Los manuscritos de Montserrat, no tan perdidos

Los “años perdidos” del Archivo de Montserrat nunca fueron tales. A la luz de mis últimas investigaciones considero que no existen lagunas relevantes en los Anales de Montserrat. Dichas “lagunas”, en la versión editada y disponible para el público, son producto de una selección determinada del acopio de materiales que pasaron a constituir el cuerpo de la obra.

El estudio de los manuscritos recopilados por Fernando de Zamora, hoy día en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, despeja interrogantes sobre la situación del monasterio en los años en los que -de acuerdo a mi teoría- Leonardo habría visitado Montserrat por primera vez (1481-1483); y -lo que es más importante- sobre el protagonismo de Giulio della Rovere en los asuntos de la Abadía. Las conclusiones a las que he llegado son ciertamente sorprendentes y reveladoras.

En mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci hago constar el “ominoso hiato” que existe en el período 1475-1484, en los Anales de Montserrat de Benet Ribas i Calaf. Ello es un gran contratiempo, puesto que dicho período coincide con el período en el que Leonardo habría residido en este monasterio (1481-1483), durante su primera visita a Cataluña; y asimismo comprende buena parte del abaciado de Giuliano della Rovere (el futuro Papa Julio II), así como las gestiones del nuevo abad Joan de Peralta (1483-1493) para conseguir la llegada de algunos monjes de Santa Justina de Padua (1485).

Ha de tenerse en cuenta que como consecuencia de la quema del monasterio por parte de los franceses, en 1811, según se afirma, habría desaparecido buena parte de los contenidos de la Biblioteca, y la totalidad del Archivo. Si bien en ello no hay consenso.

El Archivo

En un artículo de Francesc Xavier Altés i Aguiló, titulado “La configuració de l'antic arxiu de Montserrat”, el autor habla expresamente de las “cábalas absolutamente gratuitas sobre una eventual recuperación” del Archivo de Montserrat. El hecho de que niegue taxativamente esta posibilidad implica que existe una corriente de fondo que sostiene lo contrario. Sería el padre Anselm Albareda, archivero de Montserrat, y autor de la más conocida historia del monasterio, el que abonaría esta interpretación al afirmar: “La suerte del Archivo, en aquel grave suceso [la quema por parte de los franceses], no ha sido seriamente investigada por nadie”.

Anselm Albareda deja constancia [en su artículo “L'arxiu antic de Montserrat”] de que el padre Benet Ribas i Calaf, archivero en los primeros años del siglo XIX, murió pocos meses después de la destrucción de la Abadía. Tal vez entonces se llevara a la tumba el secreto de la localización de un fondo documental que -como es natural- habría sido escondido -en su caso- con anterioridad, si es que el padre Albareda está en lo cierto. En el año 1919 este último confiaba en que se acabaría encontrando el archivo intacto. ¿Es ello posible?

No es descartable. De hecho, un catálogo oficial [Alexandre Olivar: “Els incunables conservats a la Biblioteca de Montserrat”] señala que cuarenta incunables de la actual biblioteca (en torno a una cuarta parte del total) proceden de la antigua Abadía, lo cual “constituye una prueba evidente de que la destrucción de los libros no fue tan desoladora y absoluta como se podría suponer”. No en vano, aún se conserva el llamado Llibre Vermell de Montserrat. ¿Y qué sabemos del Archivo? ¿Acaso se pudo salvar?

El abad Muntadas, a mediados del siglo XIX, en su célebre Historia del monasterio, alude al Archivo al referirse a una donación de Guifré el Pilós (Vilfredo el Velloso) en el año 888. ¿Acaso no fue destruido? Es cierto que buena parte de las pérdidas del mismo podrían haber tenido lugar como consecuencia de los tumultos del siglo XIX (entre ellos, la desamortización de Mendizábal). En cualquier caso, no se conoce gran cosa acerca de las circunstancias que habrían acompañado al ocultamiento y la posterior recuperación -cuando ésta tuvo lugar- de los actuales fondos del monasterio (algunos de los cuales se encuentran en el Archivo de la Corona de Aragón).

