (por supuesto positiva) es compatible con infinidad de niveles de eficiencia global, en función del nivel relativo de inversión en capital corriente.

     Así pues, y volviendo a la gráfica B-1, podemos extraer las siguientes conclusiones: 1) es el nivel de inversión global el que indica el punto de reversión de fase (en el caso expuesto, en España, cuando I>3/2Q®BT<0); 2) este último está en parte contrarrestado por el desfase monetario antes enunciado; 3) la productividad laboral es compatible con infinidad de situaciones de eficiencia global; y 4) la eficiencia global marca el estado real de "competitividad" del sistema, no la productividad del trabajo. En la gráfica observamos que durante un quinquenio (desde 1985 hasta 1990) la eficiencia global fue negativa: aquí cabría remarcar la influencia, aludida repetidamente, del desfase monetario que se experimentó durante esa época.

     En la segunda mitad de los ochenta, ya sea por el aludido desfase monetario, o por el impulso autónomo de la demanda, se forzó la máquina hasta incluso rebasar (ligeramente) el límite de reversión de base. Durante ese período, a costa de ineficiencia global, los niveles de inversión desbordaron los límites razonables. De todos modos, reténgase el hecho de que, en cualquier caso, el límite de reversión de fase (calculado a partir de los beneficios totales) no fue rebasado de forma significativa; y asimismo, que el período de atonía de los setenta y primeros ochenta persistió precisamente porque los beneficios totales eran altos. (Esta situación se repite en los otros países considerados.)

     En la figura B-2 hemos representado un desglose de la inversión entre su componente capital corriente y su componente trabajo. Podemos comprobar cómo el capital corriente adquiere unos niveles, en momentos de auge, muy superiores a los del trabajo, pues este último tiene una evolución rígida, frente al carácter volátil del capital. Hasta 1974, aproximadamente, el mercado de trabajo gozaba de una gran estabilidad; a partir de 1975 se inicia un proceso de desinversión en trabajo, que inicia un momentáneo reflujo en 1986. Como en B-1 respecto a Q, K se adelanta a L en el inicio de la fase expansiva, y se mantiene a niveles muy altos (en torno a trece puntos positivos) mientras que el poder negociador de los trabajadores no es fuerte (como vemos, en 1989 se rompe esta tendencia).

     En la figura B-3 analizamos la evolución de la productividad. Nuevamente podemos observar que CT es la agregación ponderada de las productividades del capital y del trabajo; y que la productividad del trabajo, si bien es positiva, tiene tendencia a descender. También vemos que, como explicamos en su momento, K (y Q-K) arrastra a CT, dado su carácter más volátil, de tal manera que la evolución de CT tiene una correlación alta con la de Q-K. Volviendo a la tendencia descendente de la productividad del trabajo, comprobamos que este fenómeno es paralelo a una disminución de L y a un fuerte aumento relativo de K, así como a un evidente descenso en los niveles de Q. Obsérvese también cómo fuertes incrementos de K vienen acompañados de fuertes recortes de productividad del capital y de la eficiencia global. Ello puede ser explicable también por desfases entre la renovación del capital obsoleto y su pleno rendimiento, o por pura y simple ineficiencia en el proceso de recambio técnico o de recualificación del personal (paradoja de Solow).

     En resumidas cuentas, el recambio expreso de L por K viene acompañado, a partir de B-2 y B-3, por fuertes recortes en la eficiencia global, y por ende por la reducción en los ritmos de crecimiento de la renta y de la productividad laboral. En B-4 intentamos esbozar una respuesta de la siguiente constatación: el aumento de la composición orgánica del capital provoca una disminución colateral de la renta y de la productividad del trabajo. Comprobamos cómo, excepto entre 1972 y 1974 (período en el cual la eficiencia global tenía signo positivo, y la productividad del capital signo negativo), la productividad relativa del capital se mantiene estable por encima de cero, en general a niveles superiores a 0,4 (su nivel natural: si x y 1-x fuesen iguales, las productividades relativas de ambos factores tendrían el valor 0,5); por otro lado, el hecho de tener generalmente signo positivo, implica que el signo de CT y de Q-K suele ser el mismo: en definitiva, Q-K arrastra el valor de CT.