Nótese, sin embargo, que el archivero Anselm Albareda, fallecido en el año 1966, fue nombrado por el Papa Pío XI prefecto de la Biblioteca Vaticana antes de la guerra civil (en 1936). Permaneció en este puesto durante los pontificados de Pío XII y de Juan XXIII. ¿Sería en ese momento cuando el afamado archivero e historiador pudo haberse llevado algunos fondos del monasterio al Vaticano para preservarlos del período de inestabilidad que se adivinaba en el horizonte? Sea como sea, el Papa Pablo VI ordenó la construcción de los Archivos Secretos del Vaticano en el año 1963, un año después de que el padre Anselm Albareda fuera nombrado Cardenal.

En definitiva, no es descartable que algunos papeles y pergaminos del antiguo Archivo hubieran sido guardados en los Archivos Vaticanos, aquel departamente de la Biblioteca Vaticana donde descansan todos aquellos documentos que el órgano rector de la Iglesia Católica considera extremadamente delicados. ¿Constituye el período de abaciado de Giuliano della Rovere uno de estos “momentos delicados”? ¿Sería por ello que no hemos conservado documentos significativos de su período como Abad comandatario?

Han pasado los años desde el momento en que escribí aquel libro, y ahora estoy en disposición de afirmar, y hasta de asegurar, que algunos de estos materiales no sólo se han perdido, sino que en todo momento han estado accesibles a un público escogido.

Los Anales de Montserrat

De acuerdo a Xavier Altés, arriba citado, en la introducción a los Anales de Montserrat de Benet Ribas, editados por Publicacions de l'Abadia de Montserrat (1990): “A pesar de los hallazgos documentales, el acceso a la documentación medieval del antiguo Archivo de Montserrat -más crítico y completo que las historias publicadas en los siglos XVII y XVIII- arranca o bien pasa necesariamente por los materiales reunidos por Benet Ribas”. Su Historia de Montserrat estaba casi lista en el año 1806, cuando el padre Jaime Villanueva (autor del Viaje Literario a las Iglesias de España) visitó el monasterio.

Esta obra fundamental sobrevivió a los hechos de 1811. Sin embargo, no se ha conservado la Historia acabada redactada por el padre Ribas. Hoy día disponemos únicamente del borrador (de acuerdo a Xavier Altés, de carácter definitivo).

 

 

 

 

 

 

 

El borrador de los Anales de Benet Ribas i Calaf, hoy día en el monasterio.

La idea de elaborar una historia eclesiástica y natural de Montserrat la tuvo el funcionario de la Corte Francisco de Zamora (fallecido en 1812), mientras recorría el país con el fin de realizar una descripción de sus pueblos y de sus paisajes. Este viaje es descrito en su Diario de los viages hechos en Cataluña. Todo comienza el 1 de junio de 1789, cuando el viajero y espía castellano decide editar una historia natural de la montaña, ilustrada con un plano y vistas panorámicas (que se conservan en el monasterio). Más adelante, el proyecto se amplía a la parte geográfica e histórica. Esta última encargada a Benet Ribas, a la sazón miembro de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, “anticuario” y archivero de Montserrat (nombrado oficialmente en julio de 1789, en detrimento de Miguel Pérez de Vassa, fallecido en 1806).

De acuerdo a Xavier Altés, Francisco de Zamora, patrocinador -y animador- del proyecto, habría encargado al padre Ribas la elaboración de la citada historia con los materiales preservados en el Archivo. Fruto de esta feliz idea, no se ha perdido todo con su supuesta destrucción a manos de los franceses en 1811.

Los Anales de Montserrat están compuestos por un conjunto de “regestas” y extractos documentales, brevemente presentados, criticados y relacionados entre sí, que constituyen una visión panorámica de la evolución del monasterio, a través de los documentos administrativos conservados en su Archivo. El padre Benet decidió su publicación a la vista de la insuficiencia de las historias disponibles en ese momento; básicamente, La Perla de Cataluña, de Gregorio de Argaiz, del siglo XVII, El Epítome histórico de Pere Serra i Postius, y el Compendio historial del padre Benet Argerich.

De acuerdo a Xavier Altés, la redacción definitiva de la historia de Montserrat del padre Ribas, que comprende los años 888 y 1258, se encuentra en los papeles de los manuscritos 2519 y 2520 de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. En este período existiría únicamente una laguna imputable al copista, entre los años 1203 y 1226. Por lo que se refiere al segundo volumen, que recoge la historia del monasterio entre la segunda mitad del siglo XIII y finales del siglo XV, ya hemos mencionado el hecho -desgraciado- de que faltan los años comprendidos entre 1475 y 1484 (también falta el período que abarca de 1299 a 1320).

Posteriormente se decidió incorporar, a todos estos materiales, un apéndice documental que incluyera la correspondencia de los reyes y de los personajes de gran relevancia, con lo cual -a través del padre J. Caresmar- se ha conservado un abundante elenco de las cartas reales (especialmente de los Reyes Católicos) a los monjes de la Abadía. Por lo general, los materiales de los Anales de Montserrat escogidos por Benet Ribas fueron seleccionados en función de un criterio puramente personal. En palabras del padre Xavier Altés, el padre Ribas “deja de lado documentación considerada no relevante o adecuada”. Desgraciadamente, priman los aspectos más puramente notariales y administrativos, y se echa a faltar otras cuestiones de tipo religioso o social. En palabras de Xavier Altés: “De aquí la escasez de la documentación relativa a la piedad popular, a ciertas expresiones populares, así como la referente a los aspectos sociales o económicos”.

El padre Xavier Altés, compilador de la obra (en dos volúmenes), aclara en la introducción que sólo se han editado “una parte de los originales destinados por el padre Benet Ribas a la preparación de su historia de Montserrat”. Éstos se hallan, en parte, en la Abadía de Montserrat (272 folios desligados), y el resto en los manuscritos 2519 y 2520 de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid (en total, catorce pliegos).

El criterio de selección

Considero lícito preguntarse. ¿Es acaso acertado el criterio de selección en los Anales de Montserrat? No me refiero a la realizada por el padre Ribas en el monasterio, entre los años 1789 y 1806, sino a la moderna compilación editada por Ediciones de la Abadía de Montserrat.

A comienzos del mes de febrero del 2014, gracias al apoyo del catedrático de literatura española (en la UAB) y académico de la lengua Alberto Blecua, tuve ocasión de visitar, durante algunos días, la Biblioteca Nacional y la del Palacio Real de Madrid. Hacía tiempo que me había planteado la necesidad de comprobar por mí mismo si había sido publicado todo el material extractado por el padre Ribas y por sus colaboradores. Por otro lado, me había propuesto buscar nuevas pistas sobre el paso de Leonardo por Montserrat, a la luz de los manuscritos del monasterio y de los apuntes de Francisco de Zamora en su “Diario de Viajes”.

Ello es así porque éste apunta, el día 31 de mayo del año 1789, lo siguiente: “Hemos adquirido, aunque mal dibujadas, todas las antigüedades que había en la iglesia vieja [de Montserrat], y por lo mismo nos remitimos a ellas”. Si estos dibujos se hubiesen conservado (que no es el caso) tal vez estaría en disposición de probar la presencia del San Jerónimo de Leonardo en el monasterio de Montserrat, a finales del siglo XVIII. Recordemos que en el año 1776 el escultor catalán Pau Serra se habría inspirado en esta obra del pintor florentino para realizar un San Jerónimo (hoy transformado en un Fra Garí) con asombrosas coincidencias con el original leonardiano. Este relieve se encuentra hoy en el atrio de la iglesia de Montserrat.

 

 

 

 

 

 

 

 

El artista catalán Pau Serra se habría inspirado en el San Jerónimo de Leonardo, en el año 1776, para esculpir este relieve (a la derecha).