     La productividad relativa de los factores nos informa de la relación entre la productividad del capital o del trabajo y la eficiencia global: lo que da carácter relativo a la productividad relativa del capital o del trabajo es que cuando una sube, la otra baja, y viceversa. El gráfico B-4 nos informa de que, si entre 1975 y 1984 (con la excepcionalidad ya mencionada de los años 1971 a 1974) las productividades relativas del capital y del trabajo habían oscilado regularmente en torno a un nivel medio de 0,5 (por lo cual capital y trabajo evolucionaban a ritmos parecidos), entre 1985 y 1990 la productividad relativa del capital pasa a adquirir signo netamente positivo (procíclico) y la del trabajo signo netamente negativo (anticíclico), alejándose ambas de su nivel natural (0,6). Ello significa que la productividad del capital, fuertemente volátil, arrastra a CT: de ahí el signo generalmente positivo de la productividad relativa del capital, en relación al de la productividad relativa del trabajo (recordemos que la productividad del trabajo, en todo caso, tiene signo positivo, aun cuando la eficiencia global tenga signo negativo).

     Esta constatación demuestra que: 1) la productividad del capital, con signo anticíclico en períodos de auge, arrastra la eficiencia global; 2) la productividad relativa del capital, muy por encima de su nivel natural, es indicativa de una alta composición orgánica del capital; y 3) la alta composición orgánica del capital genera una alta productividad aparente que repercute sobre la renta y, por ende, también sobre la productividad del trabajo. La gráfica B-4 indica que el sistema no puede estar largo tiempo alejado del nivel de equilibrio que iguala, a largo plazo, las productividades relativas del capital y del trabajo. Pasado un cierto nivel, el sistema tiende a hacer converger de nuevo ambas tasas, lo que tiene una incidencia directa sobre la renta, y ésta, sobre la productividad del trabajo.

     En B-5 pasamos a hacer un análisis general sobre nuestra contrastación empírica. Valgan las siguientes reflexiones: 1) la renta tiene una tendencia positiva constante (es decir, no se produce una evolución del tipo "dientes de sierra") gracias al papel de "comodín" que ejerce CT, al rellenar en momentos depresivos la brecha entre Q e I; 2) la fuerza de trabajo ocupada recupera sus niveles de 1975 en 1989, justo cuando comienza un nuevo período contractivo (¿punto de "empleo natural"?); 3) la productividad del trabajo tiene en todo momento signo positivo, aunque su tasa de crecimiento tiende a ralentizarse; 4) el factor capital corriente tiene un fuerte componente procíclico, y se adelanta siempre a la evolución de la renta agregada, en los momentos previos al auge; 5) dada su rigidez, el componente ocupación varía con menor intensidad, pero tiene también carácter procíclico; y 6) la eficiencia global sigue una evolución opuesta a la de la inversión.

     En definitiva, en esta sección hemos comprobado cómo a pesar de los determinantes de la ley de los rendimientos decrecientes, hay dos circunstancias que alteran la decisión de invertir en un momento dado: la coyuntura de la demanda, así como el desfase monetario (dada la situación relativa de la oferta y de la demanda), por un lado; y el precio relativo del factor trabajo, en función de la coyuntura del mercado de trabajo, por otro. Aquí juega un papel importante el poder de negociación de los trabajadores, siempre que el "ejército industrial de reserva" esté lo suficientemente menguado para poder permitir tal presión obrera. De todos modos, como sabemos, la respuesta de los empresarios suele ser inmediata: mayor aplicación de avance tecnológico y de automatización de cara a ahorrar aún más factor trabajo, y de debilitar aún más la posición obrera.

     En la próxima y última sección, encardinaremos someramente el ciclo en el contexto del crecimiento, sin olvidar hacer mención del papel que juegan los límites impuestos por la escasez de recursos naturales.