Por otro lado, como he anticipado, tenía el propósito de comprobar si, al contrario de lo que se dice en los Anales de Montserrat editados por la Abadía de Montserrat, se había conservado la documentación del período comprendido entre los años 1476 y 1484. Si éste fuera el caso, podría saber algo más del entorno que Leonardo habría encontrado durante su primera estancia en el monasterio: entre los años 1481 y 1483. En este aspecto sí tuve éxito. La información hallada en Madrid no sólo comprende las lagunas que he mencionado más arriba (también la de los períodos 1203-1226 y 1299-1320), sino que tiene continuidad, hasta pocos años antes de la redacción de la obra (es decir, hasta finales del siglo XVIII).

Sucede que todo este material suplementario, que puede rellenar tales lagunas, no está escrito por la mano del padre Ribas, sino del otro archivero oficial de la casa, Miguel Pérez de Vassa. Éste redacta una obra titulada Ultimatum, en la que -con un tono acentuadamente crítico hacia el monasterio y sus monjes- recopila información de la Abadía, ya desde la Edad Media hasta pocos años antes de sus días (hacia 1780). Es posible que el acento notoriamente despectivo, y en ciertos momentos resentido, del texto redactado por Pérez Vassa, tenga algo que ver con el hecho de que el padre Ribas hubiera obtenido el cargo insticional de archivero mayor en detrimento suyo.

 

 

 

 

 

 

 

Una página del Ultimatum de Pérez de Vassa, donde aparece la carta de Fernando el Católico a la Abadía, el 13 de Agosto de 1481.

Sea como sea, numerosos extractos y documentos que no han sido incluidos en los Anales, que formarían parte de la “laguna documental” de la que habla Xavier Altés, y que sin embargo sí figuran en el Ultimatum de Pérez Vassa, tienen un alto valor histórico, por lo cual se hace necesario recuperarlos, de cara a tener una visión más completa de la historia del monasterio.

El padre Xavier Altés no ignoraba la existencia de los materiales provenientes del Ultimatum de Pérez Vassa. Por ejemplo, en la introducción de los Anales (primer volumen, página 27) menciona la página 170 del manuscrito 2520, la cual forma parte de los papeles de esta compilación, con materiales no incluidos en los Anales y que, como veremos seguidamente, tienen una relevancia fundamental para el caso que nos ocupa: conocer el entorno del monasterio en el período en que Leonardo lo habría visitado, durante el abaciado de Giuliano della Rovere. Y en general, saber algo más sobre la actuación de éste en su etapa de Abad comandatario de Montserrat.

Giuliano della Rovere, Abad de Montserrat

En tiempos de los Reyes Católicos el Papado consideraba la Iglesia como su “dominio”, y se creía con derecho para hacer y deshacer, sin tener demasiado en consideración la opinión de los soberanos o de los eclesiásticos locales. Sixto IV es un ejemplo claro de arbitrariedad y de nepotismo (que anticipó la actuación escandalosa de Alejandro VI, el Papa Borgia), pues procedió de la manera más descarada a otorgar beneficios eclesiásticos a sus próximos y allegados, sin consultar a nadie (ni siquiera a los monarcas). Así, en 1471 concedió la abadía de Sant Cugat del Vallès a Pietro Riario (el año siguiente lo convirtió en arzobispo de Sevilla). En este contexto no resulta extraño que otorgara el monasterio de Montserrat, un 2 de enero del año 1472, a su sobrino Giuliano della Rovere (cardenal con el título de San Pietro ad Vincula).