EPÍLOGO

(Ciclos y crecimiento)

     Ahora que estamos llegando al final del trayecto, se hace necesario recapitular, integrando el fenómeno cíclico -que implica inestabilidad, no necesariamente desorden- en el largo plazo del crecimiento económico. Para ello hemos de atender a las siguientes consideraciones: 1) el crecimiento es el movimiento tendencial de la economía; 2) los puntos de reversión de fase (y por tanto, de contracción o de recuperación económica) están contrarrestados en parte por la coyuntura del mercado; 3) el equilibrio no es necesariamente el estado de no-movimiento, porque la dinámica económica siempre impone una inercia; 4) el ciclo no necesita el "velo monetario" para ser interpretado (basta con la aplicación de la ley de rendimientos decrecientes); 5) la tecnología implica un cambio cualitativo en la función de producción, aumentando la tasa de explotación del trabajo sin que ello se refleje necesariamente en un aumento significativo del capital respecto del trabajo; 6) el objetivo básico del capitalismo contemporáneo es incrementar más y más la productividad aparente, a costa de situaciones constantes de sobreproducción; 7) cómo no, ello redunda en sobresaltos y vaivenes cíclicos, con el precio de castigar una y otra vez a la pequeña y mediana empresa, y de reforzar a la gran empresa; 8) competitividad no es equiparable a eficiencia; 9) crecimiento con desempleo es crecimiento inestable, y crecimiento con empleo estable es crecimiento armónico; y 10) el crecimiento es, pues, el contexto donde se encaja la dinámica cíclica, que es aparentemente desordenada pero que, bien al contrario, mantiene un orden que viene dado por las condiciones de partida del ciclo (caos determinista).

     La yuxtaposición de ciclos crea crecimiento. Pero, ¿puede existir crecimiento sin ciclos? Evidentemente que sí. Durante estas páginas hemos tratado de demostrar que el ciclo es el resultado de un desequilibrio de partida; y de un desequilibrio consciente, premeditado, por parte de los sujetos económicos, de cara a maximizar sus resultados y debilitar el poder de respuesta de los actores económicos dependientes, es decir, no poseedores de medios de producción. Para ello hemos de acudir a la economía factorial, al estudio de los recursos productivos; es decir: el capital, el trabajo y la Naturaleza, la gran olvidada de la Economía académica.

     Creemos que a través de estas páginas hemos demostrado que el sistema económico acude a la tecnología para minimizar el recurso a los costes variables, a costa de ineficiencia y de una carrera sin freno por la maximización de la productividad y, por ende, de los rendimientos económicos. Pero a largo plazo ello tiene tres consecuencias: 1) una disminución de la renta, con el resultado de una reducción de los ritmos de crecimiento económico y de una retracción de la productividad laboral; 2) una agudización del proceso cíclico y un acortamiento de sus períodos constituyentes; y 3) una presión intolerable sobre los recursos (humanos, productivos, y naturales), con un fuerte coste en forma de ineficiencia, amortización acelerada del capital, desgaste y entropía.

     Asimismo, el sistema busca incesantemente ampliar los mercados para absorber el aumento -fabuloso- de la productividad aparente, que no viene acompañado de un aumento comparable del consumo y de la eficiencia productiva (mayores ingresos con menores costes). Frente a ello, se abaratan costes mediante procesos técnicos más refinados a costa del equilibrio ecológico y de la creación de necesidades ficticias, que sirven de caldo de cultivo disparador de nuevas necesidades espurias. Lo cual crea un círculo vicioso en el que las necesidades suplerfuas de hoy pasan a ser necesidades básicas de mañana (pues no olvidemos que el concepto "necesidad económica" tiene carácter histórico).

     En definitiva, el capitalismo actual se caracteriza por su actuación refleja, inercial, sin atender a límites. Pero como sabemos éstos sí existen, y vienen dados por la ley de los rendimientos decrecientes (y de la entropía). No podemos compartir la convicción de ciertos liberales, que afirman que los mecanismos inherentes al equilibrio de los mercados ajustan los precios relativos a los costes relativos, mediante un fenómeno endógeno de autorregulación, pues como hemos visto existe una inercia y un desfase monetario que va más allá del límite de reversión de fase, que hemos definido como el disparador o la espita del cambio de rumbo en un proceso de crecimiento.

     Asimismo, el sistema crea ciertos mecanismos de polarización y concentración del capital que engrasan en todo momento las goznes del mercado: en los sistemas donde prima el endeudamiento o la extorsión, a los más poderosos siempre les será posible externalizar las deseconomías (hacia las generaciones futuras, o hacia los sectores sociales dominados), aun si el mecanismo de los precios indica estrangulamientos de oferta o de demanda; aquí claramente, se rompe el principio de la Ley de Say, que alude a la autorregulación «espontánea» de los mercados. (El caso de Latinoamérica es paradigmático: es el pueblo llano quien está pagando los costes de los excesos de la oligarquía.)