¿Cómo es posible que los príncipes de Castilla y Aragón consintieran semejante intromisión en su soberanía? Es lícito suponer que el hecho de que este mismo Papa otorgara la bula de dispensa de su matrimonio en 1471 (ambos monarcas tenían lazos de consaguinidad) les hizo mirar hacia otro lado. Sea como sea, ello no fue visto con buenos ojos por el rey de Aragón Juan II, el cual había prometido el abaciato de Montserrat al Abad de Sant Pere de Rodes. Finalmente los asuntos dinásticos (la legitimidad de Isabel frente a Juana la Beltraneja) pavimentaron el camino hacia la adopción del acuerdo definitivo. El apoyo del Papa a los intereses de los futuros Reyes Católicos aseguró a Giuliano della Rovere el disfrute de sus beneficios eclesiásticos; en concreto, su control de la Abadía de Montserrat (que dicho sea de paso, no era la única en la que figuraba como Abad titular, ni mucho menos).

Fernando el Católico, en este “juego de naipes”, optó por el beneficio mayor, y aconsejó a su padre (Juan II) “resolver los fechos del abadiado de Montserrat” a favor del cardenal, “porque sin dubda alguna aprobechará mucho para las cosas de Roma, las quales tambien [es] menester que tengamos propicio e favorable al Cardenal de San Pietro Avincula [Giuliano della Rovere]” (Álvaro Fernández de Córdova Miralles: “El cardenal Giuliano della Rovere y los reinos ibéricos”).

Se puede decir más alto, pero no más claro: Montserrat es el premio al cardenal italiano por sus buenos oficios en favor de los intereses dinásticos de los Reyes de Castilla y de Aragón. De ahí que Fernando el Católico presionara a su padre (Juan II) para que éste cediese la abadía al Della Rovere, si bien por un mecanismo un tanto alambicado: la sujeción de la Abadía a la Santa Sede mientras el italiano fuera el Abad comandatario de la misma. Su legítimo titular, el Abad de Sant Pere de Rodes, fue compensado con la sede episcopal de Cefalú, en Sicilia.

Es bien sabido que para justificarse ante los monjes, y ante los lugareños, el Della Rovere trató de colmar de beneficios la Abadía, costeando de su pecunio la restauración del templo (dañado por las guerras civiles), y ordenando construir el claustro gótico (que tiene sus armas); y por otro lado presionando ante Sixto IV para la obtención de la bula de indulgencia de 1475, en la que el pontífice otorgó a los peregrinos que visitaban Montserrat las mismas “indulgencias” que si acudían a Roma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Escudo de Giuliano della Rovere en el claustro gótico de Montserrat.

Es bien sabido que, como Abad comandatario, Giuliano della Rovere no tenía obligación alguna de residir en el monasterio. A su servicio tenía al vicario delegado, Llorenç Marull, quien -por lo visto- hizo un buen trabajo en su ausencia. En mayo del año 1475 se instaló en Aviñón, como arzobispo. Allí se encontraba en mayo del año 1481, poco antes de que Leonardo -presumiblemente- se dirigiera a Montserrat. Desde mi punto de vista, ambos hechos podrían estar relacionados (véase más abajo).

En esos tiempos las relaciones entre los Reyes Católicos y el Cardenal se habían deteriorado. El sesgo profrancés del italiano les había colocado en bandos opuestos. En 1479 le pidieron permutar la abadía de Montserrat por la Grotta, en Sicilia, en manos del catalán Joan de Peralta. Éste asumió -temporalmente- el título de Abad (también comanditario). El Della Rovere cedió -temporalmente- Montserrat en 1483, a cambio de una pensión de 200 ducados. Pero no renunció a su derecho a regresar. Ello provocó nuevamente un conflicto veinte años después, en el que estuvo implicado el hermano del gonfaloniero de Florencia: el Cardenal Francesco Soderini. En esta ocasión, nuevamente, Leonardo se habría dejado ver en Montserrat. Choca el hecho de que éste estuviera aquí en los dos momentos (1481 y 1504) en que los intereses del Della Rovere en la citada Abadía estuvieron en juego.

Más adelante (en 1493) los monjes de la Congregación de San Benito de Valladolid se hicieron con el control de Montserrat. Pero ésta es otra historia.

Nuevos documentos arrojan luz sobre la labor de Giuliano della Rovere

¿Y qué importancia puede tener el hecho de que el autor de estas líneas haya hallado en Madrid nuevos materiales, del período comprendido entre los años 1481 y 1483, que no constaban en los Anales de Montserrat de Benet Ribas i Calaf?

Mucha, puesto que puede arrojar luz sobre dos cuestiones en particular: 1) El papel de Giuliano de la Rovere en el destino -e incluso en el gobierno- de la Abadía de Montserrat; 2) la presencia -o no- de Leonardo en este mismo período. Desde mi punto de vista, los documentos a los que he accedido en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid despejan satisfactoriamente algunas dudas en relación a los dos interrogantes arriba mencionados.

Comencemos por la actuación del cardenal italiano en el monasterio. Una de las preguntas recurrentes, a este respecto, es si llegó a poner el pie en Montserrat. Hasta este momento la respuesta a esta duda siempre ha sido la misma: el Della Rovere nunca habría hecho acto de presencia en esta Abadía. Sin embargo, los papeles transcritos por Miguel Pérez de Vassa, en su Ultimatum (véase más arriba), ponen en cuestión esta idea preconcebida.

En una carta compulsada del 13 de agosto de 1481 el Rey Católico (Fernando) dice lo siguiente a los monjes: “Per la devoció que tenim a la beneita Verge Maria de Montserrat havem procurat que en aqueixa casa havia Abat, que farà residencia personal, e lo Cardenal que de present te la dita Abadia (la Rovere, despues Papa Julio 2) ha estat content de complaure-nos”. Pérez de Vassa continúa con las siguientes palabras: “Y mientras se perfecciona este negocio, dice que el Cardenal da procura a los magníficos Guillem de Peralta y a su auditor Joan Periz, y manda el Rey que les obedezcan, “que aixo sera pera lo benefici de aqueix Monestir, e no faran lo contrari, per quant nostra gracia haveu casa”.

En definitiva, Fernando el Católico comunica a los monjes que el Cardenal Della Rovere expresa su voluntad de residir en el monasterio. ¿Lo hizo, siquiera unos meses, o semanas? No lo sabemos.

La cuestión no pasaría de ser una mera anécdota si no se diera la circunstancia de que dicha carta, datada en agosto de 1481, fue expedida sólo un mes antes de la desaparición de Leonardo de la ciudad de Florencia (que tendría lugar en septiembre de 1481). Desde mi punto de vista: ambos hechos podrían estar relacionados. Tal vez Leonardo fuera a Montserrat por encargo de Giulio della Rovere, como espía o como legado (del tipo que fuese). En cualquier caso, dado que en esas fechas aún no era un artista conocido (y aún menos “reconocido”) es natural que no exista un testimonio escrito de su paso por Montserrat. Y no olvidemos, por otro lado, el sesgo en la elaboración de los Anales. Como dijimos más arriba, éstos recogen materiales de tipo notarial o archivístico, y no se preocupan por otros aspectos (de carácter social, cultural e incluso religioso).

Hasta el momento, por lo que sé, sólo disponíamos de una versión incompleta de dicho documento, mencionada por Anselm Albareda en su artículo “Intervenció de l'Abat Joan de Peralta i dels Reis Catòlics en la Reforma de Montserrat (1479-1493)”, publicado en la revista Analecta Montserratensia (volumen VIII). Aquí se dice:

“No coneixem cap document que especifiqui aquesta gestió [el nombramiento de Guillem de Peralta como administrador] però, gràcies al pare Caresmar, posseïm el fragment d'una lletra adreçada per Ferran als monjos de Montserrat el 13 d'agost del 1481, en la qual els comunica l'elecció de Guillem de Peralta, i potser en la temença que no sigui del gust dels monjos que es confiï a un seglar l'administració dels seus béns, acaba la lletra reial: 'Encarregam i manam-vos que, justa la voluntat de dit Rmo. cardenal, beiscau segons tenor de les sues provisions; car asso sera lo benefici d'aqueix monestir y servey nostre. Y no fassats lo contrari, per quan nostra gracia havets casa'”.