     La economía del equilibrio es un gran fraude, una gran mentira. Contrariamente, la teoría marxista de la acumulación y del crecimiento se yergue incólume frente a sus numerosos detractores. Hay quien afirma que con la economía marxista no se pueden administrar países, y menos aun empresas, y que en cambio la economía neoclásica de corte liberal sí da instrumentos de gestión de los recursos escasos (con las salvedades por todos conocidas). Pero en cambio no hay mejor explicación de la dinámica de la economía capitalista que la marxista: la economía neoliberal es una doctrina estática, tal como reconoce Pareto (por no hablar de Keynes), apta para la gestión eficiente de los recursos; la teoría marxista es una doctrina dinámica, apta para la comprensión y previsión del crecimiento.

     Con estas páginas hemos intentado integrar ambos enfoques (al menos, lo mejor de ellos) en una unidad, en un tronco común, apto para el estudio de lo global y de lo parcial, de la macroeconomía y de la microeconomía. Hemos tratado de desautorizar el mito que afirma que las reglas del equilibrio son competentes para estudiar la dinámica económica. Pero también podemos concluir que esta última ha de ser encuadrada en un contexto explicado por el mercado (la oferta y la demanda de los factores). No basta con acudir al estudio de la productividad marginal para comprender la dinámica económica. Es necesario conocer asimismo el precio relativo de los factores, su abundancia relativa, su aplicación relativa y su eficiencia relativa.

     En un posterior ejercicio de reflexión intentaremos comprender la dinámica del crecimiento neta de fluctuaciones cíclicas. Para ello habremos de integrar el factor Naturaleza en la función de producción agregada; habremos de encontrar los disparadores y estabilizadores ecológicos; desglosar el crecimiento entre su componente cuantitativo y cualitativo; y resolver el "balance ecológico" (es decir, aquel que compatibiliza crecimiento con preservación de recursos y eficiencia económica).

     Se dirá que esta última pretensión indica quizás un exceso de voluntarismo. Pero nada hay más lejos de la verdad. Se hace necesario sentar las bases de un análisis económico que integre la preservación de los recursos en la función de producción agregada, si es que queremos actuar —racionalmente— en la administración eficiente de unos recursos escasos (preciosos e insustituibles), cuando las necesidades del mundo moderno crecen a un ritmo exponencial, simultáneamente a un crecimiento (también exponencial) de la entropía, el desorden y el derroche.

     Hemos de diferenciar la esfera de lo humano de la esfera de lo natural: la primera crea orden a costa de desorden expelido al medio; la segunda transforma el desorden en orden. El problema es nuevamente de límites: ¿qué capacidad tiene la Naturaleza para transformar de nuevo en orden el desorden provocado por el hombre? También nos preguntamos: ¿por qué el hombre es incapaz de pasar de la esfera de lo absoluto a la de lo relativo, es decir, de lo cuantitativo a lo cualitativo? Contrariamente a lo que la mayoría de los economistas piensan, es necesario subsumir el mundo de lo tangible en el de lo intangible, extender la esfera de los valores al ámbito de lo económico. Quizás el gran reto de la Economía futura es acompañar un cambio de valores con un cambio de necesidades. Quizás sea necesario empujar el proceso mediante la aplicación de medidas correctoras, e incluso punitivas; no olvidemos que a grandes males son necesarios grandes remedios. Tal vez el sacrificio del presente pueda dar una oportunidad a las generaciones venideras.

     Para ello, cómo no, es necesario asimismo que la Economía cambie de base: pase de la esfera de la demanda (de la satisfacción de necesidades insaciables) a la de la oferta (de las posibilidades reales que permite el entorno y los recursos escasos); es necesario ampliar el alcance de nuestras miradas, pasando del corto al largo plazo, y de la visión parcial a la visión global. Éste es un gran reto, casi diríamos utópico. Pero no nos cansaremos de repetir que el fermento del cambio está en el mundo de las ideas: éstas han de ser la luz que guíe, con la debida contrastación empírica, el paso de la sociedad desde el ámbito de lo deseable al ámbito de lo posible.

 

 

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