Anselm Albareda añade, en una nota: “Caresmar transcriví aquest fragment de l'original que al seu temps existia a Montserrat. 'Anal. Mont. ' loc. cit. No hem trobat aquesta lletra en els registres de l'Arxiu de la Corona d'Aragó”.

Notemos aquí dos cuestiones. La citada carta es dada por perdida, cuando de hecho está integrada en los papeles de Miguel Pérez de Vassa (en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid). Lo que indica a su vez que esta información nunca desapareció, sino que estuvo alejada de la vista del público. Y en segundo lugar, Anselm Albareda habla de registros montserratinos en el Archivo de la Corona de Aragón. En este caso, si estos últimos existen, ¿no se podría reconstruir al menos una parte de la documentación que se perdió con la quema del Archivo?

Pero el repaso de los documentos transcritos por Pérez Vassa, en esas fechas, da pie a una nueva sorpresa. Al contrario de lo que yo creía -y que expresé en mi libro El viaje secreto de Leonardo da Vinci- no fue el Rey Católico, sino Giuliano della Rovere, quien pretendió expulsar a los monjes benedictinos del monasterio de Montserrat, con el pretendido propósito de “reformarlo”. Así, en un párrafo datado en el año 1480 leemos:

“... Embiando regio diploma dirigido al cardenal de la Robere (despues Julio II), prior comandatario, con motivo de la negociacion muy adelantada del cardenal con los jeronimos para expeler a los claustrales [benedictinos], que atajó el Rey Católico”.

En otro texto, también de 1480, se dice:

“Las instituciones de 1480 capitularmente formadas, y remitidas a Roma, con las instrucciones dadas al monge procurador N. Cardona, en ocasion que se agenciaba con el cardenal abad comandatario la expulsion de los benedictinos y la entrada de los jeronimos, negociado que corto el rey catolico Fernando”.

Hasta el momento la creencia más generalizada es que fueron los mismos Reyes Católicos los que pretendieron expulsar a los benedictinos, y traer en su lugar a los jerónimos, como expongo en mi libro:

 “Estoy convencido de que pintaste el San Jerónimo en Montserrat como un encargo de las autoridades del monasterio, en una época de transición y cambio en el citado santuario. En el siglo XV los reyes aragoneses (de la casa castellana de los Trastámara) estaban empeñados en imponer sobre la comunidad benedictina del lugar la obediencia a la Orden de los Jerónimos. Fernando el Católico, hijo de Juan II de Aragón, llegó a recomendar que el diseño de los nuevos edificios (comenzados en 1489 por iniciativa de un italiano residente en Barcelona, Jacopo Vernegali) siguiera las pautas dadas por esta orden religiosa, conocida por su rigor y disciplina”.

Es un hecho probado que el padre de Fernando el Católico, Juan II, sentía una especial predilección por los jerónimos. A este respecto, Anselm Albareda cita la siguiente orden del padre del Rey Católico: “El rei [Juan II] desitjaria que la dita sglesia de nostra Dona de Montserrat se transferís en l’orde de Sant Geronim” [Documento expedido por Juan II a sus embajadores en Roma (1459). En “Intervenció de l’Abat Joan de Peralta i dels Reis Catòlics en la Reforma de Montserrat (1479-1493)”, Analecta Montserratensia, vol. VIII, 1954-1955, pág. 6].

San Jerónimo da nombre a la principal altura del macizo de Montserrat (1.237 metros), a su pared rocosa más impresionante (Paret de Sant Jeroni), y a una de sus ermitas (la más elevada). Su importancia teológica explicaría la presencia en el monasterio de tres cuadros y tres incunables dedicados a él. Curiosamente, estos últimos están datados entre los años 1475 y 1482, lo que certifica la preocupación, por parte de Montserrat, por adquirir documentos contemporáneos que honrasen la memoria de este padre de la Iglesia.

Este acentuado interés por el autor de la Vulgata es compartido por Leonardo. A comienzos de los 1480 comienza a pintar su San Jerónimo, sin que se conozca quién le encargó la obra. ¿Acaso algún representante del monasterio, o bien el mismo Giuliano della Rovere? Sea como sea, el San Jerónimo se habría mantenido alejado del epicentro del Renacimiento italiano, lo que explicaría que no haya dejado trazas en la Historia del Arte (en palabras de Frank Zöllner). Excepto, quizás, la copia que habría hecho el escultor catalán Pau Serra en el año 1776, que hoy día ha sido adulterada, para convertirla en un Fra Garí (el protagonista de una conocida leyenda de Montserrat).

A modo de conclusión

Estos dos aspectos, concernientes a la etapa en que Leonardo habría residido en Montserrat, en su primer viaje (1481-1483), aportan nuevas evidencias en favor de esta hipótesis. El hecho de que abandonara Florencia en septiembre de 1481, sólo un mes después de que Giuliano della Rovere exprese su deseo de residir en Montserrat; y de que empezara su San Jerónimo (encargado por un agente desconocido) en el mismo período en que en Montserrat se suscitaba el debate sobre su sujeción a esta orden (y sobre la expulsión de los benedictinos), no deja de ser una sorprendente coincidencia. En aplicación de la célebre “navaja de Ockham” (según la cual lo más lógico suele ser lo más probable) ambos hechos no serían casuales, sino que uno (la llegada de Leonardo a Montserrat, así como su San Jerónimo) derivaría del otro (el deseo del Della Rovere de instalarse en Montserrat, y el asunto de los jerónimos).

Por otro lado, estos nuevos documentos, hoy día accesibles, arrojan luz sobre algunos hechos notables en la vida del monasterio en la citada época. E incluso diría que corrigen una visión distorsionada de los hechos. A la vista de lo dicho arriba, no serían los Reyes Católicos los que habrían pretendido expulsar a los benedictinos, sino el cardenal italiano; más bien serían aquellos los que lo habrían evitado (a costa de traer a unos monjes “reformadores” de Valladolid; lo cual sería causa de nuevos e importantes conflictos dentro de la Abadía).

En definitiva, estos documentos pueden ayudar a tener una visión más clara y precisa de la Historia de Montserrat, hoy en día encorsetada por la escasez de las fuentes disponibles (las cuales, a su vez, han sido seleccionadas, por no decir “espurgadas”). Es por ello que se hace necesario recuperarlos para completar el acopio de información necesario para escribir una nueva Historia de Montserrat, más rigurosa y más actualizada.

¿Quiere ello decir que los Anales de Montserrat, compilados por el padre Xavier Altés, son deficientes o han sido objeto de la censura? Ni mucho menos. Como dice bien a las claras la portada de los dos volúmenes editados por Ediciones de la Abadía de Montserrat, este archivero se ha atenido a los textos escritos por Benet Ribas. Los papeles de Pérez de Vassa forman parte de un proyecto diferente, paralelo al del padre Ribas. Por otro lado, adolecen de una gran subjetividad, producto de una acentuada animadversión de aquél hacia sus colegas (como consecuencia tal vez del resentimiento hacia su colega Benet Ribas, el cual le habría arrebatado la primacía en las labores del Archivo).

En definitiva, el Ultimatum de Pérez Vassa es una obra diferente a la de los Anales, y por ello se puede entender que dichos materiales no hayan sido incluidos en estos últimos. Ello no obstante, su valor documental, y el hecho de que comprenda períodos temporales no recogidos por los Anales (hasta llegar prácticamente a finales del siglo XVIII), hace imprescindible que los citados textos sean recuperados, de cara a su investigación y a su inclusión -cuando proceda- en el corpus documental del monasterio.

Por mi parte, su conocimiento unos años atrás -cuando comencé a estudiar la posible relación de Leonardo con Montserrat- me habría facilitado sobremanera el trabajo, y sin duda habría sido un aldabonazo en mi investigación. Yo, como Guillermo de Ockham, tampoco creo en las casualidades.

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